lunes, 25 de julio de 2011

El Lunes de la Verde Menta

María Magdalena, pintada entre 1480(1480) y 1490 por el italiano Carlo Crivelli. Lleva una jarra en la mano, como mi cáliz, que llenaré con sangre, y tiene un traje como el que debo ponerme mañana, para la ceremonia.

Me encanta el olor de la menta. En la Caverna Sagrada de la Madre flota por todas partes, acaricia la piel, te renueva por dentro.

Me ha llevado Tomas, el Sumo Sacerdote, con algunos Elegidos, pero ellos se han quedado fuera. Dos estaban vivos y dos muertos, pero ninguno debía venir con nosotros. Todavía no.

¡La Madre ha pedido que me inicien en los Misterios del culto! ¡Un gran honor, todos lo dicen, y me siento eufórica!

Y yo que pensaba que iba a reñirme por rondar por el Hummer...

Me he levantado sintiéndome extraña. Rolando, Rolando... No sé qué significa ese nombre. Nunca había salido del pueblo, me daba miedo. Ni siquiera de niña, y mira que he sido aventurera. Llegaba hasta lo que llamamos El árbol roto, que ha crecido doblado sobre sí mismo, y me detenía.

Hoy no lo he hecho. He mirado al frente. Apenas amanecía y la luz del sol ha reflejado algo metálico. Era un coche, grande, negro...

El Hummer H3 de Rolando, me he dicho al momento. Y he recordado... No sé, algo. De vez en cuando me vienen cosas, pero no las visualizo ni las siento. Y van sueltas. Por ejemplo, pienso mucho en una esfera, una esfera que es... Blanca, aunque no sé si se refiere al color. Tiendo a pensarlo con la B mayúscula. Y creo que estaba en el interior de alguien... qué absurdo. Aunque, mayor tontería es por qué me ronda la imagen de un motero y una botella de anís...

Fui hasta el Hummer, el monstruo oscuro del mundo oscuro. Había pocas cosas dentro; las puertas estaban abiertas y lo habían vaciado. Estaba rebuscando con curiosidad, cuando me encontraron los hombres de la aldea. Me riñeron, me hicieron sentir indigna, sabiendo que había decepcionado a la Madre. Me llevaron ante ella, que me contempló desde la balconada de su Santuario, infinitamente triste. Me preguntó por qué lo había hecho, por qué me había arriesgado saliendo al mundo exterior, por qué los había arriesgado a todos.

- Rolando, Madre - contesté - ¿Sabes qué es? ¿Quién es? ¿Lo sabe alguien? - pregunté a mis vecinos, que murmuraron su desconcierto. Todos negaron con la cabeza. La Madre me miraba fijamente - No sé... ese nombre me ronda, dando vueltas, no me deja dormir.

Entonces fue cuando la Madre nos sorprendió a todos con una nueva muestra de su inmenso amor y, en vez de castigarme, me concedió paso libre a los Misterios de su Culto. ¡Increíble! ¡No quepo en mí de entusiasmo! Además, seguramente en pocos días se decretará también la Transición de Enrique, y podremos seguir juntos por siempre, en esta felicidad eterna de Esperanza, de Fe, de Futuro...

El único lugar donde, gracias al poder de la Madre, convivimos vivos y muertos, existimos juntos, tenemos hijos comunes, avanzando tomados de la mano por la línea del tiempo...

Aquí, donde la vida y la muerte no están separados por una línea, sino que se superponen...

Por eso me avergüenzo más todavía de haber arriesgado nuestra integridad, saliendo al exterior. Haré cuanto me sea posible para que la Madre vuelva a sentirse orgullosa de mí. Como siempre. Como cuando tenía siete años y le regalé aquella flor y ella me sonrió y me llamó "pequeña cereza".

No sé, no sé... Me ha parecido recordar algo...

Tomás me llevó a la Caverna Sagrada, un lugar inmenso, que tiene su entrada oculta entre peñas. Está iluminado con antorchas, adornado con grandes ramos y tiene una gran piedra que hace de altar, oscurecida por la sangre de tantas Transiciones... Es hermosa, la cueva de la Madre, es emocionante; está llena de sombras que vibran, de reflejos dorados y de olor a menta.

Nosotros teníamos que preparar la ceremonia de mañana. Al atardecer se celebrará el sacrificio, que preferimos llamar Transición y luego, ya en mi nueva existencia, podré entonar el Canto de las Palabras de Poder y abrir los libros que se guardan en el arcón sagrado. Ahora, parece vacío, porque sólo los muertos tienen acceso a él. Los que están más allá de los límites mortales, según decimos en el pueblo.

Nada más llegar, Tomás ha dicho que, en estos casos, es tradición glorificar la cueva con el amor de la Madre, así que nos hemos desnudado y nos hemos acostado sobre el altar. Qué curioso, ahora que lo pienso, tuve un momento de pánico, porque realmente no quería que me tocase: Tomás es un hombre gordo y desagradable de aspecto, y yo amo a Rolan... a Enrique... ¡Pero olía tan bien la menta! ¡Me envolvía, me embriagaba, me elevaba! Con ella he recordado que todos somos iguales en el amor de la Madre, que podemos sentirlo, bullendo desde dentro, y debemos darlo a todos, a manos llenas, aunque elijamos una pareja concreta para la convivencia; así que me he esforzado por darle a Tomás cuanto amor he podido.

Luego, hemos organizado todo, hemos ensayado cada paso y afilado debidamente el cuchillo; he pulido con cera la piedra del altar hasta que la sangre incrustada ha soltado destellos con la luz de las antorchas, y he preparado ese hermoso traje, el similar al del cuadro de María Magdalena, para estar bellísima en mi gran momento.

Asistirá todo el pueblo, una multitud, y me honrará con la Transición la propia Madre.

No quiero que nada salga mal.

2 comentarios:

  1. Rebeca...
    Esto también, si no lo digo reviento.
    Desde fuera pinta muy feo lo que os está pasando.
    Es como si estuvieras hipnotizada, mujer.
    Haz un esfuerzo por recordar y salid de allí.
    Si os lo impiden... no sé, quizá podamos mandar ayuda.
    Cuídate y cuida a los tuyos y lee todas tus entradas anteriores...

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  2. Andy... nunca hubiera pensado que, de escribir alguien, serías tú. Miré de madrugada, por si alguien se había sorprendido o extrañado por mi entrada de lunes, y no había mensajes de nadie. Qué triste.

    Estamos ya en camino. Luego contaré lo que ha ocurrido. Pero quería agradecerte cuanto antes tu preocupación.

    Nos vemos pronto.

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