Pan's slumber, pintado en 1870 por Emile Jean Baptiste Philippe Bin.
Me recuerda a Rolando, dormido...
Avanzamos a buena velocidad, pese a que es noche completa. Llegaremos pronto a Despeñaperros, al menos eso dicen. Mientras conduce Rolando y Enrique descansa, voy a contar lo que ha ocurrido, lo que nos ha demorado estos días, aunque quizá ya no haya nadie ahí fuera, leyendo esto. De los que mayor contacto mantenía, cada vez menos, leí que Blanca estaba enferma y preocupada por algún encuentro. Es la leche, no se dio ni cuenta de que yo estaba en problemas.
Y Pilar, a saber, está desaparecida incluso desde antes. Igual se ha liado con el motorista ese, el Choni, y ya no se acuerda más del mundo.
El único que ha mostrado un poco de preocupación por mí, de asombro por lo que me ocurría, ha sido Andy. Ya ves, alguien con el que apenas había intercambiado un mensaje, hace ya mucho tiempo. Tiene tela. Me siento tremendamente sola. El mundo cada vez está más vacío; casi puedo sentir los ecos, por llanuras y bosques.
El mundo, tal y como estaba antes de la llegada del ser humano.
Pero, bueno, debo entrar ya en la historia, en lo que pasó durante el terrible día de ayer y esta larga noche.
Atardecía cuando fuimos todos a la Cueva Sagrada de la Madre, cantando y bailando en una procesión llena de colorido. Éramos alrededor de un centenar, quizá algo más, todo el pueblo. Ahora recuerdo con nostalgia la alegría intensa que sentía en aquel momento. Sé que es absurdo, que era todo falso y peligroso... Pero, de verdad os juro que era también perfecto. No tenía miedo, no quedaba rastro de rencores, no había sombras en mi alma, esas sombras que se van acumulando con la vida, y que tanto pesan.
Creía, de verdad, que había nacido en el pueblo, que allí había vivido siempre. De hecho, tengo todavía recuerdos de aquel pasado. Ya sabemos cómo es la memoria, blanda y manipulable como plastilina. Me veo jugando entre los manzanos, ayudando a mi madre a tender las grandes sábanas blancas, conversando con la Madre en el prado. Y siento en los labios un tenue sabor a hinojo, algo anisado, del licor que hacía mi abuela. y que bebíamos mis amigas y yo, a escondidas.. Todo eso es irreal, jamás ha ocurrido, pero todavía lo recuerdo nítidamente.
Entré en la Caverna Sagrada bullendo de felicidad, me tendí en la piedra anhelando la Transición. Porque, de entre los que formaban el pueblo, no todos estaban vivos ni todos estaban muertos. Estar muerto significaba un estadio superior, una mayor cercanía con la Madre. Todo eso sonaba tan lógico... aunque la verdad es que tampoco me paraba mucho a pensar en nada. Cuando ocurría, se filtraban retazos de la realidad. Me venía el nombre de Rolando, me preguntaba por qué no había mirado las muchas pistas que hay aquí mismo, en este blog que es una caja negra de Rebeca Goyri. Incluso recuerdo haber mirado los vídeos de Rolando y haberme espantado ante lo que estaba sucediendo, atrapados en ese lugar, mentalmente manipulados.
Pero, todo eso lo olvidaba al momento.
Me despedí de Enrique con un beso: en realidad, íbamos a estar otra vez juntos enseguida, ambos lo sabíamos, pero nos dijeron que era la costumbre. Luego, la Madre dirigió las oraciones. Su voz, rica y aterciopelada, se movía por la Caverna como algo con vida propia. Tomás le tendió la reluciente daga y ella se colocó a mi lado. Yo temblaba de ansiedad...
Entonces, la Madre, acarició mi mejilla.
Fue como apagar repentinamente la luz, en una habitación. No hubo oscuridad, pero sí menos brillo. Las antorchas no resplandecían con la intensidad que había creído. En la Caverna, que no era más que una triste cueva con olor a humedad, no habría más allá de veinte personas. Buena parte del centenar largo que había formado parte de la procesión, había desaparecido también con el roce. No existían, realmente. Yo había hablado con ellos, había vivido con ellos desde siempre, pero no existían...
Y la Madre... La Madre era una anciana enormemente gruesa, de clase de obesidad mórbida que crea la imagen de una esfera blanda y pesada. No quedaba en ella nada de la elegancia que asumía en el trance, nada de su belleza esbelta y serena y su aura de bondad. Parpadeó, con unos ojillos malvados hundidos entre carnes grasientas, dándose cuenta de lo que había pasado, que con el contacto le había arrebatado el Nuiz, y trató de apuñalarme, pero conseguí sujetarle el brazo.
El forcejeo fue breve, no en vano llevaba ya un tiempo entrenándome para luchar con seres más peligrosos que ella. Conseguí que soltara la daga, la tumbé de un puñetazo y salté del altar de sacrificios al suelo.
Los demás, unos se quedaron quietos, otros se derrumbaron, algunos salieron corriendo y sólo unos pocos me miraron con desconcierto. Tomás se tambaleó, y si no llegó a caer fue porque quedó apoyado en el altar; recordé lo que había ocurrido el día anterior, el modo en que me había violado sabiendo que iba a ser sacrificada, y juro que estuve a punto de apuñalarle, por cerdo. Pero supongo que también él era presa del embrujo. En ese momento tenía un aspecto lamentable: los ojos vacíos de toda expresión, la boca torcida, dejando escapar un hilillo de saliva pastosa por una comisura...
Luego me explicó Rolando que el control de la Madre había sido tan intenso y tan prolongado en algunos que realmente habían quedado como lobotomizados. No se recuperarían jamás.
- ¡Rebeca! - me llamó Enrique, que también había despertado. Tomé su mano, intentando rehuir su mirada, tras un primer contacto. No sé si algún día podremos superar lo que ha ocurrido. Antes, éramos amigos y jugábamos a flirtear, pero en este pueblo hemos sido amantes y más que amantes: hemos hecho tantos planes de futuro en las largas noches que pasamos charlando, que se me hace imposible imaginar que ya no vamos a intentar llevarlos a la práctica... Ya sé que muchas de ellas no existen, pero las recuerdo, como recuerdo haberle conocido durante toda mi vida, haber anhelado que se fijara en mí, que me pidiese baile en la verbena, que hablase con mis padres para solicitar mi mano...
Él también lo recordaba, seguro. Me lo dijeron sus ojos, antes de apartarse.
Los pocos lugareños que seguían conscientes no intentaron detenernos; algunos, de hecho, vinieron con nosotros. Regresamos al pueblo y nos dirigimos directamente al Santuario de la Madre, que ahora pudimos ver que en otros tiempos había sido la casa del Alcalde. Allí, en la dormitorio principal, estaba Rolando, desnudo y atado a la cama, dormido. Drogado.
Entre comentarios de unos y otros, y diversas pruebas, pudimos sacar en conclusión que la Madre había poseído un poderoso Nuiz de control mental. No estamos seguros que fuera del pueblo, quizá llegara de algún lado, huyendo de los demonios, como todos. A saber. Lo que importa es que se había establecido allí y tenía el pueblo sumido en su trance de fascinación.
Pero, las cosas habían empezado a ir mal, como en todas partes. Los demonios no podían entrar, no podían traspasar la barrera de control que había establecido la Madre, pero rondaban el lugar y habían acabado con muchos y con la totalidad de los animales de granja.
A la Madre le gustaba la carne.
Pude ver los restos de las cenas, las sobras de los deliciosos asados, acumulando huesos claramente humanos. Eso habíamos estado comiendo allí, así iba sacrificando a unos y otros. Aquel hombre, no se quedó dormido, comprendí. Murió de agotamiento y se lo llevaron a la cocina. Sentí un vuelco en el estómago pero al menos pude contenerme. Enrique, salió corriendo fuera, para vomitar en el pasillo. Normal. Era todo tan horrible...
Rolando suponía un gran peligro para la Madre. Tiene un Nuiz tan poderoso que lo captó ya en la distancia, lo bloqueó en un primer ataque mental. Luego lo mantuvo inconsciente, drogado. Quería utilizarlo en la lucha contra los demonios, hubiese sido un arma definitiva para poder asegurar la zona, pero cada vez que lo despertaban se mostraba agresivo, así que estaba casi decidida a eliminarlo. Y como yo no dejaba de recordarle, pese a las pautas insertadas en mi cerebro, también asumió que tendría que acabar con nosotros, en vez de usarnos como al resto de los supervivientes: como animales de granja que le dieran más esclavos y más comida.
Conseguimos llevar a Rolando al Hummer, recoger nuestras cosas y salir corriendo. Enrique condujo primero, luego nos turnamos. Rolando ha conseguido despertarse y le hemos contado todo. Ha puesto mala cara, pero lo único que ha dicho, con voz reseca, ha sido:
- A Despeñaperros. Rápido.
Me recuerda a Rolando, dormido...
Avanzamos a buena velocidad, pese a que es noche completa. Llegaremos pronto a Despeñaperros, al menos eso dicen. Mientras conduce Rolando y Enrique descansa, voy a contar lo que ha ocurrido, lo que nos ha demorado estos días, aunque quizá ya no haya nadie ahí fuera, leyendo esto. De los que mayor contacto mantenía, cada vez menos, leí que Blanca estaba enferma y preocupada por algún encuentro. Es la leche, no se dio ni cuenta de que yo estaba en problemas.
Y Pilar, a saber, está desaparecida incluso desde antes. Igual se ha liado con el motorista ese, el Choni, y ya no se acuerda más del mundo.
El único que ha mostrado un poco de preocupación por mí, de asombro por lo que me ocurría, ha sido Andy. Ya ves, alguien con el que apenas había intercambiado un mensaje, hace ya mucho tiempo. Tiene tela. Me siento tremendamente sola. El mundo cada vez está más vacío; casi puedo sentir los ecos, por llanuras y bosques.
El mundo, tal y como estaba antes de la llegada del ser humano.
Pero, bueno, debo entrar ya en la historia, en lo que pasó durante el terrible día de ayer y esta larga noche.
Atardecía cuando fuimos todos a la Cueva Sagrada de la Madre, cantando y bailando en una procesión llena de colorido. Éramos alrededor de un centenar, quizá algo más, todo el pueblo. Ahora recuerdo con nostalgia la alegría intensa que sentía en aquel momento. Sé que es absurdo, que era todo falso y peligroso... Pero, de verdad os juro que era también perfecto. No tenía miedo, no quedaba rastro de rencores, no había sombras en mi alma, esas sombras que se van acumulando con la vida, y que tanto pesan.
Creía, de verdad, que había nacido en el pueblo, que allí había vivido siempre. De hecho, tengo todavía recuerdos de aquel pasado. Ya sabemos cómo es la memoria, blanda y manipulable como plastilina. Me veo jugando entre los manzanos, ayudando a mi madre a tender las grandes sábanas blancas, conversando con la Madre en el prado. Y siento en los labios un tenue sabor a hinojo, algo anisado, del licor que hacía mi abuela. y que bebíamos mis amigas y yo, a escondidas.. Todo eso es irreal, jamás ha ocurrido, pero todavía lo recuerdo nítidamente.
Entré en la Caverna Sagrada bullendo de felicidad, me tendí en la piedra anhelando la Transición. Porque, de entre los que formaban el pueblo, no todos estaban vivos ni todos estaban muertos. Estar muerto significaba un estadio superior, una mayor cercanía con la Madre. Todo eso sonaba tan lógico... aunque la verdad es que tampoco me paraba mucho a pensar en nada. Cuando ocurría, se filtraban retazos de la realidad. Me venía el nombre de Rolando, me preguntaba por qué no había mirado las muchas pistas que hay aquí mismo, en este blog que es una caja negra de Rebeca Goyri. Incluso recuerdo haber mirado los vídeos de Rolando y haberme espantado ante lo que estaba sucediendo, atrapados en ese lugar, mentalmente manipulados.
Pero, todo eso lo olvidaba al momento.
Me despedí de Enrique con un beso: en realidad, íbamos a estar otra vez juntos enseguida, ambos lo sabíamos, pero nos dijeron que era la costumbre. Luego, la Madre dirigió las oraciones. Su voz, rica y aterciopelada, se movía por la Caverna como algo con vida propia. Tomás le tendió la reluciente daga y ella se colocó a mi lado. Yo temblaba de ansiedad...
Entonces, la Madre, acarició mi mejilla.
Fue como apagar repentinamente la luz, en una habitación. No hubo oscuridad, pero sí menos brillo. Las antorchas no resplandecían con la intensidad que había creído. En la Caverna, que no era más que una triste cueva con olor a humedad, no habría más allá de veinte personas. Buena parte del centenar largo que había formado parte de la procesión, había desaparecido también con el roce. No existían, realmente. Yo había hablado con ellos, había vivido con ellos desde siempre, pero no existían...
Y la Madre... La Madre era una anciana enormemente gruesa, de clase de obesidad mórbida que crea la imagen de una esfera blanda y pesada. No quedaba en ella nada de la elegancia que asumía en el trance, nada de su belleza esbelta y serena y su aura de bondad. Parpadeó, con unos ojillos malvados hundidos entre carnes grasientas, dándose cuenta de lo que había pasado, que con el contacto le había arrebatado el Nuiz, y trató de apuñalarme, pero conseguí sujetarle el brazo.
El forcejeo fue breve, no en vano llevaba ya un tiempo entrenándome para luchar con seres más peligrosos que ella. Conseguí que soltara la daga, la tumbé de un puñetazo y salté del altar de sacrificios al suelo.
Los demás, unos se quedaron quietos, otros se derrumbaron, algunos salieron corriendo y sólo unos pocos me miraron con desconcierto. Tomás se tambaleó, y si no llegó a caer fue porque quedó apoyado en el altar; recordé lo que había ocurrido el día anterior, el modo en que me había violado sabiendo que iba a ser sacrificada, y juro que estuve a punto de apuñalarle, por cerdo. Pero supongo que también él era presa del embrujo. En ese momento tenía un aspecto lamentable: los ojos vacíos de toda expresión, la boca torcida, dejando escapar un hilillo de saliva pastosa por una comisura...
Luego me explicó Rolando que el control de la Madre había sido tan intenso y tan prolongado en algunos que realmente habían quedado como lobotomizados. No se recuperarían jamás.
- ¡Rebeca! - me llamó Enrique, que también había despertado. Tomé su mano, intentando rehuir su mirada, tras un primer contacto. No sé si algún día podremos superar lo que ha ocurrido. Antes, éramos amigos y jugábamos a flirtear, pero en este pueblo hemos sido amantes y más que amantes: hemos hecho tantos planes de futuro en las largas noches que pasamos charlando, que se me hace imposible imaginar que ya no vamos a intentar llevarlos a la práctica... Ya sé que muchas de ellas no existen, pero las recuerdo, como recuerdo haberle conocido durante toda mi vida, haber anhelado que se fijara en mí, que me pidiese baile en la verbena, que hablase con mis padres para solicitar mi mano...
Él también lo recordaba, seguro. Me lo dijeron sus ojos, antes de apartarse.
Los pocos lugareños que seguían conscientes no intentaron detenernos; algunos, de hecho, vinieron con nosotros. Regresamos al pueblo y nos dirigimos directamente al Santuario de la Madre, que ahora pudimos ver que en otros tiempos había sido la casa del Alcalde. Allí, en la dormitorio principal, estaba Rolando, desnudo y atado a la cama, dormido. Drogado.
Entre comentarios de unos y otros, y diversas pruebas, pudimos sacar en conclusión que la Madre había poseído un poderoso Nuiz de control mental. No estamos seguros que fuera del pueblo, quizá llegara de algún lado, huyendo de los demonios, como todos. A saber. Lo que importa es que se había establecido allí y tenía el pueblo sumido en su trance de fascinación.
Pero, las cosas habían empezado a ir mal, como en todas partes. Los demonios no podían entrar, no podían traspasar la barrera de control que había establecido la Madre, pero rondaban el lugar y habían acabado con muchos y con la totalidad de los animales de granja.
A la Madre le gustaba la carne.
Pude ver los restos de las cenas, las sobras de los deliciosos asados, acumulando huesos claramente humanos. Eso habíamos estado comiendo allí, así iba sacrificando a unos y otros. Aquel hombre, no se quedó dormido, comprendí. Murió de agotamiento y se lo llevaron a la cocina. Sentí un vuelco en el estómago pero al menos pude contenerme. Enrique, salió corriendo fuera, para vomitar en el pasillo. Normal. Era todo tan horrible...
Rolando suponía un gran peligro para la Madre. Tiene un Nuiz tan poderoso que lo captó ya en la distancia, lo bloqueó en un primer ataque mental. Luego lo mantuvo inconsciente, drogado. Quería utilizarlo en la lucha contra los demonios, hubiese sido un arma definitiva para poder asegurar la zona, pero cada vez que lo despertaban se mostraba agresivo, así que estaba casi decidida a eliminarlo. Y como yo no dejaba de recordarle, pese a las pautas insertadas en mi cerebro, también asumió que tendría que acabar con nosotros, en vez de usarnos como al resto de los supervivientes: como animales de granja que le dieran más esclavos y más comida.
Conseguimos llevar a Rolando al Hummer, recoger nuestras cosas y salir corriendo. Enrique condujo primero, luego nos turnamos. Rolando ha conseguido despertarse y le hemos contado todo. Ha puesto mala cara, pero lo único que ha dicho, con voz reseca, ha sido:
- A Despeñaperros. Rápido.
Estimada señorita:
ResponderEliminarDoy gracias (está por ver a quién) porque estén a salvo. No sé qué podría haber sucedido de ayudarla, pero quizá habría sido peor estando usted en el estado en que se encontraba.
Ya no podremos saberlo.
Tengan extremado cuidado por el camino.
Es posible que estén poniendo trampas nuestros enemigos para debilitarnos y es posible que hayamos sufrido una hace pocos minutos.
Por favor, extienda esta mi información todo lo que usted pueda y mucho ánimo.
¡Nos vemos en Santa Elena!
Hola, Rebeca: que no estamos perdidas. Lo que pasa es que hemos estado haciendo un poco de turismo, la ruta de don Quijote. Y ahora vamos para allá. Lo que pasa es que en vez de bajar por Despeñaperros hemos dado la vuelta por Albacete para salir a Linares por Úbeda y luego iremos a Santa Elena. Ya llegamos. Besitos
ResponderEliminarPerdona, Hidalgocinis, que no vi en su momento esta nota. Por suerte, leo tu blog, y estábamos alerta. Gracias por preocuparte.
ResponderEliminarDon Quijote... qué apropiado, Pilar.
ResponderEliminarHay molinos de viento en el horizonte, alzándose altos y blancos sobre colinas de sangre. Sus aspas giran lentamente, excepto la de uno.
Ese está quieto, muy quieto, y clava un diente profundo en la tierra.