jueves, 30 de junio de 2011

Jueves de Calma Anormal

Esta bella imagen de la página 845 del Die Gartenlaube, de 1871, es perfecta para la entrada de hoy. Pensaba escribir mañana porque, total, no es que haya pasado gran cosa, pero no puedo conciliar el sueño. Todo está en silencio, ahí fuera y, aquí, en la sala segura, sólo se oyen las respiraciones regulares de los que duermen.

Casi se diría que el mundo está en paz y que los que aquí nos escondemos no tenemos miedo a nada...

Hoy he hecho una ronda por los alrededores, con Enrique. Finalmente, hemos acordado que sea el doctor Contreras el que se quede en la casa, a cargo de todos, mientras nosotros exploramos. La razón es sencilla: es médico. Si yo falto, no se perderá mucho; me refiero a nada que pudiera ser de utilidad para el grupo, en nuestras circunstancias, hasta yo lo reconozco sin mayor problema. Si falta Enrique... bueno, no creo que ahora mismo nadie precise de un abogado.

Así que, supongo que formamos un buen equipo de exploradores prescindibles.

Hoy hemos ido en mi coche, nos hemos turnado para conducir y vigilar con unos prismáticos que Enrique consiguió en Bilbao. Hay que reconocer que está en todo. Hemos recorrido el triángulo del valle del que ya hablé pero que, por si acaso, os vuelvo a incluir su gráfico. Primero fuimos hasta el pueblo D, para tener un vistazo lejano de todo, durante el trayecto y con la idea de dejar el cementerio para el mediodía, porque recordamos lo que nos contó Rolando de que el sol secaba esa cosa. Tampoco es que haya hecho un día muy luminoso hoy, precisamente, pero al menos era mejor que el de ayer.

El pueblo D, que era el más grande, ahora ya está totalmente desierto. Pero en todo caso, no fue un viaje inútil. Pudimos hacernos con algunas provisiones y unos bidones de gasolina que encontró Enrique en un granero.

Lo cargó todo mientras yo hablaba con Rosa María por el móvil. Al parecer, Beatriz se había despertado bruscamente, hablando de un fantasma que la había visitado en sueños. Un hombre que era transparente casi y flotaba con suavidad.

- ¿Delgado? - pregunté, recordando lo que había mencionado Brau en su blog, sobre sus "vuelos" - ¿Así, como con gafas y camisa a cuadros?

- Sí, sí, así lo ha descrito - me respondió Rosa María, perpleja - ¿También lo viste?

No, aún no he visto a Brau, aunque sí me gustaría. Me tiene preocupada, por las cosas que dice, el "vuelo" le daña físicamente, aunque sólo sea por el propio abandono del cuerpo, si es que lo entendí bien. Espero que no cometa ninguna tontería.

Si era Brau, no le ha dicho nada a Beatriz, al menos nada que la niña quiera compartir. Rosa María me ha llamado porque se sentía muy preocupada: a diferencia de otros días, Beatriz estaba silenciosa y apática y no ha querido desayunar. Ni siquiera quería hablar con Jon, y ya es raro eso. Me ha preocupado tanto que le he pedido a Enrique que diésemos por terminada la ronda.

Él ha aceptado, claro, de inmediato. Se lleva bien con Beatriz, como les pasa a todos los hombres de mi vida, y en cuanto ha sabido lo que ocurría le ha faltado tiempo para enfilar el coche de vuelta a casa.

En el momento en que pasábamos entre el cementerio y el pueblo B, vimos que se estaba levantando bastante niebla y que debía haber gente en el pueblo, porque distinguimos algunas siluetas en los tejados, y de un par de chimeneas salía humo. Como ayer vimos bastante gente andando por la carretera, suponemos que pueden ser gentes de Bilbao o de otros pueblos, que han buscado un nuevo refugio. Decidimos acercarnos algún otro día. Quizá lo hagamos mañana, no sé.

La niebla cubría también las piedras del cementerio; casi era como si fuesen ellas las que la supurasen, vapores densos y blanquecinos, hambrientos, que caían en cascada por el muro y lamían ávidamente la hierba, consumiendo su vida. Bandadas de pájaros volaban en círculos sobre el lugar, entrecruzándose una y otra vez como dibujando alguna extraña clase de entramado, y otros permanecían en las ramas de los árboles cercanos, estudiando la maniobra con solemnidad.

En una película hubiese quedado impresionante; en directo, sabiendo que es cierto, no sé qué decir. Ha sido uno de esos momentos en los que me siento perfectamente capaz de creer cualquier cosa por descabellada que resulte.

Me pregunté si el Edterran estaría durmiendo, o si andaba de caza por ahí, intentando capturar a algún pobre desdichado. Hubiese querido entrar a mirar la brecha, decidir qué hacer con los explosivos pese a la advertencia de Rolando, pero en vista de lo sucedido preferí hablar antes con Beatriz.

Tampoco es que yo haya conseguido mucho con mi hija. Al verme, Beatriz ha corrido a abrazarme, pero ha permanecido en un mutismo absoluto respecto a Brau, o quien quiera que se le pareciese, pese a mis innumerables preguntas y ruegos. No sé qué habrá pasado, qué ha visto o qué le ha contado ese hombre, pero me daba igual. Era agradable sentir la confianza de Beatriz, el calor de su abrazo...

He estado con ella y con mis padres todo este día de calma anormal, calma que no he acabado de creerme en ningún momento, pero calma al fin. Los demás, se han dejado caer por allí a ratos, para charlar y entretenernos. Por eso he hablado con el doctor Contreras y con Enrique del Edterran, elucubrando cómo hacerle frente. Querían que llamase a Rolando, para preguntarle esto o aquello pero es que... todavía no me veo capaz. Sé que no me estoy portando bien, pero estoy dolida con todo lo ocurrido. Cada día me digo que ya pasará, y trato de no pensar en ello.

Al menos mis excusas han funcionado: he conseguido convencerles de que no es conveniente molestarle, que anda muy ocupado con sus asuntos ahora mismo. Que, además, no le necesitamos. Con lo que ya sabemos y lo que podamos descubrir por nuestra cuenta, seguro que podemos arreglarnos.

Seguro que, en cualquier momento, se nos ocurre un buen plan.

miércoles, 29 de junio de 2011

Miércoles de Vuelo Bajo

He alterado con el photoshop la hermosa Fregata magnificens de John James Audubon para tener hoy una imagen adecuada. Hay cuadros muy hermosos con pájaros muertos, pero... esto es distinto. No hay nada hermoso en lo que está pasando.

Hoy ha sido un día relativamente tranquilo. Con los suministros de ayer nos sentimos seguros para bastante tiempo, aunque Enrique piensa que deberíamos intentar otro viaje a Bilbao, al menos, antes de que se ponga todo más difícil. Y la próxima vez iré yo y se quedará el doctor Contreras. He insistido porque quiero visitar la biblioteca de la Diputación, o quizá la de Bidebarrieta, a ver si encuentro información sobre los Edterran, Monoi, Nuiz, o lo que se me ocurra sobre la marcha.

Estábamos hablando cuando hemos oído los gritos de Beatriz. Menudo susto. No sé ni cómo he encontrado la puerta, tengo la impresión de que, de no verla, hubiese atravesado la pared. Qué curioso, ¿verdad? Hace un mes, hubiera dicho que esa niña terca y extraña me resultaba indiferente. Hubiese aceptado sin mayor problema que Javier se la llevase, era suya, nació para él, y no tenía prácticamente nada que ver conmigo.

Las cosas han cambiado mucho...

En el jardín, Rosa María se colgaba del brazo de Jon, asustada, y Beatriz chillaba como loca, mirando un pájaro caído en el suelo. Tenía las plumas sucias, con calvas sangrantes en algunas zonas, como si se hubiese picado a sí mismo de forma desesperada. El cuerpo al completo estaba cubierto de bultos y deformidades, las patas crispadas y llenas de úlceras. Mientras me acercaba vi que se movía, aunque era un temblor, apenas. Pensé que agonizaba, pero no, cuando me fijé mejor vi que era porque algo pugnaba desde el interior de su cabeza, empujando, haciéndola brincar, hasta que consiguió abrirse un camino.

No era nada. O nada físico, mejor dicho. Se abrió un agujero, mucoso y oscuro, y eso parecía ser todo, hasta que nos alcanzó un olor intenso, absolutamente repugnante.

- Oh, Dios - Rosa María se fue corriendo. La oí vomitar junto a la casa.

- ¿Qué pasa? - preguntó Jon - ¿Qué le ocurre a ese pájaro?

Enrique y yo intercambiamos una mirada. No teníamos ni idea. Ni siquiera queríamos saberlo. Aquel olor era... No sé cómo describirlo: esencia de podredumbre, de gusanos, de muerte. A saber. Miré hacia los árboles y casi me caí de espaldas, del puro susto. Había muchos otros pájaros en sus ramas, inmóviles, mirándonos fijamente. Su expresión parecía sabia y severa, hostil y a la vez meditabunda. Y todos compartían ese mismo aspecto enfermizo.

- Entrad en la casa - ordenó Enrique, inclinándose a coger la raqueta de tenis de Beatriz, que había estado tirada en la hierba. Con ella, levantó cuidadosamente al pájaro muerto del suelo. Yo tomé a la niña de la mano y empecé a retroceder. Los pájaros no se movieron, se limitaron a seguirnos con los ojos.

Aún siguen ahí fuera. El doctor Contreras le ha hecho la autopsia al muerto, pero no ha llegado a ninguna conclusión. Eso sí, aunque no sabe qué les pasa piensa que, si lo tienen todos, posiblemente no tarden mucho en morir. Enrique es partidario de que nos quedemos dentro de la casa hasta que eso ocurra. Mientras cenábamos, tanto él como yo hemos asegurado a los demás que, cuando todos los pájaros enfermos hayan muerto, habrá pasado el peligro.

Nos hemos mirado, discretamente. Ambos sabemos que no es cierto.

martes, 28 de junio de 2011

Martes de Destrucción

Hoy escribo tarde, ha sido un día agotador. Y esta imagen es del terremoto de San Francisco, de 1906, pero puede servir para dar una idea de la situación actual de Bilbao, ya que no caí en la cuenta de hacer una foto con el móvil. Estuve muy ocupada.

Porque, sí, al final, fui a Bilbao.

Enrique, Jon y el doctor Contreras se marcharon a primera hora, pasaban poco de las seis de la mañana. Querían evitar en lo posible toparse con nadie, por si acaso las advertencias de la radio eran ciertas. Según dicen, aunque hay zonas de la ciudad que todavía funcionan bajo mínimos, otras han sido abandonadas a su suerte, y la policía se limita a mantener un cerco. Es incomprensible pero, pese a que se ha ofrecido alojamiento a todo el que quiera trasladarse a la zona segura, muchos se aferran a sus casas y sus negocios, que ya no funcionan pero que intentan librar del saqueo, generalmente sin mucho éxito.

En los mejores sitios, los vecinos se han organizado por grupos para protegerse pero, en otros, bueno... no sé, supongo que las bandas siempre han estado ahí, pero el orden las mantenía bajo control. Ahora, van a su aire, sin más límites que la fuerza que puedan imponer.

Algo de eso se oía por la radio, pero yo tampoco llegaba a creerlo. Costaba imaginar que fuese cierto. Parecía más propio de una peli como Mad Max o algo así.

Después de despedir al grupo, me dediqué a cosas de la casa. Junto con Rosa María, cambiamos todas las sábanas, pusimos lavadoras, pasamos el polvo, fregamos suelos... Todo lo habitual. Mis padres "vigilaban" los alrededores desde la terraza superior, en cómodas tumbonas, bajo una gran sombrilla. Habíamos encontrado un catalejo en el despacho y allí estaba mi padre, todo atento, observando entre trago y trago de limonada.

Eran poco más de las nueve y media cuando me llegó un mensaje al móvil. Era de Rolando. Me daba unas coordenadas y decía "Posición de Vito, si no me equivoco, al final usé medios mágicos. Por favor, intentad localizarlo cuanto antes. Confirma explosivos". Tras pensarme mucho qué ponerle, le envié mi respuesta: "Ok". Tardó tanto en contestar que pensé que ya no habría más comunicación. Pero envió un: "Perdóname, pequeña cereza". No le contesté. Aún no estoy preparada. Supongo que aceptó mi silencio como un mensaje en sí mismo, porque no insistió.

Llamé a Enrique, pero tanto su móvil como el de Jon estaban fuera de cobertura. Quizá, imaginé, estaban en algún sitio cerrado, algún sótano. Y, en cualquier caso, habían llevado el coche de mi padre, porque era el más grande, en el que más podían cargar, pero no tenía GPS. No le gustaban esos chismes y había hecho que se lo quitasen. Manías de la gente mayor y de mi padre en concreto, que no para cuando se le cruza algo. Mi coche sí tenía, pero es pequeño, y me pregunté cuánto ocuparían los explosivos, de haberlos... Así que pedí a todos que se metieran en la "sala segura" hasta mi regreso y decidí acercarme a Bilbao con el descapotable de Enrique.

Conducir un Mercedes SL 550 es todo un placer. Enrique Ugalde sabe cuidarse, sin duda alguna. El viaje se me hizo muy corto y lo hubiese disfrutado enormemente de no ser por el humo de los incendios que cubría Bilbao. Ya desde los alrededores el paisaje de sus calles resultaba aterrador: montones de basura acumulada por todas partes, edificios dañados, escaparates destrozados...Incluso pude ver numerosos cadáveres devorados por ratas y manadas de perros que habían quedado abandonados y se buscaban la vida...

Volví a llamar a Enrique y a Jon. Nada. Empecé a preocuparme.

No vi gente hasta recorrer la calle Autonomía, y tampoco es que caminasen libremente, eran solo sombras tras cortinas o acuclillados tras contenedores o coches. Empecé a pensar que no era tan buena idea haber ido con un descapotable, porque podía llegar cualquier loco y darme un susto. Por si acaso, llevaba mi Heckler en el regazo, y a Steampunk en el suelo, a los pies del asiento del copiloto, protegido pero al alcance, de hacerse necesario. El GPS me iba indicando el recorrido. Me metí por Doctor Areilza, giré por General Eguía...

Apenas tuve tiempo de frenar, y eso que iba lenta. Pero, por atender el GPS casi me comí un coche que estaba atravesado en la calle. Había más, bloqueando la zona, imposible pasar, en aquel tramo de General Eguía. Curiosamente, lo conocía bien, porque allí estaba la Peluquería Gema, la mejor de todo Bilbao, y allí solía ir siempre, cada jueves a las doce del mediodía, cuando el mundo era... nuestro mundo de siempre.

El GPS me indicó que allí, en medio de la calle, era donde estaba Vito.

Intenté una vez más contactar con Enrique y, por fin, tuve suerte. Habían estado en el sótano de El Corte Inglés, cargando hasta arriba el coche, bajando de todo en los ascensores. Casi habían terminado. Y se enfadó conmigo cuando le dije dónde estaba.

- Creí que habíamos llegado a un acuerdo y cada cual sabía qué tenía que hacer - masculló. Le expliqué lo de las coordenadas de Vito y que necesitaban un GPS. Yo me había limitado a adelantar tiempo - Rebeca, sigue siendo una locura, el descapotable es muy vulnerable. Ya no hablo de esos putos monstruos, si alguien decide meterse contigo no tendrías protección - justo lo que había pensado yo antes - Ten mucho cuidado. Vamos enseguida.

Metí la pistola en mi cinturón, cogí a Steampunk y bajé del coche. Con mucho cuidado, avancé mirando cada coche hasta reconocer el de Vito. Y allí estaba él, con la cabeza apoyada en el volante, una herida en la sien, los ojos muy abiertos, ya casi sin color... Apestaba. Supuse que había estado todos esos días allí muerto. Disparos. Habían abatido el coche a tiros. Estaba como un colador, como se dice vulgarmente, y una de las balas le había impactado directamente en la cabeza. Intentando contener las arcadas registré el coche. El portaequipajes estaba lleno de cajas. Explosivos. Menos mal que no les había dado ninguna bala, o ahora en vez de calle habría un enorme cráter.

"Confirmados explosivos. Vito muerto a tiros", envié por el móvil. La respuesta no tardó: "Llevadlos a casa. No hagáis nada. Irá ayuda".

Bueno, pues ya estaba. Ahora, sólo había que llevar las cajas al descapotable, rogando para que no me estallasen encima, como solía ocurrir en las películas. Pesaban bastante, así que llevé una. Acababa de ponerla en la trasera del descapotable cuando sentí que me vigilaban. Me di la vuelta de un salto.

- ¿Sabes el chiste de la tía maciza que llega al pueblo con un descapotable? - me preguntó un individuo obeso y sucio, que me apuntaba con una pistola. No podría describirlo mucho más. Recuerdo que lo que más me llamó la atención fue lo mucho que sudaba. Hoy no ha hecho un día especialmente caluroso, al contrario. Además de la pistola tenía una canana con un par de cuchillos que seguro había robado de una tienda de caza y pesca. Con él iban dos tipos más con escopetas. Uno me miró el escote con todo descaro. No protesté.

- Tengo mala memoria para los chistes - dije, intentando mantener el control de la situación. El resto de la carga tendría que esperar a que llegaran los otros, lo mejor que podía hacer era pirarme de allí de inmediato. Hice amago de subir al coche, pero uno de sus secuaces se interpuso. El Steampunk estaba en el asiento del piloto, pero yo tenía la pistola. La pregunta era si me iba a ser posible usarla - ¿Qué quieren?

- Vaya pregunta absurda - el hombre rió - Todo, claro está. Pórtate bien y no sufrirás ningún daño - hizo un gesto al otro tipo, que empezó a registrar mi coche - Debes saber que has atravesado el territorio de Josu Aldekoa sin haber pagado la tarifa. Como parece que eres una recién llegada, quizá hasta podamos olvidarlo. ¿Te parece? - asentí apenas - Ah, pero tendrás que ser cariñosa.

El hombre que me impedía subir al coche adelantó una mano y me atrapó por la cintura, para acercarme por la fuerza. Yo, es que ni me lo pensé. Saqué mi pistola y le pegué un tiro en el pecho, que era lo que tenía más a mano y no estaba yo como para ponerme a hacer cálculos. Los otros quedaron tan sorprendidos que no hicieron nada hasta que el cuerpo golpeó el suelo.

- ¡Tira el arma! - me gritó el gordo. El otro me apuntó con la escopeta - Tírala ahora mismo, zorra, o esto va a ser una verdadera pena - dudé, pero terminé dejándola caer dentro del coche. Eran dos, tentar más la suerte suponía el suicidio. Sólo tenía que hacer tiempo, la ayuda estaba en camino. El tipo se acercó, furioso, y me abofeteó con tal fuerza que me lanzó al suelo - Ahora, de rodillas.

- Y una mierda - repliqué, mareada. Me toqué la boca, que me dolía horrores, y la aparté manchada de sangre. El muy cerdo me había roto el labio - Si quieres matarme, tendrá que ser de pie. O aquí mismo, tumbada.

- No quiero matarte, estúpida. Vas a comerne la polla. Y vas a esmerarte, si quieres seguir con vida algo más de tiempo.

- Ja. En tus sueños - la sola idea me causaba tanta repugnancia que, bueno, siempre supe que era algo que no haría. Antes prefería morir. Claro que, cuando oí el click de la pistola, y vi que me miraba determinado a disparar, a punto estuve de cambiar de opinión.

Por suerte, por una vez, el destino me fue propicio. Que ya era hora.

- Estoy seguro de que la señorita no tiene mucho interés en esmerarse en algo así - dijo una voz, con fuerte acento extranjero. Miré hacia su origen y vi un hombre de unos sesenta años, fornido, el pelo entre gris y plateado. Seguro que en tiempos fue muy guapo, aún lo era, e interesante, con su barba perfectamente cuidada. Iba vestido con un abrigo largo gris oscuro, un traje italiano y corbata y camisa de seda. Chocaba con todo ello las botas militares, aunque brillasen de puro limpias - Personalmente, lo entiendo. A mí tampoco me motivaría nada la idea.

- ¿Y tú quién cojones eres? - le gritó el gordo - ¿Y quién coño te ha dado vela en este entierro? ¡Largo de aquí, de inmediato, o no podrás irte nunca! - hizo un gesto al otro, que lo encañonó con la escopeta. El desconocido agitó la cabeza, como con pesadumbre.

- Jamás he entendido la necesidad de ser grosero - hizo un gesto y sonó un disparo, llegado de a saber dónde. El hombre de la escopeta pegó un salto hacia atrás, como impulsado por el agujero que surgió repentinamente en su cabeza - Matar, bueno... lo es, necesario, muchas veces - continuó, impasible - Pero, ¿la grosería? - el gordo, que ahora parecía asustado, miró a todas partes, empezando a retroceder. Entonces, le disparó, no sé si voluntariamente, o se le fue el dedo. El desconocido movió rápidamente la mano, la abrió y allí estaba la bala, en su palma. Totalmente inofensiva - Nunca.

El gordo dio media vuelta y salió corriendo y el otro no intentó detenerle. Más allá, en la unión de Doctor Areilza con Autonomía, vi de pronto una furgoneta negra, nueva, brillante, cara, que no estaba antes. Tres hombres salieron de ella, persiguieron al gordo y lo arrastraron al vehículo.

- Gracias - musité. El desconocido me miró y sonrió.

- No hay de qué, querida - me tendió una mano para ayudarme a levantar - Voy a tener que insistir en que nos acompañe. Es peligroso rondar sola por aquí.

- No estoy sola, realmente - justo entonces, apareció por el otro extremo de General Eguía el coche de mi padre, llegando desde Avenida del Ferrocarril - Mire, ya vienen a buscarme. Pero gracias de todos modos.

- No hay de qué - repitió, algo ausente. Estaba mirando fijamente el Steampunk. Al ver que le observaba sonrió - Un arma curiosa. ¿Cómo la consiguió?

- Es un regalo. De un amigo.

- Comprendo - me estudió pensativo. Tanto, que reconozco que me dio cierto resquemor, pero terminó sonriendo - Entonces, será mejor que me vaya. Pero, al menos, deberíamos presentarnos. Volodia Popov, para servirla.

- Rebeca Goyri, encantada - respondí. Él parpadeó ligeramente, y me miró con más interés.. Recordé que Rolando había hablado de un tiempo pasado por Rusia o algo así. ¿Sería aquel tipo de los de su grupo? Seguro. La forma en que había cogido la bala... Eso debía ser por algún tipo de Nuiz - ¿Es ruso?

- Así es. Aunque, teniendo en cuenta cómo están las cosas, creo que las nacionalidades pronto dejarán de importar - sacó una agendita - Le daré mi teléfono, por si necesita ayuda alguna vez. ¿Me dará usted el suyo?

- Claro - intercambiamos números. No era mala idea. Tal como estaban las cosas, cualquier ayuda sería poca - ¿Qué van a hacer con ese tipo, entregarlo a las autoridades?

- Entregarlo, sí. No tengo interés en conservarlo más de lo imprescindible - volvió a sonreír y empezó a alejarse, hacia la furgoneta negra - Cuídese, señorita Goyri. Seguro que nos volvemos a ver.

Me hubiera gustado hacerle mil preguntas, pero no hubo más opción. Él se fue, los otros llegaron, y tuve que explicar todo lo que había ocurrido y aguantar la bronca. Luego, entre todos llevamos los explosivos al descapotable, aunque a Enrique no le hizo maldita la gracia arriesgar así su coche. No me dejó conducir de vuelta, ni que fuera nadie de copiloto. Tuve que llevar el de mi padre.

lunes, 27 de junio de 2011

Lunes de Oscura Melancolía

Hoy te ofrezco un clásico, Melencolia I, de Albrecht Dürer, datado allá por el 1514. Seguro que lo has visto miles de veces por ahí, con su tablero mágico y sus múltiples símbolos. Es muy famoso, merecidamente.

Me siento así, melancólica, aunque voy superando el disgusto. Me ha costado y posiblemente seguiría igual de no ser por Enrique. Se ha pasado el día organizando la intendencia de la casa y la vigilancia de los alrededores.

Con Jon y el doctor Contreras, ha desmantelado una valla metálica que protegía lo que llamamos el huerto bajo, que está cerca del arroyo. Ha hecho un día de calor espantoso, hemos alcanzado los 40º, pero ahí han estado los tres, trabajando duro y aguantando las instrucciones de mi padre, que los dirigía desde su silla de camping, a la sombra. Con la tela metálica han creado una "sala segura" en la habitación más grande de la casa, forrando suelo, paredes y techo, para que no pueda entrar el Edterran.

Con ayuda de Rosa María, han puesto allí colchones para todos, haciendo perfectamente las camas, que podemos estar siendo asediados por los demonios del quinto infierno pero aquí hay que mantener cierto nivel de civilización. Han llevado también provisiones de comida y agua, nada destacable, lo suficiente para salir de un apuro en caso de tener que permanecer encerrados un par de días. También, con el doctor, han preparado la zona "hospital", separada con una bonita cortina de flores que antes era del cuarto de baño, y en la que han juntado todo lo que tenemos de botiquín.

Y, con ayuda de Beatriz y de mis padres, lo ha decorado, colgando pañuelos y cintas, pintando y poniendo recortes en la pared, subiendo flores; llenándolo todo de colores alegres. Vamos, que a estos los ha tenido entretenidos, y buscando que los ánimos siguieran altos.

Supongo que la gente siempre puede sorprenderte, y eso es bueno.

Yo me he enterado de todo esto después. Me he pasado el día tumbada en la cama, tapada con las sábanas cuando lo permitía el calor, intentando superar la depresión. No es que haya reflexionado, para ser exactos, pocas cosas han pasado por mi mente excepto mantras del tipo: otra vez sola, otra vez me ha dejado, y a saber si es la definitiva. Puto Nuiz. Puta mierda de guerra extraña. Joder estoy harta, mira que es imposible que consiga vivir la vida que deseaba. Después de todo lo que había pasado, con mi padre, con la misteriosa desaparición de Julián, esto parece una especie de broma cósmica absurda.

El caso es que allí estaba, dándome pena a mí misma, cuando Enrique ha llamado a la puerta, yo le he mandado a la mierda y se ha cargado la cerradura. No me lo podía creer, pero tampoco me ha dado muchas opciones para protestar. Ha dicho que entendía mi situación, bla bla bla, pero que tenía que asumir que no era momento para más tonterías. Era tan semejante a lo que dice Rolando, me ha dado tanta rabia, que le he lanzado un almohadón. Lo ha cogido en el aire.

- Ahí fuera hay dos ancianos y tres críos que dependen de nosotros, Rebeca - me ha dicho, arrojándolo a un lado - De ti y de mí. De lo que decidamos que hay que hacer y de cómo organicemos nuestra defensa. Levanta el culo de esa cama y ponte las pilas, o estamos todos muertos.

No es lo único que ha dicho, claro, pero concreta todo su discurso. Y tenía razón.

Me he levantado con un dolor de cabeza espantoso, me he dado una larga ducha en la que he dejado que se fueran muchas cosas, las suficientes, y he ido a que me enseñen la "sala segura", tratado de simular entusiasmo por las cosas que han hecho a lo largo del día.

Luego, me he reunido en la salita de costura (reconvertida en centro de operaciones del alto mando) con Enrique y con el doctor Contreras y hemos estudiado los planos de la casa y alrededores para ver si se nos ocurría alguna idea genial de defensa, para el caso de que nos atacara una horda de lo que sea. Y también hemos hecho inventario de armamento del que disponemos: tenemos cinco pistolas (dos Heckler&Koch y tres Star, para quienes quieran saberlo), un rifle Brownig, mi pistolón Steampunk (le he puesto ese nombre, definitivamente, es el que mejor le va), la espada (en el futuro, "Espada de Rolando", que no llega a "Espiga de Arroz", como la de No-Faustino, pero no está nada mal, le da cierto sabor épico) y tres cuchillos de cocina medianamente amedrentadores.

Disponemos de varias cajas de munición para las armas, espero que sean suficientes. Sospecho que sí porque, si todos los bichos son como este, no sirven de mucho y, total, carecería de sentido darle al gatillo.

- Necesitamos más comida - dije, mirando el listado que me había pasado Rosa María, con un inventario completo de nuestra despensa - Toda la posible, y suministros a largo plazo. Y también hacernos con más armas... espadas, ya que parece ser lo más efectivo. También deberíamos intentar conseguir una o dos sierras mecánicas - añadí, recordando el relato de Blanca Cueto. Enrique y el doctor Contreras me miraron asombrados.

- ¿Sierras mecánicas? ¿Nos vamos a poner en plan Matanza de Texas?

- Deja que uno de esos bichos intente acercarse a mis hijos y verás cómo lo hago filetes - repliqué, intentando parecer muy dura. No sé yo si sabré usar una sierra de esas. Diantre, ni sé si podré levantarla del suelo - Por lo que tengo entendido, son muy efectivas contra esos bichos. También podríamos pasarnos por alguna clínica o farmacia y coger más cosas - añadí, deseando cambiar de tema - Los botiquines están muy completos pero pienso que deberíamos almacenar de todo cuanto podamos y de antibióticos no andamos muy sobrados.

- Mañana podríamos ir a Bilbao - sugirió Enrique - Usted y yo, doctor, y quizá Jon. Además, así echamos un vistazo, y nos enteramos de primera mano de cómo está todo. No sé si fiarme de lo que dice la radio.

- ¿Y por qué no yo? - pregunté, sorprendida. Hace días que quiero ir a Bilbao y ver qué pasa, y él lo sabe. Enrique negó con la cabeza.

- Otra vez será. Alguien se tiene que quedar con las chicas y tus padres. Y nosotros podemos cargar más, y más rápido, Rebeca. Es así de sencillo. En la radio dicen que está todo muy dañado y hay grupos de gente que actúan por su cuenta. No sé, pueden resultar peligrosos. Además, no olvidemos que ronda por allí esa mierda de Monoi. Lo mejor será plantear una misión rápida: ir, mirar, coger y salir corriendo.

Tenía razón, así que no le vi sentido a ponerme en plan feminista, sobre todo después del día que les había dado a todos.

Mientras los demás preparan la cena he venido a escribir esto. También he buscado información sobre cómo va el mundo y he leído los blogs de otras gentes. Blanca Cueto es ahora Blanca la Guerrera, y se ha diseñado un traje tipo Xena, qué cosas. Seguro que le queda estupendo. Espero que sea útil donde tiene que serlo. Y Pilar es la lideresa, como dice, de su pueblo, aunque ese ya lo había leído. Hidalgocinis habla del Rey que ha de llegar, como hizo Rolando. Brau suelta cosas raras, como siempre, creo que se excede comiendo hongos alucinógenos, porque no entiendo mucho lo que dice. Andy y NoFaustino siguen por ahí. Ya apenas escriben. Una pena.

Me he acordado de ti. Pero esta vez, he conseguido no llorar.

La vida sigue. Y ya es verano...

domingo, 26 de junio de 2011

Domingo Negro en Villa A

Está difícil encontrar imágenes adecuadas para monstruos. Menos mal que puedo ir tirando de viejas portadas de revista, como esta. En el número 16 de la Avon Fantasy Reader, de 1951, titulada The Black Kiss, por un cuento de Robert Bloch, venía un bicho negro y una rubia. Más que suficiente, para la historia que debo contar hoy.

Nos hemos despertado de madrugada, sobre las cinco, por un grito estremecedor, de mujer. Rolando y yo hemos saltado de un brinco de la cama, menudo susto, aunque yo me he quedado ahí parada, aturdida, sin saber qué hacer, mientras él buscaba rápidamente en su equipaje. Lo tenía todo preparado, porque se iba a las siete. Por lo que me dijo, se había demorado más de lo conveniente, no podía retrasar más su marcha. No quiso decirme qué iba a hacer, aunque supongo que tendrá algo que ver con los ejércitos y los ataques de los que me habló, o con el centro de comunicaciones...

Ha sacado la espada de la bolsa y se ha dirigido a la puerta. Eso me ha hecho reaccionar; no quería quedarme allí sola, con el susto que tenía encima. He cogido la bata de camino, porque no era cosa de salir como la rubia de la imagen, y le he seguido. Él se ha dirigido hacia la planta baja, pero yo he pasado por las habitaciones de Jon y Beatriz. Esto me ha servido para descubrir que no, que Rosa María no comparte dormitorio con Beatriz, como yo había organizado. Estaba en la cama con Jon. Y mi querido Jon no se ha impresionado ni pizca con la mirada que le he lanzado.

- ¿Qué pasa? - se ha limitado a preguntar. ¿Bueno, qué podía hacer? No era cosa de empezar a reñirle tontamente. Si el mundo se va a llenar de demonios y va a llegar un Rey que se nos va a merendar a todos, lo normal es que mi hijo disfrute de cada momento. Y el sexo es una de las mejores diversiones de la vida.

- No lo sé. Quedaos ahí. O, mejor, coged a Beatriz y meteos todos en la habitación de tus abuelos - iba a irme, pero se me ocurrió añadir algo más: - Búscate algún objeto contundente, Jon, y si se acerca cualquier cosa amenazadora, pégale hasta que te duela el brazo.

No me quedé a escuchar una respuesta, me dirigí corriendo a la planta baja. Rolando, Enrique y el doctor Contreras estaban en el centro del salón, mirando, buscando, como si esperasen ver aparecer algo en cualquier momento. El doctor tenía su escopeta y Enrique sujetaba la escoba con decisión; no sé por qué, me pareció que ambos resultaban igualmente mortíferos en nuestras circunstancias. O sea, nada.

- ¿Qué pasa? - pregunté. Rolando parecía estar concentrándose. Fue Enrique el que me contestó.

- ¡Vete, Rebeca! ¡O ven aquí, con todos, apártate de la pared!

- Da igual, la pared, el suelo... - gruñó Contreras, mientras me colocaba a su lado - La cosa esa se mueve por todos lados.

- Tiene a Annetta... - Enrique apretaba tanto las manos en el palo de la escoba que tenía los dedos blancos - Fue a por un vaso de agua y esa maldita cosa la ha cogido...

Como para reafirmar sus palabras, algo pasó de pronto por la pared. Aunque la zona quedaba en penumbra y apenas se distinguían los detalles, comprobé que era la cosa que vimos en el pueblo, aquella especie de gusano oscuro que se movía por la tierra como si nadase, veloz como un delfín.

Ahora había algo más, arrastraba algo consigo, una forma que se agitaba penosamente, con una tonalidad dorada.

Se oyó un grito desgarrador.

Annetta...

El doctor Contreras disparó, pero lo único que consiguió fue hacer un enorme agujero en la pared.

- Mierda de bicho - iba a recargar, pero Enrique le sujetó el cañón de la escopeta con una mano.

- ¡No! ¡Puede darle a Annetta! - miró a Rolando - ¿No vas a hacer nada?

Rolando tenía los ojos cerrados. Inspiró profundamente y movió las manos, como tentando a la criatura con la espada, aunque el bicho ya no estaba allí y la espada no parecía más amenazadora que un segundo antes. Algo debió ocurrir, o mejor dicho, algo había esperado que sucediera y no sucedió, porque su expresión derivó del desconcierto al pánico absoluto en breves segundos.

- ¿Qué pasa? - le pregunté. Rolando agitó la cabeza y lo intentó de nuevo, fuera lo que fuese. Nada. Annetta volvió a gritar, en las sombras, en las esquinas de la habitación. Apenas fui consciente de que Enrique golpeaba el papel pintado con la escoba. El doctor Contreras decidió imitarle, usando la escopeta como una especie de bate - ¿Qué ocurre?

- Esto es... - empezó Rolando. Y, de pronto, se quedó muy quieto y giró el rostro hacia mí. Me echó una mirada terrible - Rebeca...

- ¿Qué...? - no pude terminar la pregunta, tampoco importó, total, sólo iba a repetirme. Rolando alzó una mano en mi dirección, hizo un gesto y de pronto sentí que algo tiraba bestialmente de mí, como si fuese la marioneta de un guiñol. Juraría que hasta me elevé en el aire, incapaz de resistirme. Lejanamente, oí los gritos de Enrique superponiéndose a los de Annetta, y un dolor terrible sacudió mi cráneo...

Lo siguiente que recuerdo es estar en el suelo, recuperándome del desmayo. Sentía humedad en la boca y supe de inmediato que sangraba por la nariz. Enrique estaba a mi lado, intentando ayudarme, Contreras seguía persiguiendo lo que fuera, golpeando con la escopeta, y Rolando volvía a estar concentrado, con los ojos cerrados. También él estaba sangrando por la nariz.

Esta vez, cuando agitó las manos, la espada vibró y se iluminó en un azul intenso.

- ¡Ha salido fuera! - gritó entonces Contreras. Rolando pegó un salto y atravesó la ventana, destrozando el cristal.

- ¡Rebeca! - me decía Enrique. Conseguí sentarme, aunque todo daba vueltas - ¿Estás bien?

- Sí... - mentí como pude. Supongo que no terminaron de creerme. Me acomodaron en el sofá y me consiguieron un vaso de agua. No sé por qué, yo no lo pedí, ni tenía ganas de beber. Me limité a sostenerlo, temblorosa, aturdida, mientras les escuchaba hablar en susurros cortos y precipitados. Comentaron entre ellos si salir o no, pero Rolando regresó antes de que terminaran de decidirse.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó Enrique - ¿Dónde está Annetta?

Rolando agitó la cabeza, contrariado.

- Se la ha llevado.

- ¿Adónde?

- Joder, Enrique. Te lo puedes imaginar - la tensión subió varios grados. Enrique apretó los labios y se recostó en el sofá, como incapaz de soportar un peso terrible. Rolando me miró - ¿Estás bien? - asentí, algo más segura - Bien, primero quiero hablar con los tres - esperó a estar seguro de tener nuestra atención y señaló la ventana - Eso, era un Edterran. Parecen larvas negras, con cuatro brazos, y no tienen boca. Han entrado por pequeñas grietas en cementerios, como la que encontraste tú, Reb. Pueden fundirse con la mayor parte de los materiales, como la tierra, el asfalto, o con el cemento de las paredes, y se desplazan por ellos a buena velocidad, como habéis visto. Su objetivo es arrastrar gente al infierno para que sean allí sacrificados a sus Amos...

- No estás hablando en serio - susurró Enrique, mirándole con ojos vidriosos - Nada de esto puede ser real...

- Esos Amos, son demasiado poderosos para entrar por las grietas - Rolando continuó, impasible - Digamos que, a mayor poder, hay mayores limitaciones para cruzar. Pero, con cierto número de sacrificios, podrían hacerlo. Eso buscan. Abrir un paso a su Amo.

- Bien. ¿Cómo podemos enfrentarnos a ellos? - preguntó Contreras. Como científico, era más práctico - ¿Y puede haber más?

- No, no por aquí. Por lo que sé, han aparecido saliendo de cementerios de todo el mundo, pero no encontraréis más en esta zona. Son solitarios, funcionan de forma independiente. Las armas de fuego resultan inútiles - hizo un gesto hacia la escopeta de Contreras - Ya habéis visto que las balas les atraviesan sin mayor daño. El único modo de acabar con ellos es cortarlos por la mitad, seccionarles la cabeza o exponerlos al sol, que los deseca y casi paraliza. Luego, un simple baño de agua los disuelve como terrones de azúcar. El fuego les puede hacer daño pero no matarlos. En conclusión: buscaos unas buenas espadas - tras pensarlo un segundo, lanzó la suya a Enrique, que la cogió al vuelo - Son vuestra mejor oportunidad de sobrevivir. Vais a estar solos hasta que pueda mandaros algo de ayuda.

- No puedes irte. No ahora... - susurré. Él agitó la cabeza.

- Tengo que hacerlo. Si pudiera, me quedaría. Lo sabes.

- Dios mío, Annetta... Dios mío... - sollozó Enrique. La expresión de Rolando pareció ablandarse un tanto.

- Se llevan a sus víctimas por las mismas grietas por las que han entrado. Envié a Vito a conseguir explosivos suficientes para volar el cementerio, yo iba a terminar de bloquearlo con algo de magia, pero tengo que irme, lo siento, no puedo demorar más mi partida. No sé si a Vito lo habrán matado en Bilbao o qué, no contesta. Intentaré localizar su móvil, si lo consigo os enviaré las coordenadas, para que echéis un vistazo. Algunos satélites todavía funcionan, seguro que podéis usar un GPS. Y estad muy atentos, porque cualquier error puede ser... algo definitivo - nos miró a los tres, alternativamente - ¿Está todo claro?

- Tanto como podría estarlo - aceptó Contreras.

- Bien. Entonces, ven, Reb. ¿Puedes andar? - asentí - Perfecto, vamos. Tengo que hablar contigo.

- ¿Qué le has hecho? - preguntó Enrique - Casi la matas.

Rolando le miró de través, pero no contestó. Se dirigió a buen paso hasta nuestro dormitorio, sin esperarme; ni siquiera se detuvo a ayudarme a caminar, pese a que me tambaleé al ponerme en pie. Enrique masculló un insulto y se ofreció a llevarme en brazos, pero le dije que no era necesario.

Cuando entré en la habitación, Rolando estaba acabando de vestirse. Me llevé un susto al verme en el espejo. Estaba muy pálida y manchada de sangre. Había sangrado por la nariz, pero esta vez también por los oídos y los ojos. Tenía largas líneas, como lágrimas de sangre seca, que surgían de mis lacrimales y cruzaban las mejillas.

- Siéntate - me dijo Rolando, con amabilidad, señalándome los pies de la cama. Fue al baño y me trajo una toalla húmeda. Pensé que iba a limpiarme la cara, pero se limitó a tendérmela - Imagino que te sientes como si te hubiesen dado un mazazo desde el interior de la cabeza. Lo siento. Tuve que hacerlo. Te pido disculpas por eso y por haberme confundido de pleno a la hora de evaluar tu Nuiz.

- ¿Confundido?

- Sí - asintió - Soy un imbécil, Reb. Te hice las pruebas y comprobé que tenías un Nuiz idéntico al mío. Exactamente igual. Eso, me sorprendió. Estadísticamente era algo... fuera de lo común, por completo improbable, pero lo dejé estar. Supongo que me sentía tan... sorprendido por el hecho de que Beatriz y tú tuvierais Nuiz y Jon no, que no comprendí realmente qué pasaba - se acuclilló ante mí, y me miró - Para abreviar y que me entiendas: no tienes un Nuiz idéntico al mío. Tenías mi Nuiz.

- ¿Tu Nuiz? - tardé unos segundos en asumir qué quería decir - ¿Quieres decir que soy una especie de... no sé, vampiro?

- Sí, algo así. Eso lo explicaría bastante bien. Es una habilidad bastante rara, por lo que sé. En esos casos, la duración del traspaso depende del azar o de la capacidad del sujeto. Puedes tener el Nuiz de otro desde unas milésimas de segundo hasta varios días - se encogió de hombros - Depende. En este caso, te apoderaste de mi Nuiz y por eso dabas muestras de generar energía. Y he tenido que... recuperarlo por las bravas.

- Podías haberme dicho qué pasaba. Ha sido... terrible.

- Lo sé. Lo siento. No había tiempo, y tú no sabes cómo liberarlo, cómo devolverlo. No tienes ni idea, si es que dispones de esa capacidad. Lo siento muchísimo, sé que ha sido un ataque brutal- fui a acariciar su mejilla, para decirle que no importaba, que lo entendía, pero se apartó bruscamente - No. No me toques, Rebeca. No estoy seguro pero creo que, al menos de momento, actúas básicamente por contacto, y no sobrevivirías a una segunda recuperación. Y yo no puedo irme sin mi Nuiz - sentí una oleada de amargura, extendiéndose por mi interior. Estaba claro. Más me valía no ponerle entre la espada y la pared, porque si tenía que elegir entre el mundo y yo, Rolando no dudaría en el camino a tomar - Ni puedo permitirme el lujo de andar perdiéndolo, en ningún momento, y menos ahora, estando en guerra. Espero que lo entiendas.

- No estoy segura... - le miré, titubeando, aunque la amargura empezaba a convertirse en alarma - ¿Qué debo entender?

- Rebeca, visto lo visto, lo mejor es que no vuelva por aquí, al menos de momento. Enviaré a alguien que pueda entrenarte, alguien de confianza. Esperemos que puedas llegar a controlar tu Nuiz. Depende de eso que podamos volver a vernos algún día o no.

- No puedes hablar en serio.

- Ya lo creo que sí - durante un par de segundos, guardamos silencio. Él suspiró - Y no hablarás de esto con nadie. ¿Me has entendido? Con nadie, Reb. No te imaginas lo que se podría hacer con ese poder que tienes, pero conozco gente que saltaría de gozo de saber que existes y no tendría problemas en sacrificarte para obtener una ventaja clara en este conflicto. Yo también debería considerarlo así, pero... no puedo. Hasta yo tengo ciertos límites, supongo - dudó y se frotó el entrecejo - Claro que... a saber. Llegado el momento, quizá tenga que tomar decisiones que no me gustan. No sería la primera vez.

- No digas tonterías. Nunca nos harías daño, ni a los niños ni a mí.

- Intentaré protegeros, siempre. Pero esto es una guerra, amor mío. Nos movemos entre males, intentando elegir siempre el mal menor, como mejor alternativa. Y uno nunca sabe cuando se va a presentar una decisión difícil.

- Julián...

- No. No juegues más a eso, ni te equivoques. Julián murió en un bosque, hace muchos años. Yo soy Rolando. Tengo mucho de él, cierto, pero también tengo una misión Y haré lo que tenga que hacer.

Pocos minutos después, cargado con sus bolsas, abandonó la casa, sin un beso de despedida, sin mirar atrás. Me quedé en el umbral mucho rato, hasta sentir una presencia a mi lado.

Era Enrique. Seguía sosteniendo la espada.

sábado, 25 de junio de 2011

Sábado de Sobresalto y Reflexión


Ayer por la tarde, tras organizar la intendencia de la casa para acomodar a mis padres, los dejé en la sala de estar. Mi madre jugaba a la Perejila con Beatriz (un juego de cartas, para el que no lo sepa, de lo más sencillo) y mi padre veía un documental la tele, él, que raramente la encendía si no era para ver un telediario o un partido de fútbol. Ni siquiera estoy segura de que la vea ahora, realmente. Simplemente, se sienta donde le dicen y mira al frente.

Creo que, ahora mismo, no soy capaz de afrontar eso.

Pensé que era un buen momento para hacer las pruebas de las que me había hablado Rolando, así que le busqué. Justo llegaba en ese momento, conduciendo mi coche Por lo que supe, había hecho un recorrido por los pueblos de los alrededores, instando a los que todavía quedaban por allí a que huyeran lejos. Se traía con él al doctor Contreras. Pedí a Rosa María que lo instalase lo más cómodamente posible. Aunque la casa empezaba a estar abarrotada, y su presencia suponía más trabajo, me alegré de verle allí. Siempre es bueno tener un médico cerca.

- ¿Están las cosas tan mal en Bilbao como dicen? - le pregunté, mientras volvíamos a la casa, recordando lo que he leído en el blog de Blanca Cueto. Rolando me miró de reojo.

- Si quieres, esta tarde te llevo, para que lo veas por ti misma. Me consta que, con lo incrédula que eres, si no lo ves nada te va a convencer - se detuvo, como buscando las palabras - Las cosas no están mal: están peor. Y hay que prepararse, porque van a ponerse más negras todavía. Llega el Rey - añadió, con un tono ominoso que me infundió miedo. Eso también lo había leído en otros blogs, como el de Hidalgocinis o el de Brau.

- ¿Y ese quién es?

Rolando abrió la boca, volvió a cerrarla. Finalmente, se encogió de hombros.

- Alguien del que no quieres saber nada. Y que más nos vale poder contener - habíamos llegado al dormitorio, así que pudo cambiar de tema - Siéntate, vamos a empezar.

Me hizo varias pruebas, voy a omitir una descripción exahustiva porque resultaría tediosa. Baste decir que usó distintos instrumentos raros, como un estenómetro (supongo que sería el término, sé que en inglés es Sthenometer, un objeto diseñado por Paul Joire, que aseguraba que podía medir la fuerza nerviosa emitida por el cuerpo humano. Este dibujo es del "Psychical and supernormal phenomena : their observation and experimentation" de Paul Joire, publicado en 1916.

Lo más llamativo fue cuando, concentrándome, conseguí activar una bombilla en un chisme bastante aparatoso. No le di mucha importancia al principio, pero para Rolando sí supuso una diferencia. Capté su repentina sorpresa, y algo más. Quise preguntarle, pero me hizo callar y continuó con las pruebas.

Dejemos todo en que me sentía como la chica de la portada que he puesto al principio, la cubierta de la revista de ciencia ficción Avon Fantasy Reader no. 13 (1950), titulada The Love Slave and the Scientists, de Frank Belknap Long. Objeto de experimento y encantada con mi científico.

Cuando terminó, Rolando suspiró profundamente.

- ¿Y bien? - pregunté algo nerviosa, aunque no estaba segura de querer saberlo. ¿Y si mi Nuiz consistía en cualquier chorrada inservible? En fin, superpoderes... por cómics y películas me constaba que cuando resultaban no valer nada, era peor que no tenerlos.

- Enhorabuena, Reb. Tu Nuiz es como el mío - dijo - Puedes cargarte de energía y puedes cargar objetos de energía que estén en contacto contigo. Y, si te concentras mucho, estoy seguro de que podrías llegar a transformarte tú misma en energía durante unos segundos.

- Eso parece...

- Impresionante, sí - dudó - Creo que debemos pensar en ello, Rebeca. Pero que te conste que, si por mi fuera, te quedarías aquí. Toda esta gente va a necesitar que los defiendan. Enrique y Jon quizá piensen que pueden hacer algo, pero no... - una idea cruzó su mente - Diantre, tengo que comprobar si Enrique tiene algún rastro de Nuiz, ya me jodería que así fuese... - rió entre dientes y volvió a ponerse serio: - El caso es que quiero que lo medites bien.

Esta tarde, se tiene que ir de viaje. Cuando vuelva, debo darle una respuesta. Si lo abandono todo y me voy con él, o si me quedo aquí, custodiando el fuerte.

Qué dilema...

viernes, 24 de junio de 2011

Viernes de Familia Reunida

Hoy sólo pondré una entrada breve. Me siento demasiado cansada y deprimida con lo que está ocurriendo.

Jon ha estado cabizbajo todo el día. Ni siquiera quería hablar con Rosa María. Pensé en hacerlo yo, aunque no tenía claro qué decirle, pero he visto que Rolando se reunía con él y charlaban. No sé qué le habrá explicado, ni si ha tenido algún éxito. Al menos, era agradable verles juntos.

A media mañana se han presentado aquí mis padres. En otras épocas me hubiese apresurado a hacer mis propias maletas y pirarme lo más rápido posible, pero... no sé, parecían repentinamente ancianos. Ancianos y vulnerables, agarrados el uno al otro, más cercanos de lo que nunca les había visto.

Con las debidas distancias, me han recordado la comunión que existe entre los protagonistas de este cuadro, Älteres Paar im Kücheninterieur, de Friedrich Friedländer, pintado en 1901.

Mis padres han venido con lo puesto y una bolsa pequeña, llena de ropa sucia. Jamás hubiera pensado que mi madre, siempre tan puntillosa con el aspecto, pudiera ir tan desaliñada, con un vestido arrugado y el pelo sin teñir. Por eso me parecía mayor, me di cuenta entonces. Ella no tiene más que sesenta años, no es una anciana, pero como nunca la había visto con el pelo canoso y sin maquillar, me impresionó. Sentí que era como ver la realidad, tras toda la parafernalia...

Mi padre, es distinto. Tiene ya más de setenta años y sí podría ser considerado anciano aunque nunca me lo hubiese parecido realmente hasta ese momento. Cuando me acerqué, para saber qué demonios hacían allí, me dijo que Rolando les había llamado y les había pedido que fueran, que queríamos que toda la familia se reuniese, que les necesitábamos para atender a los niños. Me hubiese enfadado, sobre todo con Rolando, de no ser porque vi lo mucho que le costaba a mi padre expresarse, hablar, terminar las frases. Era un viejo luchando por decir algo coherente, luchando contra las brumas del tiempo.

- El Monoi está haciendo estragos en Bilbao - me dijo Rolando, en un aparte - Me avisaron de que ayer destruyó el edificio de tus padres, por eso les llamé.

- Podías habérmelo dicho. O haberles dicho a ellos que podían venir, pero sin historias absurdas de que les necesitamos. No les necesito para nada, ni siquiera les quiero cerca. Si les doy algo, aunque sea unas migajas, será por caridad - hice amago de ir hacia ellos, toda decidida - Y se lo voy a dejar bien claro.

- No seas cruel - replicó él, sujetándome por un brazo - ¿Qué pretendes? ¿Acaso vas a comportarte como tu padre? - eso hizo que me ruborizase - Ni se te ocurra decirles tal cosa, me voy a enfadar mucho si lo haces. Son los abuelos de Jon y Beatriz, y les quieren.

- Ja. Para ti es fácil decirlo. No te viste una noche en la calle, embarazada, sin dinero, sin saber adónde ir, sola, aterrada... - me estremecí al recordar aquella noche. Cuando eso sucede, vuelvo a oír una y otra vez el portazo a mi espalda, un sonido rotundo que me arrojaba al infierno - Yo no...

- Rebeca, todo eso forma parte de otra época, de otro mundo. Él lo hizo mal, muy mal ¿Y qué? ¿También tú vas a hacerlo así, dejándote llevar por el rencor? - no supe qué replicar a eso, porque tenía razón. Guardamos silencio, mientras se calmaban los ánimos - Sabes tan bien como yo que no hay alternativa. Vas a tener que hacer de tripas corazón y tenerlos aquí, Reb. Fuera, morirán, seguro.

Miré indecisa a la pareja de ancianos. Me resultaban tan extraños...

- ¿Tú no les odias?

- No - Rolando chasqueó los dientes - Odiaba al gran cabrón de otros tiempos, a ese le odiaré siempre, pero no está aquí. No está, Reb, fíjate bien - tenía razón. El anciano tembloroso que se agarraba a la mano de mi madre, no era el Gran Goyri, el Aterrador Goyri - Estos sólo son dos viejos asustados. Y han descubierto que, de todo lo que tenían, sólo conservan los remordimientos.

- Está bien - suspiré, sintiéndome derrotada, porque Rolando tenía razón. Renuente, me dirigí a ellos. Mi madre me abrazó, murmurando algo que no entendí. Me sorprendió ver que lloraba y, lo admito, me impresionó. Nunca la había visto llorar, no creí que fuese capaz de hacerlo. Para eso, se necesita tener un corazón, aunque sea uno pequeñito y muy escondido - Vamos, mamá, papá. Bienvenidos - dije. Me costó, pero lo dije - Os llevaré a vuestra habitación - hice un gesto a Beatriz, que se unió a nosotros encantada, agarrando la mano de mi padre - Menos mal que habéis venido. Con vosotros, será todo más fácil. Yo ya no sabía qué hacer.

- No te preocupes. Esta tarde, Beatriz y yo te arreglaremos el pelo... - musitó mi madre, más animada. Yo agité la cabeza interiormente. Cuando estaba entrando en la casa, Rolando apoyó una mano en mi hombro.

- Luego, si estás mejor, podemos hacer alguna prueba.

- ¿Prueba? ¿De qué?

- Para saber qué tipo de Nuiz tienes, claro está. Hay que determinarlo y saber qué importancia puede tener, de cuánto puede valernos en esta guerra.

- ¿Y Beatriz?

- No, no - rechazó de plano la idea - Es demasiado pequeña aún, ni siquiera estoy seguro de que pudiera determinarlo con seguridad en su caso. Además... no la llevaría a ninguna parte, es una cría - nos miramos, y me dio un vuelco el corazón - Pero me interesa el tuyo.

Dudé, pero asentí. Qué otra cosa podía hacer.

jueves, 23 de junio de 2011

Jueves de Revelación

La jeune sorcière, de Antoine Wiertz, pintado en 1857. Esta imagen en concreto no es la original, ha sido retocada digitalmente por Jan Arkesteijn. Que conste, puesto que ha hecho un estupendo trabajo y lo ha aportado a la Wikimedia para disfrute de todos.

Hubiese escrito antes, pero no he podido. Aún me duele la cabeza, Rolando dice que no debería haberme levantado, que un par de días en cama es lo recomendable en mi situación. Pero siempre he sido inquieta, no me gusta estar sin hacer nada, ni siquiera en mis peores momentos depresivos o cuando he estado físicamente enferma. Además, tengo demasiadas cosas que contar.

Ayer, pese a mis protestas, Rolando se salió con la suya y organizó la prueba del Nuiz para Jon. Eso sí, para entonces habíamos acordado que, aunque se revelase el poder más increíble en nuestro hijo, sería Jon, y sólo Jon, quien decidiera si se iba a salvar el mundo o se quedaba en casa, donde debía estar.

Lo admito, hice trampa, simulando aceptar eso. Más que nada por dejar de discutir, ya que quizá ni fuese necesario. Pero, joder, es que sólo es un crío. Tendría que estar estudiando, divirtiéndose y disfrutando de la vida, en vez de unirse a grupos raros, luchando en primera línea contra esas criaturas.

Mientras seguía a Rolando por casa, buscando el sitio adecuado para la prueba, yo no dejaba de darle vueltas a posibles alternativas, para el caso de que el asunto saliese mal. Me daba igual todo, incluso la opinión de Jon: no iba a dejar que se lo llevase.

Rolando eligió para el experimento una salita pequeña, que debía servir de cuarto de costura. en otros tiempos Estaba amueblado con una mesa camilla, varias sillas y un par de armarios llenos de ropas de los anteriores propietarios. Junto a la pared también había una máquina de coser, de las antiguas, de esas incrustadas en la propia mesa, con un gran pedal en la base, para ir dando el vaivén.

- Perfecto. Trae a Jon - me dijo Rolando. Bajó la persiana y se dirigió a la puerta, tomando el pasillo hacia nuestro dormitorio - Yo voy a buscar lo necesario.

Lo necesario. Miedo me dio, recordando que lo más habitual que he visto entre sus manos son armas a cual más mortífera. Pero, como digo, no tenía mucho sentido seguir discutiendo. Decidí que más tarde, cuando viera los útiles del dichoso experimento, decidiría qué hacer. Si cortaban demasiado, o eran explosivos, Rolando iba a descubrir que, en definitiva, lo más peligroso con lo que podía enfrentarse, no era un Monoi, sino una madre.

Cuando llevaba a Jon hacia allí, me crucé en el pasillo con Enrique y Anneta. Pensé comentarles que empezaran a cenar sin nosotros si veían que se hacía tarde, pero Enrique apartó la vista y se alejó bruscamente, desapareciendo por la puerta de la cocina como una exhalación. Annetta se echó a reír.

- Es que erres muy rruidosa follando, corrazón, y anda enfadado - me soltó, antes de seguirle. Yo me quedé pasmada. Vaya verbos que ha ido a aprender la nórdica. Aunque, claro, supongo que otros como bordar o rezar, no le resultan tan útiles en su vida cotidiana. Quise creer que Jon no lo había oído, pero cuando le miré de reojo perdí toda esperanza.

- ¿Se puede saber qué lío tienes tú con Enrique? - me preguntó - A ver si te crees que no le recuerdo, que no sé que es el tipo que te metía mano en el coche.

- ¡No me metía mano! ¿Pero qué dices, Jon? ¡Me puso una mano en la rodilla, nada más!

- Sí, venga ya. Mira qué bien lo recuerdas - me ruboricé, pillada en falta - Sabes que tengo razón. Se le veían en la cara las intenciones. Y se le ven ahora. Flipé, cuando me enteré que venía a vivir con nosotros, pero como se trajo a Annetta pensé que... bueno, que nada. Además, estamos Beatriz y yo, y Rolando a ratos. Pero esto... ¿Se puede saber por qué le invitaste? - como no le contesté, bufó y continuó camino - Joder, Reb, las madres de mis amigos se comportan de otro modo. Tienen sus rollos a escondidas, si es que los tienen.

- Mira qué bien - repliqué, molesta - Pero yo no te eduqué para ser hipócrita ni rastrero, no entiendo cómo puede parecerte mejor hacer eso. Y te he dicho mil veces que no me llames Reb, que me llames mamá o, como mucho, queridísima mamá. Soy tu madre, no tu amiga. A ver qué te has pensado. No quiero ser tu amiga - le di un ligero empujón, jugando, para quitarle hierro al momento - Ni siquiera me caes bien.

Él se echó a reír, pero dejó de hacerlo cuando vimos a Rolando en el umbral de la salita. Estaba muy serio. Le hizo pasar, con un gesto, y se interpuso en mi camino cuando intenté seguirle.

- Mejor espera fuera - me dijo, con un tono que me llenó de inquietud. Yo... no sé, es el padre de Jon, me consta que para él saber que tiene un hijo ha supuesto lo más grande, lo mejor de toda su vida. Jamás le haría daño, ni directa ni indirectamente. Pero yo soy su madre y no iba a dejarlo solo en una situación así.

- No. Ni hablar. Yo también entro. No es negociable, Julián - le dije, cortando de raíz lo que iba a decir , y usando su nombre auténtico, para recordarle tantas, tantas cosas... - Yo le llevé dentro y estuve con él cuando le salió el primer diente, cuando empezó a plantearse preguntas realmente interesantes y cuando la primera chica le rompió el corazón. Le enseñé a vestirse, a comer, a relacionarse, a dibujar el ocho, que siempre le salía torcido. Puede parecer muy adulto, pero todavía es un niño, mi niño, y voy a estar ahí cuando sepa si tiene Nuiz o no lo tiene. Por favor, apártate.

Rolando se lo pensó todavía unos segundos, pero ambos sabíamos que yo había ganado esa confrontación. Apretó los labios, ahogando un juramento, y se hizo a un lado. Cuando entré, cerró la puerta. Estábamos los tres solos.

Sobre la mesa camilla había puesto lo que parecía una base circular, metálica, de diseño muy simple. Pensé que le faltaba la cafetera encima, la verdad, no resultaba muy impresionante. En su centro había una bolita plateada. Y, cerca, una caja de pañuelos de papel.

No sé qué me preocupó más...

- Siéntate, Jon - pidió Rolando. Jon obedeció. Intentaba parecer tranquilo, pero fracasaba por completo - Ahora, escúchame con atención, voy a activar este objeto...

- ¿Qué es? - pregunté yo. Rolando me miró mal. Dijo algo que sonó como un crujido ruso, o algo semejante.

- Pero, como va a ser costoso que aprendáis a pronunciarlo, lo mejor es que le llamemos, simplemente, "Detector" - añadió - Y tú, Rebeca, mantén la boca cerrada. Estás de observadora, no interrumpas - cuando se hubo asegurado de que me había quedado muy clara la reprimenda, siguió con lo suyo, dirigiéndose a Jon - Voy a activar este objeto. Tú, no tienes que hacer nada, sólo relájate. ¿De acuerdo? - Jon asintió - Bien. Vamos allá.

Rolando cerró los ojos, inspiró profundamente, y tocó con la punta de un dedo el objeto metálico. Hubo un destello y la bolita empezó a moverse, girando, girando, abriéndose en una espiral cada vez más amplia, hasta abarcar las dimensiones de la base. Entonces, empezó a elevarse en el aire, girando, girando, arriba y abajo, dibujando un cilindro imaginario... El movimiento, cada vez más acelerado, empezó a emitir un zumbido desagradable que se agudizaba por momentos, algo que parecía... no sé, alterar la sangre en las venas, revolucionarla de alguna forma.

Jon no apartaba los ojos de la bolita y Rolando no apartaba los ojos de Jon. Me hubiese gustado poder hacerles una foto, para que tuviesen un recuerdo de padre e hijo dedicados a sus entretenimientos cotidianos. Casi ni parecían respirar. Eran como dos estatuas para las que nada más existía, nada era real, nada estaba aquí, excepto la bolita y ese zumbido exasperante.

Nada más, no pasaba nada más... y llegué a creer que no pasaría, pero entonces vi el hilo de sangre que se deslizaba desde la nariz de Rolando.

Ahora sé que para él era algo a esperar en esa situación, pero entonces me asusté. No se me ocurrió que, si iba a detectar el Nuiz de alguien, también el suyo sería detectado. Sin apartar los ojos de Jon, Rolando alargó la mano, cogió un pañuelo de papel, y se tapó la nariz. Jon le miró, sorprendido y con un inicio de decepción. A él, no le pasaba nada.

Yo quería hablar, preguntar algo, pero ese zumbido estaba a punto de volverme loca.

Entonces, se oyó un chillido espantoso, terrible. Tardé apenas un segundo en reconocer la voz de mi hija, Beatriz, y otro en localizar el origen: uno de los grandes armarios roperos que había en la habitación. Rolando había sido más rápido, y antes de que me diera tiempo a moverme, él ya estaba allí y había abierto la puerta. Sacó en volandas a Beatriz, aterrada, hecha un mar de lágrimas, dando gritos.

Estaba sangrando profusamente por la nariz.

- Oh, Dios mío... - logré murmurar, pese al mareo que me provocaba el dichoso zumbido. Eché a correr hacia ella y la abracé. Creo que nunca me había sentido tan... no sé, tan cerca de Beatriz. Quizá se ha roto alguna barrera, algo, al verla realmente en peligro, al asustarme temiendo perderla, pero ahora la siento distinta. Es mi hija, y moriría por ella.

Beatriz lloraba. Rolando volvió a la mesa, tocó la base metálica del aparato impronunciable ruso y la bolita cayó a plomo, rebotó y se perdió en el suelo. Estuve a punto de llorar de puro alivio cuando el zumbido terminó por completo.

Jon se puso lentamente en pie. Parecía tan triste...

- No tengo Nuiz - dijo. Rolando no le llevó la contraria. Se limitó a mirarle, evidentemente contrariado - Pero Beatriz sí. Y Rebeca.

- ¿Qué? - pregunté aturdida. Rolando se acuclilló ante mí. Adelantó una mano, y la pasó por mi nariz. La retiró manchada de sangre.

- Ay, Reb... - le oí murmurar - Y, ahora, ¿qué vamos a hacer?

Le puse fácil la respuesta. Me desmayé.

miércoles, 22 de junio de 2011

Miércoles Decepcionantes

Where next?, de Edward Frederick Brewtnall, no sé la fecha. Cómo les envidio, sobre todo a ella. Todo el cuadro transmite un claro compañerismo, el paso siguiente, el lugar al que vayan, será una decisión conjunta. Son amigos y compañeros, y posiblemente amantes...

Rolando llegó a primera hora de la mañana, pero ha dormido hasta que le he llamado para comer. Estaba agotado. Luego, volvió al dormitorio pero esta vez arrastrándome con él. Ha sido... no sé, efusivo. Bueno, vale, se ajusta más un adjetivo como volcánico o apasionado. Un buen polvo, que se dice. Supongo que, al fin y al cabo, el héroe es humano, y estos días ha pasado miedo y mucha angustia. Lo sé, porque me lo ha contado, lo que me sorprendió. Hasta sentí un conato de esperanza.

¿Quizá empezaba a incluirme en sus actividades, en sus misiones y, sobre todo, en sus pensamientos?

Me ha hablado de un lago en una jungla de la que no debo dar el nombre, ni más detalles, y de unos seres con un gran altar de piedra en el que ofrecían sacrificios humanos a un dios que los había abandonado. Me ha descrito los gritos que hacían estremecer la espesura, las sombras móviles que se deslizaban entre los árboles, y el destello de luces extrañas sobre la sangre que empapaba, lenta y viscosa, el lugar del sacrificio. Había más gente en peligro, aquella noche, pero él había ido a rescatar a alguien, una persona en concreto. No quiso decirme a quién, ni siquiera si era hombre o mujer, niño o anciana; sólo que era familiar cercano de alguien importante entre los suyos. El hijo o el padre de alguien, pensé yo.

Pero, una vez allí, ¿qué otra cosa puede hacer un héroe?

Intentó, claro, salvarlos a todos.

Perdió el móvil, las armas, el equipo y casi la vida en el empeño, y sin duda algo más de cordura, pero consiguió su objetivo. Sacó con vida al grupo de víctimas, casi al completo al menos (debió morir un hombre, por lo que pude entender, aunque no se extendió mucho en el tema y yo no quise insistir), y los llevó hasta un lugar desde el que les resultaría fácil reunirse con los agentes que le estaban esperando a él y a quien debía rescatar; pero Rolando no fue, decidió dar un gran rodeo para atraer sobre su pista posibles rastreadores y ofrecer a esa gente mayor margen para escapar.

Eso le llevó un par de días y, luego, tuvo que arrastrarse por ahí, hasta regresar a la civilización. Por eso, no pudo ponerse en contacto.

Bueno, supongo que como excusa para no contestar al móvil vale más que la mía.

Ah, que yo no tenía excusa. Vale.

Me dijo también que se están reuniendo tres ejércitos para asaltar tres centrales energéticas en distintos lugares del planeta, pero que no puede contarme dónde ni cuándo, aunque será pronto. Añadió que montarán algo parecido a cuarteles generales donde habrá que proteger unos equipos de comunicación y que hará falta que se quede gente allí para cubrir esos puestos, aunque no participen en el asalto.

Entonces, soltó la bomba.

Qué tonta, pensar que quería compartir conmigo algo, porque sí, porque soy parte de todo, y algo completo con él...

No, en realidad, sospecho que me predisponía para conseguir mi conformidad con el mínimo esfuerzo. Porque, Rolando, me propuso llevarse a Jon para esa misión. Quiere probar si tiene Nuiz y, en su caso, estudiar su naturaleza. Yo no, claro, yo si tengo como si no, quizá ni llegue a enterarme nunca. ¿Para qué? No se me va a ofrecer unirme a la aventura. Que no sé si quiero ir, a ver, pero por lo menos me gustaría poder decir que no.

Desesperante.

Por supuesto, eso estropeó por completo el momento y empezamos a discutir. Me negué en redondo a que se lleve a mi hijo a pelear por ahí con un grupo... yo qué sé, paramilitar o lo que sea, armados hasta los dientes, con brillantes ojos azules y gran predisposición a acercarse a bichos que no se inmutan ante los balazos.

- Mira quién fue a hablar - me dijo, cuando le solté eso - Que yo sepa, tú no has hecho otra cosa en los últimos días.

- Me he topado con ellos, que es distinto.

- Toparse de bruces con ellos es algo menos extraño de lo que piensas y, lamentablemente, algo que cada vez será más... habitual, Reb. Pero tú te topas con ellos y luego les sigues de cerca los pasos, no vaya a ser que se te escapen. Es distinto. ¿O cómo describirías la persecución que emprendisteis tú y tu amigo tras la cría de Monoi en Bilbao? ¿O el ir a los pueblos de los alrededores, investigando los movimientos del Edterran? Por cierto, eso me recuerda algo...

Se levantó de la cama, abrió su bolsa y sacó lo que parecía un pistolón antiguo, no sé, no entiendo de esas cosas, pongamos siglo XVIII o XIX. Lo giró un par de veces entre las manos, con pericia, y me lo arrojó. Lo cogí al vuelo. Era... es, porque ahora es mío, algo más pesado de lo que pensaba, pero no agobiante. Diría que es un peso que infunde seguridad, que te hace pensar que sostienes algo de verdad, no un simple juguete. De diseño, resulta precioso, un poco steampunk, de esos objetos con sabor a época victoriana, o que ves y piensas en una historia de Julio Verne.

También me entregó una caja con veinte balas especiales.

- ¿Qué es esto? - pregunté aturdida.

- Un arma, ya lo ves - al ver mi expresión, rió y se encogió de hombros - Da igual, ponle nombre tú misma. Funciona como una pistola, por completo, no tendrás problema.

- ¿Y por qué me lo das?

Antes de contestar, volvió a acostarse a mi lado. Pasó una mano por mi cuello, descendiendo hacia el pecho.

- Ya que te gusta tanto arriesgar el pellejo, amor mío, al menos hagamos que estés debidamente armada. Además, ese Edterran puede venir a la casa, o puedes ponerte a perseguir el Monoi por Bilbao en cuanto te dé la espalda, ya me creo cualquier cosa. Estás más loca de lo que yo he estado nunca - señaló el arma - Con esto puedes matar cualquier criatura, incluso a un Monoi, si le aciertas como diez balazos.

Le miré con ojos entrecerrados.

- No te vas a llevar a mi hijo.

- También es mi hijo, no lo olvides. Y no puedes impedirlo, Reb, sólo volverlo todo un poco más difícil - me quitó suavemente el arma, la arrojó a un lado, y volvió a besarme, empujándome hacia atrás, de vuelta a las sábanas arrugadas, a ese refugio único que es el placer - Esta noche, haré su prueba de Nuiz.

Aún seguimos discutiendo.

martes, 21 de junio de 2011

Martes de Miedo y Sorpresa


Przeczucie (Premonición), de Henryk Weyssenhoff, sobre 1893. La primera vez que lo vi, tardé en distinguir la figura fantasmagórica que es el centro de todo. Recuerdo cuánto me sorprendió, me sentí sobrecogida, sobre todo por no haberla captado antes. Estaba ahí y yo no había sido capaz de verla...

Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que tampoco es que fuera necesaria. El cuadro en sí, el conjunto, ya transmite mucho. Los perros aúllan en el crepúsculo, hay una sensación de... algo difícil de describir. Algo inquietante en el aire.

Esa es la impresión que nos dio a Enrique y a mí, cuando llegamos al otro pueblo.

Al final, no fuimos el lunes por la tarde. El susto recibido por la mañana fue suficiente para dejarnos agotados el resto de la jornada. Hemos ido hoy, Enrique y yo, solos. Supongo que Annetta decidió que le importaba más su pellejo que unos celos absurdos, porque se quedó en casa, con los demás. Mejor. Y eso que, ya digo que, a estas alturas, hasta me cae simpática. A diferencia de la primera impresión que me dio, no es mala chica: tiene mucho sentido del humor, una risa contagiosa y siempre está dispuesta a echar una mano en la casa o a jugar con Beatriz.

Pero, quizá por el largo silencio de Rolando, yo quería ir con Enrique, sola.

En el futuro, llamemos a mi casa Villa A, al pueblo más cercano y ahora vacío Pueblo B, al cementerio, Cementerio C y al pueblo siguiente, Pueblo D. A, B y D dibujan un triángulo sobre el mapa en torno a C. Lo digo por si alguien gusta de las geometrías ocultas. No es que sean formas perfectas, ni que quede justo en el centro (he añadido un gráfico a ojo, para que puedas verlo por ti mismo) pero seguro que le serviría a más de uno para llenar varios libros de conclusiones esotéricas.

No sacamos mucho del Pueblo D, y eso que es más grande que el otro y todavía estaba habitado. Vimos que habían puesto en el suelo planchas metálicas, de todo tipo (incluso había una puerta de nevera), haciendo caminos entre algunas casas. Aunque vimos varias abandonadas, ya digo que aún quedaba gente, pero la mayoría no quiso abrir la puerta y uno hasta nos apuntó con una escopeta desde la ventana, para alejarnos de allí entre gritos. Los pocos que nos atendieron estaban asustados y no tenían respuestas, tampoco sabían exactamente lo que ocurría.

Simplemente, hablaban de la cosa esa, el gusano oscuro que se mueve por paredes y suelos como si nadase en agua, y aseguraban que ha desaparecido gente, mucha gente, pero poco más. Nada que supusiera nueva información, para nosotros.

Pregunté por el doctor Contreras, pero me dijeron que estaba de ronda de vigilancia.

- Si le esperas, espera en el coche, o sobre una plancha metálica - me dijo una mujer, cerrándome la puerta en las narices. Seguí oyendo su voz, apagada: - Dicen que en el metal no puede moverse...

Consulté con Enrique y decidimos quedarnos un rato; quizá hablar con el doctor Contreras nos aclarase algo la situación. Nos sentamos en su coche, en lo alto del respaldo de los asientos delanteros, vigilando, no fuera a aparecer la criatura. Encendió un cigarro y se lo cogí. Le oí reír suavemente.

- Entonces, ¿vas a seguir con él? - me preguntó. Recuerdo haber pensado que Rolando tiene razón: hay cosas que, en ciertas situaciones, pierden importancia. Ese no me parecía el mejor tema, cuando estábamos mirando si aparecía un bicho del que no sabíamos cómo defendernos - Los héroes no son buena compañía, Rebeca. Generalmente, todos los que los rodean, sufren.

- Me parece que, en los tiempos que vivimos, ni Cristo se va a librar de eso - repliqué, con cansancio. Él asintió.

- Me estás volviendo loco - murmuró entonces, dejándome perpleja - No puedo sacarte de mi cabeza. Desde el día aquel, en la cafetería, cuando te vi... Joder, no eres la mujer más hermosa que he visto, ni la más inteligente con la que he hablado, pero me gustas a rabiar. Podría haberme ido, ¿sabes? Tras el asunto del Monoi... bueno, en fin, no tenía muchas ganas de seguir en Bilbao y tengo amigos que hubieran podido darme refugio, con más recursos que el propio Rolando. Estaba a punto de hacerlo, cuando me llamaste. Si estoy aquí, es por ti, sólo por ti - me miró, fijamente, como reafirmando sus palabras con los ojos - No lo olvides en ningún momento.

No sé si iba a añadir algo más; yo, desde luego, no sabía qué decir, pero empezó a sonar mi móvil. Llamaban desde un número desconocido. No suelo contestar en esos casos, nunca. Por mí, quienes quieren ocultarse se pueden ir directamente al infierno pero, como llevaba días sin saber de Rolando, pensé que quizá fueran noticias. No me equivoqué.

- Vito me ha contado dónde estáis - me dijo su voz, según descolgué - Es un Edterran, Reb. Es peligroso. Vuelve de inmediato. Quédate en la casa y sigue puntualmente las instrucciones de Vito.

- ¿Dónde estás? ¿Por qué no contestabas al móvil?

- Porque no he podido, créeme. Estoy de regreso, de hecho estoy en camino: mañana nos vemos y te lo explico. Además..., tenemos que hablar.

Su tono me escamó.

- ¿De qué? ¿Qué ocurre?

- Mañana. Vuelve a casa.

Cortó bruscamente la comunicación. No sé, tuve la impresión de que sabía en qué andaba de verdad, ahí, en el descapotable de Enrique, balanceándome en el borde del precipicio. Hubiese dicho aquello del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, de no ser por lo que ya habíamos hablado. Que él lo aceptaría, vamos, no le va a dedicar un segundo pensamiento a nada de todo esto. Rolando está en otro nivel, distinto al mío. Distinto al de Enrique. Distinto al del resto de los humanos. Pfff...

No es Julián, me repito una y otra vez, es Rolando. Pero, desdichada de mí, le sigo queriendo.

Miré a Enrique, pensando que ojalá me hubiese podido enamorar de él. Aunque se trate de un ligón impenitente, estoy segura de que mi vida hubiese sido menos complicada. Arrojé la colilla del cigarro a lo lejos, hacia la plaza de piedra.

- Volvamos a casa - le dije.

lunes, 20 de junio de 2011

Lunes de Incertidumbre

Los cuadros de Caspar David Friedrich siempre resultan impresionantes. Este es su Monastery Graveyard In The Snow, aunque seguramente algún día pondré algún otro.

Desde el viernes, el centro de todos mis pensamientos es el cementerio. Y es que Diego no ha vuelto y Rolando no responde al móvil. No creo que sea una revancha infantil, no sería propio de él, así que me tiene tremendamente preocupada. Los únicos con los que me atreví a hablar de ello fue con Vito y con Enrique. Vito me aseguró que intentaría ponerse en contacto con Rolando, usando otros medios, a saber a qué se refería. Magia, quizá. ¡Hay que ver, yo que soy una incrédula total bajo la luz del sol, plantearme siquiera semejantes cosas! Pero es que, una ya no sabe qué pensar...

Para más inri, la información que me llega por internet no puede ser más desalentadora. Da la impresión de que el mundo entero está cayendo en barrena hacia el caos más absoluto. ¿No hay gobierno, dice Andy en su blog? Se encuentra con NoFaustino, del Verdaderódromo. Me ha alegrado saber de ellos, andan por ahí, perdidos, pero vivos, gracias a Dios. Eso sí, han estado a punto de perder a la pequeña Claudia por el ataque de algo que llaman lamia y que pudiera ser lo mismo que atacó a Blanca Cueto y su grupo, o que sobrevoló a Pilar sin verla...

No sé qué haría si algo así atacara de tal manera a mis hijos. Sí, incluso a Beatriz.... Pff, sólo pensarlo me vuelvo loba, te juro. Pero, claro, recuerdo lo que le ha pasado a Blanca Cueto en su expedición, menuda aventura.

¿Y qué se puede hacer contra algo que te come la cabeza de un mordisco y se dedica a jugar con tu cadáver como un gato con un ratón? Yo, de tocar el violín, como hizo Andy, no tengo ni idea. El piano lo aporreaba de cría, pero sospecho que, más que calmarlos, mi música los arrastraría hacia una furia berserker completa...

En fin. De momento, tenemos internet y teléfono, pero no siempre hay línea y me pregunto cuánto durará la electricidad si esas cosas que cuentan son ciertas.

Ayer convencí a Enrique para que me acompañase hasta el pueblo más cercano, más que nada porque necesitaba... no sé, cerciorarme de que el mundo que queda más allá de las tierras de nuestra casa, sigue existiendo. Quería ver otros rostros y si eran rostros cordiales, metidos en la rutina diaria de siempre, mejor. Algo que me diera esperanza y me hiciera pensar, como la luz, que los monstruos de la noche no existen realmente, que son todo imaginaciones mías. Enrique aceptó de inmediato. Me dio la impresión de que quería hablar conmigo, quizá intentar un acercamiento al estar a solas. Otra vez será, porque Annetta se nos apuntó por la cara. Anda celosa, seguro.

Conste que ya no me cae tan mal. Es simpática y parece buena chica, con sus más y sus menos. Eso sí, también es testaruda como pocas, y más en lo que atañe a su indumentaria. Tiene muy claro qué quiere ponerse y qué no se pondría nunca. Vamos, de esas que afirman "más vale muerta que sencilla". Ayer mismo, mira que íbamos al pueblo, que aunque tenga calles y accesos asfaltados, también tiene más verde que piedra en el suelo, pero no conseguí que se pusiera unos zapatos cómodos. Allá que se vino con taconazos. Eso sí, hay que admitir que sabe caminar con ellos, en cualquier terreno.

El pueblo más cercano a nuestros terrenos es una pequeña aldea de apenas cuatro casas de piedra cubiertas de verdín, muy antiguas, o eso parece. Un lugar que, hasta ayer, siempre me había parecido encantador, como sacado de una postal. Una visión bucólica del pasado, si ignoras la parte asfaltada, claro, que mi tierra es una tierra antigua pero que gusta de las comodidades modernas. Además, lo de bucólico refiriéndose al pasado, es relativo. Por dentro, aunque algunas casas están ya totalmente reformadas, acondicionadas con todas las comodidades, por lo del agro-turismo, un par de ellas siguen estando como en tiempos de Maricastaña, y son sitios húmedos y oscuros, en los que no apetece demasiado estar mucho tiempo.

No hay iglesia. Tiene una ermita diminuta cerca, perdida en el bosque que se alza en la ladera de la colina, pero no sé si sigue siendo terreno sagrado y todo eso, porque las misas las dan en el siguiente pueblo, que está a escasos tres kilómetros. Sus edificios principales son el bar, que también es la tienda local, y una casa más grande, bastante fea pero evidentemente regia que, según nos informaron desde el primer día, es el palacete de la familia que posee más tierras en los alrededores. Los ricos del lugar, vaya. Creo que será mejor omitir también su nombre, o llamarlos Otxoa, para contemporizar. Por lo que nos contó Patxi, el dueño del bar, viven en la ciudad pero van allí a pasar los veranos.

El caso es que, encontramos el pueblo vacío. Pero vacío, vacío, de una forma que no era normal. Vamos, que no se trataba de que estuviesen todos de romería, en procesión hacia el río, no. La televisión del bar estaba encendida y una de sus mesas estaba caída de lado, con los trozos de platos, comida y algún vaso desperdigados por el suelo. Al otro lado de la barra, la cafetera quemaba, debía llevar muchas horas encendida, y la puerta a la cocina oscilaba con un crujido aterrador. No había nadie tampoco allí, ni en el piso de arriba.

Casi todas las casas tenían las puertas abiertas y había bolsas, zapatos, ropas, desperdigados por el suelo... No sé cómo describirlo, más que compararlo con lo que queda tras una espantada, una huida impulsada por el puro pánico, en una guerra o una hecatombe del estilo. Es lo único que se acerca un poco.

Enrique bajó del coche, nos dijo que esperásemos allí, y estuvo entrando y saliendo de casas, con mucha precaución, armado con su pistola, pero no encontró a nadie. Nosotras también descendimos, pero no nos movimos de la plaza. Ni Annetta ni yo dijimos nada, ni siquiera nos miramos, pero ambas éramos conscientes del miedo que sentía la otra. Resultaba todo tan... inquietante.

Llevábamos esperando unos cinco minutos cuando oímos el sonido de un motor. Un todoterreno se acercó a toda velocidad, con dos hombres. Uno de ellos se asomó, alzándose hasta casi estar de pie. Le reconocí, era Contreras, el médico de la zona, tenía la consulta en el siguiente pueblo. Tuve que visitarle uno de los primeros días tras nuestra llegada allí, por encargo de Rolando, cuando estábamos instalándonos en la casa. Aquella vez me recibió muy amablemente y me dio un equipo de primeros auxilios muy completo, además de distintos antibióticos y material médico diverso. Vamos, casi para poner una clínica de campaña, supongo que Rolando quiso asegurarse de que teníamos de todo por si acaso. El médico parecía conocerle bastante bien.

Entonces me pareció un hombre simpático, casi un abuelo inofensivo.

Ayer, llevaba una escopeta.

- ¿Qué hacen ahí? - nos gritó - ¡Vuelvan al coche de inmediato, váyanse!

- ¿Pero qué...? - empecé, aunque no llegué a terminar la pregunta. Por el rabillo del ojo vi... algo, una forma oscura, alargada, que se deslizaba... ¿Cómo decirlo? Sumergido en el terreno pedregoso, supongo. Era como si estuviese nadando, cruzando lo mismo piedra, hierba y asfalto, como si fueran agua, a buena velocidad y con sorprendente gracia.

Annetta también la vio, gritó, y se agarró a mi brazo, clavándome las uñas. Joder, qué daño me hizo.

El conductor del todoterreno arrancó y viró bruscamente, tanto, que el médico estuvo a punto de caer. Sujetándose como pudo, disparó a la cosa que les seguía, y hasta consiguió acertar, pero las balas lo atravesaron limpiamente, como si nada. Siguió un poco al todoterreno pero luego se detuvo. Supongo que consideró tontería esforzarse por pillar algo cuando tenía alpiste más cómodo, cerca.

Entre ondas imposibles, en una cadencia perfecta, la criatura giró sobre la tierra, nos observó, y enfiló hacia nosotras. No te imaginas cómo gritamos. O quizá sí. Quizá ya te han pasado cosas muy semejantes...

Estábamos junto al coche de Enrique, así que nos subimos de un salto, yo en el asiento del piloto. Recuerdo haber dado gracias al ver que las llaves estaban puestas, pero lo veía todo... no sé, a otra velocidad, desde otra dimensión, muy lejos. Me sentí torpe, me costaba reaccionar en la realidad, que iba a otro ritmo. Me temblaba muchísimo la mano.

Vimos llegar a Enrique, precipitándose a la plaza a toda velocidad desde la callejuela de la casona de los Otxoa; seguramente le habían alarmado el disparo de la escopeta y nuestros chillidos. Nosotras volvimos a gritarle, llamándole para que se diese prisa, enloquecidas. Creo que no llegó a ver la cosa que se deslizaba por el suelo de piedra de la plaza, pero se alarmó al vernos así y corrió lo más rápido que pudo hacia el coche. Como Annetta estaba en el asiento del copiloto, él se lanzó hacia el trasero. Arranqué según se agarró, medio arrastrándolo unos cuantos metros, menos mal que está en forma y consiguió impulsarse dentro.

Volvimos a casa, aterrados, y le contamos lo ocurrido a Vito. Puso muy mala cara.

- ¿Diego...? - atiné a preguntar. Él ahogó una maldición.

- Olvídese, señora. A estas alturas, Diego está en el puto infierno.

Una frase que en otras circunstancias hubiese considerado pura retórica, pero que... En fin, me dio miedo indagar. Intercambié una mirada con Enrique. Tampoco él se atrevió a pronunciar palabra.

Seguía sin haber noticias de Rolando. Todavía no sabemos nada.

Esta tarde quizá nos acerquemos hasta el siguiente pueblo, a ver.