domingo, 23 de octubre de 2011

Viernes de Cueva Profunda

Cave of the Storm Nymphs
Edward John Poynter, 1903
Siempre me ha gustado este cuadro
y, ya que va de cuevas la cosa,
lo meto por si mañana no soy capaz
ya de añadir ninguna entrada...
¿Podéis leerme? ¿Alguien me lee? No sé, el ordenador hace cosas raras. Primero se me ha caído al suelo, vaya mierda, es nuevo y ya la he pifiado. Luego, Rolando me lo ha quitado y ha estado trasteando, intentando comunicar nuestra posición a Hidalgocinis y cuando me lo ha devuelto estaba muy caliente, se ha colgado de mala manera y me ha costado que volviese a arrancar. Ahora salen ventanas de error cada dos por tres.

Estamos atrapados en una cueva, en las afueras de Berlín.

Tras varios días de calma aparente, desesperante, en los que Rolando se ha dedicado a estudiar la situación y a esperar el momento más adecuado para iniciar su ofensiva, uno de los nuevos acólitos nos aseguró que conocía una entrada a la fortaleza, una larga estructura de túneles y cuevas que conectaban unas minas con la base del Rey.

El hombre, le llamaré Otto por conveniencia, ya que no consigo recordar cuál era su nombre, parecía de fiar. Tenía un amigo, del que dijo que había sido su compañero de trabajo en un periódico del país. Pongamos, Erik. ¿Queréis mi opinión? Otto y Erik eran algo más que amigos. Pero, se trataba de un asunto  privado y no lo mostraban en público.

Quizá esa reserva se debiera a que Otto también tenía una hija de quince años, de ella sí que recuerdo el nombre. Se llama Elsa, una monada de niña, alta y esbelta, rubita y de ojos azules, el ideal ario, vamos. Los tres hablaban bastante bien el inglés, así que nos entendemos, aunque el que más se entiende es Jon. Está que se le salen los ojos de las órbitas cada vez que Elsa pasa por delante. No me he inmiscuido, me alegro de que por fin vaya olvidando a Rosa María. Solo espero que no se compliquen más las cosas.

Rolando decidió que Otto merecía nuestra confianza. Tras interrogarle durante horas en su azotea, no detectó mentira alguna en él, me dijo, así que no tenía mayor sentido demorar más la misión, la infiltración en la base del Rey. Aparte de haberse preparado un cuchillo, calentando uno con los carbones blancos de su brasero y grabándolo con distintas runas, Rolando no tiene realmente una idea clara de lo que vamos a hacer, pero sabe que hay que llegar al Rey y matarlo de alguna manera.

A mí, como plan, me vale. A Loa, no.

—Va a arrastrarnos al desastre —me susurró una mañana. Yo estaba sentada en el comedor del hotel, desayunando sola. No suele acercarse a mí, ni suele hablarme, así que imaginé que estaba realmente aterrado. Le miré intentando no mostrar ninguna expresión—. Habla con él, intenta disuadirle.

Me puse en pie.

—Tú ya estás muerto —le dije. No sé cuándo me volví tan rencorosa y fría. A veces, no me reconozco. Me oía decir aquellas cosas, y sentía placer al pronunciarlas, pero me escuchaba como si fuese otra persona—. En cuanto esto termine, Rolando te ejecutará como hizo con Popov. Estarás arrodillado y vencido y te sacrificará como un animal en el matadero, alargando interminablemente tu agonía. Y yo sostendré un cáliz bajo tu rostro, escuchando tus gritos, y beberé tu sangre.

Loa me miró con odio, pero también con miedo. Me fui satisfecha.

Así, el anochecer del viernes quedamos con Otto en un punto en el bosque, cerca de la mina. Fuimos Rolando, Loa y yo, en un coche robado que abandonamos a cosa de un kilómetro de la cita, para evitar que, si nos topábamos con alguna patrulla, oyeran el motor o surgiera cualquier otro problema. Nos constaba que había patrullas de Dragones del Rey por la zona, vigilando los alrededores de la fortaleza en varios kilómetros, mejor no arriesgar.

Rolando y Loa se armaron con espadas, cuchillos y las pistolas. Yo me he traído también a Steampunk. Hace mucho que no lo sacaba, porque, claro, siempre me digo que para qué: solo tengo una bala. Pero, es la única arma con la que podría realmente hacerle daño al Rey, quizá no matarle, claro, porque ni sé los tiros que necesité para el Amo de los Edterran. Pero, quizá sí pueda ayudar a herirle, dar una oportunidad a otros en el combate, a Rolando o incluso a Loa.

Cuando llegamos, Otto estaba muerto. Pensamos lo mismo de Erik, porque lo encontramos tirado a su lado, medio desnudo, con una herida en la cabeza, pero gimió cuando comprobamos su pulso, aún estaba vivo. Loa usó sus poderes curativos y conseguimos despertarlo.

Al parecer se habían encontrado con una banda de salteadores humanos, hay muchas por los alrededores de la ciudad, como las habían en Bilbao. Les quitaron las cosas de valor, las linternas, las armas, y las ropas, sobre todo los zapatos. Luego la emprendieron a golpes con ellos, hasta darlos por muertos. Según nos contaba lo ocurrido, he recordado aquel hombre gordo que me asaltó, el que se llevó Popov y sacrificó al Edterran. Qué de cosas han pasado desde entonces. Tengo la sensación de que haya transcurrido toda una vida. O varias.

—Será mejor que volvamos a la ciudad —dijo Loa. Era lo más prudente, desde luego—. Si nos descubren...

—Pero, ya que estamos aquí, yo puedo conduciros al túnel de entrada —propuso Erik, algo ansioso—. No está lejos. Conozco la zona tan bien como la conocía Otto...

Finalmente, decidimos seguir. Bueno, para ser exactos, fue Rolando el que nos ordenó continuar, tras meditarlo unos momentos a solas. Le vi mirar su cuchillo, clavarlo en el suelo. Las runas grabadas en su hoja lanzaron un destello que quemó la hierba, al consumirla.

Había que continuar. Así que vinimos y nos sumergimos en este lugar profundo y húmedo, un hueco en el mundo relleno de negrura. Desde su entrada, la cueva era más estrecha de lo que había imaginado, apenas un agujero oculto entre matorrales que se estrechaba más hasta convertirse en una cimbre tortuosa que se extendía durante más de un centenar de metros.

—¿No era una mina? —pregunté sorprendida, al recordarlo, pero Erik iba delante y no me contestó. Rolando sí se detuvo y me miró de reojo—. Imaginaba algo muy amplio. No sé, estamos en Berlín. En  mi tierra, en Gallarta, hay gigantescos túneles, entran camiones y...

—Silencio —ordenó Loa. Me callé porque había puesto cara de intentar escuchar realmente algo—. Silencio... ¿No oís?

No se oía nada... o no sé, igual sí... No contestamos, pero creo que todos tuvieron el mismo sobresalto amedrentado que yo. Bueno, quizá no todos. Quién puede decir lo que siente o piensa el impasible Rolando de hoy en día...

Justo en ese momento desembocamos en una cueva. No tendría más de veinte metros pero en comparación con el pasillo que acabábamos de recorrer, me pareció inmensa. Deslizamos las luces de las linternas por sus paredes deformes. Desconcertados, comprobamos que no parecía tener más salidas. Erik titubeó.

—Dadme un segundo, ahora vuelvo —Empezó a recular, de nuevo hacia el túnel—. Voy a revisar bien el exterior. Hay muchas entradas a las cuevas por la zona. Quizá me equivoqué de galería —pero, cuando iba a salir, Rolando le cerró el paso.

—¿Acaso no nos aseguraste que conocías el sitio perfectamente?

—Todas las cuevas se parecen... —Erik había empezado a sudar—. Y es de noche. Me he confundido.

—Mientes. —Rolando entrecerró los ojos—. Te daré dos opciones. Puedes decirme la verdad, vivo, o puedes decírmela muerto. —Hizo una señal a Loa, que avanzó un paso, como buen perro amaestrado—. Tú eliges.

Erik tragó saliva. Y empezó a hablar, ya lo creo que habló: nos dijo cómo era todo una trampa ordenada por el Rey. Quería cogernos vivos, sobre todo a Rolando. Había tenido que sacrificar a Otto, que nunca llegó a saber nada de la traición. Tuvo que ver cómo lo mataban a golpes., tuvo que soportar él mismo una paliza salvaje, pero a cambio se le había prometido respetar su vida y no condenarlo a los trabajos forzosos, criminales, de los otros esclavos. 

—¡Vamos, huyamos! —exclamó, cada vez más nervioso—. ¡Estaban vigilando pero es posible que tengamos todavía algo de tiempo! ¡Salgamos de aquí antes de que lleguen!

Iluso. Ni él se creía semejante tontería. Rolando, Loa y yo intercambiamos una mirada. Ya se oía movimiento en el túnel. Vimos surgir, del recodo del túnel, un par de humanos, siervos del dragón.

—¡Rendíos! ¡No tenéis escapatoria! —gritaron distintas voces. Loa disparó, hiriendo a uno. Rolando empezó a concentrarse. Algunos asaltantes nos instaron a que dejásemos las armas, pero no fue la opinión mayoritaria., porque otros empezaron a disparar. Fue entonces cuando me hirieron en un hombro, al girar  sobre mí misma para proteger este portátil. Y, claro, dio igual, no pude soportar el impacto y se me cayó al suelo.

Qué dolor. Recogí el aparato y me arrastré como pude, buscando cobertura. Saltaban por todos lados esquirlas de roca. Loa  seguía disparando. Rolando utilizó su poder para barrer más metros de la galería, lanzando hacia atrás a nuestros atacantes, y creando una barrera protectora en la que rebotaban sus balas. Las hacía volver hacia su origen, causando gran estrago.

Pero aun así, no los conteníamos, eran demasiados.

Entonces, Loa fue hacia Erik, que sollozaba a un lado esperando a ver que bando ganaba para apuntarse a él y, sin más, alzó la mano con la pistola y le voló la tapa de los sesos. Fue todo tan repentino que el alemán se derrumbó sin llegar a enterarse de que había muerto. Luego supongo que sí, que lo supo, porque no había pasado ni un segundo cuando Loa movió una mano sobre el cadáver, entonando sus cánticos, y el cuerpo muerto se estremeció. 

—¡Levántate y anda! —le ordenó, en una versión aterradora del clásico bíblico. Erik se puso en pie. Recordé a Javier. Recordé a Rolando. Odie mucho más a Loa. Este, ignorando mis pensamientos, sacó unas granadas de la mochila. Le puso a Erik una en cada mano, otras dos en distintos bolsillos y otra en la boca, incrustándosela con tanta fuerza que le destrozó algunos dientes. Le arrancó las anillas—. Corre.

Obediente, el cadáver de Erik echó a correr hacia la galería. Recorrió un buen trecho. Oímos las voces, cuando le vieron. Le habían reconocido y le dejaron avanzar, llenándole de preguntas, intentando sacar todo dato posible sobre cómo estábamos de armados y cuántos éramos. No se veía bien, supongo que no se percataron de lo de las granadas hasta que lo tuvieron encima. Tiempo suficiente.

La bomba no muerta estalló, provocando un terremoto en el interior de la cueva. La  fuerte explosión se extendió por la galería en ambas direcciones, nos alcanzó su onda expansiva lanzándonos violentamente al suelo. Bajo el repentino resplandor de las llamas, todo pareció moverse, los techos se desmoronaron en algunos puntos, el aire se llenó de polvo de roca destrozada. 

Conseguimos así un pequeño respiro. Pero, había muchos más y han seguido llegando. Nos han bloqueado por completo. Ellos no pueden entrar, pero nosotros estamos aquí atrapados, sin poder salir. 

Rolando me cogió el portátil y ha intentado contactar con Rodrigo, Hidalgocinis, y demás. Como ya comenté, él cree que habrán recibido su mensaje. Ojalá sea así y vengan a ayudarnos.

Loa me ha curado, por orden de Rolando. Eficiente, como siempre, aunque creo que ha hecho que mi dolor fuera el máximo posible. Me he desmayado un par de veces mientras me sacaba la bala, he sudado de forma bestial, he vomitado todo y más, no me queda nada dentro. Ahora me siento floja por eso y por la pérdida de sangre, pero no queda ni rastro de la herida.

Hemos leído lo que le ha ocurrido a Pilar y a Blanca, y al grupo de Rodrigo. Lo he sentido muchísimo por Pilar. Era una mujer imposible, desesperante, la personificación de la suegra odiosa, pero tenía su encanto... a ratos. No sé, supongo que al menos nos queda el consuelo de que murió en un acto de valentía total. Si tenemos un futuro, posiblemente se lo debamos en gran medida a ella. Es curioso, ¿eh? Me lo llegan a decir cuando conocí su blog y me hubiese reído.

Se nos acaba el agua. Loa usó mucha para mi herida y llevábamos un par de cantimploras pequeñas, nada más. Mala cosa, porque con todo lo que sudé y he vomitado, necesitaría incluso suero. Pero supongo que podremos aguantar unas horas...

Si me leéis, venid, por favor. Venid a ayudarnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario