Psyche Opening the Door into Cupid's Garden, pintado en 1905 por el gran John William Waterhouse. Así me imagino a Carmen, asomándose a aquel jardín. Incluso se vislumbra, al fondo, una glorieta blanca.
Este relato continúa desde la entrada del miércoles, MIÉRCOLES DE RECUERDO LEJANO.
Lo primero que hizo mi padre, cuando inició su investigación sobre lo que le había contado Carmen, fue pedir toda clase de información sobre la casa, pero poco pudo conseguirse. Todo parecía muy normal: sus últimos propietarios vivieron allí durante los años veinte, pero se habían marchado sin dejar ningún rastro.
Como no quiero, ni debo, dar datos que pudieran perjudicar a otros, los llamaremos los Garmendia.
Anton Garmendia había estudiado Derecho en la Universidad de Deusto, como mi padre, y tenía un despacho en la Gran Vía. Vivía con su esposa, Olivia, y con sus tres hijos, todos menores de quince años, en esa casa del Campo Volantín. Eran reconocidos anfitriones de fiestas, habituales de la Sociedad Bilbaína, objeto de más de un artículo de los periódicos de la época. Mi padre dijo que los vio, en muchas fotos. Una pareja joven, atractiva. En alguna, salía también los niños y en muchas también un primo de Olivia, sacerdote, que debía pasar largas temporadas con ellos. Podemos llamarlo padre Iñigo.
De pronto, silencio.
Mi padre no encontró nada más, ni sobre Anton Garmendia ni sobre su familia, a excepción del padre Iñigo, que murió años después en un convento. Llegó a la conclusión de que, quizá por culpa de la guerra civil, huyeron a otro país cortando totalmente amarras o, en el peor de los casos, terminaron encarcelados y posiblemente fusilados contra el muro de algún cementerio. A saber.
Sea como fuere, la casa quedó vacía, pasó a propiedad publica y había quedado relegada al olvido. Ahí estaba, a la espera de que algún funcionario decidiera qué hacer con ella.
Fue durante los primeros días de aquella investigación que se le acercó un hombre del que mi padre no quiso darnos el nombre. Me referiré a él por Adán, el primero, puesto que sin duda era la cabeza visible de una organización importante. Lo que le dijo a mi padre le hubiese parecido puro delirio de no ser por lo que le había contado Carmen. Según Adán, se habían detectado los signos de un Edterran en Bilbao y se sabía que estaba avanzando muy rápidamente hacia la definitiva apertura del portal, para permitir el paso de su Amo. Él formaba parte de un equipo de hombres decididos a pararlo, y luchaban contra otro grupo, fanáticos, sectarios, que pretendían facilitar la entrada del Amo. Su jefe era un ruso llamado Vladimir Popov. Volodia, para los amigos.
Mi padre le conocía, claro. Era el jefe de la delegación rusa que se encontraba en Bilbao simulando estar interesada en distintos negocios, la mencioné ya el otro día.
Visto lo visto, a mi padre no le quedaban muchas alternativas. Además, sentía que se lo debía a Carmen. Por eso, durante algún tiempo, colaboró en secreto con Adán y su grupo, recabando datos de la gente de Popov y hasta participando en algún que otro ritual mágico. Frente a Popov y los demás, disimuló todo lo que pudo y descubrió que se le daba bien el espionaje. Yo misma hubiera podido asegurárselo, sin problema. Siempre tuvo horchata helada por sangre, cómo no iba a poder mantener el tipo ante los sectarios...
Mientras contaba esas cosas, recordé un momento, una de esas noches que bajé la escalera de mi casa y no se escuchaba ópera en el despacho. Oí hablar a mi padre con alguien, un hombre. La puerta se abrió repentinamente. Tanto, que no me dio tiempo a ocultarme. Un desconocido alto y moreno, que me pareció guapísimo, salió del despacho y me vio.
- ¿Qué haces ahí, маленькая фея? -preguntó, pronunciando "malenʹkaya fyeya", "pequeña hada". En lo sucesivo pondré la transcripción únicamente, lo del cirílico me parece un exceso. Pienso que son las palabras que utilizó, yo no lo recuerdo, claro, pero le pregunté a mi padre, y dijo que era algo así. Creo que es la primera vez que me ruboricé ante un hombre y eso que tenía siete años. Pero es que tienes que entender que Volodia Popov era guapísimo y sentí que el corazón me daba un brinco cuando, revolviéndome el pelo, añadió - Eres preciosa, devushka.
Yo retrocedí ante su contacto. Odié que me considerase una niña (y así me había llamado, "niña"), ya quería ser mayor, odiaba todo lo infantil y más viéndole a él, que me parecía un príncipe llegado para rescatarme.
- Es mi hija - la voz de mi padre tronó en la penumbra del vestíbulo. Popov y yo le miramos y él me hizo un gesto, señalando hacia las escaleras - Vuelve a la cama. Ahora.
Había usado el tono Goyri que no admitía réplica, así que obedecí de inmediato. Mientras corría hacia mi habitación, oí a Popov reír suavemente.
- Creo que nunca he tenido mano para los niños - dijo. ¡Claro, de ahí la sensación de déjà vu que me embargó cuando hizo eso mismo con Beatriz! Qué curiosa es la vida...
Nunca más volví a verle y terminé olvidándole. Es obvio que ni siquiera tengo una imagen clara de su rostro, hoy en día; en mi mente sólo es una figura borrosa que camina por el vestíbulo y me sonríe. Si es que recuerdo bien lo sucedido, claro.
Pero será mejor que retome otra vez la línea general de mi relato:
- Y, finalmente, llegó el momento - dijo mi padre, hoy, ya convertido en un anciano y con la mirada perdida en otro tiempo - Una noche, fui a la casa con Adán y el resto del grupo, y nos ocultamos por el jardín...
Dije antes que así me imaginaba a Carmen, viendo la imagen que he elegido para esta entrada, pero también puede servir para visualizar a mi padre, en aquel momento. Encontraron la cadena sujeta con un candado de aspecto amedrentador, pero uno de los hombres lo abrió sin mayor problema. Empujó la reja y entró.
El grupo de Adán empezó de inmediato uno de esos rituales mágicos que él apenas entendía. Mientras, mi padre, caminó por el lugar, iluminándose con una linterna, estudiando la glorieta de piedra blanca, la entrada con su señorial escalera, la impresionante fachada... Reconoció todo por las descripciones de Carmen y también se sintió sobrecogido por la sensación de tiempo, de ruina y pérdida. El jardín era pura espesura desbocada. Había restos de algunas estatuas rotas y la hierba estaba tan alta en algunos puntos que le llegaba a las rodillas.
En la glorieta encontró señales recientes, donde debía haber estado la plataforma metálica.
- Vamos, Salvador - le dijo Adán - Es hora de tomar posiciones. No tardarán en llegar.
- Sí, un momento. Sólo un momento... - pidió él. Con curiosidad, buscó el rincón del sauce y los rosales y se dirigió hacia allí. La vegetación hacía difícil ver algo, pero con ayuda de la linterna y tanteando con el pie descubrió que el suelo formaba algunos montículos bajo los rosales, y que había una grieta, como si el suelo se hubiese abierto por un terremoto. Del agujero surgía apenas una voluta de niebla y algo... Lentamente, se inclinó a olfatear el aire. Jamás había olido algo así. Se apartó con repugnancia.
- Es la brecha - dijo Adán, a su lado.
- Pero, ¿cómo puede estar aquí? - preguntó mi padre. Los Edterran se abren paso a través de brechas, pasos que unen los cementerios con su propio infierno, por decirlo de un modo comprensible. ¿Por qué estaba el paso allí, en aquel inofensivo jardín? Adán abrió la boca para contestar, pero se oyó el ruido de la cadena, en la puerta. Los sectarios llegaban antes de lo esperado. Mi padre apagó la linterna y los dos se movieron rápidamente, para ocultarse en las sombras del jardín.
Supongo que Adán tenía más experiencia en ello. O más magia. Mi padre, no.
Entraron varios hombres y empezaron a montar una plataforma metálica apoyada en la glorieta. Trabajan de forma organizada y eficiente, dando la impresión de que estaban acostumbrados a esa tarea. A saber cuántas veces la habían llevado a cabo. Arrastraron una figura, una mujer que iba tapada con un saco desde la cabeza a la cintura y que debía estar amordazada, porque sólo se oyeron gimoteos sin sentido.
Mi padre iba armado, pero no se atrevió a desenfundar.
- ¿Qué diferencia hay entre una tumba solitaria y un cementerio? - preguntó una voz, a su lado, con fuerte acento extranjero. Mi padre casi dio un brinco sobre sí mismo cuando el haz de una linterna le enfocó. No podía ver al hombre, no era más que una silueta muy negra más allá de un resplandor intenso, pero supo que era Popov - ¿Importa el número de cuerpos enterrados o es suficiente con ser el lugar de descanso de unos restos? ¿Qué opinas, Salvador?
- No sé de qué me hablas - replicó, intentando ganar tiempo. Popov se echó a reír. Además de con la linterna, le apuntaba con un arma.
- Claro que sí. A mí también me sorprendió que el paso se abriera precisamente aquí. Indagué, así que te resolveré el misterio: la familia Garmendia, con su servicio incluido, está enterrada ahí, bajo el rosal. El padre, la madre, los tres niños, varios criados... ¿Qué crees tú? ¿Es suficiente para ser un cementerio?
- Pero... ¿cómo? - balbuceó mi padre, espantado - ¿Qué pasó?
- Buena pregunta. Me costó encontrar las respuestas, tuve que recurrir a medios poco agradables, como la necromancia. ¿Qué pasó? - repitió, con un suspiro teatral - Amor, supongo. O locura. O ambos. El padre Iñigo no tenía mucha vocación, por lo que parece su entrada en el seminario respondió a presiones familiares. Él hubiera preferido otro camino y, para ser exactos, amaba desde siempre a su prima Olivia. Una noche... bueno, se le fue la mano. Matar, es algo curioso, ¿sabes?. Cuesta. Cuesta mucho. Pero una vez has matado al primero, sueles verte obligado a matar a otros y la tarea se hace más rutinaria. Criados, había varios. De ellos, no se supo más, tampoco, pero no le importaron a nadie - contempló pensativo los rosales - Lo más terrible fue tener que ocuparse también de los niños. Le querían y los quería - se encogió de hombros - Supongo que para entonces ya se había vuelto totalmente loco.
- Es... espantoso.
- Sin duda. El padre Iñigo los enterró a todos ahí y luego se fue. Cuando le preguntaron, siempre dijo que se había ido dejándoles bien, que habían mencionado algo de marcharse de viaje, que no sabía nada... Era sacerdote. En las épocas en que eso no estuvo mal visto, tuvo mucha fuerza, nadie se hubiese atrevido a acusarle de nada. Tampoco te creas, en cierta manera hubo justicia poética en ese asunto. Se recluyó y murió en una celda, atormentado por sus demonios.
- Ya - se miraron, en silencio - Y, ahora, ¿qué?
- Vas a tener que elegir, Salvador. No me importaría contar contigo, que te convirtieras en uno de los nuestros. Eres un hombre muy capaz y creo que podrías llegar a entender la magnitud de nuestra empresa. Además, eres listo. Mira lo lejos que has llegado.
- ¿Cómo me descubriste?
- Ah, eso. Lamento decirte que fue prácticamente de inmediato. Rastreamos a esa mujer y tuvimos que eliminarla. Entonces, descubrí quién le había comprado el piso - sonrió con sorna - Qué vergüenza, Salvador Goyri, ponerle un piso a una querida, teniendo una esposa tan elegante y delicada como Arrate, y una hija tan encantadora.
- No metas en esto a mi familia, Volodia - le advirtió, enojado.
- Yo no fui quien lo hizo. Fuiste tú, al meter las narices donde no te importaba - se le acercaron un par de sus hombres, para decirle que no habían encontrado a nadie más en el jardín. Estuviera donde estuviese Adán y el resto del grupo, se habían escondido bien - ¿Dónde están tus amigos? - le indicó que caminase hacia la plataforma metálica, con un gesto - Muévete, vamos. Y procura no hacer tonterías. No te serviría de nada.
Subieron a la estructura. Un hombre vigiló a mi padre mientras Popov dirigía el inicio del ritual, con su cántico y sus fórmulas mágicas. Él piensa que el Edterran estaba fuera, de hecho, ocupado en su propia cacería, pero acudió a la llamada. Lo vio de pronto, deslizándose por la fachada de la casa, una sombra negra sumergida en la piedra blanca, moviéndose muy rápido, con una cadencia elegante, como un nadador en una piscina.
Descendió, hasta perderse de vista.
El cántico aumentó en intensidad y Popov hizo un gesto a los hombres que custodiaban a la prisionera. Al retirar el saco, pudo ver que se trataba de mi madre.
- ¡Arrate! - gritó y trató de dar un paso hacia ella, pero Popov le puso la pistola directamente en la cara.
- Es el momento de decidir, Salvador, y asegúrate de optar por la respuesta correcta. Si te equivocas, todos lo vamos a lamentar. Ahora será ella, pero luego puedes ser tú y, luego, tu hija. Porque no puedes pararlo, porque es inevitable - afirmó con entusiasmo febril - Porque no entiendes el poder inmenso al que te enfrentas, la oportunidad única que nos ofrece el destino - hizo un gesto. Los hombres empujaron a mi madre hasta el borde de la plataforma metálica. El Edterran no estaba a la vista, pero podían deducir su posición por el modo en que se mecía la hierba.
- ¡No! - gritó mi padre - ¡Por favor, no lo hagas! ¡Ella no tiene ninguna culpa!
- Esto no es un castigo, es un sacrificio necesario. Culpa, sólo tienes tú, pero aún no tengo claro si deseas de verdad redimirte - se inclinó hacia él - ¿Dónde está Adán? ¿Y qué ha hecho, exactamente? Tienes que saberlo, tienes que haber participado. Apestas a magia. Te han protegido.
- ¡No lo sé! - otro gesto de Popov y uno de los hombres empujó a mi madre, que cayó hacia la hierba... pero la sujetó en el último momento. Quedó apoyada precariamente en el borde, gritando como loca - ¡Para! ¡Te digo la verdad, no lo sé, no he conseguido entender nada de magia!
- No me extraña - Popov se lo pensó - Está bien. Pongamos que es cierto y has cometido la locura de venir aquí solo esta noche. ¿Qué buscabas? ¿Vengar a esa mujer?
- No - mi padre dijo que no supo de dónde le vino la inspiración - Quería... saber, comprender. Si protegéis al Edterran, debe haber una buena razón.
- Claro que la hay: porque es una batalla con un final evidente - dijo Popov - La cuestión es en qué bando quieres estar: ganadores o perdedores. Lo que va a llegar es algo tan... inmenso que apenas podemos imaginarlo, Salvador. Adán se deja arrastrar por el miedo y elige la postura del cobarde, intentar evitar lo inevitable, intentar esconderse. Nosotros buscamos la ventaja, le mostramos cuán útiles podemos serle, ahora que nos necesita. Nos dará mucho. Nos dará más. Y, cuando llegue, arrancará la carne de los huesos de sus enemigos.
Mi padre se estremeció, embargado por una sensación extraña. Quizá, era la magia del aire, quizá la voz de Popov, dulce como la de una serpiente.
- Quiero estar con vosotros - murmuró. ¿Realmente lo sentía? Por momentos, creía que sí - A mí me gusta el poder. Tengo mucho. Y quiero más.
- Demuéstralo - hizo un gesto hacia mi madre - Arrójala tú mismo al Edterran. Ofrece su alma, para que sea sacrificada en el infierno del Edterran, para apuntalar con mayor fuerza el paso, para el Amo. Vamos. No te costará demasiado: no la quieres, ni siquiera la deseas, jamás lo has hecho. Fue un matrimonio conveniente que se convirtió en trampa. Es un lastre en tu vida. Aprovecha este momento para conseguir una ventaja.
Mi padre dudó, pero fue hacia allí. Reconoció haber pensado que era la primera vez que veía de verdad a mi madre, sin luces civilizadas, sin maquillajes que ocultan, y le parecía una absoluta extraña. Veía el terror en sus ojos, oía el grito que surgía de su boca, pero se sentía como si él estuviese muy lejos, o en otro tiempo, contemplando algo que no le atañía.
La sujetó por un brazo y el hombre que la había retenido la soltó. Su destino quedó por completo en sus manos.
- ¡No me sueltes, Salvador, no me sueltes! - gritó ella. Mi padre apretó los labios.
- Maldita seas... - susurró, porque Popov tenía razón, aquella mujer no era más que lastre. Sin ella, podría volver a casarse, tener una multitud de hijos varones y una nueva oportunidad para su propia felicidad - Maldita...
Incluso ahora, mi padre no sabe qué hubiera hecho, ni si estaba mentalmente alterado, por tanta magia o eran sus propios rencores los que hablaban. Por suerte para todos, en ese momento se oyó el retumbar de un disparo y cayó el hombre que había estado a su lado. Eso, fue el inicio de una auténtica guerra en la que se entrecruzaron disparos por todas partes. Mi padre subió a mi madre a la plataforma y se tumbaron juntos en el suelo, esperando a que pasara.
Se oyó un sonido extraño, como un gorgoteo profundo. En respuesta, la voz de Popov volvió a entonar el cántico, dirigiéndolo con fuerza, aunque algo más precipitado, como si tuviera miedo de perder el turno. Desde la espesura surgió otra voz, forzando las notas en otro sentido, muy distinto. El enfrentamiento con armas de fuego pasó a un segundo nivel de importancia, mientras los hechizos de ambos bandos adquirían fuerza y chocaban, provocando pequeños relámpagos en el aire, siseando hacia arriba.
Hubo un siseo profundo y un grito frustrado de Popov. Más hombres cayeron al suelo, otros corrieron en retirada. Adán y los suyos se hicieron con el jardín.
- Conseguimos expulsar al Edterran - afirmó mi padre, terminando su relato - Fue difícil, pero lo conseguimos. Lamentablemente, Popov consiguió escapar.
Y, con un retumbar de trueno, empezó a llover y siguió haciéndolo sin para durante muchas horas, limpiando el mundo de aquella inmundicia, pero también provocando las graves inundaciones de Bilbao del año 1983.
Este relato continúa desde la entrada del miércoles, MIÉRCOLES DE RECUERDO LEJANO.
Lo primero que hizo mi padre, cuando inició su investigación sobre lo que le había contado Carmen, fue pedir toda clase de información sobre la casa, pero poco pudo conseguirse. Todo parecía muy normal: sus últimos propietarios vivieron allí durante los años veinte, pero se habían marchado sin dejar ningún rastro.
Como no quiero, ni debo, dar datos que pudieran perjudicar a otros, los llamaremos los Garmendia.
Anton Garmendia había estudiado Derecho en la Universidad de Deusto, como mi padre, y tenía un despacho en la Gran Vía. Vivía con su esposa, Olivia, y con sus tres hijos, todos menores de quince años, en esa casa del Campo Volantín. Eran reconocidos anfitriones de fiestas, habituales de la Sociedad Bilbaína, objeto de más de un artículo de los periódicos de la época. Mi padre dijo que los vio, en muchas fotos. Una pareja joven, atractiva. En alguna, salía también los niños y en muchas también un primo de Olivia, sacerdote, que debía pasar largas temporadas con ellos. Podemos llamarlo padre Iñigo.
De pronto, silencio.
Mi padre no encontró nada más, ni sobre Anton Garmendia ni sobre su familia, a excepción del padre Iñigo, que murió años después en un convento. Llegó a la conclusión de que, quizá por culpa de la guerra civil, huyeron a otro país cortando totalmente amarras o, en el peor de los casos, terminaron encarcelados y posiblemente fusilados contra el muro de algún cementerio. A saber.
Sea como fuere, la casa quedó vacía, pasó a propiedad publica y había quedado relegada al olvido. Ahí estaba, a la espera de que algún funcionario decidiera qué hacer con ella.
Fue durante los primeros días de aquella investigación que se le acercó un hombre del que mi padre no quiso darnos el nombre. Me referiré a él por Adán, el primero, puesto que sin duda era la cabeza visible de una organización importante. Lo que le dijo a mi padre le hubiese parecido puro delirio de no ser por lo que le había contado Carmen. Según Adán, se habían detectado los signos de un Edterran en Bilbao y se sabía que estaba avanzando muy rápidamente hacia la definitiva apertura del portal, para permitir el paso de su Amo. Él formaba parte de un equipo de hombres decididos a pararlo, y luchaban contra otro grupo, fanáticos, sectarios, que pretendían facilitar la entrada del Amo. Su jefe era un ruso llamado Vladimir Popov. Volodia, para los amigos.
Mi padre le conocía, claro. Era el jefe de la delegación rusa que se encontraba en Bilbao simulando estar interesada en distintos negocios, la mencioné ya el otro día.
Visto lo visto, a mi padre no le quedaban muchas alternativas. Además, sentía que se lo debía a Carmen. Por eso, durante algún tiempo, colaboró en secreto con Adán y su grupo, recabando datos de la gente de Popov y hasta participando en algún que otro ritual mágico. Frente a Popov y los demás, disimuló todo lo que pudo y descubrió que se le daba bien el espionaje. Yo misma hubiera podido asegurárselo, sin problema. Siempre tuvo horchata helada por sangre, cómo no iba a poder mantener el tipo ante los sectarios...
Mientras contaba esas cosas, recordé un momento, una de esas noches que bajé la escalera de mi casa y no se escuchaba ópera en el despacho. Oí hablar a mi padre con alguien, un hombre. La puerta se abrió repentinamente. Tanto, que no me dio tiempo a ocultarme. Un desconocido alto y moreno, que me pareció guapísimo, salió del despacho y me vio.
- ¿Qué haces ahí, маленькая фея? -preguntó, pronunciando "malenʹkaya fyeya", "pequeña hada". En lo sucesivo pondré la transcripción únicamente, lo del cirílico me parece un exceso. Pienso que son las palabras que utilizó, yo no lo recuerdo, claro, pero le pregunté a mi padre, y dijo que era algo así. Creo que es la primera vez que me ruboricé ante un hombre y eso que tenía siete años. Pero es que tienes que entender que Volodia Popov era guapísimo y sentí que el corazón me daba un brinco cuando, revolviéndome el pelo, añadió - Eres preciosa, devushka.
Yo retrocedí ante su contacto. Odié que me considerase una niña (y así me había llamado, "niña"), ya quería ser mayor, odiaba todo lo infantil y más viéndole a él, que me parecía un príncipe llegado para rescatarme.
- Es mi hija - la voz de mi padre tronó en la penumbra del vestíbulo. Popov y yo le miramos y él me hizo un gesto, señalando hacia las escaleras - Vuelve a la cama. Ahora.
Había usado el tono Goyri que no admitía réplica, así que obedecí de inmediato. Mientras corría hacia mi habitación, oí a Popov reír suavemente.
- Creo que nunca he tenido mano para los niños - dijo. ¡Claro, de ahí la sensación de déjà vu que me embargó cuando hizo eso mismo con Beatriz! Qué curiosa es la vida...
Nunca más volví a verle y terminé olvidándole. Es obvio que ni siquiera tengo una imagen clara de su rostro, hoy en día; en mi mente sólo es una figura borrosa que camina por el vestíbulo y me sonríe. Si es que recuerdo bien lo sucedido, claro.
Pero será mejor que retome otra vez la línea general de mi relato:
- Y, finalmente, llegó el momento - dijo mi padre, hoy, ya convertido en un anciano y con la mirada perdida en otro tiempo - Una noche, fui a la casa con Adán y el resto del grupo, y nos ocultamos por el jardín...
Dije antes que así me imaginaba a Carmen, viendo la imagen que he elegido para esta entrada, pero también puede servir para visualizar a mi padre, en aquel momento. Encontraron la cadena sujeta con un candado de aspecto amedrentador, pero uno de los hombres lo abrió sin mayor problema. Empujó la reja y entró.
El grupo de Adán empezó de inmediato uno de esos rituales mágicos que él apenas entendía. Mientras, mi padre, caminó por el lugar, iluminándose con una linterna, estudiando la glorieta de piedra blanca, la entrada con su señorial escalera, la impresionante fachada... Reconoció todo por las descripciones de Carmen y también se sintió sobrecogido por la sensación de tiempo, de ruina y pérdida. El jardín era pura espesura desbocada. Había restos de algunas estatuas rotas y la hierba estaba tan alta en algunos puntos que le llegaba a las rodillas.
En la glorieta encontró señales recientes, donde debía haber estado la plataforma metálica.
- Vamos, Salvador - le dijo Adán - Es hora de tomar posiciones. No tardarán en llegar.
- Sí, un momento. Sólo un momento... - pidió él. Con curiosidad, buscó el rincón del sauce y los rosales y se dirigió hacia allí. La vegetación hacía difícil ver algo, pero con ayuda de la linterna y tanteando con el pie descubrió que el suelo formaba algunos montículos bajo los rosales, y que había una grieta, como si el suelo se hubiese abierto por un terremoto. Del agujero surgía apenas una voluta de niebla y algo... Lentamente, se inclinó a olfatear el aire. Jamás había olido algo así. Se apartó con repugnancia.
- Es la brecha - dijo Adán, a su lado.
- Pero, ¿cómo puede estar aquí? - preguntó mi padre. Los Edterran se abren paso a través de brechas, pasos que unen los cementerios con su propio infierno, por decirlo de un modo comprensible. ¿Por qué estaba el paso allí, en aquel inofensivo jardín? Adán abrió la boca para contestar, pero se oyó el ruido de la cadena, en la puerta. Los sectarios llegaban antes de lo esperado. Mi padre apagó la linterna y los dos se movieron rápidamente, para ocultarse en las sombras del jardín.
Supongo que Adán tenía más experiencia en ello. O más magia. Mi padre, no.
Entraron varios hombres y empezaron a montar una plataforma metálica apoyada en la glorieta. Trabajan de forma organizada y eficiente, dando la impresión de que estaban acostumbrados a esa tarea. A saber cuántas veces la habían llevado a cabo. Arrastraron una figura, una mujer que iba tapada con un saco desde la cabeza a la cintura y que debía estar amordazada, porque sólo se oyeron gimoteos sin sentido.
Mi padre iba armado, pero no se atrevió a desenfundar.
- ¿Qué diferencia hay entre una tumba solitaria y un cementerio? - preguntó una voz, a su lado, con fuerte acento extranjero. Mi padre casi dio un brinco sobre sí mismo cuando el haz de una linterna le enfocó. No podía ver al hombre, no era más que una silueta muy negra más allá de un resplandor intenso, pero supo que era Popov - ¿Importa el número de cuerpos enterrados o es suficiente con ser el lugar de descanso de unos restos? ¿Qué opinas, Salvador?
- No sé de qué me hablas - replicó, intentando ganar tiempo. Popov se echó a reír. Además de con la linterna, le apuntaba con un arma.
- Claro que sí. A mí también me sorprendió que el paso se abriera precisamente aquí. Indagué, así que te resolveré el misterio: la familia Garmendia, con su servicio incluido, está enterrada ahí, bajo el rosal. El padre, la madre, los tres niños, varios criados... ¿Qué crees tú? ¿Es suficiente para ser un cementerio?
- Pero... ¿cómo? - balbuceó mi padre, espantado - ¿Qué pasó?
- Buena pregunta. Me costó encontrar las respuestas, tuve que recurrir a medios poco agradables, como la necromancia. ¿Qué pasó? - repitió, con un suspiro teatral - Amor, supongo. O locura. O ambos. El padre Iñigo no tenía mucha vocación, por lo que parece su entrada en el seminario respondió a presiones familiares. Él hubiera preferido otro camino y, para ser exactos, amaba desde siempre a su prima Olivia. Una noche... bueno, se le fue la mano. Matar, es algo curioso, ¿sabes?. Cuesta. Cuesta mucho. Pero una vez has matado al primero, sueles verte obligado a matar a otros y la tarea se hace más rutinaria. Criados, había varios. De ellos, no se supo más, tampoco, pero no le importaron a nadie - contempló pensativo los rosales - Lo más terrible fue tener que ocuparse también de los niños. Le querían y los quería - se encogió de hombros - Supongo que para entonces ya se había vuelto totalmente loco.
- Es... espantoso.
- Sin duda. El padre Iñigo los enterró a todos ahí y luego se fue. Cuando le preguntaron, siempre dijo que se había ido dejándoles bien, que habían mencionado algo de marcharse de viaje, que no sabía nada... Era sacerdote. En las épocas en que eso no estuvo mal visto, tuvo mucha fuerza, nadie se hubiese atrevido a acusarle de nada. Tampoco te creas, en cierta manera hubo justicia poética en ese asunto. Se recluyó y murió en una celda, atormentado por sus demonios.
- Ya - se miraron, en silencio - Y, ahora, ¿qué?
- Vas a tener que elegir, Salvador. No me importaría contar contigo, que te convirtieras en uno de los nuestros. Eres un hombre muy capaz y creo que podrías llegar a entender la magnitud de nuestra empresa. Además, eres listo. Mira lo lejos que has llegado.
- ¿Cómo me descubriste?
- Ah, eso. Lamento decirte que fue prácticamente de inmediato. Rastreamos a esa mujer y tuvimos que eliminarla. Entonces, descubrí quién le había comprado el piso - sonrió con sorna - Qué vergüenza, Salvador Goyri, ponerle un piso a una querida, teniendo una esposa tan elegante y delicada como Arrate, y una hija tan encantadora.
- No metas en esto a mi familia, Volodia - le advirtió, enojado.
- Yo no fui quien lo hizo. Fuiste tú, al meter las narices donde no te importaba - se le acercaron un par de sus hombres, para decirle que no habían encontrado a nadie más en el jardín. Estuviera donde estuviese Adán y el resto del grupo, se habían escondido bien - ¿Dónde están tus amigos? - le indicó que caminase hacia la plataforma metálica, con un gesto - Muévete, vamos. Y procura no hacer tonterías. No te serviría de nada.
Subieron a la estructura. Un hombre vigiló a mi padre mientras Popov dirigía el inicio del ritual, con su cántico y sus fórmulas mágicas. Él piensa que el Edterran estaba fuera, de hecho, ocupado en su propia cacería, pero acudió a la llamada. Lo vio de pronto, deslizándose por la fachada de la casa, una sombra negra sumergida en la piedra blanca, moviéndose muy rápido, con una cadencia elegante, como un nadador en una piscina.
Descendió, hasta perderse de vista.
El cántico aumentó en intensidad y Popov hizo un gesto a los hombres que custodiaban a la prisionera. Al retirar el saco, pudo ver que se trataba de mi madre.
- ¡Arrate! - gritó y trató de dar un paso hacia ella, pero Popov le puso la pistola directamente en la cara.
- Es el momento de decidir, Salvador, y asegúrate de optar por la respuesta correcta. Si te equivocas, todos lo vamos a lamentar. Ahora será ella, pero luego puedes ser tú y, luego, tu hija. Porque no puedes pararlo, porque es inevitable - afirmó con entusiasmo febril - Porque no entiendes el poder inmenso al que te enfrentas, la oportunidad única que nos ofrece el destino - hizo un gesto. Los hombres empujaron a mi madre hasta el borde de la plataforma metálica. El Edterran no estaba a la vista, pero podían deducir su posición por el modo en que se mecía la hierba.
- ¡No! - gritó mi padre - ¡Por favor, no lo hagas! ¡Ella no tiene ninguna culpa!
- Esto no es un castigo, es un sacrificio necesario. Culpa, sólo tienes tú, pero aún no tengo claro si deseas de verdad redimirte - se inclinó hacia él - ¿Dónde está Adán? ¿Y qué ha hecho, exactamente? Tienes que saberlo, tienes que haber participado. Apestas a magia. Te han protegido.
- ¡No lo sé! - otro gesto de Popov y uno de los hombres empujó a mi madre, que cayó hacia la hierba... pero la sujetó en el último momento. Quedó apoyada precariamente en el borde, gritando como loca - ¡Para! ¡Te digo la verdad, no lo sé, no he conseguido entender nada de magia!
- No me extraña - Popov se lo pensó - Está bien. Pongamos que es cierto y has cometido la locura de venir aquí solo esta noche. ¿Qué buscabas? ¿Vengar a esa mujer?
- No - mi padre dijo que no supo de dónde le vino la inspiración - Quería... saber, comprender. Si protegéis al Edterran, debe haber una buena razón.
- Claro que la hay: porque es una batalla con un final evidente - dijo Popov - La cuestión es en qué bando quieres estar: ganadores o perdedores. Lo que va a llegar es algo tan... inmenso que apenas podemos imaginarlo, Salvador. Adán se deja arrastrar por el miedo y elige la postura del cobarde, intentar evitar lo inevitable, intentar esconderse. Nosotros buscamos la ventaja, le mostramos cuán útiles podemos serle, ahora que nos necesita. Nos dará mucho. Nos dará más. Y, cuando llegue, arrancará la carne de los huesos de sus enemigos.
Mi padre se estremeció, embargado por una sensación extraña. Quizá, era la magia del aire, quizá la voz de Popov, dulce como la de una serpiente.
- Quiero estar con vosotros - murmuró. ¿Realmente lo sentía? Por momentos, creía que sí - A mí me gusta el poder. Tengo mucho. Y quiero más.
- Demuéstralo - hizo un gesto hacia mi madre - Arrójala tú mismo al Edterran. Ofrece su alma, para que sea sacrificada en el infierno del Edterran, para apuntalar con mayor fuerza el paso, para el Amo. Vamos. No te costará demasiado: no la quieres, ni siquiera la deseas, jamás lo has hecho. Fue un matrimonio conveniente que se convirtió en trampa. Es un lastre en tu vida. Aprovecha este momento para conseguir una ventaja.
Mi padre dudó, pero fue hacia allí. Reconoció haber pensado que era la primera vez que veía de verdad a mi madre, sin luces civilizadas, sin maquillajes que ocultan, y le parecía una absoluta extraña. Veía el terror en sus ojos, oía el grito que surgía de su boca, pero se sentía como si él estuviese muy lejos, o en otro tiempo, contemplando algo que no le atañía.
La sujetó por un brazo y el hombre que la había retenido la soltó. Su destino quedó por completo en sus manos.
- ¡No me sueltes, Salvador, no me sueltes! - gritó ella. Mi padre apretó los labios.
- Maldita seas... - susurró, porque Popov tenía razón, aquella mujer no era más que lastre. Sin ella, podría volver a casarse, tener una multitud de hijos varones y una nueva oportunidad para su propia felicidad - Maldita...
Incluso ahora, mi padre no sabe qué hubiera hecho, ni si estaba mentalmente alterado, por tanta magia o eran sus propios rencores los que hablaban. Por suerte para todos, en ese momento se oyó el retumbar de un disparo y cayó el hombre que había estado a su lado. Eso, fue el inicio de una auténtica guerra en la que se entrecruzaron disparos por todas partes. Mi padre subió a mi madre a la plataforma y se tumbaron juntos en el suelo, esperando a que pasara.
Se oyó un sonido extraño, como un gorgoteo profundo. En respuesta, la voz de Popov volvió a entonar el cántico, dirigiéndolo con fuerza, aunque algo más precipitado, como si tuviera miedo de perder el turno. Desde la espesura surgió otra voz, forzando las notas en otro sentido, muy distinto. El enfrentamiento con armas de fuego pasó a un segundo nivel de importancia, mientras los hechizos de ambos bandos adquirían fuerza y chocaban, provocando pequeños relámpagos en el aire, siseando hacia arriba.
Hubo un siseo profundo y un grito frustrado de Popov. Más hombres cayeron al suelo, otros corrieron en retirada. Adán y los suyos se hicieron con el jardín.
- Conseguimos expulsar al Edterran - afirmó mi padre, terminando su relato - Fue difícil, pero lo conseguimos. Lamentablemente, Popov consiguió escapar.
Y, con un retumbar de trueno, empezó a llover y siguió haciéndolo sin para durante muchas horas, limpiando el mundo de aquella inmundicia, pero también provocando las graves inundaciones de Bilbao del año 1983.
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