Théophile Schuler, Le char de la mort, 1848. Los muertos avanzan imparables, provocando esta sensación de horror que no consigo apartar. Ni siquiera Rolando ha conseguido que lo olvide, ni por un momento...
Qué tarde es, pero debo contarlo.
El día comenzó relativamente tranquilo. Mi padre sigue convaleciente, está confuso, la mente no le funciona como es debido y le cuesta hablar, y mi madre ha insistido en que, sea lo que sea que deben contarnos, lo haga como pronto mañana, dándole un día más para reponerse. No me ha parecido mal. Lo cierto es que tiene un aspecto amarillento que me preocupa, siempre está cansado y duerme mucho, demasiado. El doctor Contreras le ha hecho un electro, dice que su corazón no va bien, que debería hacerle pruebas y quizá necesite un marcapasos. Va a ser difícil conseguirle uno.
Tras tantos años odiándole no sé cómo me siento ahora. Extraña. Asustada. Y tremendamente apenada.
Rolando no ha participado en la clase del doctor Contreras, ha preferido dar una vuelta, aunque me prometió no ir a buscar a Popov sin que yo estuviera presente. Él no sabe quién es. Mis suposiciones sobre que formaba parte de su grupo, que era la ayuda que nos había enviado, han resultado ser equivocadas. Rolando iba a mandar a alguien, sí, pero aún no había tenido tiempo. Y mi descripción de Popov no le ha gustado nada. Ha disimulado, claro, pero yo le conozco bien.
Sí que ha aparecido en la clase de Taekwondo de Enrique, supuestamente por pura casualidad y, claro, cómo no, ha habido suficiente testosterona en el ambiente como para que el Edterran huyese a su mundo, espantado. Enrique le ha ofrecido darnos una demostración, supongo que con la intención de demostrar él algo, y ha insistido demasiado. Rolando lo ha tumbado en menos tiempo del que he necesitado yo para teclear esta frase. Y escribo rápido a máquina.
Después de comer hemos salido hacia el Pueblo B, aunque nos detuvimos a mitad de camino, cuando hemos visto cómo la tormenta de ceniza que llevaba días sobre el cementerio empezaba a expandirse, devorando los tornados, dibujando una gigantesca espiral. Yo conducía y detuve el coche lentamente, mientras Enrique hacía algunas fotos y Rolando observaba el espectáculo con ojos entrecerrados.
- El Portal está casi completo - ha dicho. Y, luego, en un susurro apenas audible: - Vaya mierda.
No hemos estado mucho allí, no tenía mayor sentido. Pero nos hemos vuelto a detener cuando, poco después, atravesando por el camino del bosque que asciende hasta el pueblo, ha estallado una de las llantas. No ha sido algo casual, alguien había colocado una trampa. Como supusimos que era cosa de Popov, despotricamos del mundo y procedimos a cambiarla, qué remedio. Lo hicimos entre Enrique y yo mientras Rolando recorría el camino a pie, para asegurarse de que no topáramos con más. Quitó unas cuantas y nosotros quedamos baldados y llenos de grasa, pero al menos conseguimos retomar el trayecto.
Rolando insistió en bajarse del coche poco antes, para llegar por su cuenta. Llevaba una pistola y un rifle, con mira, así que me imaginé que quería buscarse un tejado y hacer de francotirador por si las moscas.
- ¿Lo notas? - me preguntó Enrique, según nos acercábamos. Yo conducía y, la verdad, estaba pendiente del camino, por si acaso nos topábamos con alguna broma de última hora. Negué con la cabeza y él se estremeció - Hay algo, como... no sé. Como electricidad estática. Me eriza la piel.
Me pregunté si no sería alguna clase de Nuiz, que quizá Enrique capte campos mágicos o algo así. Porque, yo lo supongo, el pueblo estaba protegido contra el Edterran. No vi la furgoneta negra. Salió un hombre de una de las casas más grandes, dándonos el alto. Iba armado con una de esas ametralladoras pequeñas y mortíferas. Cuando me identifiqué, su expresión cambió. Siguió siendo rígida, pero estaba más dispuesto a cooperar.
- El señor Popov ha ido a Bilbao - dijo - Y creo que volverá tarde. Si quiere hablar con él, tendrá que ser mañana.
- ¿No podemos esperarle? Total, ya es tarde - dijo Enrique y señaló al cielo. Estaba oscureciendo - Seguro que vuelve en cualquier momento.
- Ya les he dicho que tardará. Tienen que irse, ahora mismo. Y no vuelvan sin haber sido previamente invitados. Es peligroso salir de... - se interrumpió, cuando se oyó un grito lastimero, viniendo del edificio del que había salido.
- ¡Socorro! ¡Por favor, ayud...!
La llamada se cortó bruscamente, como si le hubiesen callado por las bravas. El matón de Popov contuvo la respiración. Nos miramos todos, él preguntándose si podría colar el tema haciendo como que nada había ocurrido. Pero, como obviamente no iba a ser posible, alzó el cañón de la ametralladora hacia nosotros. Nunca llegó a disparar. Se oyó una detonación, pegó un salto absurdo en el aire, y cayó muerto.
- ¡A cubierto! - me gritó Enrique, haciéndose con la ametralladora mientras sacaba su pistola. Fui hacia la pared, para evitar que me vieran si alguien salía, como ocurrió un momento después. Enrique le apuntó con la pistola y disparó, totalmente firme, acertándole de pleno en el pecho. No sé si era el punto del corazón, pero lo dejó seco de la misma. Luego avanzó hacia allí y entró. Dimos a una cocina; algo borboteaba en el fuego y parecía vacía, pero cuando Enrique avanzó hacia una puerta, otra se abrió y le dispararon. Apenas tuve tiempo de pensar, simplemente alcé la pistola y disparé. Fallé el primer tiro, pero no el segundo.
No había nadie más en la casa, aunque por la habitación de descanso supusimos que el grupo estaba formado por al menos diez personas. Rolando se reunió con nosotros cuando estábamos registrando. Gracias a los gritos encontramos una trampilla en la habitación donde había estado el tipo que eliminé.
En el sótano, había dos mujeres y un muchacho de unos catorce años. En un rincón vimos también tres hombres, pero estaban muertos.
El chico parecía haberse quedado mudo con lo ocurrido. Fueron las mujeres las que nos contaron que los habían secuestrado en Bilbao, por separado, no se conocían de antes, ni conocían al chico. Había habido más gente, pero se los habían ido llevando, uno a uno. Y esa mañana, habían oído decir que quizá necesitasen más sacrificios, que había que hacer una "nueva colecta" en Bilbao.
- Esos cabrones han estado "alimentando" al Edterran - ha dicho Rolando. Enrique y yo le hemos mirado desconcertados.
- ¿Para qué querrían hacer tal cosa? - pregunté. No me cabía en la cabeza que ningún ser humano quisiera provocar la apertura del Portal. Pero, como pensé después, hay locos para todos los gustos, en este planeta.
- Poder, locura... No sería la primera vez.
Los hemos sacado a todos de allí, Rolando ha tenido que llevar al chaval en brazos y Enrique y yo hemos ayudado a las mujeres. No podíamos arriesgarnos a que Popov volviera con su gente, con tres habíamos podido por la simple sorpresa, pero los otros eran muchos más. Y yo recordé que Popov tenía algún tipo de Nuiz.
- Intentaré descubrir quién es - me dijo Rolando, mientras volvíamos. Conducía él y Enrique iba de copiloto. Así, las dos mujeres, el chico y yo, cabíamos mejor en el asiento trasero - Te aseguro que no voy a tardar en enterarme.
- Puede que viniera a Bilbao hace veintiocho años - le conté lo referente a mi padre, cómo me dio la impresión de que se conocían - Quizá eso te ayude.
- Desde luego. Y...
Rolando apretó bruscamente el freno, derrapando. Una figura se había cruzado de pronto en el camino. Era una mujer rubia, fue lo primero percibí. Alta, grácil, aterradora... Se volvió hacia el coche y puso las manos en el capó, justo cuando conseguía detenerse.
¡Blammmm!
Todos en el coche miramos con espanto el rostro de la mujer, su piel traslúcida, sus ojos de pupilas ciegas, tan desvaídas que apenas conseguían distinguirse del blanco; pero Enrique, Rolando y yo, quedamos tan aterrados que no pudimos ni gritar.
Era Annetta.
- Ich kann den Weg nicht finden... - murmuró, con voz cascada, algo parecido a una espuma blanca y repugnante deslizándose pegajosamente por la comisura derecha de su boca. Mi alemán es pésimo, intento reconstruir desde mis recuerdos y con ayuda de un traductor, claro está - Enrique, Ich kann den Weg nicht finden...
"No encuentro el camino... Enrique, no encuentro el camino...". Enrique juró por lo bajo. Llevó la mano a la puerta, para bajar, pero Rolando le detuvo.
- ¿Qué haces? Ni se te ocurra. Te matará.
- ¡Es Annetta!
- No. Tan sólo es lo que queda de ella - Annetta inclinó la cabeza, como intentando oírnos. Rolando apretó el cláxon. Ella se estremeció, y la voz se volvió gimoteante.
- Sind Sie, Enrique? Ich fühle mich verloren und allein in der Nacht, allein und verlassen, und lassen Sie mich kriechen die Dunkelheit... - tembló - Es ist so kalt! Bitte helfen Sie mir! Ich habe den verdammten Weg zu finden!
"¿Eres tú, Enrique? Me siento sola y perdida en la noche, sola y abandonada, y tú permitiste que me arrastrase la negrura... ¡Hace tanto frío! ¡Ayúdame, por favor! ¡Tengo que encontrar el maldito camino!"
- Annetta, geh, geh weg! - le gritó Enrique. "¡Annetta, vete, márchate!". Pero ella no hizo caso. Empezó a golpear una y otra vez el capó con ambas manos.
- Maldición - Rolando bajó su ventanilla y le disparó, en el pecho. Ella salió despedida hacia atrás, pero se levantó de inmediato - Gehe einmal, freak! Diese Welt ist nicht dein!
"¡Vete de una vez, engendro! ¡Este mundo ya no es el tuyo!"
Enrique le miró con el ceño fruncido.
- ¡No le hables así!
- No me jodas, Enrique - replicó Rolando - Te digo que no es Annetta. Mírala bien. Es fácil ver la diferencia.
La mujer eligió ese momento para enseñarle los dientes a Rolando, unos dientes atroces, que causaban miedo sólo con verlos.
- Rolando! Rolando, wartet die Hölle Sie! Es gibt einen Platz für euch in den Mund meines Meisters! - y entonces pareció verme a mí, porque giró el rostro y me sentí atravesada por un frío intenso, y sofocada por su rabia - Verdammt Hündin, Hündin Verräter und ein Dieb! Glaubst du, ich habe gesehen, wie du ihn anschauen? Sie werden nie wieder mit irgendetwas zufrieden, haben Sie zu begehren it!
"¡Rolando! ¡Rolando, el Infierno te espera! ¡Hay un sitio para ti, en las fauces de mi Amo!"
"¡Maldita zorra, puta traidora y ladrona! ¿Crees que no te veía mirarle? ¡Nunca estás satisfecha con nada, tienes que codiciarlo todo!"
- Bueno, se me acabó la paciencia - gruñó Rolando, y volvió a disparar, esta vez acertándola entre los ojos. Annetta se derrumbó como si hubiese perdido toda animación. Rolando arrancó de golpe y el coche pasó por encima. Cuando miré hacia atrás, vi la forma oscura, aplastada, en el camino.
- ¡Maldito cabrón! - estaba gritando Enrique - ¿Y si hubiésemos podido ayudarla?
- No me escuchas, nunca me escuchas. Eso de ahí, no era Annetta. ¿Te entra en la cabeza? No hay nada, absolutamente nada, que hubiésemos podido hacer por ella. Anneta murió en el momento en que la sacrificaron en el infierno al que fue arrastrada. Y como no consigamos cerrar ese puto Portal pronto, lo vamos a tener muy jodido todos los presentes. Sobre todo vosotros, en realidad, porque, yo, no puedo quedarme para siempre, tengo cosas que hacer. Espabila de una puñetera vez, Enrique. Aquí, ni se está para ligar, ni sirven de nada las leyes, ni suelen abundar los finales bonitos. Bienvenido al puto caos - le lanzó la pistola. Enrique apenas tuvo tiempo a cogerla en el aire, antes de que se estampara en su pecho - Recárgamela.
No dijimos nada más, quizá porque no había nada que decir.
Qué tarde es, pero debo contarlo.
El día comenzó relativamente tranquilo. Mi padre sigue convaleciente, está confuso, la mente no le funciona como es debido y le cuesta hablar, y mi madre ha insistido en que, sea lo que sea que deben contarnos, lo haga como pronto mañana, dándole un día más para reponerse. No me ha parecido mal. Lo cierto es que tiene un aspecto amarillento que me preocupa, siempre está cansado y duerme mucho, demasiado. El doctor Contreras le ha hecho un electro, dice que su corazón no va bien, que debería hacerle pruebas y quizá necesite un marcapasos. Va a ser difícil conseguirle uno.
Tras tantos años odiándole no sé cómo me siento ahora. Extraña. Asustada. Y tremendamente apenada.
Rolando no ha participado en la clase del doctor Contreras, ha preferido dar una vuelta, aunque me prometió no ir a buscar a Popov sin que yo estuviera presente. Él no sabe quién es. Mis suposiciones sobre que formaba parte de su grupo, que era la ayuda que nos había enviado, han resultado ser equivocadas. Rolando iba a mandar a alguien, sí, pero aún no había tenido tiempo. Y mi descripción de Popov no le ha gustado nada. Ha disimulado, claro, pero yo le conozco bien.
Sí que ha aparecido en la clase de Taekwondo de Enrique, supuestamente por pura casualidad y, claro, cómo no, ha habido suficiente testosterona en el ambiente como para que el Edterran huyese a su mundo, espantado. Enrique le ha ofrecido darnos una demostración, supongo que con la intención de demostrar él algo, y ha insistido demasiado. Rolando lo ha tumbado en menos tiempo del que he necesitado yo para teclear esta frase. Y escribo rápido a máquina.
Después de comer hemos salido hacia el Pueblo B, aunque nos detuvimos a mitad de camino, cuando hemos visto cómo la tormenta de ceniza que llevaba días sobre el cementerio empezaba a expandirse, devorando los tornados, dibujando una gigantesca espiral. Yo conducía y detuve el coche lentamente, mientras Enrique hacía algunas fotos y Rolando observaba el espectáculo con ojos entrecerrados.
- El Portal está casi completo - ha dicho. Y, luego, en un susurro apenas audible: - Vaya mierda.
No hemos estado mucho allí, no tenía mayor sentido. Pero nos hemos vuelto a detener cuando, poco después, atravesando por el camino del bosque que asciende hasta el pueblo, ha estallado una de las llantas. No ha sido algo casual, alguien había colocado una trampa. Como supusimos que era cosa de Popov, despotricamos del mundo y procedimos a cambiarla, qué remedio. Lo hicimos entre Enrique y yo mientras Rolando recorría el camino a pie, para asegurarse de que no topáramos con más. Quitó unas cuantas y nosotros quedamos baldados y llenos de grasa, pero al menos conseguimos retomar el trayecto.
Rolando insistió en bajarse del coche poco antes, para llegar por su cuenta. Llevaba una pistola y un rifle, con mira, así que me imaginé que quería buscarse un tejado y hacer de francotirador por si las moscas.
- ¿Lo notas? - me preguntó Enrique, según nos acercábamos. Yo conducía y, la verdad, estaba pendiente del camino, por si acaso nos topábamos con alguna broma de última hora. Negué con la cabeza y él se estremeció - Hay algo, como... no sé. Como electricidad estática. Me eriza la piel.
Me pregunté si no sería alguna clase de Nuiz, que quizá Enrique capte campos mágicos o algo así. Porque, yo lo supongo, el pueblo estaba protegido contra el Edterran. No vi la furgoneta negra. Salió un hombre de una de las casas más grandes, dándonos el alto. Iba armado con una de esas ametralladoras pequeñas y mortíferas. Cuando me identifiqué, su expresión cambió. Siguió siendo rígida, pero estaba más dispuesto a cooperar.
- El señor Popov ha ido a Bilbao - dijo - Y creo que volverá tarde. Si quiere hablar con él, tendrá que ser mañana.
- ¿No podemos esperarle? Total, ya es tarde - dijo Enrique y señaló al cielo. Estaba oscureciendo - Seguro que vuelve en cualquier momento.
- Ya les he dicho que tardará. Tienen que irse, ahora mismo. Y no vuelvan sin haber sido previamente invitados. Es peligroso salir de... - se interrumpió, cuando se oyó un grito lastimero, viniendo del edificio del que había salido.
- ¡Socorro! ¡Por favor, ayud...!
La llamada se cortó bruscamente, como si le hubiesen callado por las bravas. El matón de Popov contuvo la respiración. Nos miramos todos, él preguntándose si podría colar el tema haciendo como que nada había ocurrido. Pero, como obviamente no iba a ser posible, alzó el cañón de la ametralladora hacia nosotros. Nunca llegó a disparar. Se oyó una detonación, pegó un salto absurdo en el aire, y cayó muerto.
- ¡A cubierto! - me gritó Enrique, haciéndose con la ametralladora mientras sacaba su pistola. Fui hacia la pared, para evitar que me vieran si alguien salía, como ocurrió un momento después. Enrique le apuntó con la pistola y disparó, totalmente firme, acertándole de pleno en el pecho. No sé si era el punto del corazón, pero lo dejó seco de la misma. Luego avanzó hacia allí y entró. Dimos a una cocina; algo borboteaba en el fuego y parecía vacía, pero cuando Enrique avanzó hacia una puerta, otra se abrió y le dispararon. Apenas tuve tiempo de pensar, simplemente alcé la pistola y disparé. Fallé el primer tiro, pero no el segundo.
No había nadie más en la casa, aunque por la habitación de descanso supusimos que el grupo estaba formado por al menos diez personas. Rolando se reunió con nosotros cuando estábamos registrando. Gracias a los gritos encontramos una trampilla en la habitación donde había estado el tipo que eliminé.
En el sótano, había dos mujeres y un muchacho de unos catorce años. En un rincón vimos también tres hombres, pero estaban muertos.
El chico parecía haberse quedado mudo con lo ocurrido. Fueron las mujeres las que nos contaron que los habían secuestrado en Bilbao, por separado, no se conocían de antes, ni conocían al chico. Había habido más gente, pero se los habían ido llevando, uno a uno. Y esa mañana, habían oído decir que quizá necesitasen más sacrificios, que había que hacer una "nueva colecta" en Bilbao.
- Esos cabrones han estado "alimentando" al Edterran - ha dicho Rolando. Enrique y yo le hemos mirado desconcertados.
- ¿Para qué querrían hacer tal cosa? - pregunté. No me cabía en la cabeza que ningún ser humano quisiera provocar la apertura del Portal. Pero, como pensé después, hay locos para todos los gustos, en este planeta.
- Poder, locura... No sería la primera vez.
Los hemos sacado a todos de allí, Rolando ha tenido que llevar al chaval en brazos y Enrique y yo hemos ayudado a las mujeres. No podíamos arriesgarnos a que Popov volviera con su gente, con tres habíamos podido por la simple sorpresa, pero los otros eran muchos más. Y yo recordé que Popov tenía algún tipo de Nuiz.
- Intentaré descubrir quién es - me dijo Rolando, mientras volvíamos. Conducía él y Enrique iba de copiloto. Así, las dos mujeres, el chico y yo, cabíamos mejor en el asiento trasero - Te aseguro que no voy a tardar en enterarme.
- Puede que viniera a Bilbao hace veintiocho años - le conté lo referente a mi padre, cómo me dio la impresión de que se conocían - Quizá eso te ayude.
- Desde luego. Y...
Rolando apretó bruscamente el freno, derrapando. Una figura se había cruzado de pronto en el camino. Era una mujer rubia, fue lo primero percibí. Alta, grácil, aterradora... Se volvió hacia el coche y puso las manos en el capó, justo cuando conseguía detenerse.
¡Blammmm!
Todos en el coche miramos con espanto el rostro de la mujer, su piel traslúcida, sus ojos de pupilas ciegas, tan desvaídas que apenas conseguían distinguirse del blanco; pero Enrique, Rolando y yo, quedamos tan aterrados que no pudimos ni gritar.
Era Annetta.
- Ich kann den Weg nicht finden... - murmuró, con voz cascada, algo parecido a una espuma blanca y repugnante deslizándose pegajosamente por la comisura derecha de su boca. Mi alemán es pésimo, intento reconstruir desde mis recuerdos y con ayuda de un traductor, claro está - Enrique, Ich kann den Weg nicht finden...
"No encuentro el camino... Enrique, no encuentro el camino...". Enrique juró por lo bajo. Llevó la mano a la puerta, para bajar, pero Rolando le detuvo.
- ¿Qué haces? Ni se te ocurra. Te matará.
- ¡Es Annetta!
- No. Tan sólo es lo que queda de ella - Annetta inclinó la cabeza, como intentando oírnos. Rolando apretó el cláxon. Ella se estremeció, y la voz se volvió gimoteante.
- Sind Sie, Enrique? Ich fühle mich verloren und allein in der Nacht, allein und verlassen, und lassen Sie mich kriechen die Dunkelheit... - tembló - Es ist so kalt! Bitte helfen Sie mir! Ich habe den verdammten Weg zu finden!
"¿Eres tú, Enrique? Me siento sola y perdida en la noche, sola y abandonada, y tú permitiste que me arrastrase la negrura... ¡Hace tanto frío! ¡Ayúdame, por favor! ¡Tengo que encontrar el maldito camino!"
- Annetta, geh, geh weg! - le gritó Enrique. "¡Annetta, vete, márchate!". Pero ella no hizo caso. Empezó a golpear una y otra vez el capó con ambas manos.
- Maldición - Rolando bajó su ventanilla y le disparó, en el pecho. Ella salió despedida hacia atrás, pero se levantó de inmediato - Gehe einmal, freak! Diese Welt ist nicht dein!
"¡Vete de una vez, engendro! ¡Este mundo ya no es el tuyo!"
Enrique le miró con el ceño fruncido.
- ¡No le hables así!
- No me jodas, Enrique - replicó Rolando - Te digo que no es Annetta. Mírala bien. Es fácil ver la diferencia.
La mujer eligió ese momento para enseñarle los dientes a Rolando, unos dientes atroces, que causaban miedo sólo con verlos.
- Rolando! Rolando, wartet die Hölle Sie! Es gibt einen Platz für euch in den Mund meines Meisters! - y entonces pareció verme a mí, porque giró el rostro y me sentí atravesada por un frío intenso, y sofocada por su rabia - Verdammt Hündin, Hündin Verräter und ein Dieb! Glaubst du, ich habe gesehen, wie du ihn anschauen? Sie werden nie wieder mit irgendetwas zufrieden, haben Sie zu begehren it!
"¡Rolando! ¡Rolando, el Infierno te espera! ¡Hay un sitio para ti, en las fauces de mi Amo!"
"¡Maldita zorra, puta traidora y ladrona! ¿Crees que no te veía mirarle? ¡Nunca estás satisfecha con nada, tienes que codiciarlo todo!"
- Bueno, se me acabó la paciencia - gruñó Rolando, y volvió a disparar, esta vez acertándola entre los ojos. Annetta se derrumbó como si hubiese perdido toda animación. Rolando arrancó de golpe y el coche pasó por encima. Cuando miré hacia atrás, vi la forma oscura, aplastada, en el camino.
- ¡Maldito cabrón! - estaba gritando Enrique - ¿Y si hubiésemos podido ayudarla?
- No me escuchas, nunca me escuchas. Eso de ahí, no era Annetta. ¿Te entra en la cabeza? No hay nada, absolutamente nada, que hubiésemos podido hacer por ella. Anneta murió en el momento en que la sacrificaron en el infierno al que fue arrastrada. Y como no consigamos cerrar ese puto Portal pronto, lo vamos a tener muy jodido todos los presentes. Sobre todo vosotros, en realidad, porque, yo, no puedo quedarme para siempre, tengo cosas que hacer. Espabila de una puñetera vez, Enrique. Aquí, ni se está para ligar, ni sirven de nada las leyes, ni suelen abundar los finales bonitos. Bienvenido al puto caos - le lanzó la pistola. Enrique apenas tuvo tiempo a cogerla en el aire, antes de que se estampara en su pecho - Recárgamela.
No dijimos nada más, quizá porque no había nada que decir.
Señorita Rebeca. Hacía tiempo que no nos hablábamos, pero yo siempre la leo. Esto me ayudaba en malos momentos: menta pura y tila pura en una infusión, a la que se añade café molido. No es para beber. Se huele durante un rato para tranquilizar los males que vienen de la memoria y, si se hace mientras alguien te habla suavemente y te acaricia los hombros, las manos, es de mucha ayuda. Quizá eso ayudaría a que su padre se enfrentara con más tranquilidad y salud al pasado.
ResponderEliminarPero, si me permite el atrevimiento, si usted abraza a su padre y le dice que le quiere y le perdona de todo corazón... de algún modo sé que le dará una fuerza mayor de la que nunca le dió el amor por el poder.
Espero no ofenderla con mis intenciones.
Un afectuoso saludo.
Recibiste el PREMIO SUNSHINE AWARD, nominado por
ResponderEliminarhtt://eduardovidalhernando.blogspot.com/ENHORABUENA
Las reglas del premio :
1- Agradecérselo a quién te lo ha dado
2- Escribir un post sobre ello
3-Entregarlo tú mismo a 12 blogs que consideres que se lo merecen
4- Poner un enlace de los blogs premiados
5- Mandar un correo o comunicado informándoselo
imagen:
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