sábado, 30 de julio de 2011

Este Sábado Compramos Almas

Łokietek pod Ojcowem, pintado en 1890 por Wojciech Gerson. Si tienes paciencia, no tardaré en explicarte por qué lo he elegido para esta entrada.

Pero me temo que me cuesta centrarme, mucho. Ahora entiendo a Hidalgocinis. No controlo bien mi poder y el suyo me es tan extraño... Da pánico, auténtico terror, vislumbrar estas imágenes que se deslizan como con voluntad propia, a veces atrapándome por completo. Son de otro lugar y de otro tiempo, aunque eso lo sé más que nada por lo que me han contado de las capacidades de Hidalgocinis. Yo no soy capaz de distinguir si es algo del futuro o del pasado, o si quizá está ocurriendo ahora mismo.

Ayer, según llegamos, Rolando iba a bajar para ayudar en la búsqueda, pero vimos que Hidalgocinis estaba allí, cerca de la ranchera. Me miró de un modo extraño. Sé que hemos tenido nuestros encontronazos, pero es que... me ha costado mucho recorrer el camino que me ha llevado hasta aquí, hasta esta tierra agreste, cálida y perturbadora, hasta este momento terrible. Ahora no soy más crédula, pero sí más cauta, y sé que los monstruos que viven en el fondo del armario te pueden matar.

Hidalgocinis estaba allí, a caballo, sujeto en el armazón que usa como silla de montar. Es más joven de lo que pensaba y mucho más guapo, con unos ojos amables que daban la impresión de verte, de verte realmente, más allá de toda posible escapatoria. Recuerdo haber pensado que su vida era una tragedia y también un milagro. Gracias a él, muchos han podido tener una oportunidad de seguir viviendo, de defenderse y luchar. Quizá pronto estemos muertos, pero vamos a poder combatir para recuperar nuestro mundo, podremos intentar patearle el culo a esos demonios de mierda, joder, y eso es mucho más de lo que otros han tenido.

Pero, nada es gratis en esta vida. Su poder le estaba consumiendo. Nadie puede estar totalmente cuerdo, con un Nuiz como el suyo. Una vez, durante el viaje, lo comenté con Rolando. Precognición, lo llamó él, y me explicó un poco cómo funcionaba. Visiones del futuro. Sé que puede parecer tentador.

Pocas cosas resultan tan aterradoras, pocas producen tal sensación de ansiedad y de impotencia.

Me dio tanta pena que hice algo que, no sé, quizá fuese una locura, porque ahora las visiones se mueven por mi mente como una sustancia lenta y pegajosa, filtrándose por cada resquicio de consciencia. La cuestión es que lo hice: me acerqué a él, cogí su mano, y me la llevé a la mejilla.

- No estás loco - le dije, intentando consolarle, intentando aliviarle. No sé si se dio cuenta de lo que estaba haciendo realmente: tomar su Nuiz. Asumirlo. Liberarlo, al menos durante un tiempo, nunca he sabido cuál es el límite de mi capacidad.

En aquel primer momento, yo no me sentí distinta.

Entonces, Rodrigo (vale, así llamaré a No-Faustino desde ahora) regresó, con Andy y con el resto de los que buscaban entre las peñas. No sé, en otras circunstancias quizá no le hubiese reconocido a Andy, pero Rodrigo... Le vi y supe que era él y eso que no estaba en su mejor momento, precisamente. Tenía los ojos muy rojos, el gesto seco, rígido; nos miraba sin vernos. Es comprensible, se hallaba bajo un fuerte shock, su ex esposa y su hija habían muerto. Un hombre se acercó a abrazarle pero no reaccionó. Había tanto dolor tras aquella barrera que levantaba para mantenerse cuerdo... Pensé en el tiempo en el que encontré su blog, cuando hablaba de su hija de aquel modo tan especial, con tanto cariño. Me daba tanta envidia, deseaba tanto haber tenido una relación así con mi padre y, ahora, con mi hija...

Cuando Rodrigo se enteró de que los causantes de todo aquello habían sido un grupo de hombres, no demonios sino hombres mortales, normales y corrientes, fue... terrible. Gritó de un modo espeluznante y salió corriendo tras ellos. Rolando se fue con él, y otros. Hubo un momento de desconcierto, nadie sabía muy bien qué debían hacer.

Entonces, Hidalgocinis ordenó que se siguiese camino hasta Santa Elena, hacia el punto de reunión, pero yo no quería irme sin Rolando, así que decidí ir tras él.

Nadie me vio alejarme, cuidé de aprovechar un momento en que Enrique intentaba comprobar el estado de Brau. Cometí una locura, me han dicho luego, podía haberme perdido por ahí, por el monte, y no están las cosas como para quedarse solo o hacer que todos te busquen, cuando hay tanto que hacer. Bueno, quizá... Reconozco que tuve suerte, porque no se habían alejado mucho, pude seguir los ruidos del grupo. Había ya poca luz aunque, la verdad, tampoco hubiese cambiado mucho la cosa de ser mediodía. No soy precisamente una experta en seguir rastros. Al contrario, soy mujer de ciudad: aunque me guste el campo me he criado pisando asfalto.

El caso es que les seguí aunque, si les alcancé, fue porque se habían detenido. Vi algo semejante al cuadro que he elegido para hoy: un hombre arrodillado ante Rodrigo que, espada en ristre, le escuchaba atentamente, con Rolando y Andy a su lado. Cerca se abría una entrada de cueva. En ese momento, varios hombres de Hidalgocinis sacaban a rastras a más gente, y arrojaban algunos trastos miserables. Sus pertenencias, supuse.

Eran ocho bandoleros en total. Varios estaban heridos y su jefe pedía por sus vidas. Decía una y otra vez que no habían pretendido causar tanto daño, que sólo querían conseguir algo de comer. Que se sentían desesperados y asustados, de otro modo jamás hubiesen obrado así. No estaban acostumbrados a la vida en el monte, no sabían sobrevivir allí, no sabían cómo conseguir alimentos... Los otros también suplicaban, atrás, y gemían de dolor.

Sé que habían matado a varias personas, con su torpe trampa. Pero me dieron pena.

Rodrigo estaba muy quieto, la mirada muy fija. Sólo la mano que sujetaba la empuñadura de su espada temblaba ligeramente, lo único que permitía saber que se trataba de un hombre y no de una estatua. Temí que, en cualquier momento, descargara un golpe fatal sobre aquel individuo, que lo decapitase o algo así.

- No lo hagas - murmuré, no sé por qué. Rodrigo me oyó y me miró. Yo pensé en aquella vez que me había llamado "su futura ex-amante". Seguro que él no lo recordó, para nada. Quizá ni sabía que era yo, Rebeca, que por fin nos habíamos encontrado - Por favor, Rodrigo, no lo hagas. Mírales. Están al borde de la inanición y más asustados que otra cosa.

- ¡No queríamos matar a nadie! - repitió el hombre, con un gemido. Qué imagen patética daba... Pero, no sé, creo que Rodrigo no iba a hacer caso de ninguna de nuestras súplicas. Se veía que estaba lleno de ira, que ansiaba sangre, mucha sangre, la suficiente para ahogar todo aquel dolor...

Entonces, Rolando se acercó y le susurró algo al oído. Rodrigo se estremeció.

- No te perdono la vida - dijo por fin, al cabo de un momento - Ni a ti, ni a ninguno de los tuyos. No lo hago, no lo haré, jamás. Por lo que habéis hecho, me las quedo. Las reclamo. Me pertenecen - las frases, cortas, caían una tras otra como losas; casi daban la impresión de constreñir el aire. El hombre le miró sin comprender - Debería arrancaros el corazón del cuerpo ahora mismo, pero estamos en tiempos difíciles. Vendréis y serviréis al ejército humano y os entregareis a mí para que haga con vosotros lo que quiera. Que os quede muy claro que ahora sois mis esclavos. Vuestras almas son mías - acercó la punta de la espada al cuello del hombre - Repítelo. Vamos, dilo. Entrégame tu alma a cambio de que te deje seguir respirando.

- Rodrigo... - susurré. No sé, me pareció espantoso plantearlo así, como un intercambio, como si fuese una compraventa. Pero él me miró de un modo terrible, silenciándome por completo. Luego, volvió a centrarse en el bandido. El hombre temblaba violentamente.

- Lo prometo, lo prometo... - sollozó. Rodrigo le pinchó apenas con la punta de la espada, ayudándole a recordar su exigencia - Te entrego mi alma, es tuya, te pertenezco.

- Bien. Repite: morirás por mí, cuando te lo ordene.

El bandido tragó saliva.

- Lo haré. Moriré por ti, cuando lo ordenes - aceptó, rindiéndose. Los demás, también lo hicieron. Cómo no. Los pobres diablos, arrepentidos, débiles, sin dios ni esperanza, le entregaron su alma a Rodrigo para que haga con ellos lo que quiera. Los usará de kamikazes o algo así, imagino...

Pero no pude ocuparme más de ellos porque, de pronto, las imágenes aparecieron, ocupándolo todo.

Molinos de viento.

Apreté los puños fuerte, fuerte, para asirme a la realidad, pero fue inútil. Me clavé las uñas en las palmas de las manos, sangré, dolió, pero fue inútil. Ahora ya lo sé, nada puede controlarlo; al menos, yo no soy capaz de hacerlo. Esas visiones van y vienen, fluctúan, se deslizan lentamente ante mis ojos...

- ¿Qué le ocurre? - oí que preguntaba Rodrigo.

- Tiene el Nuiz de Hidalgocinis - respondió Rolando. Así que lo sabe, pensé. Supongo que imaginó mis razones, cuando le toqué, y no lo impidió. Quizá, como yo, opina que Hidalgocinis necesita un poco de descanso en su tormento.

Da igual. Todo da igual. Lo único que importa, son las imágenes.

Molinos altos y blancos, sobre colinas de sangre. Casi puedo olerla, casi puedo sentir en el rostro el viento caliente, sofocante, cargado de podredumbre. Las aspas giran, giran y me marean...

Pero uno de esos molinos no se mueve y clava un diente profundo en la tierra.

viernes, 29 de julio de 2011

Viernes Llegando del Norte

Pfarrer mit gelbem Sonnenschirm in felsiger Landschaft stehend, de Johann Georg Grim. No sé la fecha en que fue pintado, pero tuvo que ser entre 1867 y 1887.

Avanzamos hacia el Parque de Santa Elena y hace un calor de muerte, no puedo tener mucho rato encendido el portátil. Estamos ya muy cerca, pero vamos muy lentos porque nos hemos topado con más peregrinos y hemos tenido que reducir velocidad y a veces cuesta mucho adelantar los diversos grupos. La gente va en toda clase de vehículos: camionetas, motos, coches, bicis... y a pie, claro. Muchísima gente va a pie, porque ya no tienen gasolina, ni otro modo de avanzar, pero quieren llegar al punto de encuentro.

Hay grupos descansando, a ambos lados de la carretera. Entre ellos, vi un sacerdote protegiéndose del sol con un paraguas, en una estampa semejante a la de este cuadro.

Estaba buscando en Google maps a ver si todavía funcionaba algo de eso y podía visualizar el punto en el que se está reuniendo toda esta gente, cuando he leído el mensaje de Andy. Eso me ha llevado a mirar también en el blog de Hidalgocinis y el de Brau, y he avisado a Rolando, que ha empezado a pegar bocinazos como loco y a adelantar vehículos y gente, saliéndose cuando le era posible de la carretera. Y eso que, por aquí es peligroso arriesgarse a algo así. Te pongo una foto que había encontrado antes de todo este lío, para que te hagas una idea clara del lugar, el Parque Natural de Santa Elena, en Despeñaperros. Y eso que no es de los tramos más complicados:
Ni te imaginas cómo me he tirado de los pelos. ¡Mira que suelo revisar otros blogs siempre, lo primero que hago, nada más encender el portátil! Y suelo encenderlo bastante pronto, la verdad. Pero hoy hacía demasiado calor, y luego quería acabar rápido y dar una cabezada y... Bah, no tiene sentido lamentarse.

"10 km al Norte por la carretera dirección Madrid", decía Andy en su blog, el más específico de todos. Al parecer, Lucrecia y Lorena (la ex esposa y la hija de No-Faustino) se han despeñado con el coche, normal en este sitio terrible, aunque Hidalgocinis sugiere que no ha sido un simple accidente. Andy y No-Faustino (me cuesta pensar en él como Rodrigo, tiene tela que se llame como el Cid Campeador) estaban bajando por las peñas, a rescatarlas, Brau se ha quedado en un coche y habla de monjes tibetanos avanzando por el mundo del Nuiz y de algo que le ha seguido o no sé...

En todo caso, Rolando ha hecho prodigios para avanzar el trecho que nos separaba, usando su poder para apartar obstáculos de vez en cuando e, incluso, para salvar la vida de unas mujeres, en una ocasión. Por suerte, no estábamos lejos, ya. Hemos visto un vehículo aparcado a un lado, una ranchera, así que he supuesto que era la de Brau. Los otros debían estar cerca, buscando entre las peñas, si no entendí mal. Rolando frenó en seco y saltó del Hummer.

Al ver que iba a seguirle me dijo que me quedase aquí, con Enrique, que le esperásemos. Que no saliésemos siquiera del coche.

Pero creo que voy a ir tras él.

miércoles, 27 de julio de 2011

Un Miércoles con Sabor a Hinojo

Pan's slumber, pintado en 1870 por Emile Jean Baptiste Philippe Bin.

Me recuerda a Rolando, dormido...

Avanzamos a buena velocidad, pese a que es noche completa. Llegaremos pronto a Despeñaperros, al menos eso dicen. Mientras conduce Rolando y Enrique descansa, voy a contar lo que ha ocurrido, lo que nos ha demorado estos días, aunque quizá ya no haya nadie ahí fuera, leyendo esto. De los que mayor contacto mantenía, cada vez menos, leí que Blanca estaba enferma y preocupada por algún encuentro. Es la leche, no se dio ni cuenta de que yo estaba en problemas.

Y Pilar, a saber, está desaparecida incluso desde antes. Igual se ha liado con el motorista ese, el Choni, y ya no se acuerda más del mundo.

El único que ha mostrado un poco de preocupación por mí, de asombro por lo que me ocurría, ha sido Andy. Ya ves, alguien con el que apenas había intercambiado un mensaje, hace ya mucho tiempo. Tiene tela. Me siento tremendamente sola. El mundo cada vez está más vacío; casi puedo sentir los ecos, por llanuras y bosques.

El mundo, tal y como estaba antes de la llegada del ser humano.

Pero, bueno, debo entrar ya en la historia, en lo que pasó durante el terrible día de ayer y esta larga noche.

Atardecía cuando fuimos todos a la Cueva Sagrada de la Madre, cantando y bailando en una procesión llena de colorido. Éramos alrededor de un centenar, quizá algo más, todo el pueblo. Ahora recuerdo con nostalgia la alegría intensa que sentía en aquel momento. Sé que es absurdo, que era todo falso y peligroso... Pero, de verdad os juro que era también perfecto. No tenía miedo, no quedaba rastro de rencores, no había sombras en mi alma, esas sombras que se van acumulando con la vida, y que tanto pesan.

Creía, de verdad, que había nacido en el pueblo, que allí había vivido siempre. De hecho, tengo todavía recuerdos de aquel pasado. Ya sabemos cómo es la memoria, blanda y manipulable como plastilina. Me veo jugando entre los manzanos, ayudando a mi madre a tender las grandes sábanas blancas, conversando con la Madre en el prado. Y siento en los labios un tenue sabor a hinojo, algo anisado, del licor que hacía mi abuela. y que bebíamos mis amigas y yo, a escondidas.. Todo eso es irreal, jamás ha ocurrido, pero todavía lo recuerdo nítidamente.

Entré en la Caverna Sagrada bullendo de felicidad, me tendí en la piedra anhelando la Transición. Porque, de entre los que formaban el pueblo, no todos estaban vivos ni todos estaban muertos. Estar muerto significaba un estadio superior, una mayor cercanía con la Madre. Todo eso sonaba tan lógico... aunque la verdad es que tampoco me paraba mucho a pensar en nada. Cuando ocurría, se filtraban retazos de la realidad. Me venía el nombre de Rolando, me preguntaba por qué no había mirado las muchas pistas que hay aquí mismo, en este blog que es una caja negra de Rebeca Goyri. Incluso recuerdo haber mirado los vídeos de Rolando y haberme espantado ante lo que estaba sucediendo, atrapados en ese lugar, mentalmente manipulados.

Pero, todo eso lo olvidaba al momento.

Me despedí de Enrique con un beso: en realidad, íbamos a estar otra vez juntos enseguida, ambos lo sabíamos, pero nos dijeron que era la costumbre. Luego, la Madre dirigió las oraciones. Su voz, rica y aterciopelada, se movía por la Caverna como algo con vida propia. Tomás le tendió la reluciente daga y ella se colocó a mi lado. Yo temblaba de ansiedad...

Entonces, la Madre, acarició mi mejilla.

Fue como apagar repentinamente la luz, en una habitación. No hubo oscuridad, pero sí menos brillo. Las antorchas no resplandecían con la intensidad que había creído. En la Caverna, que no era más que una triste cueva con olor a humedad, no habría más allá de veinte personas. Buena parte del centenar largo que había formado parte de la procesión, había desaparecido también con el roce. No existían, realmente. Yo había hablado con ellos, había vivido con ellos desde siempre, pero no existían...

Y la Madre... La Madre era una anciana enormemente gruesa, de clase de obesidad mórbida que crea la imagen de una esfera blanda y pesada. No quedaba en ella nada de la elegancia que asumía en el trance, nada de su belleza esbelta y serena y su aura de bondad. Parpadeó, con unos ojillos malvados hundidos entre carnes grasientas, dándose cuenta de lo que había pasado, que con el contacto le había arrebatado el Nuiz, y trató de apuñalarme, pero conseguí sujetarle el brazo.

El forcejeo fue breve, no en vano llevaba ya un tiempo entrenándome para luchar con seres más peligrosos que ella. Conseguí que soltara la daga, la tumbé de un puñetazo y salté del altar de sacrificios al suelo.

Los demás, unos se quedaron quietos, otros se derrumbaron, algunos salieron corriendo y sólo unos pocos me miraron con desconcierto. Tomás se tambaleó, y si no llegó a caer fue porque quedó apoyado en el altar; recordé lo que había ocurrido el día anterior, el modo en que me había violado sabiendo que iba a ser sacrificada, y juro que estuve a punto de apuñalarle, por cerdo. Pero supongo que también él era presa del embrujo. En ese momento tenía un aspecto lamentable: los ojos vacíos de toda expresión, la boca torcida, dejando escapar un hilillo de saliva pastosa por una comisura...

Luego me explicó Rolando que el control de la Madre había sido tan intenso y tan prolongado en algunos que realmente habían quedado como lobotomizados. No se recuperarían jamás.

- ¡Rebeca! - me llamó Enrique, que también había despertado. Tomé su mano, intentando rehuir su mirada, tras un primer contacto. No sé si algún día podremos superar lo que ha ocurrido. Antes, éramos amigos y jugábamos a flirtear, pero en este pueblo hemos sido amantes y más que amantes: hemos hecho tantos planes de futuro en las largas noches que pasamos charlando, que se me hace imposible imaginar que ya no vamos a intentar llevarlos a la práctica... Ya sé que muchas de ellas no existen, pero las recuerdo, como recuerdo haberle conocido durante toda mi vida, haber anhelado que se fijara en mí, que me pidiese baile en la verbena, que hablase con mis padres para solicitar mi mano...

Él también lo recordaba, seguro. Me lo dijeron sus ojos, antes de apartarse.

Los pocos lugareños que seguían conscientes no intentaron detenernos; algunos, de hecho, vinieron con nosotros. Regresamos al pueblo y nos dirigimos directamente al Santuario de la Madre, que ahora pudimos ver que en otros tiempos había sido la casa del Alcalde. Allí, en la dormitorio principal, estaba Rolando, desnudo y atado a la cama, dormido. Drogado.

Entre comentarios de unos y otros, y diversas pruebas, pudimos sacar en conclusión que la Madre había poseído un poderoso Nuiz de control mental. No estamos seguros que fuera del pueblo, quizá llegara de algún lado, huyendo de los demonios, como todos. A saber. Lo que importa es que se había establecido allí y tenía el pueblo sumido en su trance de fascinación.

Pero, las cosas habían empezado a ir mal, como en todas partes. Los demonios no podían entrar, no podían traspasar la barrera de control que había establecido la Madre, pero rondaban el lugar y habían acabado con muchos y con la totalidad de los animales de granja.

A la Madre le gustaba la carne.

Pude ver los restos de las cenas, las sobras de los deliciosos asados, acumulando huesos claramente humanos. Eso habíamos estado comiendo allí, así iba sacrificando a unos y otros. Aquel hombre, no se quedó dormido, comprendí. Murió de agotamiento y se lo llevaron a la cocina. Sentí un vuelco en el estómago pero al menos pude contenerme. Enrique, salió corriendo fuera, para vomitar en el pasillo. Normal. Era todo tan horrible...

Rolando suponía un gran peligro para la Madre. Tiene un Nuiz tan poderoso que lo captó ya en la distancia, lo bloqueó en un primer ataque mental. Luego lo mantuvo inconsciente, drogado. Quería utilizarlo en la lucha contra los demonios, hubiese sido un arma definitiva para poder asegurar la zona, pero cada vez que lo despertaban se mostraba agresivo, así que estaba casi decidida a eliminarlo. Y como yo no dejaba de recordarle, pese a las pautas insertadas en mi cerebro, también asumió que tendría que acabar con nosotros, en vez de usarnos como al resto de los supervivientes: como animales de granja que le dieran más esclavos y más comida.

Conseguimos llevar a Rolando al Hummer, recoger nuestras cosas y salir corriendo. Enrique condujo primero, luego nos turnamos. Rolando ha conseguido despertarse y le hemos contado todo. Ha puesto mala cara, pero lo único que ha dicho, con voz reseca, ha sido:

- A Despeñaperros. Rápido.

lunes, 25 de julio de 2011

El Lunes de la Verde Menta

María Magdalena, pintada entre 1480(1480) y 1490 por el italiano Carlo Crivelli. Lleva una jarra en la mano, como mi cáliz, que llenaré con sangre, y tiene un traje como el que debo ponerme mañana, para la ceremonia.

Me encanta el olor de la menta. En la Caverna Sagrada de la Madre flota por todas partes, acaricia la piel, te renueva por dentro.

Me ha llevado Tomas, el Sumo Sacerdote, con algunos Elegidos, pero ellos se han quedado fuera. Dos estaban vivos y dos muertos, pero ninguno debía venir con nosotros. Todavía no.

¡La Madre ha pedido que me inicien en los Misterios del culto! ¡Un gran honor, todos lo dicen, y me siento eufórica!

Y yo que pensaba que iba a reñirme por rondar por el Hummer...

Me he levantado sintiéndome extraña. Rolando, Rolando... No sé qué significa ese nombre. Nunca había salido del pueblo, me daba miedo. Ni siquiera de niña, y mira que he sido aventurera. Llegaba hasta lo que llamamos El árbol roto, que ha crecido doblado sobre sí mismo, y me detenía.

Hoy no lo he hecho. He mirado al frente. Apenas amanecía y la luz del sol ha reflejado algo metálico. Era un coche, grande, negro...

El Hummer H3 de Rolando, me he dicho al momento. Y he recordado... No sé, algo. De vez en cuando me vienen cosas, pero no las visualizo ni las siento. Y van sueltas. Por ejemplo, pienso mucho en una esfera, una esfera que es... Blanca, aunque no sé si se refiere al color. Tiendo a pensarlo con la B mayúscula. Y creo que estaba en el interior de alguien... qué absurdo. Aunque, mayor tontería es por qué me ronda la imagen de un motero y una botella de anís...

Fui hasta el Hummer, el monstruo oscuro del mundo oscuro. Había pocas cosas dentro; las puertas estaban abiertas y lo habían vaciado. Estaba rebuscando con curiosidad, cuando me encontraron los hombres de la aldea. Me riñeron, me hicieron sentir indigna, sabiendo que había decepcionado a la Madre. Me llevaron ante ella, que me contempló desde la balconada de su Santuario, infinitamente triste. Me preguntó por qué lo había hecho, por qué me había arriesgado saliendo al mundo exterior, por qué los había arriesgado a todos.

- Rolando, Madre - contesté - ¿Sabes qué es? ¿Quién es? ¿Lo sabe alguien? - pregunté a mis vecinos, que murmuraron su desconcierto. Todos negaron con la cabeza. La Madre me miraba fijamente - No sé... ese nombre me ronda, dando vueltas, no me deja dormir.

Entonces fue cuando la Madre nos sorprendió a todos con una nueva muestra de su inmenso amor y, en vez de castigarme, me concedió paso libre a los Misterios de su Culto. ¡Increíble! ¡No quepo en mí de entusiasmo! Además, seguramente en pocos días se decretará también la Transición de Enrique, y podremos seguir juntos por siempre, en esta felicidad eterna de Esperanza, de Fe, de Futuro...

El único lugar donde, gracias al poder de la Madre, convivimos vivos y muertos, existimos juntos, tenemos hijos comunes, avanzando tomados de la mano por la línea del tiempo...

Aquí, donde la vida y la muerte no están separados por una línea, sino que se superponen...

Por eso me avergüenzo más todavía de haber arriesgado nuestra integridad, saliendo al exterior. Haré cuanto me sea posible para que la Madre vuelva a sentirse orgullosa de mí. Como siempre. Como cuando tenía siete años y le regalé aquella flor y ella me sonrió y me llamó "pequeña cereza".

No sé, no sé... Me ha parecido recordar algo...

Tomás me llevó a la Caverna Sagrada, un lugar inmenso, que tiene su entrada oculta entre peñas. Está iluminado con antorchas, adornado con grandes ramos y tiene una gran piedra que hace de altar, oscurecida por la sangre de tantas Transiciones... Es hermosa, la cueva de la Madre, es emocionante; está llena de sombras que vibran, de reflejos dorados y de olor a menta.

Nosotros teníamos que preparar la ceremonia de mañana. Al atardecer se celebrará el sacrificio, que preferimos llamar Transición y luego, ya en mi nueva existencia, podré entonar el Canto de las Palabras de Poder y abrir los libros que se guardan en el arcón sagrado. Ahora, parece vacío, porque sólo los muertos tienen acceso a él. Los que están más allá de los límites mortales, según decimos en el pueblo.

Nada más llegar, Tomás ha dicho que, en estos casos, es tradición glorificar la cueva con el amor de la Madre, así que nos hemos desnudado y nos hemos acostado sobre el altar. Qué curioso, ahora que lo pienso, tuve un momento de pánico, porque realmente no quería que me tocase: Tomás es un hombre gordo y desagradable de aspecto, y yo amo a Rolan... a Enrique... ¡Pero olía tan bien la menta! ¡Me envolvía, me embriagaba, me elevaba! Con ella he recordado que todos somos iguales en el amor de la Madre, que podemos sentirlo, bullendo desde dentro, y debemos darlo a todos, a manos llenas, aunque elijamos una pareja concreta para la convivencia; así que me he esforzado por darle a Tomás cuanto amor he podido.

Luego, hemos organizado todo, hemos ensayado cada paso y afilado debidamente el cuchillo; he pulido con cera la piedra del altar hasta que la sangre incrustada ha soltado destellos con la luz de las antorchas, y he preparado ese hermoso traje, el similar al del cuadro de María Magdalena, para estar bellísima en mi gran momento.

Asistirá todo el pueblo, una multitud, y me honrará con la Transición la propia Madre.

No quiero que nada salga mal.

sábado, 23 de julio de 2011

Un Sábado con Aroma a Orégano

The distant Princess, pintado en 1899 por Georges Jules Victor Clairin. Así, así ha sido uno de los momentos más emotivos de mi vida.

Soy feliz. Creí que nunca podría volver a decir algo así, pero es cierto. Me siento eufórica, tanto que no tiene mucho sentido que pierda el tiempo escribiéndote, ya no te necesito. Pero supongo que me he acostumbrado a contarte mis cosas, quizá siga haciéndolo un día o dos... Has sabido de mis penas: escucha ahora mis alegrías.

Todo empezó ayer, por pura suerte, al llegar al lugar adecuado, a nuestro Destino. Así, de pronto. A Rolando le dolía la cabeza. Yo estaba buscando una aspirina en el bolso cuando noté que el aire olía repentinamente dulce y fresco. Recordé el rincón secreto que tenía en el jardín, de niña. Recordé el parque de Doña Casilda, en los lentos atardeceres de primavera, cuando Julián y yo retozábamos sobre la hierba, escondidos tras los matorrales. Recordé...

- Huele a orégano- dijo Enrique, desde el asiento trasero. Sí, cierto. Olía a orégano, a campo, a verde, a multitud de flores recién cortadas, a vida... Yo estaba a punto de decir todo eso y más, embriagada casi hasta la borrachera por aquel perfume perfecto, cuando Rolando cayó de bruces sobre el volante. Sin dirección, el coche dio un giro repentino, oímos el derrapar de las ruedas, gritamos, al ver la sombra oscura de los árboles, acercándose rápido, rápido, demasiado rápido...

Fue un instante y me pareció tanto tiempo, tuve tanto miedo...

Madre dice que fue un nacimiento. Un Renacimiento, a una vida mejor. Debe ser cierto porque ella jamás se equivoca.

El Hummer chocó de frente, con violencia, contra un tronco inmenso. Creo que perdí el conocimiento un momento, un único instante de negrura; cuando me recuperé, me dolía terriblemente la cabeza. Enrique se quejaba, frotándose un hombro. Rolando seguía inconsciente.

- ¡Tranquilos! ¡Ya viene la ayuda! - oí entonces, y vi que había gente fuera. Casi sollocé de agradecimiento, sin miedo alguno, porque en ese momento no recordaba el mundo oscuro y terrible del que venía, ni los demonios, tanto los humanos como los ajenos, que tanto dolor estaban causando. No se me ocurrió que quisieran matarnos para quedarse con el coche o con nuestras cosas, ni que buscaran sacrificarnos para abrir camino a criaturas pavorosas. Era sólo gente normal, gente de la de siempre. De la que, en situaciones así, solía comportarse de una forma civilizada.

Lo que pasó a continuación... No sé, lo recuerdo todo confuso, en imágenes repentinas y fugaces, que se suceden unas a otras como en un montaje caótico. Sé que nos llevaron al pueblo, que Enrique y yo podíamos caminar, y que a Rolando lo llevaron en una camilla. Pedí una ambulancia, recuerdo mi voz, suplicando, pero alguien dijo que no quedaba gasolina, que no me preocupase y no me preocupé La Guardia Civil se hizo cargo de todo, eran muy amables.

En el pueblo, pese a que ya se había hecho bastante tarde, nos recibió la Madre.

No puedo explicarte qué alegría, qué alivio repentino, experimentó mi corazón al verla. Era tan hermosa, tan segura de sí misma, tan sobrecogedoramente fuerte... Nos sonrió, nos llamó "Hijos" con su voz pura. Nos dijo que éramos una parte más, insustituible, de la gran familia que forma el pueblo.

Esperanza
, se llama, a veces, este hermoso lugar. Fe, en otras ocasiones.

Futuro
, siempre.

Yo lloraba. Enrique lloraba. Nos postramos, junto con el resto de nuestros hermanos y hermanas. El amor de la Madre nos cubrió con la suavidad de una pluma, con el frescor de un bálsamo. Un momento semejante al cuadro que he usado para esta entrada.

Rolando seguía inconsciente. La Madre ordenó que lo llevaran de inmediato a su Santuario. ¡Ella misma iba a atenderlo! ¡Qué gran honor! Yo no podía creerlo, estaba tan sumamente agradecida... Empecé a contarle mi vida; la historia surgía a borbotones de entre mis labios, precipitada y sin orden. Pero supongo que fue suficiente para que supiera que Rolando lo era todo para mí, que mi amor le había pertenecido siempre. Ella observó cómo se llevaban a Rolando, con cuidado, y sonrió.

- En realidad, siempre has amado a Enrique, Rebeca - dijo, con voz melodiosa - Mira bien en tu interior, y lo comprobarás. Puedes sentirlo, siéntelo, permítete sentirlo, hija mía, porque aquí sólo importa tu felicidad.

¡Entonces lo comprendí! ¡Madre tenía razón, desde el principio he amado locamente a Enrique! ¡Siempre! ¿Cómo he podido estar tan ciega? Porque me engañaba, por esto y por aquello, sometida a tonterías que ahora ya quedaban más allá, en el mundo oscuro y estéril que se extendía fuera de ese lugar llamado Fe, o Esperanza, o Futuro...

Enrique me miraba. Yo temblaba de emoción. El pueblo entero se estremeció, como si lo hubiese azotado una onda de emociones.

¡Enrique me ama a mí, a mí, a mí, sobre todas las cosas!

Le abracé, le besé, apenas podía separarme de él, y supe que le ocurría lo mismo. ¡Dios, empezó a desnudarme allí mismo, en la plaza! Entre risas comprensivas, nos llevaron a una casa y estuvimos haciendo el amor toda la noche, con pasión y fiereza, bendecidos por el amor de la Madre.

Hoy ha habido romería. En realidad, siempre hay romería, según me han dicho. Trabajamos en el campo unas cuantas horas, cantando de pura felicidad, y luego llevamos las ofrendas a la Madre, en una procesión impulsada por el entusiasmo, adornada con flores, con espliego y romero. Tengo que admitir que Enrique y yo no hemos trabajado mucho en este primer día; más bien hemos tonteado por toda la huerta, nada, que no podíamos mantener las manos quietas ni la ropa puesta, aunque a nadie le ha importado.

Nos echaban de menos. Les dolía nuestra ausencia.

Ahora recuerdo que, durante la romería, uno de nuestros hermanos se dejó caer al suelo, tan cansado que se quedó de inmediato dormido, y se lo llevaron a su casa entre varios, transportándolo con inmensa ternura. Para que veas cuánto cuidan unos de otros.

En ese momento supimos que hemos llegado a este lugar para quedarnos, para hundir profundamente en él nuestras raíces y criar nuevos hijos, muchos hijos, en el amor y el respeto a la Madre.

Con esa idea en mente, hemos vuelto a la casa, a la cama, incansables, hasta que nos han avisado de la cena. Asado y grandes cuencos de verduras, regadas con el vino más delicioso que puedas imaginar. Nada escasea aquí. La tierra es fértil y las cosechas generosas. Y la Madre todo lo puede.

Alguien ha mencionado a Rolando y me he acordado de él, aunque... bueno, ahora mismo no tengo muy claro de qué nos conocíamos. En todo caso, cuando pregunté, me dijeron que seguía bien. Debe ser así, porque está al cuidado de la Madre. Con Ella nada puede dañarle.

Debo dejarte. Enrique me llama.

viernes, 22 de julio de 2011

El Viernes de la Larga Cinta Gris

Poster del Departamento de Interior del Servicio de Parques Nacionales eeuitas. En él podemos ver unos ciervos (Bambi y su madre) que cruzan repentinamente la carretera ante un coche que se aproxima. Es de noche, hay poca visibilidad y va con los faros encendidos... Anda, que si los atropella, le va a quedar bien la carrocería. Claro que, nosotros, vamos en un Hummer H3, el de Rolando.

El texto tiene su gracia. Podríamos usarlo con los demonios, pedirles que "no asesinen nuestra vida salvaje". Por favor, por favor, por favor. Aunque me da que, ellos, sí que no se dejan influir por la publicidad, madre de tantos males.

He puesto esto porque buscaba algo con coches, difícil si te interesan sólo cosas de dominio público. Y, es que, estamos de camino hacia el sur, Rolando, Enrique y yo. Menudo trío.

Me ha costado mucho separarme de mis hijos, pero Rolando ha insistido en que era mejor dispersarnos, por si la gente de Popov o cualquier otro perturbado, o entidad maligno-malévola, está tras nuestra pista. Al parecer, puedo haber cogido cierta fama, con la eliminación del Amo de los Edterran. No sé si me agrada la cosa; vale, sí, lo sé, me da tremendamente por saco que por culpa de eso mi familia haya tenido que separarse, justo ahora que empezábamos a... Bueno, no. Con mis padres y con Beatriz había mejorado, pero con Jon no podía ir peor.

Y he tenido que irme sin despedirme de él, porque no ha querido ni verme.

Dos con Nuiz en un grupo, Rolando y yo. Los otros dos, en la casa, con los demás, hasta que lleguen refuerzos, aunque este tiempo van a dedicarse a seguir poniendo protecciones mágicas alrededor de la zona, para dejar a mi madre, a Beatriz, al doctor Contreras y al resto bien seguros... o todo lo seguros que puede estarse, en los días que corren. Luego, Radar y Sol se dirigirán también al sur, si es que llegan a tiempo de algo, con el coche de Enrique.

Jon irá con ellos. Yo no quería, hubiese preferido que se quedase con su hermana, protegiéndola hasta mi regreso, pero quién soy yo para decir nada. Nadie me hace caso.

Hemos salido bastante tarde, confiando estar en Madrid en un momento, llegar antes de que oscureciera, pero nos hemos encontrado las carreteras totalmente colapsadas, más todavía en las más grandes. Hubo un momento, en un tramo de la autopista a Vitoria, que he tenido que parar. Aunque siempre había tenido que ir esquivando vehículos abandonados, allí se había producido un accidente, o un ataque o algo, y el lugar estaba totalmente lleno de coches, de un lado a otro, incluso desbordando los lados, estrellados unos contra otros. No debía haber pasado mucho tiempo desde la colisión múltiple, porque también había estallado un camión cisterna y todavía seguía vivo el incendio.

Por todos lados había telas, cartones, bolsas de plástico... y cadáveres.

- No vamos a poder pasar con el coche - ha dicho Enrique - Tendremos que regresar y tomar alguna secundaria. O quizá podamos robar un vehículo al otro lado de este desastre, si lo cruzamos andando.

- No tenemos tiempo - Rolando ha abierto la puerta y ha salido. Se ha dirigido al frente, colocándose justo en el centro de la larga recta. ¿Qué va a hacer?, me he preguntado y seguro que también Enrique lo ha hecho, pero ninguno de los dos hemos abierto la boca.

Rolando ha extendido los brazos en cruz, ligeramente adelantados, y se ha concentrado...

- Joder... - he oído susurrar a Enrique. Sí, era como para flipar. Ambos hemos sentido la intensa concentración de energía, la fuerza inmensa que estaba acumulándose bajo la voluntad de Rolando. El aire parecía volverse denso, convertirse en gelatina que fluía y se quebraba continuamente. Era luz, era fuerza, centrando energía una y otra vez, una y otra vez... Cuando la tensión era tal que ya casi ni veíamos lo que había más allá, todo confuso tras el velo lechoso de aquella sustancia, Rolando hizo un ligero gesto hacia el frente.

La intensa bola de energía salió disparada de entre sus manos y barrió violentamente la recta, apartando los vehículos como si fueran de juguete. Los coches volaron, literalmente volaron, girando enloquecidos, dando bandazos, dirigiéndose a los lados; el camión, aquella mole inmensa, se arrastró casi cien metros con un crujido espantoso de hierros calcinados, mientras las llamas aumentaban salvajemente sólo para terminar apagándose del todo justo a continuación.

Rolando regresó al coche. Ahora sé muchas más cosas del Nuiz. Entre lo que he vivido y lo que me han explicado Radar o Sol, o el propio Rolando, me consta lo que cuesta utilizarlo, y más a ciertos niveles. Lo que había visto en Rolando implicaba un poder que yo ni me planteaba poder alcanzar.

- Despejado - dijo. Ni siquiera sudaba. No me extraña que nuestros enemigos le tengan tanto miedo.

- Buen trabajo - repliqué, y volví a arrancar el motor. Atravesamos la carretera como señores, franqueados por muros de vehículos aplastados unos sobre otros.

De todos modos, hemos avanzado lento porque no tardamos en volver a encontrar obstáculos. En algunos tramos, la cosa era jugar a esquivar, en otros ha habido que optar por carreteras secundarias. Hubo que buscar gasolina, que resultó más complicado de lo que pensábamos (la mayor parte de los vehículos abandonados ya habían sido vaciados, supusimos que por gentes de los pueblos de los alrededores), y también tuvimos un pinchazo, qué infierno. Si es que está todo lleno de mierda...

Rolando dijo que podía resolver alguno de los problemas, con Nuiz o con otros métodos mágicos, pero que disponemos de un buen margen de tiempo No merecía la pena desgastarse inútilmente. Era mejor centrarse en lo que no tuviera ninguna otra solución. Pues cierto, pero eso ha supuesto tiempo. Mucho tiempo.

Horas y horas, perdidos en la larga cinta gris...

Ha tenido sus momentos. Aprovechando que Enrique se había quedado dormido, le he contado a Rolando lo de la muerte de Santi, el novio de Blanca, fijándome en qué cara ponía, porque a Blanca le gusta un rato largo, o eso creo, desde que la rescató cual caballero andante, espada de luz en ristre. Y también le he hablado del accidentado viaje de Pilar. Ahí se ha reído, con ganas.

- Pilar es un auténtico icono - dijo, divertido - La suelo leer, cuando... - se ha interrumpido, bruscamente. Mi blog es un secreto entre él y yo, Enrique no sabe que esto existe y no quiero que lo sepa, qué vergüenza, con las cosas que he dicho de él... Por suerte, creo que a Rolando le gusta que siga siendo algo nuestro y, aunque Enrique parecía realmente dormido, no se ha arriesgado. Ha meneado la cabeza - cuando leo blogs.

Anda que no liga Pilar, entre lo del Choni y ahora este... A ver si me voy a tener que preocupar más por ella que por Blanca... Je.

Ahora, me siento terriblemente cansada y eso que nos turnamos para conducir. Yo llevé el coche el primer tramo, yendo hasta Vitoria y allí, por la A-I, enfilé hacia Madrid, pasando por Miranda y Burgos. De hecho, poco después de pasar por Burgos, es cuando se ha puesto al volante Rolando.

No queráis saber qué ha quedado de la bellísima catedral de Burgos (juas su nombre oficial era "Santa Iglesia Basílica Catedral Metropolitana de Santa María de Burgos", leo por ahí, anda que no lo hacen difícil algunos ni nada...), por cierto. Si los humanos la tratamos mal, imaginaos cómo se han comportado esas criaturas del puto Averno.



He buscado una foto de la Wikimedia, y he encontrado esta, de un cuadro de Ramón Díaz. Me ha gustado y me ha puesto triste. Que quede por siempre hermosa en nuestro recuerdo...

Estamos llegando a Madrid. Pensábamos pasarlo antes de parar, pero Rolando acaba de decir que le duele la cabeza, así que he sugerido que nos detengamos ya y nos busquemos una buena cena. Enrique está dispuesto a conducir, pero es peligroso. Tal como nos vamos encontrando la carretera, intentar seguir de noche es una locura. Así que, si me hacen caso, posiblemente paremos en algún lado y mañana empiece el turno él.

Tengo unas ganas inmensas de llegar. Cuanto antes esté allí, antes acabará todo esto y antes me reuniré con mis hijos.

Voy a buscar una aspirina para Rolando.

jueves, 21 de julio de 2011

Jueves de Luz y Vueltas

The Mountain Brook, pintado en 1863 por Albert Bierstadt.

Estoy en el bosque, cerca de la casa. Quería estar sola, así que me he traído el portatil, aunque no le he hecho mucho caso hasta ahora. Me he dedicado a escuchar, a mirar, a sentir... Incluso he dormido un rato. Todo cuanto veo es mucho más verde, mi tierra es verde y hermosa. Pero me gustó el cuadro...

Quizá te alegre saber que vuelvo a ser yo misma, tras estos días de... bueno, no sé. Bifurcación, podría llamarlo. Me sentía como si avanzase por un camino que se dividía, dividiéndome yo también, dejando mis huellas a la vez en ambas opciones.

En el futuro, intentaré recordar que, cuando Rolando dice algo, es porque está dispuesto a hacerlo.

Anoche, tras discutir otra vez, hizo saltar la puerta por los aires. Nada, sin más, la hizo saltar. Me tomó por sorpresa, así que no me dio tiempo a escapar, filtrándome al piso bajo. Me agarró justo cuando me hundía en el suelo por la cintura y me arrojó sobre la cama. Allí me sujetó y me puso una mano en la mejilla.

Me pregunto si pude hacer algo para defenderme. Soy demasiado novata en estas lides, no llegué a explorar lo suficiente el Nuiz del demonio...

Sentí... no sé, un alivio inmediato, como si me liberara de un peso. La sombra oscura que me agobiaba desapareció en un instante; de pronto, la luz de la lámpara iluminó la habitación mejor, de otro modo. Los colores recuperaron su intensidad normal, las líneas rectas perdieron la extraña distorsión que las combaba. Y el olor... había estado inmersa en puro azufre pero sólo me di cuenta cuando recuperé los aromas de este mundo, todos esos que ni notas, que ni notamos habitualmente, pero que nos rodean de continuo.

Rolando me observó atentamente las pupilas, me tomó el pulso y, cuando estuvo seguro de que me encontraba recuperada, hizo pasar a Beatriz. La niña estaba asustada. Por eso había entrado primero él, claro, ahora venía la segunda parte. Cambiar un Nuiz por otro. Menuda mandanga.

En un segundo, Rolando volvía a tener sus poderes y ya quedaba lejos todo rastro del demonio. Le pregunté el porqué de semejante cambio de actitud, ya que me consta que le tentaba la idea de que siguiéramos poseyendo el poder del Edterran, para lo que pusiese surgir. No me contestó.

Tengo que volver. Todo el mundo se está preparando para ese largo viaje hacia el sur. La verdad, estoy dudando sobre si ir o no. Podría quedarme aquí, con mi madre y Beatriz, sería más seguro para ellas, y yo lo preferiría.

Por cierto, antes de que se me olvide: me he enterado de que Volodia Popov consiguió escapar. Lanzó algo contra Jon, Rolando intentó evitar el desastre y, cuando quiso darse cuenta, el ruso se había evaporado. Tiene gracia. No le diré nada sobre lo curioso de la opción que eligió. Es innegable que Popov es un ser peligroso, potencialmente dañino para el mundo. Pero, Rolando salvó a su hijo, cuando tuvo que tomar una decisión. Supongo que por eso le sigo amando. En otro caso, ahora no le seguiría.

Estoy cansada, me siento como consumida tras lo vivido. Me quedaría aquí...

Pero, una vez más, habrá que hacer lo que convenga al mundo.

miércoles, 20 de julio de 2011

Miércoles de Pesadilla

Nachtmahr (Pesadilla), de Nicolai Abraham Abildgaard, pintado en 1800. La criatura te mira. Yo te miro...

Me pregunto si me has echado de menos, estos dos días. No he tenido fuerzas ni ánimo para ponerme al teclado. Todo lo veo bastante negro ahora mismo.

Pienso en Rosa María, en Jon, y me pregunto si alguna vez conseguiré superar esta situación. Pienso en esta guerra, en el horror surgido del abismo que se ha abierto a nuestros pies, y me pregunto si tendremos una oportunidad... Hay una batalla en el sur, esperándonos, dice Rolando, dice Hidalgocinis, dicen todos... Pero yo no sé si seré capaz de arrastrarme siquiera hasta el coche.

Siento que, en mis sueños, el demonio, el Edterran, intenta liberarse. Me aplasta. Me consume...

Quiero librarme de él, pero los demás piensan que puede volver a ser útil. Ayer tuvimos una disputa bastante grande, por su causa. Es verdad, yo lo entiendo, no debería agobiarme tanto. Lo que tengo es el poder, el Nuiz, de un demonio, no estoy poseída, no vive en mi interior con su propia mente. Pero... me da lo mismo toda la lógica. En serio, me da igual decir que el poder de un demonio es muy difícil de controlar o decir que actúa por sí mismo, que me corroe por dentro con pensamientos negros y densos. Qué importa. Duele, y pesa, y duele y pesa más todavía a cada segundo que pasa. No desaparece, no se va por sí mismo...

Al final, Rolando dijo que lo decidiera yo. Y, claro, eso es lo peor que pudo haber dicho. Ahora, haga lo que haga, la culpa de sus consecuencias será mía.

Pesa, pesa, pesa, pesa...

Sueño con mundos de fuego, con umbrales en los que puedo distinguir rostros aullando eternamente. Sueño con arroyos de sangre, con espadas, con sombras y silbidos, con un hambre tenebrosa que jamás puede ser saciada...

Duele, duele...

He cerrado la puerta de mi habitación. No quiero que entren, ninguno de ellos. Rolando ha llamado, Enrique ha llamado, Sol y Radar. Incluso mi madre y Beatriz.

Jon, no. Él tampoco quiere verme.

Rolando me ha avisado que si no abro, derribará la puerta. Bueno, quizá lo intente; pero no creo que pueda conseguirlo.

Aquí estamos. Te miramos, fijamente.

El demonio y yo...

domingo, 17 de julio de 2011

Domingo del Falso Amanecer

Ninguna palabra humana puede describir el mundo, tal como lo vi anoche. Nada puede servir para explicaros cómo me sentía, cómo bullía la sangre en mis venas o qué energía susurraba en mi interior, pulsando con fuerza. Por eso, he hecho un compuesto con dos imágenes y muchos filtros.

Una ilustración del Paraíso Perdido de John Milton, elaborada por Gustave Doré en 1866 y el Germania, 1914, de Friedrich August von Kaulbach. He cambiado colores, filtrado, recortado y manipulado mucho. Aún así, sólo consigo que muestre lejanamente lo que quería decir.

El paisaje, en los alrededores del camposanto, estaba cubierto por esas criaturas aterradoras; el cielo, en el horizonte, relampagueaba furiosamente con colores imposibles, tonos llegados de algún lejano infierno y que sólo podía captar por completo gracias al Nuiz de demonio que poseía; y yo, una guerrera llena de ira y dispuesta a todo.

- Bien - aceptó Sol, hablando por el móvil, y le indicó a Enrique que detuviese el coche. Ninguno habíamos pronunciado palabra, en el trayecto - Radar dice que Popov está al otro lado de ese promontorio - yo también le sentía. Y a Rosa María. Pero, como no dominaba mi Nuiz no podía establecer distancias y posiciones con la misma habilidad que Radar. Yo simplemente avanzaba hasta darme de bruces, como había ocurrido con la tumba de mi padre. Claro, eso ahora mismo, no resultaba muy conveniente - Seguiremos a pie.

Fui tras ellos, un poco aturdida. Me sentía como borracha, totalmente embriagada por la atmósfera de la noche. Pensé que sería magia, esa magia en la que nunca había creído: magia por todos lados, magia libre y salvaje llegando por aquellas fisuras desde un abismo espantoso...

Mis huellas se marcaban firmemente en la tierra, quemaban la hierba. Steampunk vibraba entre mis manos.

- ¿Te encuentras bien? - me preguntó Enrique. Asentí, pensando que... Tenía delirios, espantosas visiones de sangre derramándose, cálida y densa, sobre piedras muy oscuras; de almas aullando eternamente en un umbral hecho de luz que no era luz, era... no sé. No lo sabía entonces y sigo sin saberlo. Era, simplemente, otra cosa. Algo pegajoso, que hacía que la piel se estremeciese ante la remota posibilidad de que pudiera tocarla - Si la cosa se complica, en el momento que lo digas, salimos corriendo.

Pobre Enrique, recuerdo haber pensado. ¿Hacia dónde pensará correr?

Desde el promontorio, vimos el cementerio, que quedaba al otro lado del valle. Estaba coronado por esa luz, ese torbellino de destellos y colores tan distintos de los que que conocíamos.

- La madre... - murmuró Sol.

- ¿Qué pasa allí? - preguntó Enrique, mirando asustado.

- El portal está prácticamente completo - contesté. No sé por qué lo sabía, pero no tenía ninguna duda; supongo que me lo decía mi naturaleza Edterran, cada vez más poderosa en mi interior - El Amo espera, en el otro lado. Casi puedo sentirle... - me estremecí - Casi percibo sus pensamientos.

- No - me dijo Sol - Ciérrate, Rebeca. No eres un Edterran. Si te percibe, no sabemos qué puede ocurrir.

Vi la construcción metálica, una plataforma en la que estaban Popov y sus acólitos. Pude oír una melodía: era un canto, lento, monótono, como el que describía mi padre de sus tiempos jóvenes, el que había oído durante la ceremonia en aquella casa. Tenía un claro efecto hipnótico, adormecedor. Al menos, para mí. No pareció afectar ni a Sol ni a Enrique, aunque no llegué a preguntarles.

Frente a la plataforma, atada a un árbol que se alzaba a pocos metros, estaba Rosa María, completamente desnuda, como la Andrómeda encadenada pintada en 1869 por Gustave Doré que acompaño. Pensé que se encontraba inconsciente, porque colgaba flojamente de las cadenas, pero entonces se movió para cambiar de postura, con un gesto de dolor.

Pobre muchacha, qué culpable me sentí por mis mezquindades.

Más allá, por todos lados, se movían las formas oscuras de los Edterrans. Dibujaban largos círculos alrededor del cementerio. Habían acudido muchos, montones, un verdadero ejército, para proteger la llegada de su Amo.

- Mierda... - susurró Enrique. Pensé que era por el número de demonios, absolutamente desalentador. Pero, entonces, vi a Jon, abajo, corriendo desenfrenado hacia Rosa María. O hacia Popov y su grupo de fanáticos, para el caso. A varios metros, le seguía Rolando, acelerando todo lo posible, acortando distancias a ojos vistas. Supongo que estaba usando su Nuiz, porque le alcanzó en un sprint asombroso de medalla olímpica. Se lanzó a por él y lo derribó. Pero ya les habían visto.

Desde la plataforma metálica, algunos sectarios dispararon con ametralladoras. Rolando rodó, arrastrando a Jon con él, hasta ocultarse tras unas rocas.

No me lo pensé dos veces. Seguro que, si alguna madre lee esto, me entiende perfectamente. Eché a correr hacia allí, bajando a saltos por la pendiente, casi rodando en ocasiones. Era poca altura, pero bastante escarpada. El Steampunk pesa lo suyo, pero casi ni me enteré. Jadeando, corrí cuanto pude y llegué junto a Rolando y Jon. Al menos, los puñeteros sectarios de Popov no me vieron.

- Estupendo, ya somos tres, los idiotas - dijo Rolando. Jon bufó. Recuerdo que pensé que era un milagro que no se hubiese clavado la espada que empuñaba, al rodar. También tenía una pistola, sujeta en el cinto, pero Rolando llevaba tiempo empeñado en enseñarle a usar la espada y parecía gustarle.

- ¡Tenemos que sacarla de ahí! - exclamó, desesperado. Rolando le dio un capón.

- Pues muertos no lo conseguiremos, eso seguro. Calla, ni una palabra más - le ordenó, enfadado, cuando fue a seguir protestando - Te hemos traído porque dijiste que harías caso a lo que dijéramos, no para comportarte como un crío histérico. No hagas que me arrepienta de haber confiado en ti, Jon. Nos estamos jugando mucho.

- ¿Y qué querías que hiciera? ¡Esto está lleno de Edterrans!

- Si hubieses prestado atención cuando te he enseñado algo de las bases de la magia, sabrías que Rosa María está protegida de los Edterran. Intenta verlo, no es difícil. Hay un círculo básico alrededor del árbol, pero tan potente como la plataforma metálica. Rosa María no está ahí para los Edterran, es una ofrenda de bienvenida al Amo. Sólo él podrá alcanzarla.

Jon contuvo un gemido. Sentí una profunda pena.

- Tenemos que sacarla de ahí... - insistió; pero ya no era más que un susurro.

- Bien - admitió Rolando, más amable - Te prometí que haríamos todo lo posible por salvarla. Hagámoslo con cabeza. A ti te digo lo mismo - añadió, dirigiéndose hacia mí. Me encogí de hombros. Si se piensa que voy a quedarme mirando de lejos mientras ametrallan a mi hijo, es que no me conoce - ¿Dónde está Sol?

- Arriba - hice un gesto hacia el promontorio. No se veía nada, en la oscuridad - ¿Qué hacemos?

- No sé - miró alrededor, estudiando la situación - El portal está casi completamente abierto. No nos va a servir de nada perder el tiempo con esos hombres, es una batalla que no nos conviene. Nosotros hemos de centrarnos en los Edterran - cogió el móvil, pulsó una tecla y dijo: - Ahora, Sol. Y ocúpate de la plataforma.

No sé si ella contestó algo, sospecho que no porque, un segundo después de que Rolando cortase la circulación, el cielo empezó a clarear. Volví la cabeza, siguiendo el origen de aquella hermosa luz, que llegaba desde el promontorio, y divisé la silueta de Sol, con los brazos en alto, provocando una especie de amanecer. Creo recordar que la línea que separa el día de la noche se llama terminador. Nunca me había parecido más real ni más importante que en ese momento. La luz avanzaba, imparable, sobre las rocas.

No quería que me tocase. Traía ventajas, quizá la salvación, pero... Mi corazón se aceleró, luchando contra el deseo de rehuirla, de hundirme de inmediato, fusionarme con la tierra, protegerme con ella...

- ¿Reb? - me llamó Jon, apoyando una mano en mi hombro. El contacto hizo que me estremeciera, lo sentí... extraño. Rolando me miró pensativo y sonrió. Supe que quería infundirme ánimos.

- Estate atenta, esto se va a poner movido - algo llamó su atención. Estrechó los ojos, así que también intenté localizarlo.
Los seguidores de Popov, individuos con una pinta semejante a la de los personajes que muestra Johann Heinrich Füssli en este Die drei Hexen pintado en 1783, acababan de arrojar algo desde la plataforma metálica. Cayó cerca de Rosa María y se movió, arrastrándose trabajosamente unos metros. Era un hombre. Se derrumbó un par de veces hasta conseguir ponerse torpemente en pie. Tenía el rostro manchado de sangre y posiblemente un fuerte shock. Oí a Rosa María gritarle que corriese, que se fuese de allí lo más rápido posible. Él la miró aterrado y empezó a caminar, a trompicones, cada vez más rápido.

Varias figuras surgieron de las sombras, deslizándose velozmente hacia él. No supe si Rolando y Jon las veían, quizá Rolando las percibía gracias a su Nuiz, porque a simple vista debía resultar difícil, en aquella zona todavía era de noche; pero, para mí, eran focos de luz intensa por sí mismas.

Edterran. Cuatro, cinco... Quizá seis.

El hombre debió percibirlos; quizá oyó la tierra, al modelarse como agua al paso de esas criaturas, o quizá captó el peligro con algún instinto de esos que creemos olvidados, no lo sé. El caso es que gritó y trató de acelerar, pero fue inútil.

Un Edterran lo atrapó por un pie y empezó a hundirse. Justo cuando lanzaba un nuevo alarido, Rolando disparó.

La bala le acertó en plena frente, empujándolo hacia atrás, sobre el demonio. Pude ver que, incluso antes de tocar el suelo, el brillo de sus puntos de energía empezaba a menguar, hasta apagarse por completo. Ya no era más que carne muerta, una carcasa vacía. El Edterran lo soltó. Oímos los gritos de frustración de los sectarios y el resonar de un par de ametralladoras, que levantaron un surtidor de tierra y piedra desmenuzada de las rocas que nos servían de parapeto.

Pero, entonces, una bola incandescente, del tamaño de un balón de baloncesto pasó por encima de nosotros, impactando de lleno en la plataforma.

- Voy a por Rosa María - dijo Rolando, haciéndose oír por encima del estruendo y de los gritos - No os mováis de aquí, Sol os cubrirá, cubridme vosotros a mí.

No nos dio tiempo a replicar. De un solo salto, elegante y fluido, pasó por encima de las rocas y corrió hacia el árbol. Rosa María gritaba, tirando desesperada de las cadenas. Algunas de las ramas habían sido alcanzadas por el fuego y estaban en llamas. En la plataforma, varios sectarios se movían convulsivamente, abrasándose, gritando... Todo era caos, reflejos de sombra y fuego en el avance de aquel amanecer, pero, de pronto, se oyó una especie de zumbido. Zssssummm... Los sectarios que ardían salieron despedidos, cayeron inmediatamente calcinados sobre las rocas, y el fuego se sofocó como si le faltara oxígeno y se ahogase.

A la luz de aquel día imposible, vimos a Popov, las manos a los lados del cuerpo, los puños apretados, los ojos cerrados. Del grupo de sectarios que había estado en lo alto de la plataforma, sólo quedaban él y otro, un hombre inmenso, casi esférico, que posiblemente sufría de obesidad mórbida.

Popov miraba a Rolando con expresión de odio. Adelantó una mano.

- ¡No! - grité. No sé, quizá fuera cosa del Nuiz del demonio, pero tengo la sensación de haber podido pensar en una multitud de cosas a la vez, tomando distintas decisiones. Lamentablemente, sólo tenía una boca. Eché de menos el canto desgarrado de los Edterran, que podían comunicar tantas cosas a la vez, incluso en la distancia... Cómo supe eso, todavía ahora me resulta un misterio. Supongo, como mencioné antes, que me estoy perdiendo cada vez más en su naturaleza - Corre hacia Rosa María, Jon - le ordené, recordando que Rolando había hablado de un círculo de protección. Al fondo, Popov hizo un gesto. Rolando se detuvo de golpe, como si hubiese chocado contra algo, y rebotó - Corre, corre, y quédate con ella.

- ¿Dónde vas? - le oí preguntar, pero no me detuve. Me sumergí en la tierra, bendita tierra que cubría y abrigaba, y nadé hacia la plataforma, intentando ser lo más veloz y sigilosa posible.

No puedo decir que tuviera un plan. Cuando estás en una situación como esa, eliges entre las posibilidades que se te ocurren sobre la marcha. Todo lo haces bajo presión, todo es cuestión de vida o muerte. No puedes prestar atención real a nada y, sin embargo, todo tiene un brillo especial, cada instante es único, y se desliza como a cámara lenta.

Se me hizo eterno el recorrido hasta la plataforma; y, sin embargo, llegué en apenas unos segundos, mucho más rápido de lo que hubiese conseguido hacerlo corriendo. Popov estaba levantando más la mano y Rolando ascendió en el aire, como si fuera un muñeco atado a su voluntad. Le vi condensar una bola de energía azulada y tratar de lanzarla contra Popov, pero se estrelló en el aire, diluyéndose en una multitud de diminutos relámpagos, revelando la especie de esfera en la que estaba encerrado.

Escalé por la parte trasera de la plataforma, fijándome en que Jon se encontraba todavía a medio camino, dirigiéndose al círculo. Ni Popov ni su sectario, ni Rolando, que se encontraba más en alto, me vieron, concentrados como estaban en lo que pasaba abajo. Además, la plataforma se sujetaba en varios árboles, y busqué cobertura en ellos mientras me planteaba qué hacer. No quería intentar un ataque y fracasar, podía ser nuestra única opción.

Entonces, oí a Popov.

- Eres patético, Rolando. Tanto poder y lo malgastas en una causa que no tiene ningún sentido. ¿Es que no te das cuenta? ¿Por qué no quieres entenderlo? Todo lo que has hecho, todo lo que haces, no sirve absolutamente de nada. Este mundo, el mundo que conocíamos, está condenado. Ha llegado el tiempo del frío oscuro, la era de la sombra y la pérdida, del cambio. Nuestra naturaleza es inferior, ellos son inmensos, no hay más que pensar. Sólo aquellos que les sirvan tendrán una oportunidad para seguir viviendo.

- Imbécil - replicó Rolando con desprecio, sin dejar de forcejear contra aquella especie de campo de fuerza en que estaba atrapado - ¡No puedes negociar con esas criaturas! Si consiguen cruzar serás de los primeros en ser aniquilado. No es que eso me importe, pero detrás irían otros que sí que no tienen la culpa de que estés loco.

- Tú qué sabrás. Jamás has intentado comunicarte, parlamentar, jamás has considerado ninguna alternativa. Tus amigos y tú, tan pagados de vosotros mismos, tan aferrados a vuestros miedos. Sois como viejas temiendo la llegada del progreso, rechazando el teléfono o la lavadora. Con eso, el mundo ya no será el mismo, decís, y os da miedo porque no podéis controlarlo. ¡Pues claro que no será el mismo! Será mejor - con la otra mano, hizo un movimiento de empuje, y el sectario gordo salió también despedido, como había ocurrido con los otros, pero este vivo y sin daño alguno, en dirección al campo sembrado de Edterran - Sólo una víctima más, una más, amigo mío, y el portal quedará completamente forjado...

- ¡Uchitelʹ! ¡Pozhaluĭsta, Uchitelʹ! - oí gritar al gordo. ¡Maestro! ¡Por favor, Maestro!, supe que decía. Me asomé por aquel lado de la plataforma. Dos Edterran iban a por él. No podían llevárselo vivo. Le apunté.

- ¡Mátalo, Jon! - gritó entonces Rolando, sobresaltándome - ¡Mátalo!

Oí una detonación, y otra, y otra más, antes de asomarme más todavía, lo bastante como para ver a mi hijo, abatiendo a tiros al sectario. Jon... Había estado lenta. Ojalá hubiese podido evitarle tener que tomar esa decisión... El gordo cayó convertido en una masa amorfa, la luz de la vida se apagó rápidamente. Los Edterran perdieron interés de inmediato.

- Proklyatyĭ malʹchik - masculló Popov. Maldito muchacho, entendí - Muy bien. Tú lo has querido - movió la mano en un largo barrido. Jon saltó por los aires y chocó violentamente con el tronco del árbol. Rosa María, por su parte, recibió un empujó aún mayor. La rama de la que colgaba se quebró y salió despedida, con un grito, volando a lo largo de varios metros. Luego, golpeó el suelo, pero aún llevaba demasiado impulso; rodó sin poder evitarlo hasta que, finalmente, se detuvo, al chocar contra el cadáver del gordo - Es una pena perder tal ofrenda, pero quiero que los dos lamentéis el haberos metido en esto.

- ¡Rosa! - oí el grito de Jon. Los Edterran apenas se habían alejado. Al percibir la repentina presencia de Rosa María, volvieron a cambiar de rumbo. Ella intentó levantarse, pero estaba demasiado aturdida por el fuerte golpe - ¡Rosa, corre! ¡Rosa!

Pero fue inútil. El Edterran más cercano la atrapó y empezó a hundirla. Rosa María gritó, mientras recorría varios metros como si estuviese haciendo sky acuático. Jon gritaba. Rolando insultaba a Popov, pateaba en el aire. Trató por dos veces de superar la resistencia del campo de fuerza pero, pese a que Popov trastabilló ligeramente, no lo consiguió.

- ¡Está perdida, Jon! - dijo entonces, viendo que no había más solución, optando por la desesperada - ¡Tienes que matarla!

De eso nada. El gordo, sería un mal recuerdo, pero no podía consentir que Jon cargase con algo como eso, matar a Rosa María y, por tanto, a su hijo. Antes me condenaba yo mil veces. Por el bien del mundo, pensé, intentando apartar de mi mente la imagen de un niño hermoso y alegre que ya jamás iba a tener una oportunidad de vivir. Por el puñetero bien del mundo.

Empuñé la pistola, alcé el brazo, apunté y disparé.

Ya he dicho alguna vez que tengo buena puntería. Rosa María era un blanco móvil, se deslizaba a buena velocidad hundiéndose progresivamente. Mi primer tiro la alcanzó en el cuello, el segundo en el pecho. Fue el que la mató, de forma instantánea.

Popov se volvió hacia mí y me vio, por fin. Apenas tuvo tiempo de levantar la mano, generando lo que parecía un escudo. Sin dilación, le apunté y disparé, una y otra vez, mientras avanzaba, hasta vaciar completamente el cargador. No sirvió de nada. Las balas estallaban en el aire, al chocar contra la barrera invisible. Frustrada, tiré la pistola a un lado y le apunté con Steampunk.

- Yo no haría tal tontería, devushka. También detendré esa bala y, si te empeñas en ser terca, te la devolveré - dudé, pero no por mi seguridad, sino porque recordé las palabras de Hidalgocinis, su petición de que gastase poca munición. Además, en ese momento, se oyó una especie de crujido poderoso y luego como aire saliendo a presión. Las luces sobre el cementerio enloquecieron más todavía y los Edterran se detuvieron y empezaron una especie de cántico que hacía daño a los oídos, estremecidos por la anticipación - Además, ya no tiene sentido. El paso, se ha completado. Llega el Amo.

- Pero... ¿cómo? - me pregunté, aturdida. Mi mirada se cruzó con la de Rolando y vi un profundo dolor en sus ojos. Corrí al borde y miré abajo, temiendo no encontrar a Jon, que lo hubiesen capturado y sacrificado, pero no, estaba allí. Y el cadáver del gordo. El que no estaba era el cuerpo de Rosa María.

Entonces lo comprendí.

El bebé. Había terminado de apuntalar su maldito portal con el alma de ese niño. Ni se me había ocurrido pensar en ello, estaba tan furiosa con Popov, tan obcecada con dispararle, que no comprobé la situación con Rosa María. Ella había muerto, pero el niño todavía no. Y los Edterran se habían llevado su cuerpo, porque todavía contenía vida.

Creo que nunca, jamás, en toda mi existencia, he sentido tanto odio por alguien como el que en esos momentos sentí por Popov. Había asesinado a mi padre y había condenado a mi nieto. No pude evitarlo, me lancé a por él. Por supuesto, no tardé en chocarme contra una de sus protecciones, pero le vi sudar y eso me animó a seguir empujando y más cuando me percaté de que, atrás, Rolando empezaba a perder altura. Con esa capacidad de mentes diversas, me percaté de cómo generaba un nuevo núcleo de energía, desgastando el campo de fuerza, y terminó por liberarse.

Popov se tambaleó, perdiendo momentáneamente la concentración.

No dejé escapar la oportunidad. Llegué hasta él y lo pateé con fuerza en el estómago. Como estaba al borde de la plataforma, cayó abajo, sin emitir un solo grito.

Me asomé. Rolando ya iba hacia él y Jon seguía junto al árbol, conmocionado.

- ¡Rebeca! - gritó Rolando - ¡El Amo, el Amo!

Vale, hasta yo, tan individualista siempre, comprendí qué era lo que más importaba en ese momento. Me lancé de cabeza desde la plataforma, me zambullí en la tierra y avancé veloz hacia el cementerio. Los Edterran me rodeaban, su música me envolvía, me llenaba de ritmo y de fuerza: estaban cantando por todas partes, seguían en su éxtasis.

Me alcé en la entrada del cementerio. No había vuelto a ver el interior desde hacía demasiado tiempo, desde antes de los tornados de ceniza. Estaba todo muy cambiado, prácticamente irreconocible. El suelo se había abierto con un enorme boquete que se había tragado varias tumbas. Las demás, rotas y destrozadas, se amontonaban unas sobre otras. En algunas partes, del muro sólo quedaban los cimientos.

Y de aquel agujero inmenso, inmenso, superponiéndose a los colores enloquecidos que vibraban, rebotando sin pausa entre las lápidas, empezó a surgir algo que pude ver claramente gracias a mi Nuiz de demonio, gracias a mis ojos rojos con pupilas verticales de gato, repugnantes de aspecto pero capaces de contemplar aquello sin estallar en llamas. Algo que no puedo describir tal como era realmente porque ni siquiera yo podría soportarlo una segunda vez. En mi memoria es como ese agujero del que surgía: oscuro, grande, aterrador, sin límite...
Algo así, para hacerse una idea. Es un montaje un poco torpe, pero es que me cansé de tanto filtro, artísticamente no doy para más.

Uno, dos, tres, cuatro... así hasta nueve. Nueve puntos luminosos, nueve chakras, como los llamaba Sol, distribuidos caoticamente en aquel cuerpo sin auténtica forma.

Siete, los humanos sin Nuiz, ocho, los que poseen alguna capacidad superior y los demonios menores, nueve, esa cosa horrible...

La oscuridad empezó a extenderse, como tentáculos, como largos hilos pegajosos, manchando con su roce nuestro falso amanecer. Aún siento náuseas al recordarlo. Parecían babas repugnantes corrompiendo todo cuanto tocaban. En pocos segundos habían cubierto casi por completo el cementerio. Las almas de los sacrificados gritaban, atrapadas en el umbral, y en las tumbas profanadas había un silencio aún más estremecedor. La tierra se volvía ceniza, la hierba se consumía con un sonido que me recordaba un escape de vapor...

Había llegado a pensar que nunca más podría moverme, pero no fue así. Alcé el Steampunk y disparé. Apunté al primer punto y apreté el gatillo. La gran bala surcó el aire y pareció estallar como fuego blanco y frío en aquella cosa. Sin pararme a ver sus consecuencias, apunté al siguiente punto, y luego a otro y a otro. Sintiéndose herido, el Amo gritó, aulló, lanzó un alarido que me sacudió violentamente. Empecé a sangrar de los oídos y comprendí que los Edterran ya sabían que yo estaba allí, pero seguí disparando.

Fallé el sexto punto luminoso. Puedo decir, en mi defensa, que Rolando me sobresaltó, al aparecer de repente a mi lado, combatiendo enfurecido. Claro que, también podría contarlo de otro modo: Rolando me sobresaltó apareciendo de repente para salvarme la vida. Un Edterran había estado a punto de capturarme y él se interpuso. Sus ojos emitían más luz azulada, la espada también refulgía. Estaba lleno de energía. Metió la mano directamente en la tierra y tiró, con fuerza, con rabia, arrancando el demonio, dejándolo sin ninguna protección. Lo sostuvo en alto mientras se secaba entre chillidos, mientras, a la vez, clavaba la espada en el suelo, justo a tiempo de decapitar otra de aquellas cosas. Algo más allá, Jon, Sol, Radar y Enrique, intentaban controlarlos también con armas de filo. Radar, usaba su bastón, que había contenido una larga hoja metálica, con más eficacia que muchos con visión.

- ¡Vamos, Rebeca! - oí a Rolando. El Amo parecía tambalearse, aunque quizá fuese simplemente un efecto óptico, por el modo en que se derramaba en un oleaje continuo la intensa negrura que surgía de él - ¡Puedes lograrlo!

Se intentará, pensé. Seis. Clavado. Siete, ocho...

Nueve.

Ahora sí, ahora no había duda alguna: el Amo se tambaleó, emitiendo algo que era sonido pero también un flujo acelerado de imágenes. Me vi a mí misma, desmembrada, empalada, despellejada, con los ojos arrancados, sin uñas, sin dientes, la cabeza en una pica... Destruida de una y mil formas que se sucedían a ritmo vertiginoso, suplicando siempre piedad. Atrapada eternamente en una especie de altar, en un umbral, en un estómago, sujeta a una eterna digestión. Muerta y descompuesta. Viva y torturada...

El grito del Amo se convirtió en algo semejante a un gorgoteo, mientras se hundía de vuelta en el paso hacia su Infierno. La oscuridad se replegó lentamente con él, y también los Edterran, aunque Rolando dijo que habría que vigilar el lugar en los próximos días para asegurarse de que ya no hay peligro.

Volvimos. Después de todo, sigo con el Nuiz del demonio. Nadie me dice nada, pero sé que discuten. La cosa está entre lo útil que resulta, por si se necesita para alguna otra escaramuza, y el infierno que supone para mí. De momento, y nuevamente, gana el bien del mundo sobre la paz de Rebeca.

Jon me odia. Me lo ha dicho. Lo que ha ocurrido, no va a olvidarlo.

Yo tampoco.

sábado, 16 de julio de 2011

Sábado de Noche y Batalla

Ave, Caesar, Morituri te salutant (Saludos, Cesar, los que van a morir te saludan, aunque seguro que ya lo sabías), pintado en 1859 por Jean Leon Gerome. Me ha parecido apropiado. Ave, amigos míos, por si no me volvéis a leer. Ya pensaba yo que nadie lo hacía pero un par de comentarios esta mañana me han dado esperanzas. Quizá mi historia no haya pasado totalmente desapercibida, después de todo.

Tengo poco tiempo, apenas lo justo para poner unas líneas mientras los demás terminan de reunir su equipo y lo cargan en el coche. Hizo una buena mañana, pero ahora llueve, está muy nublado. Un día tristón, como si se despidiera...

Salimos a intentar detener a Popov. Yo no le capto, al parecer se protege de la "visión" de los Edterran y por lo tanto también de mí, pero Radar dice que se ha establecido en un punto concreto, cercano al cementerio. Eso sólo puede significar que va a ser una larga noche, que en las próximas horas se decidirá en qué termina esto.

O volvemos victoriosos o no seremos nada. Deseadnos suerte.

Vamos a ir Rolando y sus compañeros de grupo (Sol y Radar), Enrique, Jon y yo, en dos coches (coche A: Rolando, Radar, Jon; coche B: Enrique, Sol y yo, para que veas que he hecho los deberes, vaya día hemos pasado discutiendo estrategias y movidas).

No quería que viniese Jon pero, claro, estando por ahí perdida Rosa María, en manos de Popov, no me he visto capaz de insistir. Además, Rolando ha sido de poca ayuda en ese asunto: cuando le he pedido que interviniese, con la idea de que le hiciese entrar en razón, ha dicho que era algo que debía decidir Jon, que era ya lo suficientemente adulto y que, además, tenía poderosas razones para  arriesgarse, si  era lo que deseaba. Qué bien.

Si le pasa algo a mi hijo, lo mato.

Llevo un cuchillo, mi pistola y a Steampunk. He pasado la jornada entrenando mi puntería. Dicen que soy muy buena en eso, menos mal, al fin hago algo en condiciones, porque lo de ser ama de casa se me ha dado siempre fatal y dejando aparte mi gusto tangencial por la Historia Antigua, jamás se me ha atribuido ninguna capacidad específica. Mira por donde, al menos justo antes de pifiarla, quedará claro que servía para algo.

Se supone que con este Nuiz seré capaz de ver los puntos de energía de los demonios que haya y, de ir todo peor que mal, los del Amo. Y allá que deberé apuntar, con el mayor cuidado y tratando de evitar gastar más munición de la necesaria.

Me encantan los planes que se entienden a la primera; según dicen, suelen funcionar.

Ya veremos.

Me llaman, debo irme. Quizá regrese, no lo sé. Pero conste que ha sido un placer poder contarte mi vida.

viernes, 15 de julio de 2011

Viernes de Adiós Silencioso

Le Jour des morts, de William-Adolphe Bouguereau, pintado en 1859. Todos, hayan o no perdido a alguien, pueden captar el dolor que transmite.

Esta mañana, como convinimos, Rolando me ha llevado a buscar la tumba de mi padre. Él conducía, yo le indicaba la dirección. A ese respecto, mi Nuiz es más poderoso que el de Radar. Puedo localizar un cuerpo muerto.

Hemos dejado el coche en el camino y nos hemos internado entre los árboles. Es curioso, nada me sonaba familiar y eso que había estado allí hacía tan poco...

No tardé en encontrar la tumba. Rolando había llevado una pala y un par de mantas.

- Espérame en el coche - me dijo, pero no quise. Me senté en un tronco caído jugando con los bordes de mis guantes, escuchando el sonido de la pala mientras apartaba trabajosamente aquella tierra tan oscura.

No quiero recordar más. Nada, hasta estar ya con todos, en el pequeño claro cercano a la casa, donde lo volvimos a enterrar en una ceremonia improvisada. Mi madre y Beatriz lloraban. Yo creía que no, pero sí, no pude evitarlo. Lo supe cuando Rolando me pasó un brazo por los hombros. Creo que, en otras circunstancias, me hubiese besado pese a lo alejados que hemos estado últimamente pero, claro, no era posible.

- Yahveh es mi pastor, nada me falta - dijo Radar. Tiene una voz profunda y rica. Me alegré de que recitase eso, siempre me ha gustado. No seré creyente en un Dios, pero reconozco una hermosa frase escrita por los hombres cuando la oigo - Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre. Aunque camine por el valle de las sombras de la muerte, no temeré ningún mal, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, me confortan...

Poco más escuché, dejé que mi mente vagase perezosamente a su propio arbitrio, como ha ocurrido tantas veces estos días. No sé, pensé en mil cosas y en ninguna. A pesar de lo triste de la situación, era agradable estar allí, aquella paz, aquella comunión entre todos, vivos y muertos.

El sol brillaba, pero me estremecí por la brisa que iba cargada de humedad, o eso me dije entonces. Ahora, en el silencio de la noche, confieso que tengo miedo, mucho miedo. Me siento sola y asustada. Ya no está mi padre, el Gran Enemigo, el Adversario. No, es más que eso, no es que no esté, es que ya no va a volver a estar, nunca. Qué difícil nos resulta, asumir la muerte, a los que todavía vivimos.

Y qué gran... no se, desdicha, qué infinita mala suerte que haya ocurrido esto ahora. Justo cuando empezábamos a conocernos de otro modo, cuando empezábamos a acercarnos, llega Popov y lo estropea todo.

En un momento así, además, en el que necesito tanto, tantísimo, su voluntad y su fuerza. Siempre fue un hombre enérgico.

El Gran Goyri. El Magnífico Goyri...

Han cubierto la tumba de flores. Incluso Sol ha aportado un bonito ramo de margaritas.

Yo no podía moverme.

- Vamos, hay que volver - me ha dicho Rolando - Tienes que descansar y, nosotros, prepararnos.

- ¿Cuándo? - he preguntado, algo apática. La verdad, en esos momentos no me importaba el Edterran ni su puñetero Amo, ni nada relacionado con esas repugnantes criaturas que se están colando por todas partes, sólo el dolor por haber perdido un padre que nunca tuve realmente.

A mi lado, Radar se acuclilló, cogió algo de tierra, la olió, la probó con la punta de la lengua, y la escupió.

- Quizá mañana...

jueves, 14 de julio de 2011

Jueves de Sol y Radar

Ha sido un tiempo tranquilo. Como sigo con este aspecto de niña del Exorcista, al principio no me dejaban salir del dormitorio, pero conseguí llegar a un acuerdo: voy con gafas de sol negras de continuo, para que no se vean estas pupilas tan extrañas, y me pongo también manga larga y pantalones, pese al calor que hace.


Ah, y guantes, me los ha dejado Sol.

Así, aunque manteniendo las distancias, he podido hablar con mi madre y con Beatriz, bien escoltada por Sol, que se ha convertido en una especie de guardaespaldas.

Anda entusiasmada con mi Nuiz, la mujer. Yo lo odio. Me gusta lo que veo y a veces lo que siento, pero mantener la concentración para no hundirme es agotador. Hace un momento, en el cuarto de baño, he metido mi pie derecho en las baldosas hasta el puñetero tobillo, y he tardado un rato en conseguir sacarlo y recuperar el control. Qué infierno.

Al menos, lo de dormir está asegurado, que me tenía histérica. Rolando me ha recordado que el colchón tiene una estructura metálica con muelles y tal, y los Edterran no pueden atravesar el metal con su Nuiz. No me hundiré hasta el centro de la tierra. Es un consuelo.

En fin, pues eso, he tenido charlas de lo más difíciles hoy. Lo de mi padre, no he podido ocultarlo, no hubiese estado bien. Mi madre ha llorado mucho y me ha hecho prometer que encontraría el lugar donde está enterrado. Le he pedido a Rolando ir mañana, a primera hora, los dos solos. Con este Nuiz, podré localizarlo fácilmente, casi huelo las direcciones, sé lo que hay arriba y abajo. No quiero arriesgarme a que se quede perdido en el bosque. Cuando lo asesinaron era de noche y yo estaba muy alterada, no podría encontrarlo sin esta capacidad extra.

Jon... bueno, puedes imaginarte cómo se encuentra. Desesperado. Se dedica a preguntarle a Rolando si conseguirán rescatar a Rosa María. Le ha hecho prometer mil veces que la salvará, sea como sea. Rolando lo entiende, y tiene paciencia, pero no puede dedicarle mucho tiempo. Tengo que reconocer que Enrique se ha comportado ahí, porque no se separa de Jon y le tranquiliza en los peores momentos.

Popov cambia de sitio, pero Radar le presiente. En todo caso, sabemos que acudirá al cementerio, en el momento indicado, si no conseguimos pararle antes. Pero, claro, a saber en qué punto de la creación del portal se encuentra. Eso intenta deducir Rolando. Jon, Enrique, Radar y él, vigilan la zona, hacen mediciones rarísimas, y estudian los signos. Los demás, esperamos.

Como ves, nada del otro jueves, ya que estamos en ídem. Pero, para evitar que luego me salgan historias demasiado largas, he pensado contar cómo son los dos amigos de Rolando, Sol y Radar. Se trata de nombres clave, algo que resultaba evidente, al menos con el segundo. Les conoce desde hace tiempo, forman parte del mismo equipo en el que Rolando es el... no sé, jefe, por decirlo de algún modo.

Sirvan estas imágenes para hacer una idea de su aspecto. La Venus Anadyomene (Venus del mar), pintada en 1838 por Théodore Chasseriau, para Sol, y el Negro in hat, fotografía de Fred Holland Day, tomada en 1897, para Radar.

Obviamente, es para que te hagas una idea general. No puedo poner sus fotografías aquí. 

Sol es inglesa, aunque habla perfectamente el castellano, sin ningún acento, porque su madre era andaluza y era el idioma que usaban en casa. Parece más joven, pero tiene ya 25 años.

Rubia, con el pelo muy largo, suele llevarlo suelto, y viste de negro absoluto, con un estilo lejanamente gótico. Sonríe mucho. Segura de sí misma, lo que hace que, aunque es guapa, lo parezca más todavía. Pisa fuerte al caminar, actuando siempre sin preocupaciones y sin arrepentimientos.

Es descarada y divertida. Esta mañana le pregunté directamente si se había acostado con Rolando. No lo dudó un segundo: me contestó que sí y que también le gustaría acostarse conmigo. Al verme la cara, rió y me dijo que había muchas opciones en la vida y procuraba probarlas siempre todas.

Su Nuiz es generar luz de día, luz idéntica a la solar. También puede concentrar esa luz hasta convertirla en rayos más que mortíferos o generar auténticas bolas de fuego.

- Estuvieron a punto de ponerme "Amanecer" de nombre clave - rió - Ya ves, qué ñoñería. Me negué en redondo. Les dije que, para el caso, prefería "Bolas Incandescentes" y es igual de apropiado. Rolando lanzó una carcajada y dijo: Te llamarás Sol. Así, en castellano. Y me gustó - se recostó en la tumbona, casi seductora. Bueno, sin el casi - ¿Qué nombre usarás tú?

- ¿Yo? No creo que permanezca con vosotros el tiempo suficiente como para que nos tomemos la molestia de buscarme un alias.

- Bueno, supongo que eso ya se verá - replicó ella, tras mirarme pensativa un momento - Y buscar un buen alias en tu caso, uno más que apropiado, es sencillo. ¿Qué tal, "Vampira"?

- No me fastidies, anda. Además, "Vampira" no existe en el diccionario. En todo caso sería también "Vampiro" o "Mujer Vampiro" o, como mucho, "Vampiresa".

- No, no. Te equivocas. "Vampiresa" es una mujer fatal y todo eso, su sentido es otro... - dudó - Aunque su origen esté relacionado, seguramente... Pero, no me gusta. El ser de ultratumba es "Vampiro" y su femenino debería ser "Vampira". Para distinguir a los espectros decentes de las zorronas, más que nada.

- Joder - me eché a reír, no pude evitarlo - Dudo que exista "zorrona" en el diccionario. 

Radar tendrá unos cincuenta años, a él no le he preguntado todavía. Es de EEUU, concretamente de Nueva Orleans, que siempre viste mucho. Sonrió cuando le dije que, entonces, prácticamente compatriotas, no en vano fue española, francesa, española otra vez y luego se la vendimos a alguien, ya me pierdo.

Lo más llamativo de Radar es que, es ciego, por lo que parece siempre lo ha sido. Tiene los ojos totalmente blancos, al menos eso me han dicho; para mí (al menos hoy por hoy) tienen un brillo tornasolado que parece extenderse en miles de hilos, en todas direcciones, formando un entramado de líneas de energía. Por lo general, usa gafas, negras, también. De hecho, las que tengo yo ahora mismo, son suyas, las que suele llevar de repuesto, por si las moscas. Parecemos de la ONCE, vaya dos.

Por lo demás, es un hombre grande, siempre impecable con traje y corbata, el bastón a mano y a veces incluso sombrero. Es culto y tranquilo, siempre sensato. Sé que Rolando valora mucho su opinión. Anoche me dijo que espera que Radar se quede luego, para poder ayudarme a controlar y desarrollar mi Nuiz. No le dije nada, pero imagino que lo ha organizado así para poderse ir él con Sol. Y, ahora, no sé qué pensar de todo eso.

Su Nuiz consiste en localizar a otros estén donde estén, ya sean hombres o demonios, ya tengan Nuiz o no, mientras estén vivos. Se le dice un nombre, o algún tipo de referencia, y lo "ve" en la distancia. Así fue como me encontraron a mí, la mañana del martes, menos mal. Pero, por ejemplo, no podría localizar el cadáver de mi padre. Yo sí. Lo percibo. Y me siento extraña, lamentando tanto su ausencia, tras tantos años de odiarle...

Pero, bueno, mañana se verá. El caso es que no podemos quejarnos. Me gustan los amigos de Rolando. Ojalá con ellos tengamos una oportunidad.