Círculo Mágico John William Waterhouse, 1886 Lo he tintado al rojo... |
Llevo mucho tiempo sin escribir. Lo siento, un día mi portatil dejó de funcionar y no hubo manera. Enrique lo revisó y dijo algo del disco duro o no sé qué. Yo no tengo ni idea. Lo único que sé es que no hubo forma de recuperarlo y hasta ahora no he tenido tiempo de conseguir otro. Por suerte, tampoco ha habido nada reseñable que contar. No para la causa, me refiero. En cuanto a Rolando, o en cuanto a mí y los míos, pues sí. Han sido tiempos difíciles.
Estamos en Berlín, en las afueras. Llevamos ya varios días aquí, acampados en un hotel, esperando que Rolando diga qué hacemos. Tenemos algunos nuevos seguidores, aunque por lo general la gente rehuye la cercanía de Rolando. No todos, pero sí la mayoría. Otros se muestran como fascinados. Creo que la diferencia está en el Nuiz, que la gente sin Nuiz se siente perturbada, incómoda, en su presencia. Jon es su hijo, y no se ha ido, pero procura no acercarse. Enrique tampoco se ha marchado, pero creo que terminará haciéndolo.
Pero otros se han unido, cosa de una docena. Creo que tienen distintos tipos de Nuiz, algunos casi sin poder efectivo, pero ahí está, latente. Como Rolando no da muestras de interés, y Marea, Radar y los demás están ocupados con sus propias tácticas y sus contactos con lo que consideran el grupo principal, Loa es quien se ha ocupado de organizarlos. Eso me preocupa. Bien sé que Loa nunca da puntada sin hilo.
Radar dice que se acerca un ejército. Supongo que se refiere al grupo de Brau. Y que nota una fuerte presencia, cerca, al norte. El Rey, imagino, en esa fortaleza que se está construyendo. Qué extraña historia mantiene con Blanca. ¿Qué busca el Rey de ella? No puedo creerme ese cuento del hombre tierno y cruel a la vez, la criatura capaz de amar de forma tan intensa y a la vez que sea capaz de hacer esas cosas horribles.
Lo sé. Yo vivo con un demonio.
A veces pienso que Rolando ya no es Rolando. O quizá debería decir que es la esencia de lo que fue, su impulso básico. Es ese deseo de salvar el mundo que tenía, hecho carne. No come y apenas habla, concentrado en sus tormentosos pensamientos. El primer día en Berlín, subió a la azotea del hotel y se pasó horas de rodillas bajo el sol, con los brazos extendidos en cruz. No sé si alguien más se dio cuenta de que no tiene sombra, Loa supongo que sí, pero ninguno dijimos nada. Viendo que no bajaba ni al caer la tarde, ordené que le subieran una cama. Él pidió un brasero. Enrique le consiguió uno de una iglesia cercana, con buen suministro de carbón. Cuando, de noche, subí, Rolando le había grabado distintos símbolos mágicos y estaba quemando lo que parecían unas hierbas. Los carbones se pusieron más rojos aún.
—Es algo que no crece en este mundo —me dijo, cuando le pregunté qué podía ser. No quiso explicarme más. Fui a la cama y esperé. No come, no bebe, no duerme, pero siempre viene y me abrasa con un ímpetu que tampoco tuvo en otros tiempos. Y eso que, a veces pienso que lo hace más por mí que por auténtico deseo.Quizá sea todo una ironía y cada uno se entrega al otro, a su manera, porque eso es lo que hago yo, entregarme. Una rendición absoluta. Pertenezco a la criatura oscura que me hace el amor con violencia bajo la noche.
Soy la Concubine du Diable. Así me llama Loa y así me llaman sus hombres. Bueno, podía ser peor.
Mi relación con Loa no ha mejorado y, de hecho, ha sido el desencadenante de la última crisis, esta misma mañana, muy temprano. Jon y Enrique me acababan de entregar este portatil, al parecer han estado dando mil vueltas por las tiendas de informática de los alrededores, hasta encontrar uno que fuera realmente bueno y resistente. Yo estaba feliz, recuerdo. Abracé a Jon y quise hacer lo propio con Enrique, pero me rehuyó como si tal cosa. Iba a preguntar qué pasaba, ya sé que es absurdo pero iba a hacerlo, cuando oímos los gritos y un fuerte estruendo. Venía de arriba, de algún piso alto. Subimos corriendo, desenfundando de inmediato las pistolas. Con qué naturalidad hacemos eso ya, hoy en día...
El hotel tiene nueve pisos. En el quinto, nos encontramos con la catástrofe. Algo había abierto un enorme boquete en la pared, vimos varios muertos y muebles ardiendo. Loa y otros hombres estaban en las escaleras, subiendo a toda velocidad.
—¡Dragón! ¡Dragón! —gritaba alguien. Recordé lo que me había dicho Rolando, de la mutación de los demonios Monoi en Dragones. ¿Sería un Monoí de ese tipo? No podía imaginar que fuese el propio Rey que hubiese venido a atacarnos. Me consolé pensando que, de ser él, hubiese arrancado de raíz el hotel, o lo hubiese hundido sobre sus cimientos, incrustándolo en el magma del núcleo del mundo.
Subí corriendo tras Enrique y Jon, y llegamos a la azotea casi sin aliento. Allí vimos otros dos muertos, llamas, destrucción... Algo había derrumbado un lateral del edificio, daba la impresión de que hubiesen dado una dentellada gigantesca a la azotea. Rolando estaba allí, de pie, alerta, y Loa a su espalda. Varios hombres corrían y disparaban a algo que yo no podía ver.
Mis ojos se detuvieron en el brasero. Recordé algunos principios de magia que aprendí en el templo de los Sabios. Corrí hacia allí, cogí uno de sus carbones y apresuradamente pinté un círculo mágico alrededor, dibujando símbolos que potenciarían mis hechizos, ante lo que pudiera ocurrir. Además, me protegería de toda clase de magias menores.
Entonces, surgiendo de abajo, elevándose con fuerza, apareció la forma monstruosa del dragón, rugiendo, moviendo unas gigantescas alas. Un viento caliente y fétido barrió la azotea. Oí gritos. Un hombre cayó al suelo, creo que debido a un ataque cardíaco más que a otra cosa. La visión era aberrante, aterradora, infundía un miedo atroz. Supongo que era alguna clase de espanto mágico, no sé. Yo lo resistí por estar dentro del círculo, pero Enrique y Jon entraron en pánico y no supe más de ellos.
Todo fue muy rápido.
Rolando y Loa empezaron a hacer algo, alguna magia supongo. Pero el dragón se lanzó en picado,hacia ellos. Pensé que buscaba matar a Rolando, pero no: lo apartó de un golpe y atrapó a Loa, arrastrándolo con él hacia las alturas.
"Mátalo", pensé, llena de una repentina euforia. "Mátalo, mátalo, mátalo, mátalo..." Cómo lo deseaba, cómo... Creo que era tan intenso mi deseo que llegué a transmitirlo, y el dragón me miró. Tenía los ojos grandes y negros. Tuve la sensación de que otra inteligencia me miraba a través de esas pupilas.
Todo se había detenido, excepto el sonido rítmico de sus potentes alas creando aquel viento huracanado...
De pronto, Rolando se levantó y corrió hacia el monstruo, dispuesto a enfrentarse con él. Y no sé qué me pasó, no lo sé, pero antes de darme cuenta de lo que hacía ya había actuado, alzando los brazos y envolviéndolo en una especie de bolsa, un campo de fuerza invisible. Rolando chocó contra sus límites y cayó al suelo, perplejo. Comprobó la situación, supo lo que había pasado y se volvió hacia mí. Vi que ni siquiera iba a discutir, tenía demasiada prisa. El dragón apretaba a Loa, iba a reventarlo, y estaba abriendo la boca para arrancarle la cabeza de un solo mordisco.
Rolando hizo presión para romper la bolsa. Yo sabía que lo conseguiría en menos de un segundo, es demasiado poderoso, no puedo soñar con contenerlo mucho más, así que le lancé una descarga, intentando noquearle. Ahí sé que le sorprendí, pero tampoco se lo pensó dos veces: terminó de desbaratar la triste prisión con la que había intentado controlarle, alzó una mano, para recibir la bola de energía y la dividió en dos. Una parte la dirigió hacia el dragón. La otra, algo menor, me la devolvió en un rebote que multiplicó su ímpetu.
Yo la vi venir, pero no tuve tiempo ni para apartarme. Me golpeó de lleno y perdí el sentido.
Yo la vi venir, pero no tuve tiempo ni para apartarme. Me golpeó de lleno y perdí el sentido.
Cuando desperté, me encontraba en la cama. Mi cabeza era puro dolor palpitante y estaba sangrando por la nariz y los oídos. A pocos metros, Loa y Rolando discutían. Estaban junto al cuerpo muerto del dragón, que parecía incrustado en el borde de la azotea como una gárgola rota. Rolando le estaba abriendo la cabeza, arrancándole una esfera. La observó y la depositó entre las llamas de su brasero.
—Si esa perra no fuera tu amante, ya la habrías matado por lo que ha hecho —dijo Loa, de malos modos.
—Y si tú no me fueras útil todavía, ya te habría matado por lo mucho que has hecho en el pasado —replicó Rolando, con indiferencia. Loa apretó los labios—. El Rey te quiere muerto. ¿Sabes por qué?
—Puedo imaginarlo. —Rolando le miró, por lo que se sintió impulsado a seguir—. Quiere ser el único que domina el sueño de los muertos.
—Sí, yo pienso lo mismo. —La esfera del Monoi empezó a emitir un humillo blanco. Rolando pasó las manos por encima, como solía hacerlo sobre las brasas. Se estremeció—. Serás cauto, organiza una guardia que te vigile día y noche. Recuerda que tu vida me pertenece. Te hago responsable de ella. Muere sin mi aprobación y tendrás una eternidad para lamentarlo. —Loa le hizo una reverencia—. Ahora, vete.
Loa se marchó. Nos quedamos solos en la azotea. Poco a poco, el círculo mágico que yo había dibujado alrededor del brasero se desvaneció. El humo blanco envolvía a Rolando.
Creo que me quedé dormida.
Cuando desperté me dolía menos la cabeza. Rolando estaba a mi lado, limpiándome la sangre de la cara con un paño húmedo. Fui vagamente consciente de que en el brasero no quedaba rastro de la esfera de Monoi. No me atreví a preguntar qué había ocurrido con ella. Las brasas no brillaban rojas, sino blancas.
—Perdón —atiné a decir.
Rolando me miró con esas pupilas turbias que tiene desde que contempló otros horizontes.
—¿Por qué? Nunca has considerado que haya algo más importante que el amor. ¿Por qué deberías opinar distinto, respecto al odio? Yo no puedo cambiarte, Reb. He intentado hacértelo entender cuando estaba vivo y también después de muerto, y ha sido imposible. Diga lo que diga, sé que lo sacrificarías todo por lo que amas o lo que odias. Pero yo no. Yo sí creo en fines más importantes. Recuérdalo porque, si vuelves a hacer algo así, estarás traspasando un límite con el que jamás hubieses debido toparte. No te mataré. A ti, creo que jamás podré matarte. —Me sujetó por la barbilla y apretó, casi haciéndome daño—. Pero vuelve a atacarme, o vuelve a poner a los nuestros en peligro, del modo que sea, y te juro que te arrancaré hasta el último destello de poder del cuerpo antes de enviarte de vuelta a casa con tu hija. ¿Está claro? —Asentí con los ojos, porque no podía ni hablar ni mover la cabeza—. Bien.
Me lanzó hacia atrás, contra la almohada. Volvió a su brasero.
Allí sigue desde entonces, moviendo las manos sobre ese extraño humo blanco...
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