St. Pankraz im Ultental, pintado en 1871 por Gottfried Seelos. Muy distinto a este que contemplo ahora, desde la azotea de una de las casas.
Estoy rodeada de una multitud. La gente se mueve en las calles y en los alrededores. Las imágenes se confunden con las visiones de los molinos.
Todo está encharcado de sangre. Siento náuseas. Vivir así es un tormento. Pobre Hidalgocinis.
Me cuesta, pero quiero escribir, contarte lo que veo, lo que está pasando. El campamento de Santa Elena es grande. Lo forman las propias casas del pueblo, que están en buen estado (tras lo que hemos visto de camino, se agradece este toque de normalidad) y las tiendas de campaña que han traído los militares que se nos han unido, cincuenta si no he entendido mal. Las casas más grandes se están usando como almacén de provisiones y armas. Creo que estamos bastante bien de suministros, al menos de momento. No me he preocupado mucho por preguntar, pero he oído hablar a Rolando con los otros.
El militar al mando de la organización y la intendencia en el pueblo se llama Armando Casas. Sin embargo, el campamento lo rige un triunvirato: Rolando, Hidalgocinis y Grecia. En otros momentos, sé que me hubiese sentido celosa de ella, porque Rolando y ella se entienden bien y es una mujer de belleza interesante. Pero, ahora tengo el Nuiz de Hidalgocinis. Sé, o creo saber. Quizá me equivoco, claro...
En todo caso, sería mezquino dedicar dos segundos de más a tales pensamientos. Grecia es una mujer que merece un respeto, aunque sólo sea por su valor. Dicen que no tiene ningún Nuiz, pero su sentido común y su capacidad de organización han salvado cientos de vidas. Me confesó Rolando, también, que Grecia había leído todos los blogs desde el principio, aunque nunca interactuaba, por precaucion. Qué vergüenza. Cada vez que me mira, me siento desnuda. Frágil y expuesta.
Yo la admiro. Hubiera querido ser como ella, hubiese querido ayudar, salvar vidas. Pero ni siquiera puedo ponerme esa cinta blanca en la cabeza.
- Nos distingue - me dijo Rolando, al dármela. Pero no es verdad. Sólo me identifica, indica en qué bando estoy. Nunca he podido soportar la uniformidad. En los tiempos en que el mundo era normal, si algo se ponía de moda, por mucho que me gustase esperaba a que pasase el furor para usarlo. No quiero llevar una cinta blanca cuando todos la llevan. Yo soy Rebeca. Soy única. Ni más, ni menos que otros, pero única. Que me teman esos demonios de mierda. No necesito cintas de ningún color para saber cuál es mi bando.
Me he puesto guantes blancos, para no tocar a nadie por error. Retendré el Nuiz de Hidalgocinis unos días más, si puedo. Si no me vuelvo definitivamente loca.
Con eso tendrá que bastar.
Ah, se me olvidaba, Rolando me ha dicho que recoja todo lo que necesite, mañana partimos para Tarifa. No sé para qué... Ni siquiera sé si seré capaz de empacar algo.
Molinos de viento...
Estoy rodeada de una multitud. La gente se mueve en las calles y en los alrededores. Las imágenes se confunden con las visiones de los molinos.
Todo está encharcado de sangre. Siento náuseas. Vivir así es un tormento. Pobre Hidalgocinis.
Me cuesta, pero quiero escribir, contarte lo que veo, lo que está pasando. El campamento de Santa Elena es grande. Lo forman las propias casas del pueblo, que están en buen estado (tras lo que hemos visto de camino, se agradece este toque de normalidad) y las tiendas de campaña que han traído los militares que se nos han unido, cincuenta si no he entendido mal. Las casas más grandes se están usando como almacén de provisiones y armas. Creo que estamos bastante bien de suministros, al menos de momento. No me he preocupado mucho por preguntar, pero he oído hablar a Rolando con los otros.
El militar al mando de la organización y la intendencia en el pueblo se llama Armando Casas. Sin embargo, el campamento lo rige un triunvirato: Rolando, Hidalgocinis y Grecia. En otros momentos, sé que me hubiese sentido celosa de ella, porque Rolando y ella se entienden bien y es una mujer de belleza interesante. Pero, ahora tengo el Nuiz de Hidalgocinis. Sé, o creo saber. Quizá me equivoco, claro...
En todo caso, sería mezquino dedicar dos segundos de más a tales pensamientos. Grecia es una mujer que merece un respeto, aunque sólo sea por su valor. Dicen que no tiene ningún Nuiz, pero su sentido común y su capacidad de organización han salvado cientos de vidas. Me confesó Rolando, también, que Grecia había leído todos los blogs desde el principio, aunque nunca interactuaba, por precaucion. Qué vergüenza. Cada vez que me mira, me siento desnuda. Frágil y expuesta.
Yo la admiro. Hubiera querido ser como ella, hubiese querido ayudar, salvar vidas. Pero ni siquiera puedo ponerme esa cinta blanca en la cabeza.
- Nos distingue - me dijo Rolando, al dármela. Pero no es verdad. Sólo me identifica, indica en qué bando estoy. Nunca he podido soportar la uniformidad. En los tiempos en que el mundo era normal, si algo se ponía de moda, por mucho que me gustase esperaba a que pasase el furor para usarlo. No quiero llevar una cinta blanca cuando todos la llevan. Yo soy Rebeca. Soy única. Ni más, ni menos que otros, pero única. Que me teman esos demonios de mierda. No necesito cintas de ningún color para saber cuál es mi bando.
Me he puesto guantes blancos, para no tocar a nadie por error. Retendré el Nuiz de Hidalgocinis unos días más, si puedo. Si no me vuelvo definitivamente loca.
Con eso tendrá que bastar.
Ah, se me olvidaba, Rolando me ha dicho que recoja todo lo que necesite, mañana partimos para Tarifa. No sé para qué... Ni siquiera sé si seré capaz de empacar algo.
Molinos de viento...
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