sábado, 2 de julio de 2011

Sábado de Viento y Ceniza

Esta imagen de Erasmus Francisci aparece en el Deutsche Fotothek (Metereologie & Wind & Tornado), y está fechada en 1680. A veces impresiona comprobar cómo, a pesar del tiempo, los seres humanos somos testigos de las mismas cosas.

Como con el paso de los días nos hemos ido dando cuenta de las muchas provisiones que nos hacen falta aún, Enrique propuso ir hoy a Bilbao, pero yo no tenía muchas ganas. No he pasado buen día, me dolía mucho la cabeza. El doctor Contreras dice que es por la tensión y se ha limitado a darme ibuprofeno, además de ordenarme que me quedase en cama. Jon ha dicho que él podía echar un vistazo sobre el tema en las bibliotecas, y traer los libros que pudiese encontrar. Sabía que lo iba a hacer bien, seguramente mejor que yo, así que accedí.

Se fueron Enrique, el doctor Contreras, Jon y Rosa María, todos armados hasta los dientes. Incluso le dejé Steampunk a Enrique porque, como le dije, si pasaba algo nosotros nos meteríamos en la "sala segura". Por lo que sabemos, el Edterran no puede entrar ahí. Y si puede, pues... entonces, a qué preocuparse.

Me quedé, por tanto, con mis padres y con Beatriz.

El ibuprofeno ha hecho su efecto pero, aún así, me he portado bien y he aguantado pacientemente cosa de una hora más en cama. Luego, me he levantado, que no soy persona de estarse quieta, y he estado con mi madre y con Beatriz en el huerto, mientras mi padre vigilaba desde su terraza. No es que ninguna podamos llegar jamás a ganarnos la vida como bucólicas campesinas, eso ha quedado claro incluso antes de ponernos a la tarea, pero tengo que reconocer que ha resultado agradable, hemos reído con ganas, algo que jamás hubiese creído posible. Luego, he sacado unos refrescos y los hemos tomado arriba, con mi padre. También hemos comido allí. El sol resplandecía y daba gusto.

Estaba subiendo el café en la bandeja cuando he oído sus exclamaciones. Los tres miraban a lo lejos, Beatriz con el catalejo de mi padre.

- ¡Mamá, mamá, mira! - me ha gritado al ver que llegaba. Apenas he tenido tiempo de dejar la bandeja en la mesa, todos me señalaban el horizonte, en dirección al Cementerio C.

Allí, como una mancha sobre el paisaje, casi como un esputo asqueroso ofendiendo el mundo, pude ver una masa de nubes de tormenta. No necesité hacer muchos cálculos para imaginar que estaba localizada exactamente sobre el cementerio. De allí surgían largos tornados, muy finos y esbeltos, que se doblaban graciosamente pugnando por mantenerse en pie, como dedos que se aferraran al cielo. Parecían estar hechos de ceniza: ceniza de infinidad de muertos que no pueden terminar de morir, ardiendo eternamente entre llamas que jamás se apagan.

No sé por qué surgió semejante idea en mi mente, pero ya no pude apartarla.

- Dios mío... - susurré, con un estremecimiento. Mi padre cerró los ojos, inspirando profundamente.

- Es la hora de la tormenta, del tornado de ceniza, de la oscuridad surgida de la llama. Luego, llegarán los muertos, los rostros pálidos y conocidos, arrastrando como una capa de negrura el fin de todo - susurró. Las tres lo miramos espantadas.

- ¿Qué quieres decir, papá?

- Y, sin embargo, puede pararse - siguió él, por toda respuesta. Me agarró por la muñeca, haciéndome daño - Hace casi treinta años consiguieron pararlo, Rebeca. Tienes que...

Aunque la tormenta permanecía localizada sobre el mismo punto, el viento no dejaba de arreciar, un viento denso y áspero que dejaba sabor a ceniza en los labios. Una racha especialmente fuerte golpeó en ese momento la azotea, arrastró sillas, se llevó servilletas y otras cosas de la mesa y derribó la sombrilla. Tuve que ayudar a mis padres a volver dentro, era peligroso continuar allí. Los dejé con Beatriz en la "sala segura" y recorrí la casa, cerrando ventanas y puertas. Eso me hizo recordar las palabras de Popov. "Pero, por si acaso, aseguren bien puertas y ventanas".

Él sabía lo que iba a ocurrir.

Intenté llamarle, pero al parecer el número era incorrecto. Supongo que me confundí en algún dígito al anotarlo.

Mi padre estaba dormido cuando regresé, así que le dejé descansar. En el momento en que escribo esto, aún no ha despertado. Mi madre y Beatriz se entretuvieron el resto de la tarde en la cocina, haciendo conservas como nos ha enseñado Rosa María. La tormenta ha continuado, y los bandazos del viento nos alcanzan de vez en cuando, haciendo temblar la casa entera. Soy la única que sale de vez en cuando al exterior, para comprobar cómo va todo, y he visto varios árboles desagarrados y también cómo pasaba una vaca volando, a lo lejos, igual que en el gráfico que he puesto.

Enrique ha vuelto con los otros, casi al anochecer, pero aún así ha podido divisar la tormenta. Hemos decidido que, si mañana no han cambiado las cosas, intentaremos acercarnos hasta el pueblo B, para hablar con Popov. El doctor Contreras nos ha sugerido que carguemos el coche de mi padre, que es el más grande, con lo que sea, piedras incluso, para mejorar en lo posible su estabilidad. Es una idea a tener en cuenta.

Casi se me olvida añadir que Jon ha hecho una buena labor de documentación. Ha ido a la Biblioteca de Bidebarrieta, a la de la Diputación, a la de la Alhóndiga y hasta ha revisado la de la Facultad de Deusto. Ha traído varios libros, algunos en inglés y alemán y hasta hay un par en latín. Llegados a este punto, no me hubiese sorprendido toparme con un ejemplar del De Vermis Mysteriis, o incluso del Necronomicón.

También ha traído un volumen enorme con ejemplares encuadernados de periódico. Me he fijado y son del año 1983. "Hace casi treinta años", había dicho mi padre. 1983 es un año que todo bilbaíno recuerda, porque se produjeron gravísimas inundaciones en la Villa, con grandes daños sobre todo en su Casco Viejo. He hojeado el volumen y las principales noticias están centradas en eso, claro. Mañana tendré que mirarlo más a fondo. Al parecer, les ha llevado a él la referencia "Edterran". La cual, por cierto, sólo ha aparecido cuando Enrique ha hecho algo en el ordenador de la Universidad.

- Una vez salí con una profesora de informática - nos ha dicho, por toda explicación, quitándole importancia. Quizá algún día le presione para que aclare algo más el tema, pero la verdad es que no creo que tenga derecho. Enrique ha sido un gran apoyo, estos días. Ha trabajado por el grupo y nos ha defendido siempre que ha sido necesario. Qué distinto de lo que hubiera podido esperar del abogado ligón y juerguista que conocí. Ha cambiado mucho, todos hemos cambiado. Pienso en aquel primer día, cuando nos vimos en la cafetería, y me parece como si fuese algo que les ha pasado a otras personas.

Por lo que he leído en el blog de Hidalgocinis, tengo esperanzas de que, lo que llevó a Rolando a marcharse, ese ataque a no sé qué sitio, haya sido un éxito. Ojalá. Por mucho que disimule, estoy muy preocupada por él.

Quizá le llame mañana...

2 comentarios:

  1. Vaya...es precioso y me has hecho dudar si es un relato o si es una parte de tu vida. Mis felicitaciones.

    Mi beso y abrazo, feliz entrada de semana.

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  2. Muchas gracias, Eva, cielo. Lo que cuento aquí es, sin duda, una parte de mi vida, de la existencia diaria de Rebeca Goyri. Pero, como digo en la columna de la derecha, "a veces, los mundos se tocan".

    Pulsa, si quieres, en la bola del mundo.

    Besos para ti, también. Que todo te vaya bonito, aunque sean tiempos de incertidumbre.

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