miércoles, 22 de junio de 2011

Miércoles Decepcionantes

Where next?, de Edward Frederick Brewtnall, no sé la fecha. Cómo les envidio, sobre todo a ella. Todo el cuadro transmite un claro compañerismo, el paso siguiente, el lugar al que vayan, será una decisión conjunta. Son amigos y compañeros, y posiblemente amantes...

Rolando llegó a primera hora de la mañana, pero ha dormido hasta que le he llamado para comer. Estaba agotado. Luego, volvió al dormitorio pero esta vez arrastrándome con él. Ha sido... no sé, efusivo. Bueno, vale, se ajusta más un adjetivo como volcánico o apasionado. Un buen polvo, que se dice. Supongo que, al fin y al cabo, el héroe es humano, y estos días ha pasado miedo y mucha angustia. Lo sé, porque me lo ha contado, lo que me sorprendió. Hasta sentí un conato de esperanza.

¿Quizá empezaba a incluirme en sus actividades, en sus misiones y, sobre todo, en sus pensamientos?

Me ha hablado de un lago en una jungla de la que no debo dar el nombre, ni más detalles, y de unos seres con un gran altar de piedra en el que ofrecían sacrificios humanos a un dios que los había abandonado. Me ha descrito los gritos que hacían estremecer la espesura, las sombras móviles que se deslizaban entre los árboles, y el destello de luces extrañas sobre la sangre que empapaba, lenta y viscosa, el lugar del sacrificio. Había más gente en peligro, aquella noche, pero él había ido a rescatar a alguien, una persona en concreto. No quiso decirme a quién, ni siquiera si era hombre o mujer, niño o anciana; sólo que era familiar cercano de alguien importante entre los suyos. El hijo o el padre de alguien, pensé yo.

Pero, una vez allí, ¿qué otra cosa puede hacer un héroe?

Intentó, claro, salvarlos a todos.

Perdió el móvil, las armas, el equipo y casi la vida en el empeño, y sin duda algo más de cordura, pero consiguió su objetivo. Sacó con vida al grupo de víctimas, casi al completo al menos (debió morir un hombre, por lo que pude entender, aunque no se extendió mucho en el tema y yo no quise insistir), y los llevó hasta un lugar desde el que les resultaría fácil reunirse con los agentes que le estaban esperando a él y a quien debía rescatar; pero Rolando no fue, decidió dar un gran rodeo para atraer sobre su pista posibles rastreadores y ofrecer a esa gente mayor margen para escapar.

Eso le llevó un par de días y, luego, tuvo que arrastrarse por ahí, hasta regresar a la civilización. Por eso, no pudo ponerse en contacto.

Bueno, supongo que como excusa para no contestar al móvil vale más que la mía.

Ah, que yo no tenía excusa. Vale.

Me dijo también que se están reuniendo tres ejércitos para asaltar tres centrales energéticas en distintos lugares del planeta, pero que no puede contarme dónde ni cuándo, aunque será pronto. Añadió que montarán algo parecido a cuarteles generales donde habrá que proteger unos equipos de comunicación y que hará falta que se quede gente allí para cubrir esos puestos, aunque no participen en el asalto.

Entonces, soltó la bomba.

Qué tonta, pensar que quería compartir conmigo algo, porque sí, porque soy parte de todo, y algo completo con él...

No, en realidad, sospecho que me predisponía para conseguir mi conformidad con el mínimo esfuerzo. Porque, Rolando, me propuso llevarse a Jon para esa misión. Quiere probar si tiene Nuiz y, en su caso, estudiar su naturaleza. Yo no, claro, yo si tengo como si no, quizá ni llegue a enterarme nunca. ¿Para qué? No se me va a ofrecer unirme a la aventura. Que no sé si quiero ir, a ver, pero por lo menos me gustaría poder decir que no.

Desesperante.

Por supuesto, eso estropeó por completo el momento y empezamos a discutir. Me negué en redondo a que se lleve a mi hijo a pelear por ahí con un grupo... yo qué sé, paramilitar o lo que sea, armados hasta los dientes, con brillantes ojos azules y gran predisposición a acercarse a bichos que no se inmutan ante los balazos.

- Mira quién fue a hablar - me dijo, cuando le solté eso - Que yo sepa, tú no has hecho otra cosa en los últimos días.

- Me he topado con ellos, que es distinto.

- Toparse de bruces con ellos es algo menos extraño de lo que piensas y, lamentablemente, algo que cada vez será más... habitual, Reb. Pero tú te topas con ellos y luego les sigues de cerca los pasos, no vaya a ser que se te escapen. Es distinto. ¿O cómo describirías la persecución que emprendisteis tú y tu amigo tras la cría de Monoi en Bilbao? ¿O el ir a los pueblos de los alrededores, investigando los movimientos del Edterran? Por cierto, eso me recuerda algo...

Se levantó de la cama, abrió su bolsa y sacó lo que parecía un pistolón antiguo, no sé, no entiendo de esas cosas, pongamos siglo XVIII o XIX. Lo giró un par de veces entre las manos, con pericia, y me lo arrojó. Lo cogí al vuelo. Era... es, porque ahora es mío, algo más pesado de lo que pensaba, pero no agobiante. Diría que es un peso que infunde seguridad, que te hace pensar que sostienes algo de verdad, no un simple juguete. De diseño, resulta precioso, un poco steampunk, de esos objetos con sabor a época victoriana, o que ves y piensas en una historia de Julio Verne.

También me entregó una caja con veinte balas especiales.

- ¿Qué es esto? - pregunté aturdida.

- Un arma, ya lo ves - al ver mi expresión, rió y se encogió de hombros - Da igual, ponle nombre tú misma. Funciona como una pistola, por completo, no tendrás problema.

- ¿Y por qué me lo das?

Antes de contestar, volvió a acostarse a mi lado. Pasó una mano por mi cuello, descendiendo hacia el pecho.

- Ya que te gusta tanto arriesgar el pellejo, amor mío, al menos hagamos que estés debidamente armada. Además, ese Edterran puede venir a la casa, o puedes ponerte a perseguir el Monoi por Bilbao en cuanto te dé la espalda, ya me creo cualquier cosa. Estás más loca de lo que yo he estado nunca - señaló el arma - Con esto puedes matar cualquier criatura, incluso a un Monoi, si le aciertas como diez balazos.

Le miré con ojos entrecerrados.

- No te vas a llevar a mi hijo.

- También es mi hijo, no lo olvides. Y no puedes impedirlo, Reb, sólo volverlo todo un poco más difícil - me quitó suavemente el arma, la arrojó a un lado, y volvió a besarme, empujándome hacia atrás, de vuelta a las sábanas arrugadas, a ese refugio único que es el placer - Esta noche, haré su prueba de Nuiz.

Aún seguimos discutiendo.

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