viernes, 28 de octubre de 2011

Ese Jueves se Escuchó la Profecía

An Appeal for Mercy,  Marcus Stone, 1793
Este cuadro me recuerda lo que ha sido mi relación con Rolando. Él a lo suyo, atento a los detalles importantes, la salvación del mundo, la protección de tantas cosas vitales... y yo detrás, centrada en él, sin importarme nada, a veces ni siquiera mi propia dignidad.

Así ha sido siempre, desde que ocurrió aquello y algo se rompió en mi interior. Así ha sido hasta ahora.

No voy a poder hacerlo...

Hemos pasado días muy duros atrapados en la cueva, temiendo que esos malditos consiguiesen entrar y nos capturasen. Al menos, Loa ha podido controlar parcialmente los muertos vivientes que habían puesto a desescombrar, dando tiempo a los nuestros a llegar al rescate.

He estado a punto de morir. Yo lo sé y Loa también lo sabe. Me curó la bala pero mi cuerpo había perdido mucha sangre y aquí no teníamos agua. Quizá Rolando hubiese podido hacer algo, pero se ha mantenido apartado mucho tiempo, en una especie de oquedad que formaba la propia caverna. Allí, clavó profundamente los puños en la roca, cerró los ojos y se concentró. No sé si ha estado en comunión con el mundo, o si le ha estado arrancando poder por la fuerza. He supuesto que era su forma de nutrirse, de mantenerse fuerte. No se ha movido hasta que han entrado Rodrigo y Adela...

Loa y yo no hemos tenido tanta suerte. La comida no era realmente un problema, aunque hemos pasado hambre. Pero, el agua... Ahí sí que hemos sufrido. Hemos tenido que racionar lo que quedaba hasta convertirlo en mínimos sorbos que más que saciar atormentaban. Y yo, con la pérdida de sangre, he pasado más tiempo entre delirios que despierta.

Una vez, creí haber muerto. Quizá ocurrió, o estuve en la línea, justo en el trance. Abrí como pude los ojos y vi a Loa, inclinado sobre mí. Mi cuerpo se alzó hacia él, anhelando su toque. Me sentí ingrávida, etérea. Sonrió:

—Vamos, Rebeca, no puedes morirte —me dijo—. No ahora. ¿No lo ves? Piénsalo: si dejas de luchar, si mueres, reanimaré tu cuerpo, te convertiré en una zorra complaciente que se desvivirá por dejarme satisfecho y, además, me alimentaré de ti. Tengo mucha hambre y pocos escrúpulos, y hay partes de tu cuerpo que no son imprescindibles para pasar un buen rato —sentí una mano en mi pierna, ascendiendo por el muslo.  Conseguí reunir fuerzas suficientes y lo aparté de un golpe. Se rio—. Así, ma putain, sigue luchando. Vive.

 No sé si era su intención, no sé por qué lo ha hecho, pero aquello sin duda me dio fuerzas. Quizá hasta le debo el haber salido con vida de la cueva.

Pero, por todo esto, hasta ayer no pude leer las entradas de Blanca, lo ocurrido con Hidalgo Cinis, lo que le está pasando a Adela y Brau. Qué semana más tormentosa... Siento que vamos hacia un desenlace, una catarsis en la que quizá el mundo pueda limpiarse de tanta oscuridad y miedo... Pero no lo creo.

Yo, desde luego, tengo la sensación de estar rodando sin control hacia la más completa oscuridad.

Estas son las Últimas Profecías de Hidalgo Cinis. Las he tomado del Blog de Andy. Hidalgo murió tras pronunciarlas, tras clavarse en el estómago la espada de Rodrigo, esa que tiene nombre, como todas las armas realmente infames. Espiga de Arroz...

Primera Profecía de Hidalgo Cinis:
"EL AZUL QUE HA VENIDO DEL INFIERNO DEBE MORIR 
PARA SER LA PUERTA Y QUE EL ROJO VUELVE AL INFIERNO".
 
 Segunda Profecía de Hidalgo Cinis:
"LOS DIFUNTOS LUCHARÁN Y GANARÁN, 
PERO TENDRÁN QUE IRSE. 
LOS MUERTOS LUCHARÁN Y PERDERÁN, 
PERO SE QUEDARÁN PARA SIEMPRE".

Tercera Profecía de Hidalgo Cinis:
"EL LEÓN IRACUNDO TOMARÁ EL PODER 
PARA QUE EL CORDERO ENLOQUECIDO NO LO PIERDA NUNCA MÁS".


—¿Entiendes lo que implica la Primera Profecía, Rebeca? —me preguntó Rolando, esta madrugada. Yo negué con la cabeza, aterida de frío. Es que me ha despertado poco antes del amanecer y me ha llevado sin más que una camiseta a una zona apartada del campamento, en un recodo en la ladera de la montaña. Los vigías nos han visto pero nos han dejado pasar. Todo el mundo conoce al Demonio Rolando. A mí, no sé. 

—No. Solo son bobadas, los delirios de un loco —aduje, testaruda. Él frunció el ceño y me la volvió a recitar: 

Primera Profecía de Hidalgo Cinis:
"EL AZUL QUE HA VENIDO DEL INFIERNO DEBE MORIR 
PARA SER LA PUERTA Y QUE EL ROJO VUELVE AL INFIERNO".
 
No sé, no sé, repetía mi mente. Pero claro que lo entendía. Esa Primera Profecía me partía por la mitad, como un rayo caído del cielo. Quemando, cortando, destruyendo...

—¿Recuerdas mi alias? —siguió entonces—. Rolando Azul. Yo soy el Azul que se menciona en esas palabras, y tú sabes bien qué debe ocurrir. —Intenté irme, pero me sujetó contra la pared de la montaña—. No. Ni hablar. Esta vez no puedes esconderte. Escucha: te necesito, Rebeca, no puedes fallarme en esto. No me fío de nadie más.

—¿Y qué quieres que haga?

—Que me cubras. Que te asegures de que la profecía se cumple.

—No es necesario. Puedes matarlo, mátalo.

—No. ¿No te das cuenta? Si debo morir para ser una puerta, y hacer así que él vuelva al infierno, entonces es que no puedo vencerlo. ¿No lo entiendes, Rebeca? No se dice "El Azul matará al Rojo", no, se dice "El Azul morirá y así y solo así, el Rojo volverá al infierno".

—Nada está escrito. Cambia el destino.

—Bonita teoría, mi amor. Pena que no sea momento de entrar en cuestiones filosóficas. Está dicho y es así: yo lo creo, por completo. Y seguro que el Rojo también. Seguro que lo sabe, que lo tiene en mente. ¿Qué crees que hará? —titubeé—. ¿Por qué crees que me está buscando? ¿Crees que me matará? ¿Crees que permitirá que muera? ¿Que me permitirá vivir?

—Quizá esa sea nuestra oportunidad. Quizá te deje...

—¡Reb! —se contuvo casi a continuación, lamentando el arrebato de furia—. Me atará. Podía habernos matado ahí, haber hundido la maldita montaña sobre nosotros. Pero me necesita vivo. No quiere matarme: me atará. ¿Recuerdas a Popov? Agonizó durante lo que le parecieron milenios y crees que eso fue todo, pero no es cierto, aún sigue agonizando. Lo tengo atado con un nudo de dolor y jamás lo liberaré. Loa lo sabe, por eso vive aterrado, teme que le haga lo mismo. Por eso ahora tengo tanto miedo por mí. ¿Quieres que El Rey haga eso conmigo? Si no puedo ganarle,  y está claro que no puedo, me sujetará y me atará a una agonía eterna. Conquistará el mundo y os destruirá y seguirá torturándome, porque puede hacerlo y porque no hacerlo sería su condenación.

—Podríamos irnos...

—No seas niña. Sabes que no es cierto - me cogió por la barbilla—. Reb, sé que te fallé, hace mucho. Dejé que el tiempo pasara, no pensé en las consecuencias, no pensé que me esperarías. No pensé tantas cosas, y luego ya fue tan tarde... Pero ahora, te pido que tú no me falles a mí. Voy a enfrentarme a esa criatura y voy a morir. Te pido un poco de misericordia. Tienes a Steampunk. Házmelo fácil.

Luego me besó y lo que allí sucedió no es cosa que quiera comentar. Solo diré que arrasó mi cuerpo y mi alma, y que me dejó el sabor de una despedida.

Debería... no sé, supongo que debería sentir la muerte de Hidalgo Cinis. Sé bien cuánto sufrió en vida, sé bien el inmenso sacrificio que ha hecho. Pero, en mi fuero interior, ese rincón egoísta y extraño que ocupa el sitio donde debería tener un corazón, no puedo por menos de maldecirlo de continuo. ¿Qué lamento? Que no muriera antes, que no se ahogase en su propia sangre, antes de pronunciar esas palabras. Maldito sea. 

Pronto partiremos para la fortaleza del Rey.

Ya sé que tengo que hacerlo, ya sé que debo aceptarlo.

Pero no sé si voy a poder.

domingo, 23 de octubre de 2011

Viernes de Cueva Profunda

Cave of the Storm Nymphs
Edward John Poynter, 1903
Siempre me ha gustado este cuadro
y, ya que va de cuevas la cosa,
lo meto por si mañana no soy capaz
ya de añadir ninguna entrada...
¿Podéis leerme? ¿Alguien me lee? No sé, el ordenador hace cosas raras. Primero se me ha caído al suelo, vaya mierda, es nuevo y ya la he pifiado. Luego, Rolando me lo ha quitado y ha estado trasteando, intentando comunicar nuestra posición a Hidalgocinis y cuando me lo ha devuelto estaba muy caliente, se ha colgado de mala manera y me ha costado que volviese a arrancar. Ahora salen ventanas de error cada dos por tres.

Estamos atrapados en una cueva, en las afueras de Berlín.

Tras varios días de calma aparente, desesperante, en los que Rolando se ha dedicado a estudiar la situación y a esperar el momento más adecuado para iniciar su ofensiva, uno de los nuevos acólitos nos aseguró que conocía una entrada a la fortaleza, una larga estructura de túneles y cuevas que conectaban unas minas con la base del Rey.

El hombre, le llamaré Otto por conveniencia, ya que no consigo recordar cuál era su nombre, parecía de fiar. Tenía un amigo, del que dijo que había sido su compañero de trabajo en un periódico del país. Pongamos, Erik. ¿Queréis mi opinión? Otto y Erik eran algo más que amigos. Pero, se trataba de un asunto  privado y no lo mostraban en público.

Quizá esa reserva se debiera a que Otto también tenía una hija de quince años, de ella sí que recuerdo el nombre. Se llama Elsa, una monada de niña, alta y esbelta, rubita y de ojos azules, el ideal ario, vamos. Los tres hablaban bastante bien el inglés, así que nos entendemos, aunque el que más se entiende es Jon. Está que se le salen los ojos de las órbitas cada vez que Elsa pasa por delante. No me he inmiscuido, me alegro de que por fin vaya olvidando a Rosa María. Solo espero que no se compliquen más las cosas.

Rolando decidió que Otto merecía nuestra confianza. Tras interrogarle durante horas en su azotea, no detectó mentira alguna en él, me dijo, así que no tenía mayor sentido demorar más la misión, la infiltración en la base del Rey. Aparte de haberse preparado un cuchillo, calentando uno con los carbones blancos de su brasero y grabándolo con distintas runas, Rolando no tiene realmente una idea clara de lo que vamos a hacer, pero sabe que hay que llegar al Rey y matarlo de alguna manera.

A mí, como plan, me vale. A Loa, no.

—Va a arrastrarnos al desastre —me susurró una mañana. Yo estaba sentada en el comedor del hotel, desayunando sola. No suele acercarse a mí, ni suele hablarme, así que imaginé que estaba realmente aterrado. Le miré intentando no mostrar ninguna expresión—. Habla con él, intenta disuadirle.

Me puse en pie.

—Tú ya estás muerto —le dije. No sé cuándo me volví tan rencorosa y fría. A veces, no me reconozco. Me oía decir aquellas cosas, y sentía placer al pronunciarlas, pero me escuchaba como si fuese otra persona—. En cuanto esto termine, Rolando te ejecutará como hizo con Popov. Estarás arrodillado y vencido y te sacrificará como un animal en el matadero, alargando interminablemente tu agonía. Y yo sostendré un cáliz bajo tu rostro, escuchando tus gritos, y beberé tu sangre.

Loa me miró con odio, pero también con miedo. Me fui satisfecha.

Así, el anochecer del viernes quedamos con Otto en un punto en el bosque, cerca de la mina. Fuimos Rolando, Loa y yo, en un coche robado que abandonamos a cosa de un kilómetro de la cita, para evitar que, si nos topábamos con alguna patrulla, oyeran el motor o surgiera cualquier otro problema. Nos constaba que había patrullas de Dragones del Rey por la zona, vigilando los alrededores de la fortaleza en varios kilómetros, mejor no arriesgar.

Rolando y Loa se armaron con espadas, cuchillos y las pistolas. Yo me he traído también a Steampunk. Hace mucho que no lo sacaba, porque, claro, siempre me digo que para qué: solo tengo una bala. Pero, es la única arma con la que podría realmente hacerle daño al Rey, quizá no matarle, claro, porque ni sé los tiros que necesité para el Amo de los Edterran. Pero, quizá sí pueda ayudar a herirle, dar una oportunidad a otros en el combate, a Rolando o incluso a Loa.

Cuando llegamos, Otto estaba muerto. Pensamos lo mismo de Erik, porque lo encontramos tirado a su lado, medio desnudo, con una herida en la cabeza, pero gimió cuando comprobamos su pulso, aún estaba vivo. Loa usó sus poderes curativos y conseguimos despertarlo.

Al parecer se habían encontrado con una banda de salteadores humanos, hay muchas por los alrededores de la ciudad, como las habían en Bilbao. Les quitaron las cosas de valor, las linternas, las armas, y las ropas, sobre todo los zapatos. Luego la emprendieron a golpes con ellos, hasta darlos por muertos. Según nos contaba lo ocurrido, he recordado aquel hombre gordo que me asaltó, el que se llevó Popov y sacrificó al Edterran. Qué de cosas han pasado desde entonces. Tengo la sensación de que haya transcurrido toda una vida. O varias.

—Será mejor que volvamos a la ciudad —dijo Loa. Era lo más prudente, desde luego—. Si nos descubren...

—Pero, ya que estamos aquí, yo puedo conduciros al túnel de entrada —propuso Erik, algo ansioso—. No está lejos. Conozco la zona tan bien como la conocía Otto...

Finalmente, decidimos seguir. Bueno, para ser exactos, fue Rolando el que nos ordenó continuar, tras meditarlo unos momentos a solas. Le vi mirar su cuchillo, clavarlo en el suelo. Las runas grabadas en su hoja lanzaron un destello que quemó la hierba, al consumirla.

Había que continuar. Así que vinimos y nos sumergimos en este lugar profundo y húmedo, un hueco en el mundo relleno de negrura. Desde su entrada, la cueva era más estrecha de lo que había imaginado, apenas un agujero oculto entre matorrales que se estrechaba más hasta convertirse en una cimbre tortuosa que se extendía durante más de un centenar de metros.

—¿No era una mina? —pregunté sorprendida, al recordarlo, pero Erik iba delante y no me contestó. Rolando sí se detuvo y me miró de reojo—. Imaginaba algo muy amplio. No sé, estamos en Berlín. En  mi tierra, en Gallarta, hay gigantescos túneles, entran camiones y...

—Silencio —ordenó Loa. Me callé porque había puesto cara de intentar escuchar realmente algo—. Silencio... ¿No oís?

No se oía nada... o no sé, igual sí... No contestamos, pero creo que todos tuvieron el mismo sobresalto amedrentado que yo. Bueno, quizá no todos. Quién puede decir lo que siente o piensa el impasible Rolando de hoy en día...

Justo en ese momento desembocamos en una cueva. No tendría más de veinte metros pero en comparación con el pasillo que acabábamos de recorrer, me pareció inmensa. Deslizamos las luces de las linternas por sus paredes deformes. Desconcertados, comprobamos que no parecía tener más salidas. Erik titubeó.

—Dadme un segundo, ahora vuelvo —Empezó a recular, de nuevo hacia el túnel—. Voy a revisar bien el exterior. Hay muchas entradas a las cuevas por la zona. Quizá me equivoqué de galería —pero, cuando iba a salir, Rolando le cerró el paso.

—¿Acaso no nos aseguraste que conocías el sitio perfectamente?

—Todas las cuevas se parecen... —Erik había empezado a sudar—. Y es de noche. Me he confundido.

—Mientes. —Rolando entrecerró los ojos—. Te daré dos opciones. Puedes decirme la verdad, vivo, o puedes decírmela muerto. —Hizo una señal a Loa, que avanzó un paso, como buen perro amaestrado—. Tú eliges.

Erik tragó saliva. Y empezó a hablar, ya lo creo que habló: nos dijo cómo era todo una trampa ordenada por el Rey. Quería cogernos vivos, sobre todo a Rolando. Había tenido que sacrificar a Otto, que nunca llegó a saber nada de la traición. Tuvo que ver cómo lo mataban a golpes., tuvo que soportar él mismo una paliza salvaje, pero a cambio se le había prometido respetar su vida y no condenarlo a los trabajos forzosos, criminales, de los otros esclavos. 

—¡Vamos, huyamos! —exclamó, cada vez más nervioso—. ¡Estaban vigilando pero es posible que tengamos todavía algo de tiempo! ¡Salgamos de aquí antes de que lleguen!

Iluso. Ni él se creía semejante tontería. Rolando, Loa y yo intercambiamos una mirada. Ya se oía movimiento en el túnel. Vimos surgir, del recodo del túnel, un par de humanos, siervos del dragón.

—¡Rendíos! ¡No tenéis escapatoria! —gritaron distintas voces. Loa disparó, hiriendo a uno. Rolando empezó a concentrarse. Algunos asaltantes nos instaron a que dejásemos las armas, pero no fue la opinión mayoritaria., porque otros empezaron a disparar. Fue entonces cuando me hirieron en un hombro, al girar  sobre mí misma para proteger este portátil. Y, claro, dio igual, no pude soportar el impacto y se me cayó al suelo.

Qué dolor. Recogí el aparato y me arrastré como pude, buscando cobertura. Saltaban por todos lados esquirlas de roca. Loa  seguía disparando. Rolando utilizó su poder para barrer más metros de la galería, lanzando hacia atrás a nuestros atacantes, y creando una barrera protectora en la que rebotaban sus balas. Las hacía volver hacia su origen, causando gran estrago.

Pero aun así, no los conteníamos, eran demasiados.

Entonces, Loa fue hacia Erik, que sollozaba a un lado esperando a ver que bando ganaba para apuntarse a él y, sin más, alzó la mano con la pistola y le voló la tapa de los sesos. Fue todo tan repentino que el alemán se derrumbó sin llegar a enterarse de que había muerto. Luego supongo que sí, que lo supo, porque no había pasado ni un segundo cuando Loa movió una mano sobre el cadáver, entonando sus cánticos, y el cuerpo muerto se estremeció. 

—¡Levántate y anda! —le ordenó, en una versión aterradora del clásico bíblico. Erik se puso en pie. Recordé a Javier. Recordé a Rolando. Odie mucho más a Loa. Este, ignorando mis pensamientos, sacó unas granadas de la mochila. Le puso a Erik una en cada mano, otras dos en distintos bolsillos y otra en la boca, incrustándosela con tanta fuerza que le destrozó algunos dientes. Le arrancó las anillas—. Corre.

Obediente, el cadáver de Erik echó a correr hacia la galería. Recorrió un buen trecho. Oímos las voces, cuando le vieron. Le habían reconocido y le dejaron avanzar, llenándole de preguntas, intentando sacar todo dato posible sobre cómo estábamos de armados y cuántos éramos. No se veía bien, supongo que no se percataron de lo de las granadas hasta que lo tuvieron encima. Tiempo suficiente.

La bomba no muerta estalló, provocando un terremoto en el interior de la cueva. La  fuerte explosión se extendió por la galería en ambas direcciones, nos alcanzó su onda expansiva lanzándonos violentamente al suelo. Bajo el repentino resplandor de las llamas, todo pareció moverse, los techos se desmoronaron en algunos puntos, el aire se llenó de polvo de roca destrozada. 

Conseguimos así un pequeño respiro. Pero, había muchos más y han seguido llegando. Nos han bloqueado por completo. Ellos no pueden entrar, pero nosotros estamos aquí atrapados, sin poder salir. 

Rolando me cogió el portátil y ha intentado contactar con Rodrigo, Hidalgocinis, y demás. Como ya comenté, él cree que habrán recibido su mensaje. Ojalá sea así y vengan a ayudarnos.

Loa me ha curado, por orden de Rolando. Eficiente, como siempre, aunque creo que ha hecho que mi dolor fuera el máximo posible. Me he desmayado un par de veces mientras me sacaba la bala, he sudado de forma bestial, he vomitado todo y más, no me queda nada dentro. Ahora me siento floja por eso y por la pérdida de sangre, pero no queda ni rastro de la herida.

Hemos leído lo que le ha ocurrido a Pilar y a Blanca, y al grupo de Rodrigo. Lo he sentido muchísimo por Pilar. Era una mujer imposible, desesperante, la personificación de la suegra odiosa, pero tenía su encanto... a ratos. No sé, supongo que al menos nos queda el consuelo de que murió en un acto de valentía total. Si tenemos un futuro, posiblemente se lo debamos en gran medida a ella. Es curioso, ¿eh? Me lo llegan a decir cuando conocí su blog y me hubiese reído.

Se nos acaba el agua. Loa usó mucha para mi herida y llevábamos un par de cantimploras pequeñas, nada más. Mala cosa, porque con todo lo que sudé y he vomitado, necesitaría incluso suero. Pero supongo que podremos aguantar unas horas...

Si me leéis, venid, por favor. Venid a ayudarnos.

sábado, 15 de octubre de 2011

El Sábado Amanece Bajo la Mirada de un Dragón

Círculo Mágico
John William Waterhouse, 1886
Lo he tintado al rojo...
Llevo mucho tiempo sin escribir. Lo siento, un día mi portatil dejó de funcionar y no hubo manera. Enrique lo revisó y dijo algo del disco duro o no sé qué. Yo no tengo ni idea. Lo único que sé es que no hubo forma de recuperarlo y hasta ahora no he tenido tiempo de conseguir otro. Por suerte, tampoco ha habido nada reseñable que contar. No para la causa, me refiero. En cuanto a Rolando, o en cuanto a mí y los míos, pues sí. Han sido tiempos difíciles.

Estamos en Berlín, en las afueras. Llevamos ya varios días aquí, acampados en un hotel, esperando que Rolando diga qué hacemos. Tenemos algunos nuevos seguidores, aunque por lo general la gente rehuye la cercanía de Rolando. No todos, pero sí la mayoría. Otros se muestran como fascinados. Creo que la diferencia está en el Nuiz, que la gente sin Nuiz se siente perturbada, incómoda, en su presencia. Jon es su hijo, y no se ha ido, pero procura no acercarse. Enrique tampoco se ha marchado, pero creo que terminará haciéndolo.

Pero otros se han unido, cosa de una docena. Creo que tienen distintos tipos de Nuiz, algunos casi sin poder efectivo, pero ahí está, latente. Como Rolando no da muestras de interés, y Marea, Radar y los demás están ocupados con sus propias tácticas y sus contactos con lo que consideran el grupo principal, Loa es quien se ha ocupado de organizarlos. Eso me preocupa. Bien sé que Loa nunca da puntada sin hilo.

Radar dice que se acerca un ejército. Supongo que se refiere al grupo de Brau. Y que nota una fuerte presencia, cerca, al norte. El Rey, imagino, en esa fortaleza que se está construyendo. Qué extraña historia mantiene con Blanca. ¿Qué busca el Rey de ella? No puedo creerme ese cuento del hombre tierno y cruel a la vez, la criatura capaz de amar de forma tan intensa y a la vez que sea capaz de hacer esas cosas horribles.

Lo sé. Yo vivo con un demonio.

A veces pienso que Rolando ya no es Rolando. O quizá debería decir que es la esencia de lo que fue, su impulso básico. Es ese deseo de salvar el mundo que tenía, hecho carne. No come y apenas habla, concentrado en sus tormentosos pensamientos. El primer día en Berlín, subió a la azotea del hotel y se pasó horas de rodillas bajo el sol, con los brazos extendidos en cruz. No sé si alguien más se dio cuenta de que no tiene sombra, Loa supongo que sí, pero ninguno dijimos nada. Viendo que no bajaba ni al caer la tarde, ordené que le subieran una cama. Él pidió un brasero. Enrique le consiguió uno de una iglesia cercana, con buen suministro de carbón. Cuando, de noche, subí, Rolando le había grabado distintos símbolos mágicos y estaba quemando lo que parecían unas hierbas. Los carbones se pusieron más rojos aún.

—Es algo que no crece en este mundo me dijo, cuando le pregunté qué podía ser. No quiso explicarme más. Fui a la cama y esperé. No come, no bebe, no duerme, pero siempre viene y me abrasa con un ímpetu que tampoco tuvo en otros tiempos. Y eso que, a veces pienso que lo hace más por mí que por auténtico deseo.Quizá sea todo una ironía y cada uno se entrega al otro, a su manera, porque eso es lo que hago yo, entregarme. Una rendición absoluta. Pertenezco a la criatura oscura que me hace el amor con violencia bajo la noche.

Soy la Concubine du Diable. Así me llama Loa y así me llaman sus hombres. Bueno, podía ser peor.

Mi relación con Loa no ha mejorado y, de hecho, ha sido el desencadenante de la última crisis, esta misma mañana, muy temprano. Jon y Enrique me acababan de entregar este portatil, al parecer han estado dando mil vueltas por las tiendas de informática de los alrededores, hasta encontrar uno que fuera realmente bueno y resistente. Yo estaba feliz, recuerdo. Abracé a Jon y quise hacer lo propio con Enrique, pero me rehuyó como si tal cosa. Iba a preguntar qué pasaba, ya sé que es absurdo pero iba a hacerlo, cuando oímos los gritos y un fuerte estruendo. Venía de arriba, de algún piso alto. Subimos corriendo, desenfundando de inmediato las pistolas. Con qué naturalidad hacemos eso ya, hoy en día...

El hotel tiene nueve pisos. En el quinto, nos encontramos con la catástrofe. Algo había abierto un enorme boquete en la pared, vimos varios muertos y muebles ardiendo. Loa y otros hombres estaban en las escaleras, subiendo a toda velocidad.

¡Dragón! ¡Dragón! gritaba alguien. Recordé lo que me había dicho Rolando, de la mutación de los demonios Monoi en Dragones. ¿Sería un Monoí de ese tipo? No podía imaginar que fuese el propio Rey que hubiese venido a atacarnos. Me consolé pensando que, de ser él, hubiese arrancado de raíz el hotel, o lo hubiese hundido sobre sus cimientos, incrustándolo en el magma del núcleo del mundo.

Subí corriendo tras Enrique y Jon, y llegamos a la azotea casi sin aliento. Allí vimos otros dos muertos, llamas, destrucción... Algo había derrumbado un lateral del edificio, daba la impresión de que hubiesen dado una dentellada gigantesca a la azotea. Rolando estaba allí, de pie, alerta, y Loa a su espalda. Varios hombres corrían y disparaban a algo que yo no podía ver.

Mis ojos se detuvieron en el brasero. Recordé algunos principios de magia que aprendí en el templo de los Sabios. Corrí hacia allí, cogí uno de sus carbones y apresuradamente pinté un círculo mágico alrededor, dibujando símbolos que potenciarían mis hechizos, ante lo que pudiera ocurrir. Además, me protegería de toda clase de magias menores.

Entonces, surgiendo de abajo, elevándose con fuerza, apareció la forma monstruosa del dragón, rugiendo, moviendo unas gigantescas alas. Un viento caliente y fétido barrió la azotea. Oí gritos. Un hombre cayó al suelo, creo que debido a un ataque cardíaco más que a otra cosa. La visión era aberrante, aterradora, infundía un miedo atroz. Supongo que era alguna clase de espanto mágico, no sé. Yo lo resistí por estar dentro del círculo, pero Enrique y Jon entraron en pánico y no supe más de ellos.

Todo fue muy rápido.

Rolando y Loa empezaron a hacer algo, alguna magia supongo. Pero el dragón se lanzó en picado,hacia ellos. Pensé que buscaba matar a Rolando, pero no: lo apartó de un golpe y atrapó a Loa, arrastrándolo con él hacia las alturas.

"Mátalo", pensé, llena de una repentina euforia. "Mátalo, mátalo, mátalo, mátalo..." Cómo lo deseaba, cómo... Creo que era tan intenso mi deseo que llegué a transmitirlo, y el dragón me miró. Tenía los ojos grandes y negros. Tuve la sensación de que otra inteligencia me miraba a través de esas pupilas. 

Todo se había detenido, excepto el sonido rítmico de sus potentes alas creando aquel viento huracanado...

De pronto, Rolando se levantó y corrió hacia el monstruo, dispuesto a enfrentarse con él. Y no sé qué me pasó, no lo sé, pero antes de darme cuenta de lo que hacía ya había actuado, alzando los brazos y envolviéndolo en una especie de bolsa, un campo de fuerza invisible. Rolando chocó contra sus límites y cayó al suelo, perplejo. Comprobó la situación, supo lo que había pasado y se volvió hacia mí. Vi que ni siquiera iba a discutir, tenía demasiada prisa. El dragón apretaba a Loa, iba a reventarlo, y estaba abriendo la boca para arrancarle la cabeza de un solo mordisco.

Rolando hizo presión para romper la bolsa. Yo sabía que lo conseguiría en menos de un segundo, es demasiado poderoso, no puedo soñar con contenerlo mucho más, así que le lancé una descarga, intentando noquearle. Ahí sé que le sorprendí, pero tampoco se lo pensó dos veces: terminó de desbaratar la triste prisión con la que había intentado controlarle, alzó una mano, para recibir la bola de energía y la dividió en dos. Una parte  la dirigió hacia el dragón. La otra, algo menor, me la devolvió en un rebote que multiplicó su ímpetu.

Yo la vi venir, pero no tuve tiempo ni para apartarme. Me golpeó de lleno y perdí el sentido.

Cuando desperté, me encontraba en la cama. Mi cabeza era puro dolor palpitante y estaba sangrando por la nariz y los oídos. A pocos metros, Loa y Rolando discutían. Estaban junto al cuerpo muerto del dragón, que parecía incrustado en el borde de la azotea como una gárgola rota. Rolando le estaba abriendo la cabeza, arrancándole una esfera. La observó y la depositó entre las llamas de su brasero.

Si esa perra no fuera tu amante, ya la habrías matado por lo que ha hecho dijo Loa, de malos modos.

Y si tú no me fueras útil todavía, ya te habría matado por lo mucho que has hecho en el pasado replicó Rolando, con indiferencia. Loa apretó los labios—. El Rey te quiere muerto. ¿Sabes por qué?

Puedo imaginarlo. Rolando le miró, por lo que se sintió impulsado a seguir—. Quiere ser el único que domina el sueño de los muertos.

Sí, yo pienso lo mismo. —La esfera del Monoi empezó a emitir un humillo blanco. Rolando pasó las manos por encima, como solía hacerlo sobre las brasas. Se estremeció—. Serás cauto, organiza una guardia que te vigile día y noche. Recuerda que tu vida me pertenece. Te hago responsable de ella. Muere sin mi aprobación y tendrás una eternidad para lamentarlo. Loa le hizo una reverencia—. Ahora, vete.

Loa se marchó. Nos quedamos solos en la azotea. Poco a poco, el círculo mágico que  yo había dibujado alrededor del brasero se desvaneció. El humo blanco envolvía a Rolando. 

Creo que me quedé dormida.

Cuando desperté me dolía menos la cabeza. Rolando estaba a mi lado, limpiándome la sangre de la cara con un paño húmedo. Fui vagamente consciente de que en el brasero no quedaba rastro de la esfera de Monoi. No me atreví a preguntar qué había ocurrido con ella. Las brasas no brillaban rojas, sino blancas.

Perdón atiné a decir.

Rolando me miró con esas pupilas turbias que tiene desde que contempló otros horizontes.

¿Por qué? Nunca has considerado que haya algo más importante que el amor. ¿Por qué deberías opinar distinto, respecto al odio? Yo no puedo cambiarte, Reb. He intentado hacértelo entender cuando estaba vivo y también después de muerto, y ha sido imposible. Diga lo que diga, sé que lo sacrificarías todo por lo que amas o lo que odias. Pero yo no. Yo sí creo en fines más importantes. Recuérdalo porque, si vuelves a hacer algo así, estarás traspasando un límite con el que jamás hubieses debido toparte. No te mataré. A ti, creo que jamás podré matarte. —Me sujetó por la barbilla y apretó, casi haciéndome daño—. Pero vuelve a atacarme, o vuelve a poner a los nuestros en peligro, del modo que sea, y te juro que te arrancaré hasta el último destello de poder del cuerpo antes de enviarte de vuelta a casa con tu hija. ¿Está claro? —Asentí con los ojos, porque no podía ni hablar ni mover la cabeza—. Bien.

Me lanzó hacia atrás, contra la almohada. Volvió a su brasero. 

Allí sigue desde entonces, moviendo las manos sobre ese extraño humo blanco...