Raub der Töchter des Leukippos (El rapto de las hijas de Leucipo), de Rubens, pintado sobre el 1617. El cuadro es impresionante pero ahora lo entiendo mejor que nunca. Y me consuela pensar que, al menos, no tengo unas carnes tan generosas.
Ha sido una noche larga y terrible. Para que te hagas una idea, acabo de volver a casa, me he duchado, he comido algo y sé que necesito dormir, pero ahora mismo no podría conciliar el sueño. No, sin contarte lo que me ha sucedido.
Hasta Rolando lo ha entendido sin que tuviera ni que pedírselo. Me ha dejado sola, diciendo que volverá luego.
Eso me da cierta esperanza, respecto a nosotros. Bueno, eso, y todo lo que ha ocurrido, anoche y en todo el día de hoy.
Ayer hizo sol, pero se veía bruma en el horizonte, en dirección al cementerio C. Bruma, y cielo sucio, aunque no llegaba a la intensidad de la tormenta que tuvimos durante días.
- Se acerca el momento - dijo Rolando, mientras tomábamos café en el porche, y organizó las tareas del día: él tenía que ir a recoger a unos compañeros que venían a Bilbao a ayudar con el Edterran (vamos, para entendernos, que venían los fumigadores profesionales) y Enrique y Jon se ocuparían de hacer rondas por los alrededores, para intentar reconocer los signos que indicasen la presencia del Edterran. Según él, el asunto terminará en cosa de días, de horas quizá, y hay que estar preparado. No contó conmigo para sus planes, al menos no de una forma directa. Quedó sobreentendido que me haría cargo de la protección de la casa, junto con el doctor Contreras - No te separes del arma que te di - me recomendó - Recuerda lo que ha dicho Hidalgocinis. Nunca se sabe cómo van a resolverse esas profecías al convertirse en realidad, pero más vale que estemos en guardia.
Me callé el comentario de lo que opino sobre las profecías de Hidalgocinis y sobre la credibilidad del propio Hidalgocinis. Vale, ha acertado muchas veces, pero... Perdóname si me lees, Hidalgocinis, pero tienes que entenderlo. Cada cual tenemos nuestra propia locura. La mía es aferrarme con uñas y dientes a lo que creía lógico incluso aunque se haya vuelto absurdo.
- Recordaré no gastar todas las balas - repliqué, con una voz que me salió sin tono alguno. Él me miró pensativo. No sé si sacó en conclusión que estaba enfadada. No lo estaba, sólo deprimida por lo que nos ocurría a nosotros y asustada por todo lo demás.
Rolando no había venido a dormir conmigo. Tras nuestra bronca por el asunto de Rosa María, no sé dónde se metió. Le vi allí, en el porche, y luego volvió a irse, sin prestarme mayor atención. Bueno, pensé, mensaje captado. Ambos necesitamos tiempo. Además, él tenía razón en estar tan enojado conmigo, no debí hablar así de la pobre Rosa María. Sé que no soy una persona simpática, pero tampoco soy injusta. Al menos, no mucho ni por mucho tiempo.
Para redimirme, pasé el día con Rosa María en el huerto. Mi madre y Beatriz estuvieron con nosotras, y el doctor Conteras, que se sentó a fumar bajo un árbol. Siempre me ha sorprendido que los médicos fumen, y se lo dije. Nos hizo reír mientras nos contaba anécdotas universitarias, y explicaba lo poco importante de arriesgarse de morir de cáncer de pulmón cuando lo más probable es que se te coma un Edterran antes de que se consuma la colilla. Supongo que tiene razón. A punto he estado de encenderme un cigarro, pero Beatriz no me ha dejado.
Luego, cenamos, vimos una peli en el dvd, y me vine a la habitación. Leí, me hice una limpieza de cutis (soy patética, como si Rolando fuera a percibir alguna diferencia), puse algún comentario en blogs de amigas... Blanca me tiene preocupada, espero que Hidalgocinis de verdad acierte y no la esté arrastrando a una muerte sin sentido. A mí ni muerta me convence para regresar al lugar aquel donde vi el Gran Huevo.
Estaba escribiendo mi entrada, que llevaba el título de "Largo Lunes de Pesadumbre", por mi estado de ánimo y mis rollos de siempre (y que parece mil veces más adecuado ahora), cuando oí el sonido lejano de un motor.
No miré el reloj, pero sería cerca de la medianoche. Pensé, claro, que eran estos, el grupo de Rolando o Enrique y Jon, pero no; el ruido se cortó de repente y luego, silencio. Como si hubiesen parado a cierta distancia.
No sé por qué me preocupé. Supongo que es lo normal, en los días que vivimos. Estoy segura de que tú, que me lees, estarás como yo, escondid@ en algún lugar, saliendo adelante con... no sé, agallas y mucha precaución.
Me puse los vaqueros y una camiseta y cogí sólo la pistola, porque el ruido de motor me hizo pensar en una amenaza más cercana, más humana, no en el Edterran. Podía ser Popov y sus hombres... O quizá nada, intenté calmarme. Igual Enrique y Jon habían parado por alguna razón, para charlar o discutir algo, no me extrañaría, Jon a veces se muestra ligeramente hostil con Enrique. Le cae bien, seguro, porque vamos, aquí todos llevamos ya demasiado tiempo viviendo cerca como para no apreciarnos u odiarnos intensamente, nada de medias tintas. Pero, claro, como sabe de qué va el tema, mi hijo está a la defensiva con él.
Comprobé que todos dormían en la "sala segura" y bajé sigilosamente las escaleras. La casa estaba oscura y silenciosa, muy tranquila. Sólo se oía el tic tac del gran reloj del salón, marcando el ritmo. Recuerdo que, al pasar por la cocina, me sentí más culpable, aún porque estaba todo recogido. Rosa María había fregado lo de la cena, pese a que le dije que no importaba, que lo dejase para la mañana. Nada, imposible, a pesar de haber madrugado y estar todo el día sin parar de un lado a otro, había dejado la cocina convertida en el sueño ideal de Don Limpio. Era incapaz de convivir con el desorden.
Fui hacia la puerta, abrí con cuidado y salí al porche. El aire olía a verano, a vegetación y vida, pero también a algo más. Ya lo había notado antes, otras veces, desde que empezó todo esto. Supongo que no puede esperarse que haya fisuras entre mundos sin que lleguen aromas nuevos, colores, igual que llegan otras formas de vida, si es que esas cosas viven.
Todo oscuro. El viento susurraba entre las ramas de los árboles. Me di la vuelta, para regresar a la casa y casi me choqué con un hombre. Me apuntaba con una pistola. El cañón tocó mi frente.
No sé cómo conseguí quedarme muy quieta, supongo que porque él parecía muy tranquilo. Me hizo un gesto de lo más elocuente con la mano libre, y le entregué mi pistola. Entonces movió la suya, indicándome que volviese a la casa. Allí, me dirigió a las escaleras. Vi que la ventana del salón ahora estaba abierta. Iba a preguntarle qué pretendía, pero de pronto llegaron gritos de arriba.
Subí corriendo. Dos hombres más habían entrado en la "sala segura", y tenían encañonados a todos. Pensé que iba a darle un ataque a mi madre. Rosa María abrazaba a Beatriz, los otros se limitaban a mirar aterrados.
Los hombres me empujaron hacia el grupo. Quise abrazar a Beatriz, pero ella prefirió seguir con Rosa María. Me sentí celosa. Me sentí ruin.
- ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? - pregunté. No contestaron. Tampoco hizo falta: segundos después, apareció Popov en la puerta. Nos miró a todos, atentamente. Sus pupilas permanecieron un par de segundos de más en las de mi padre y luego giraron hacia mí.
- Mi querida señorita Goyri, me disculpo por el modo en que hemos entrado pero tras su visita al pueblo B, imagino que no se ha llevado demasiada sorpresa. Creo que tiene algo que nos pertenece... - hizo un gesto hacia las personas que rescatamos de su sótano - Pero estoy seguro de que llegaremos a un acuerdo.
- No... no se los va a llevar - le advertí. No sé qué me temblaba más, si la voz o las rodillas. Él sonrió.
- Es usted muy valiente, devushka. Lo entiendo, siendo hija de quien es - volvió a buscar a mi padre con los ojos - Buenas noches, Salvador. Ha pasado mucho tiempo.
- No el suficiente - replicó mi padre. Popov se encogió de hombros.
- Depende de para qué. Ahora, les voy a explicar lo que haremos. Les ruego a todos que mantengan la calma, nadie quiere que se produzca una desgracia innecesaria. Van a venir conmigo, tú, Salvador, usted - me señaló a mí, y dudó mirando al resto. Se detuvo en Rosa María -, y usted.
- ¡No! - gritó Beatriz, llorando a gritos. No por mí, claro. Por Rosa María. El doctor Contreras dio un paso al frente.
- ¡No se los llevará! - exclamó. El pobre. A veces me recuerda un Don Quijote, como cuando apareció en el coche aquel con su escopeta. De verdad, tiene aspecto de caballero inofensivo, es médico... pero vaya cómo se enoja, llegada la ocasión - ¡No tiene usted ningún derecho!
- Demándeme - sugirió Popov, divertido. Le miró de arriba abajo - Apártese, doctor, o le dejaré trabajo suficiente para mantenerse ocupado una larga temporada - nada, ni caso. El doctor Contreras se cruzó de brazos, testarudo, así que Popov suspiró, apuntó a la mujer enferma y disparó. El tiro retumbó en la noche como un cañonazo. Todos gritamos - A callar. Lo único que he hecho es evitarle sufrimientos y a ustedes gastos inútiles en medicinas. Esa mujer no tenía salvación - apuntó a otro de los rescatados - Pero, el próximo sí que será una auténtica pena.
Apoyé una mano en el hombro del doctor Contreras y cuando me miró le indiqué que se apartase. No sé, no había mucho que decir.
- ¿Para qué quiere a los otros? - intenté - Yo iré. No le crearé ningún problema - oí a mi madre llamarme. Parecía realmente preocupada. Eso me... no puedo explicarlo, fue como un bálsamo, algo refrescante, sanando viejas heridas que creía ya olvidadas. Parpadeé, intentando evitar las lágrimas - En serio, colaboraré con usted en lo que quiera.
- Lo dudo, devushka, pero le agradecería que calmase a su hija. Esto no...
- No puede llevarse a esa chica - intervino otra vez el doctor, señalando a Rosa María- Está embarazada. ¿Qué clase de hombre es usted?
Le maldije en silencio. Popov parpadeó lentamente y miró a Rosa María de otro modo. Pareció repentinamente interesado. Interesado de verdad, quiero decir.
- Todo esto será para bien de todos, créanme - agitó la pistola en el aire - Vamos, no tenemos mucho tiempo.
Fue difícil convencer a Beatriz de que soltase a Rosa María y se quedase con su abuela. La propia Rosa María tuvo que prometerle que volvería pronto y le pidió que cuidara de todos en su ausencia. Al menos, consiguió que Beatriz se calmase algo. Lloraba, pero ya mi madre pudo retenerla.
Cerraron por fuera la "sala segura" y nos bajaron a trompicones por la escalera. Caminamos campo a través un trecho, hasta ver la furgoneta negra. Popov hizo un gesto y los hombres apartaron a mi padre. Rosa María y yo forcejeamos, dando voces. Finalmente, Popov indicó a sus hombres que me llevaran también a mí. A Rosa María la metieron en la furgoneta.
- No tengo claro si debería ver esto o no, devushka. Pero, quién sabe. Por lo que he podido deducir al investigarla, su relación con su padre no ha sido la mejor posible. Cosa que, por otra parte, tampoco me sorprende.
Nos llevaron hasta un árbol grande. Había una fosa abierta a un lado.
- ¡No! - grité, pero uno de los matones me sujetó. Popov agitó la cabeza mientras enroscaba un silenciador en su pistola. Recuerdo preguntarme, aturdida, para qué. Total, antes disparó sin importarle el ruido.
- ¿En serio no quiere hacerlo usted misma? ¿Vengarse por todo lo ocurrido? - por Dios, yo ya no podía ni odiar ni hacer nada que no fuese empezar a llorar. Creo que supliqué, pero no sé si me entendieron. Mi padre me miró de un modo... Jamás le había visto tan emocionado, tan cercano. Le brillaban los ojos. Y yo le añoré, le añoré mucho, por todo el tiempo que habíamos perdido, por las distancias inmensas; porque era un adiós, uno de esos adioses definitivos que nunca creemos posible pero que siempre llegan, y ambos lo sabíamos - Él destrozó su vida.
- Lo siento, Rebeca - dijo entonces mi padre - Te juro que me he arrepentido de muchas cosas que he hecho, pero de ninguna tanto como de las decisiones relacionadas contigo. Aunque no lo creas, te quiero, y estoy orgulloso de ti, de cómo conseguiste plantarme cara y rehacer tu vida. No lo olvides. Si puedes, dile a Rolando que mate a este traidor y lo entierre bien hondo. Pero no llores. No quiero que llores.
- Oh, papá... - conseguí balbucear - Sabes que nunca lloro...
- Date la vuelva - ordenó Popov y mi padre se giró hacia el árbol, con los hombros bien firmes. Pobre. Sé que estaba muerto de miedo, tanto como yo - Ha sido una feliz sorpresa volverte a ver, Salvador. Una de esas alegrías inesperadas que da la vida. Estropeaste muchas cosas hace años, me complicaste mucho la existencia, hijo de la gran puta. Ahora, vas a lamentarlo. Arrodíllate.
- Ni muerto - respondió el Gran Goyri - Pégame un tiro, pero tendrá que ser de pie, cabrón.
- Como quieras - Popov no era hombre que demorase las cosas. Disparó, aunque apenas se oyó nada, por el silenciador. Lo único que sí que resonó con fuerza, mientras mi padre caía de bruces, fue mi grito - Calla, devushka - me dijo, con cara de fastidio, tuteándome por primera vez - Odio la histeria.
Miró el cuerpo muy serio, lo pateó, y ordenó que volviéramos con los demás. Me llevaron a rastras. Uno de ellos se quedó allí, con una pala. Oí cómo empezaba a enterrarle.
Rosa María me miró espantada cuando me subieron a la furgoneta, pero no preguntó nada. Había dos personas más, dos hombres, atados al asiento. Debían haberlos secuestrado por ahí, víctimas propiciatorias para el Edterran. Aunque parezca espantoso, pensé que llegado el caso los sacrificarían antes, y eso me dio algo de esperanza, porque implicaba tiempo, margen de maniobra para nosotras.
Rosa María y yo nos abrazamos cuando arrancó el motor y así fuimos un tiempo, hasta que el vehículo volvió a pararse. Me ordenaron que bajase, sólo a mí. Cuando pisé tierra miré a mi alrededor y reconocí el lugar al momento. Estábamos en el pueblo B, junto a su plaza. Popov y uno de sus hombres me llevaron a la casa del sótano donde habíamos rescatado gente. Olía fatal, los cadáveres de los matones de Popov que había eliminado Enrique seguían tirados por allí.
Me bajaron al sótano, sin demasiada amabilidad. El hedor era allí más intenso, por los dos cuerpos que había en un rincón. Tuve arcadas, pero conseguí controlarme. Popov, ocupado con sus temas, no prestó ninguna atención. Apoyó una mano en el suelo y murmuró algo. No oí nada, aunque me dio la impresión de que la tierra se fluctuaba ligeramente en una onda que se extendía en todas direcciones, como cuando lanzas una piedra al agua. Pero había poca luz, sólo las linternas de aquellos hombres, y supuse que se trataba de algún efecto óptico.
- Ahora, te quedas sola - me dio un móvil - Tardará una hora en funcionar. Luego, puedes llamar a Rolando y pedirle que venga a rescatarte. ¿Crees que vendrá? ¿Que te valorará lo suficiente? - esa pregunta me había quemado las entrañas mucho tiempo, pero no dije nada - Más te vale.
- ¿Por qué quiere que venga? ¿Dónde no debe estar?
Él sonrió.
- Eres lista, devushka. No te ofenderé contándote patrañas. Digamos que es preferible que se ocupe de asuntos secundarios, como tú, a que nos complique la cosa fuera. El momento se acerca y no quiero a Rolando, precisamente a Rolando, rondando por aquí. Es demasiado peligroso.
- ¿Qué va a hacerle a Rosa María?
- Dime, ¿crees que el alma existe desde el momento de la concepción? - me preguntó a su vez. Yo me estremecí - Dos almas, un único cuerpo. ¿No es... grandioso? Será el último sacrificio. Será un bocado sublime, un regalo inmenso que terminará de apuntalar el Umbral para el Amo.
- Está usted loco. Y Rolando le matará porque no le llamaré - le advertí. Él se encogió de hombros.
- Te advierto que el Edterran vendrá, acudirá a mi llamada. Y se llevará un alma esta noche. Puede ser la tuya o puede ser la de otro. Decide tú misma - iba a marcharse, pero le sorprendí. Me arrojé hacia él , me puse de puntillas, y le besé. Hay que señalar que, tras el primer momento de desconcierto, me devolvió el beso y con ganas, girándome para sujetarme contra la pared. Pero, luego, se apartó - Lo siento, devushka, no hay trato. Lo que está en juego es demasiado importante - pasó un dedo por mi mejilla - Quizá, si sobrevives, algún día...
Hizo un gesto a su gente y se fueron, cerrando la puerta del sótano.
Y yo me quedé sola. Y con su Nuiz, fuera cual fuese.
Ha sido una noche larga y terrible. Para que te hagas una idea, acabo de volver a casa, me he duchado, he comido algo y sé que necesito dormir, pero ahora mismo no podría conciliar el sueño. No, sin contarte lo que me ha sucedido.
Hasta Rolando lo ha entendido sin que tuviera ni que pedírselo. Me ha dejado sola, diciendo que volverá luego.
Eso me da cierta esperanza, respecto a nosotros. Bueno, eso, y todo lo que ha ocurrido, anoche y en todo el día de hoy.
Ayer hizo sol, pero se veía bruma en el horizonte, en dirección al cementerio C. Bruma, y cielo sucio, aunque no llegaba a la intensidad de la tormenta que tuvimos durante días.
- Se acerca el momento - dijo Rolando, mientras tomábamos café en el porche, y organizó las tareas del día: él tenía que ir a recoger a unos compañeros que venían a Bilbao a ayudar con el Edterran (vamos, para entendernos, que venían los fumigadores profesionales) y Enrique y Jon se ocuparían de hacer rondas por los alrededores, para intentar reconocer los signos que indicasen la presencia del Edterran. Según él, el asunto terminará en cosa de días, de horas quizá, y hay que estar preparado. No contó conmigo para sus planes, al menos no de una forma directa. Quedó sobreentendido que me haría cargo de la protección de la casa, junto con el doctor Contreras - No te separes del arma que te di - me recomendó - Recuerda lo que ha dicho Hidalgocinis. Nunca se sabe cómo van a resolverse esas profecías al convertirse en realidad, pero más vale que estemos en guardia.
Me callé el comentario de lo que opino sobre las profecías de Hidalgocinis y sobre la credibilidad del propio Hidalgocinis. Vale, ha acertado muchas veces, pero... Perdóname si me lees, Hidalgocinis, pero tienes que entenderlo. Cada cual tenemos nuestra propia locura. La mía es aferrarme con uñas y dientes a lo que creía lógico incluso aunque se haya vuelto absurdo.
- Recordaré no gastar todas las balas - repliqué, con una voz que me salió sin tono alguno. Él me miró pensativo. No sé si sacó en conclusión que estaba enfadada. No lo estaba, sólo deprimida por lo que nos ocurría a nosotros y asustada por todo lo demás.
Rolando no había venido a dormir conmigo. Tras nuestra bronca por el asunto de Rosa María, no sé dónde se metió. Le vi allí, en el porche, y luego volvió a irse, sin prestarme mayor atención. Bueno, pensé, mensaje captado. Ambos necesitamos tiempo. Además, él tenía razón en estar tan enojado conmigo, no debí hablar así de la pobre Rosa María. Sé que no soy una persona simpática, pero tampoco soy injusta. Al menos, no mucho ni por mucho tiempo.
Para redimirme, pasé el día con Rosa María en el huerto. Mi madre y Beatriz estuvieron con nosotras, y el doctor Conteras, que se sentó a fumar bajo un árbol. Siempre me ha sorprendido que los médicos fumen, y se lo dije. Nos hizo reír mientras nos contaba anécdotas universitarias, y explicaba lo poco importante de arriesgarse de morir de cáncer de pulmón cuando lo más probable es que se te coma un Edterran antes de que se consuma la colilla. Supongo que tiene razón. A punto he estado de encenderme un cigarro, pero Beatriz no me ha dejado.
Luego, cenamos, vimos una peli en el dvd, y me vine a la habitación. Leí, me hice una limpieza de cutis (soy patética, como si Rolando fuera a percibir alguna diferencia), puse algún comentario en blogs de amigas... Blanca me tiene preocupada, espero que Hidalgocinis de verdad acierte y no la esté arrastrando a una muerte sin sentido. A mí ni muerta me convence para regresar al lugar aquel donde vi el Gran Huevo.
Estaba escribiendo mi entrada, que llevaba el título de "Largo Lunes de Pesadumbre", por mi estado de ánimo y mis rollos de siempre (y que parece mil veces más adecuado ahora), cuando oí el sonido lejano de un motor.
No miré el reloj, pero sería cerca de la medianoche. Pensé, claro, que eran estos, el grupo de Rolando o Enrique y Jon, pero no; el ruido se cortó de repente y luego, silencio. Como si hubiesen parado a cierta distancia.
No sé por qué me preocupé. Supongo que es lo normal, en los días que vivimos. Estoy segura de que tú, que me lees, estarás como yo, escondid@ en algún lugar, saliendo adelante con... no sé, agallas y mucha precaución.
Me puse los vaqueros y una camiseta y cogí sólo la pistola, porque el ruido de motor me hizo pensar en una amenaza más cercana, más humana, no en el Edterran. Podía ser Popov y sus hombres... O quizá nada, intenté calmarme. Igual Enrique y Jon habían parado por alguna razón, para charlar o discutir algo, no me extrañaría, Jon a veces se muestra ligeramente hostil con Enrique. Le cae bien, seguro, porque vamos, aquí todos llevamos ya demasiado tiempo viviendo cerca como para no apreciarnos u odiarnos intensamente, nada de medias tintas. Pero, claro, como sabe de qué va el tema, mi hijo está a la defensiva con él.
Comprobé que todos dormían en la "sala segura" y bajé sigilosamente las escaleras. La casa estaba oscura y silenciosa, muy tranquila. Sólo se oía el tic tac del gran reloj del salón, marcando el ritmo. Recuerdo que, al pasar por la cocina, me sentí más culpable, aún porque estaba todo recogido. Rosa María había fregado lo de la cena, pese a que le dije que no importaba, que lo dejase para la mañana. Nada, imposible, a pesar de haber madrugado y estar todo el día sin parar de un lado a otro, había dejado la cocina convertida en el sueño ideal de Don Limpio. Era incapaz de convivir con el desorden.
Fui hacia la puerta, abrí con cuidado y salí al porche. El aire olía a verano, a vegetación y vida, pero también a algo más. Ya lo había notado antes, otras veces, desde que empezó todo esto. Supongo que no puede esperarse que haya fisuras entre mundos sin que lleguen aromas nuevos, colores, igual que llegan otras formas de vida, si es que esas cosas viven.
Todo oscuro. El viento susurraba entre las ramas de los árboles. Me di la vuelta, para regresar a la casa y casi me choqué con un hombre. Me apuntaba con una pistola. El cañón tocó mi frente.
No sé cómo conseguí quedarme muy quieta, supongo que porque él parecía muy tranquilo. Me hizo un gesto de lo más elocuente con la mano libre, y le entregué mi pistola. Entonces movió la suya, indicándome que volviese a la casa. Allí, me dirigió a las escaleras. Vi que la ventana del salón ahora estaba abierta. Iba a preguntarle qué pretendía, pero de pronto llegaron gritos de arriba.
Subí corriendo. Dos hombres más habían entrado en la "sala segura", y tenían encañonados a todos. Pensé que iba a darle un ataque a mi madre. Rosa María abrazaba a Beatriz, los otros se limitaban a mirar aterrados.
Los hombres me empujaron hacia el grupo. Quise abrazar a Beatriz, pero ella prefirió seguir con Rosa María. Me sentí celosa. Me sentí ruin.
- ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? - pregunté. No contestaron. Tampoco hizo falta: segundos después, apareció Popov en la puerta. Nos miró a todos, atentamente. Sus pupilas permanecieron un par de segundos de más en las de mi padre y luego giraron hacia mí.
- Mi querida señorita Goyri, me disculpo por el modo en que hemos entrado pero tras su visita al pueblo B, imagino que no se ha llevado demasiada sorpresa. Creo que tiene algo que nos pertenece... - hizo un gesto hacia las personas que rescatamos de su sótano - Pero estoy seguro de que llegaremos a un acuerdo.
- No... no se los va a llevar - le advertí. No sé qué me temblaba más, si la voz o las rodillas. Él sonrió.
- Es usted muy valiente, devushka. Lo entiendo, siendo hija de quien es - volvió a buscar a mi padre con los ojos - Buenas noches, Salvador. Ha pasado mucho tiempo.
- No el suficiente - replicó mi padre. Popov se encogió de hombros.
- Depende de para qué. Ahora, les voy a explicar lo que haremos. Les ruego a todos que mantengan la calma, nadie quiere que se produzca una desgracia innecesaria. Van a venir conmigo, tú, Salvador, usted - me señaló a mí, y dudó mirando al resto. Se detuvo en Rosa María -, y usted.
- ¡No! - gritó Beatriz, llorando a gritos. No por mí, claro. Por Rosa María. El doctor Contreras dio un paso al frente.
- ¡No se los llevará! - exclamó. El pobre. A veces me recuerda un Don Quijote, como cuando apareció en el coche aquel con su escopeta. De verdad, tiene aspecto de caballero inofensivo, es médico... pero vaya cómo se enoja, llegada la ocasión - ¡No tiene usted ningún derecho!
- Demándeme - sugirió Popov, divertido. Le miró de arriba abajo - Apártese, doctor, o le dejaré trabajo suficiente para mantenerse ocupado una larga temporada - nada, ni caso. El doctor Contreras se cruzó de brazos, testarudo, así que Popov suspiró, apuntó a la mujer enferma y disparó. El tiro retumbó en la noche como un cañonazo. Todos gritamos - A callar. Lo único que he hecho es evitarle sufrimientos y a ustedes gastos inútiles en medicinas. Esa mujer no tenía salvación - apuntó a otro de los rescatados - Pero, el próximo sí que será una auténtica pena.
Apoyé una mano en el hombro del doctor Contreras y cuando me miró le indiqué que se apartase. No sé, no había mucho que decir.
- ¿Para qué quiere a los otros? - intenté - Yo iré. No le crearé ningún problema - oí a mi madre llamarme. Parecía realmente preocupada. Eso me... no puedo explicarlo, fue como un bálsamo, algo refrescante, sanando viejas heridas que creía ya olvidadas. Parpadeé, intentando evitar las lágrimas - En serio, colaboraré con usted en lo que quiera.
- Lo dudo, devushka, pero le agradecería que calmase a su hija. Esto no...
- No puede llevarse a esa chica - intervino otra vez el doctor, señalando a Rosa María- Está embarazada. ¿Qué clase de hombre es usted?
Le maldije en silencio. Popov parpadeó lentamente y miró a Rosa María de otro modo. Pareció repentinamente interesado. Interesado de verdad, quiero decir.
- Todo esto será para bien de todos, créanme - agitó la pistola en el aire - Vamos, no tenemos mucho tiempo.
Fue difícil convencer a Beatriz de que soltase a Rosa María y se quedase con su abuela. La propia Rosa María tuvo que prometerle que volvería pronto y le pidió que cuidara de todos en su ausencia. Al menos, consiguió que Beatriz se calmase algo. Lloraba, pero ya mi madre pudo retenerla.
Cerraron por fuera la "sala segura" y nos bajaron a trompicones por la escalera. Caminamos campo a través un trecho, hasta ver la furgoneta negra. Popov hizo un gesto y los hombres apartaron a mi padre. Rosa María y yo forcejeamos, dando voces. Finalmente, Popov indicó a sus hombres que me llevaran también a mí. A Rosa María la metieron en la furgoneta.
- No tengo claro si debería ver esto o no, devushka. Pero, quién sabe. Por lo que he podido deducir al investigarla, su relación con su padre no ha sido la mejor posible. Cosa que, por otra parte, tampoco me sorprende.
Nos llevaron hasta un árbol grande. Había una fosa abierta a un lado.
- ¡No! - grité, pero uno de los matones me sujetó. Popov agitó la cabeza mientras enroscaba un silenciador en su pistola. Recuerdo preguntarme, aturdida, para qué. Total, antes disparó sin importarle el ruido.
- ¿En serio no quiere hacerlo usted misma? ¿Vengarse por todo lo ocurrido? - por Dios, yo ya no podía ni odiar ni hacer nada que no fuese empezar a llorar. Creo que supliqué, pero no sé si me entendieron. Mi padre me miró de un modo... Jamás le había visto tan emocionado, tan cercano. Le brillaban los ojos. Y yo le añoré, le añoré mucho, por todo el tiempo que habíamos perdido, por las distancias inmensas; porque era un adiós, uno de esos adioses definitivos que nunca creemos posible pero que siempre llegan, y ambos lo sabíamos - Él destrozó su vida.
- Lo siento, Rebeca - dijo entonces mi padre - Te juro que me he arrepentido de muchas cosas que he hecho, pero de ninguna tanto como de las decisiones relacionadas contigo. Aunque no lo creas, te quiero, y estoy orgulloso de ti, de cómo conseguiste plantarme cara y rehacer tu vida. No lo olvides. Si puedes, dile a Rolando que mate a este traidor y lo entierre bien hondo. Pero no llores. No quiero que llores.
- Oh, papá... - conseguí balbucear - Sabes que nunca lloro...
- Date la vuelva - ordenó Popov y mi padre se giró hacia el árbol, con los hombros bien firmes. Pobre. Sé que estaba muerto de miedo, tanto como yo - Ha sido una feliz sorpresa volverte a ver, Salvador. Una de esas alegrías inesperadas que da la vida. Estropeaste muchas cosas hace años, me complicaste mucho la existencia, hijo de la gran puta. Ahora, vas a lamentarlo. Arrodíllate.
- Ni muerto - respondió el Gran Goyri - Pégame un tiro, pero tendrá que ser de pie, cabrón.
- Como quieras - Popov no era hombre que demorase las cosas. Disparó, aunque apenas se oyó nada, por el silenciador. Lo único que sí que resonó con fuerza, mientras mi padre caía de bruces, fue mi grito - Calla, devushka - me dijo, con cara de fastidio, tuteándome por primera vez - Odio la histeria.
Miró el cuerpo muy serio, lo pateó, y ordenó que volviéramos con los demás. Me llevaron a rastras. Uno de ellos se quedó allí, con una pala. Oí cómo empezaba a enterrarle.
Rosa María me miró espantada cuando me subieron a la furgoneta, pero no preguntó nada. Había dos personas más, dos hombres, atados al asiento. Debían haberlos secuestrado por ahí, víctimas propiciatorias para el Edterran. Aunque parezca espantoso, pensé que llegado el caso los sacrificarían antes, y eso me dio algo de esperanza, porque implicaba tiempo, margen de maniobra para nosotras.
Rosa María y yo nos abrazamos cuando arrancó el motor y así fuimos un tiempo, hasta que el vehículo volvió a pararse. Me ordenaron que bajase, sólo a mí. Cuando pisé tierra miré a mi alrededor y reconocí el lugar al momento. Estábamos en el pueblo B, junto a su plaza. Popov y uno de sus hombres me llevaron a la casa del sótano donde habíamos rescatado gente. Olía fatal, los cadáveres de los matones de Popov que había eliminado Enrique seguían tirados por allí.
Me bajaron al sótano, sin demasiada amabilidad. El hedor era allí más intenso, por los dos cuerpos que había en un rincón. Tuve arcadas, pero conseguí controlarme. Popov, ocupado con sus temas, no prestó ninguna atención. Apoyó una mano en el suelo y murmuró algo. No oí nada, aunque me dio la impresión de que la tierra se fluctuaba ligeramente en una onda que se extendía en todas direcciones, como cuando lanzas una piedra al agua. Pero había poca luz, sólo las linternas de aquellos hombres, y supuse que se trataba de algún efecto óptico.
- Ahora, te quedas sola - me dio un móvil - Tardará una hora en funcionar. Luego, puedes llamar a Rolando y pedirle que venga a rescatarte. ¿Crees que vendrá? ¿Que te valorará lo suficiente? - esa pregunta me había quemado las entrañas mucho tiempo, pero no dije nada - Más te vale.
- ¿Por qué quiere que venga? ¿Dónde no debe estar?
Él sonrió.
- Eres lista, devushka. No te ofenderé contándote patrañas. Digamos que es preferible que se ocupe de asuntos secundarios, como tú, a que nos complique la cosa fuera. El momento se acerca y no quiero a Rolando, precisamente a Rolando, rondando por aquí. Es demasiado peligroso.
- ¿Qué va a hacerle a Rosa María?
- Dime, ¿crees que el alma existe desde el momento de la concepción? - me preguntó a su vez. Yo me estremecí - Dos almas, un único cuerpo. ¿No es... grandioso? Será el último sacrificio. Será un bocado sublime, un regalo inmenso que terminará de apuntalar el Umbral para el Amo.
- Está usted loco. Y Rolando le matará porque no le llamaré - le advertí. Él se encogió de hombros.
- Te advierto que el Edterran vendrá, acudirá a mi llamada. Y se llevará un alma esta noche. Puede ser la tuya o puede ser la de otro. Decide tú misma - iba a marcharse, pero le sorprendí. Me arrojé hacia él , me puse de puntillas, y le besé. Hay que señalar que, tras el primer momento de desconcierto, me devolvió el beso y con ganas, girándome para sujetarme contra la pared. Pero, luego, se apartó - Lo siento, devushka, no hay trato. Lo que está en juego es demasiado importante - pasó un dedo por mi mejilla - Quizá, si sobrevives, algún día...
Hizo un gesto a su gente y se fueron, cerrando la puerta del sótano.
Y yo me quedé sola. Y con su Nuiz, fuera cual fuese.
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