Hoy escribo tarde, ha sido un día agotador. Y esta imagen es del terremoto de San Francisco, de 1906, pero puede servir para dar una idea de la situación actual de Bilbao, ya que no caí en la cuenta de hacer una foto con el móvil. Estuve muy ocupada.
Porque, sí, al final, fui a Bilbao.
Enrique, Jon y el doctor Contreras se marcharon a primera hora, pasaban poco de las seis de la mañana. Querían evitar en lo posible toparse con nadie, por si acaso las advertencias de la radio eran ciertas. Según dicen, aunque hay zonas de la ciudad que todavía funcionan bajo mínimos, otras han sido abandonadas a su suerte, y la policía se limita a mantener un cerco. Es incomprensible pero, pese a que se ha ofrecido alojamiento a todo el que quiera trasladarse a la zona segura, muchos se aferran a sus casas y sus negocios, que ya no funcionan pero que intentan librar del saqueo, generalmente sin mucho éxito.
En los mejores sitios, los vecinos se han organizado por grupos para protegerse pero, en otros, bueno... no sé, supongo que las bandas siempre han estado ahí, pero el orden las mantenía bajo control. Ahora, van a su aire, sin más límites que la fuerza que puedan imponer.
Algo de eso se oía por la radio, pero yo tampoco llegaba a creerlo. Costaba imaginar que fuese cierto. Parecía más propio de una peli como Mad Max o algo así.
Después de despedir al grupo, me dediqué a cosas de la casa. Junto con Rosa María, cambiamos todas las sábanas, pusimos lavadoras, pasamos el polvo, fregamos suelos... Todo lo habitual. Mis padres "vigilaban" los alrededores desde la terraza superior, en cómodas tumbonas, bajo una gran sombrilla. Habíamos encontrado un catalejo en el despacho y allí estaba mi padre, todo atento, observando entre trago y trago de limonada.
Eran poco más de las nueve y media cuando me llegó un mensaje al móvil. Era de Rolando. Me daba unas coordenadas y decía "Posición de Vito, si no me equivoco, al final usé medios mágicos. Por favor, intentad localizarlo cuanto antes. Confirma explosivos". Tras pensarme mucho qué ponerle, le envié mi respuesta: "Ok". Tardó tanto en contestar que pensé que ya no habría más comunicación. Pero envió un: "Perdóname, pequeña cereza". No le contesté. Aún no estoy preparada. Supongo que aceptó mi silencio como un mensaje en sí mismo, porque no insistió.
Llamé a Enrique, pero tanto su móvil como el de Jon estaban fuera de cobertura. Quizá, imaginé, estaban en algún sitio cerrado, algún sótano. Y, en cualquier caso, habían llevado el coche de mi padre, porque era el más grande, en el que más podían cargar, pero no tenía GPS. No le gustaban esos chismes y había hecho que se lo quitasen. Manías de la gente mayor y de mi padre en concreto, que no para cuando se le cruza algo. Mi coche sí tenía, pero es pequeño, y me pregunté cuánto ocuparían los explosivos, de haberlos... Así que pedí a todos que se metieran en la "sala segura" hasta mi regreso y decidí acercarme a Bilbao con el descapotable de Enrique.
Conducir un Mercedes SL 550 es todo un placer. Enrique Ugalde sabe cuidarse, sin duda alguna. El viaje se me hizo muy corto y lo hubiese disfrutado enormemente de no ser por el humo de los incendios que cubría Bilbao. Ya desde los alrededores el paisaje de sus calles resultaba aterrador: montones de basura acumulada por todas partes, edificios dañados, escaparates destrozados...Incluso pude ver numerosos cadáveres devorados por ratas y manadas de perros que habían quedado abandonados y se buscaban la vida...
Volví a llamar a Enrique y a Jon. Nada. Empecé a preocuparme.
No vi gente hasta recorrer la calle Autonomía, y tampoco es que caminasen libremente, eran solo sombras tras cortinas o acuclillados tras contenedores o coches. Empecé a pensar que no era tan buena idea haber ido con un descapotable, porque podía llegar cualquier loco y darme un susto. Por si acaso, llevaba mi Heckler en el regazo, y a Steampunk en el suelo, a los pies del asiento del copiloto, protegido pero al alcance, de hacerse necesario. El GPS me iba indicando el recorrido. Me metí por Doctor Areilza, giré por General Eguía...
Apenas tuve tiempo de frenar, y eso que iba lenta. Pero, por atender el GPS casi me comí un coche que estaba atravesado en la calle. Había más, bloqueando la zona, imposible pasar, en aquel tramo de General Eguía. Curiosamente, lo conocía bien, porque allí estaba la Peluquería Gema, la mejor de todo Bilbao, y allí solía ir siempre, cada jueves a las doce del mediodía, cuando el mundo era... nuestro mundo de siempre.
El GPS me indicó que allí, en medio de la calle, era donde estaba Vito.
Intenté una vez más contactar con Enrique y, por fin, tuve suerte. Habían estado en el sótano de El Corte Inglés, cargando hasta arriba el coche, bajando de todo en los ascensores. Casi habían terminado. Y se enfadó conmigo cuando le dije dónde estaba.
- Creí que habíamos llegado a un acuerdo y cada cual sabía qué tenía que hacer - masculló. Le expliqué lo de las coordenadas de Vito y que necesitaban un GPS. Yo me había limitado a adelantar tiempo - Rebeca, sigue siendo una locura, el descapotable es muy vulnerable. Ya no hablo de esos putos monstruos, si alguien decide meterse contigo no tendrías protección - justo lo que había pensado yo antes - Ten mucho cuidado. Vamos enseguida.
Metí la pistola en mi cinturón, cogí a Steampunk y bajé del coche. Con mucho cuidado, avancé mirando cada coche hasta reconocer el de Vito. Y allí estaba él, con la cabeza apoyada en el volante, una herida en la sien, los ojos muy abiertos, ya casi sin color... Apestaba. Supuse que había estado todos esos días allí muerto. Disparos. Habían abatido el coche a tiros. Estaba como un colador, como se dice vulgarmente, y una de las balas le había impactado directamente en la cabeza. Intentando contener las arcadas registré el coche. El portaequipajes estaba lleno de cajas. Explosivos. Menos mal que no les había dado ninguna bala, o ahora en vez de calle habría un enorme cráter.
"Confirmados explosivos. Vito muerto a tiros", envié por el móvil. La respuesta no tardó: "Llevadlos a casa. No hagáis nada. Irá ayuda".
Bueno, pues ya estaba. Ahora, sólo había que llevar las cajas al descapotable, rogando para que no me estallasen encima, como solía ocurrir en las películas. Pesaban bastante, así que llevé una. Acababa de ponerla en la trasera del descapotable cuando sentí que me vigilaban. Me di la vuelta de un salto.
- ¿Sabes el chiste de la tía maciza que llega al pueblo con un descapotable? - me preguntó un individuo obeso y sucio, que me apuntaba con una pistola. No podría describirlo mucho más. Recuerdo que lo que más me llamó la atención fue lo mucho que sudaba. Hoy no ha hecho un día especialmente caluroso, al contrario. Además de la pistola tenía una canana con un par de cuchillos que seguro había robado de una tienda de caza y pesca. Con él iban dos tipos más con escopetas. Uno me miró el escote con todo descaro. No protesté.
- Tengo mala memoria para los chistes - dije, intentando mantener el control de la situación. El resto de la carga tendría que esperar a que llegaran los otros, lo mejor que podía hacer era pirarme de allí de inmediato. Hice amago de subir al coche, pero uno de sus secuaces se interpuso. El Steampunk estaba en el asiento del piloto, pero yo tenía la pistola. La pregunta era si me iba a ser posible usarla - ¿Qué quieren?
- Vaya pregunta absurda - el hombre rió - Todo, claro está. Pórtate bien y no sufrirás ningún daño - hizo un gesto al otro tipo, que empezó a registrar mi coche - Debes saber que has atravesado el territorio de Josu Aldekoa sin haber pagado la tarifa. Como parece que eres una recién llegada, quizá hasta podamos olvidarlo. ¿Te parece? - asentí apenas - Ah, pero tendrás que ser cariñosa.
El hombre que me impedía subir al coche adelantó una mano y me atrapó por la cintura, para acercarme por la fuerza. Yo, es que ni me lo pensé. Saqué mi pistola y le pegué un tiro en el pecho, que era lo que tenía más a mano y no estaba yo como para ponerme a hacer cálculos. Los otros quedaron tan sorprendidos que no hicieron nada hasta que el cuerpo golpeó el suelo.
- ¡Tira el arma! - me gritó el gordo. El otro me apuntó con la escopeta - Tírala ahora mismo, zorra, o esto va a ser una verdadera pena - dudé, pero terminé dejándola caer dentro del coche. Eran dos, tentar más la suerte suponía el suicidio. Sólo tenía que hacer tiempo, la ayuda estaba en camino. El tipo se acercó, furioso, y me abofeteó con tal fuerza que me lanzó al suelo - Ahora, de rodillas.
- Y una mierda - repliqué, mareada. Me toqué la boca, que me dolía horrores, y la aparté manchada de sangre. El muy cerdo me había roto el labio - Si quieres matarme, tendrá que ser de pie. O aquí mismo, tumbada.
- No quiero matarte, estúpida. Vas a comerne la polla. Y vas a esmerarte, si quieres seguir con vida algo más de tiempo.
- Ja. En tus sueños - la sola idea me causaba tanta repugnancia que, bueno, siempre supe que era algo que no haría. Antes prefería morir. Claro que, cuando oí el click de la pistola, y vi que me miraba determinado a disparar, a punto estuve de cambiar de opinión.
Por suerte, por una vez, el destino me fue propicio. Que ya era hora.
- Estoy seguro de que la señorita no tiene mucho interés en esmerarse en algo así - dijo una voz, con fuerte acento extranjero. Miré hacia su origen y vi un hombre de unos sesenta años, fornido, el pelo entre gris y plateado. Seguro que en tiempos fue muy guapo, aún lo era, e interesante, con su barba perfectamente cuidada. Iba vestido con un abrigo largo gris oscuro, un traje italiano y corbata y camisa de seda. Chocaba con todo ello las botas militares, aunque brillasen de puro limpias - Personalmente, lo entiendo. A mí tampoco me motivaría nada la idea.
- ¿Y tú quién cojones eres? - le gritó el gordo - ¿Y quién coño te ha dado vela en este entierro? ¡Largo de aquí, de inmediato, o no podrás irte nunca! - hizo un gesto al otro, que lo encañonó con la escopeta. El desconocido agitó la cabeza, como con pesadumbre.
- Jamás he entendido la necesidad de ser grosero - hizo un gesto y sonó un disparo, llegado de a saber dónde. El hombre de la escopeta pegó un salto hacia atrás, como impulsado por el agujero que surgió repentinamente en su cabeza - Matar, bueno... lo es, necesario, muchas veces - continuó, impasible - Pero, ¿la grosería? - el gordo, que ahora parecía asustado, miró a todas partes, empezando a retroceder. Entonces, le disparó, no sé si voluntariamente, o se le fue el dedo. El desconocido movió rápidamente la mano, la abrió y allí estaba la bala, en su palma. Totalmente inofensiva - Nunca.
El gordo dio media vuelta y salió corriendo y el otro no intentó detenerle. Más allá, en la unión de Doctor Areilza con Autonomía, vi de pronto una furgoneta negra, nueva, brillante, cara, que no estaba antes. Tres hombres salieron de ella, persiguieron al gordo y lo arrastraron al vehículo.
- Gracias - musité. El desconocido me miró y sonrió.
- No hay de qué, querida - me tendió una mano para ayudarme a levantar - Voy a tener que insistir en que nos acompañe. Es peligroso rondar sola por aquí.
- No estoy sola, realmente - justo entonces, apareció por el otro extremo de General Eguía el coche de mi padre, llegando desde Avenida del Ferrocarril - Mire, ya vienen a buscarme. Pero gracias de todos modos.
- No hay de qué - repitió, algo ausente. Estaba mirando fijamente el Steampunk. Al ver que le observaba sonrió - Un arma curiosa. ¿Cómo la consiguió?
- Es un regalo. De un amigo.
- Comprendo - me estudió pensativo. Tanto, que reconozco que me dio cierto resquemor, pero terminó sonriendo - Entonces, será mejor que me vaya. Pero, al menos, deberíamos presentarnos. Volodia Popov, para servirla.
- Rebeca Goyri, encantada - respondí. Él parpadeó ligeramente, y me miró con más interés.. Recordé que Rolando había hablado de un tiempo pasado por Rusia o algo así. ¿Sería aquel tipo de los de su grupo? Seguro. La forma en que había cogido la bala... Eso debía ser por algún tipo de Nuiz - ¿Es ruso?
- Así es. Aunque, teniendo en cuenta cómo están las cosas, creo que las nacionalidades pronto dejarán de importar - sacó una agendita - Le daré mi teléfono, por si necesita ayuda alguna vez. ¿Me dará usted el suyo?
- Claro - intercambiamos números. No era mala idea. Tal como estaban las cosas, cualquier ayuda sería poca - ¿Qué van a hacer con ese tipo, entregarlo a las autoridades?
- Entregarlo, sí. No tengo interés en conservarlo más de lo imprescindible - volvió a sonreír y empezó a alejarse, hacia la furgoneta negra - Cuídese, señorita Goyri. Seguro que nos volvemos a ver.
Me hubiera gustado hacerle mil preguntas, pero no hubo más opción. Él se fue, los otros llegaron, y tuve que explicar todo lo que había ocurrido y aguantar la bronca. Luego, entre todos llevamos los explosivos al descapotable, aunque a Enrique no le hizo maldita la gracia arriesgar así su coche. No me dejó conducir de vuelta, ni que fuera nadie de copiloto. Tuve que llevar el de mi padre.
Porque, sí, al final, fui a Bilbao.
Enrique, Jon y el doctor Contreras se marcharon a primera hora, pasaban poco de las seis de la mañana. Querían evitar en lo posible toparse con nadie, por si acaso las advertencias de la radio eran ciertas. Según dicen, aunque hay zonas de la ciudad que todavía funcionan bajo mínimos, otras han sido abandonadas a su suerte, y la policía se limita a mantener un cerco. Es incomprensible pero, pese a que se ha ofrecido alojamiento a todo el que quiera trasladarse a la zona segura, muchos se aferran a sus casas y sus negocios, que ya no funcionan pero que intentan librar del saqueo, generalmente sin mucho éxito.
En los mejores sitios, los vecinos se han organizado por grupos para protegerse pero, en otros, bueno... no sé, supongo que las bandas siempre han estado ahí, pero el orden las mantenía bajo control. Ahora, van a su aire, sin más límites que la fuerza que puedan imponer.
Algo de eso se oía por la radio, pero yo tampoco llegaba a creerlo. Costaba imaginar que fuese cierto. Parecía más propio de una peli como Mad Max o algo así.
Después de despedir al grupo, me dediqué a cosas de la casa. Junto con Rosa María, cambiamos todas las sábanas, pusimos lavadoras, pasamos el polvo, fregamos suelos... Todo lo habitual. Mis padres "vigilaban" los alrededores desde la terraza superior, en cómodas tumbonas, bajo una gran sombrilla. Habíamos encontrado un catalejo en el despacho y allí estaba mi padre, todo atento, observando entre trago y trago de limonada.
Eran poco más de las nueve y media cuando me llegó un mensaje al móvil. Era de Rolando. Me daba unas coordenadas y decía "Posición de Vito, si no me equivoco, al final usé medios mágicos. Por favor, intentad localizarlo cuanto antes. Confirma explosivos". Tras pensarme mucho qué ponerle, le envié mi respuesta: "Ok". Tardó tanto en contestar que pensé que ya no habría más comunicación. Pero envió un: "Perdóname, pequeña cereza". No le contesté. Aún no estoy preparada. Supongo que aceptó mi silencio como un mensaje en sí mismo, porque no insistió.
Llamé a Enrique, pero tanto su móvil como el de Jon estaban fuera de cobertura. Quizá, imaginé, estaban en algún sitio cerrado, algún sótano. Y, en cualquier caso, habían llevado el coche de mi padre, porque era el más grande, en el que más podían cargar, pero no tenía GPS. No le gustaban esos chismes y había hecho que se lo quitasen. Manías de la gente mayor y de mi padre en concreto, que no para cuando se le cruza algo. Mi coche sí tenía, pero es pequeño, y me pregunté cuánto ocuparían los explosivos, de haberlos... Así que pedí a todos que se metieran en la "sala segura" hasta mi regreso y decidí acercarme a Bilbao con el descapotable de Enrique.
Conducir un Mercedes SL 550 es todo un placer. Enrique Ugalde sabe cuidarse, sin duda alguna. El viaje se me hizo muy corto y lo hubiese disfrutado enormemente de no ser por el humo de los incendios que cubría Bilbao. Ya desde los alrededores el paisaje de sus calles resultaba aterrador: montones de basura acumulada por todas partes, edificios dañados, escaparates destrozados...Incluso pude ver numerosos cadáveres devorados por ratas y manadas de perros que habían quedado abandonados y se buscaban la vida...
Volví a llamar a Enrique y a Jon. Nada. Empecé a preocuparme.
No vi gente hasta recorrer la calle Autonomía, y tampoco es que caminasen libremente, eran solo sombras tras cortinas o acuclillados tras contenedores o coches. Empecé a pensar que no era tan buena idea haber ido con un descapotable, porque podía llegar cualquier loco y darme un susto. Por si acaso, llevaba mi Heckler en el regazo, y a Steampunk en el suelo, a los pies del asiento del copiloto, protegido pero al alcance, de hacerse necesario. El GPS me iba indicando el recorrido. Me metí por Doctor Areilza, giré por General Eguía...
Apenas tuve tiempo de frenar, y eso que iba lenta. Pero, por atender el GPS casi me comí un coche que estaba atravesado en la calle. Había más, bloqueando la zona, imposible pasar, en aquel tramo de General Eguía. Curiosamente, lo conocía bien, porque allí estaba la Peluquería Gema, la mejor de todo Bilbao, y allí solía ir siempre, cada jueves a las doce del mediodía, cuando el mundo era... nuestro mundo de siempre.
El GPS me indicó que allí, en medio de la calle, era donde estaba Vito.
Intenté una vez más contactar con Enrique y, por fin, tuve suerte. Habían estado en el sótano de El Corte Inglés, cargando hasta arriba el coche, bajando de todo en los ascensores. Casi habían terminado. Y se enfadó conmigo cuando le dije dónde estaba.
- Creí que habíamos llegado a un acuerdo y cada cual sabía qué tenía que hacer - masculló. Le expliqué lo de las coordenadas de Vito y que necesitaban un GPS. Yo me había limitado a adelantar tiempo - Rebeca, sigue siendo una locura, el descapotable es muy vulnerable. Ya no hablo de esos putos monstruos, si alguien decide meterse contigo no tendrías protección - justo lo que había pensado yo antes - Ten mucho cuidado. Vamos enseguida.
Metí la pistola en mi cinturón, cogí a Steampunk y bajé del coche. Con mucho cuidado, avancé mirando cada coche hasta reconocer el de Vito. Y allí estaba él, con la cabeza apoyada en el volante, una herida en la sien, los ojos muy abiertos, ya casi sin color... Apestaba. Supuse que había estado todos esos días allí muerto. Disparos. Habían abatido el coche a tiros. Estaba como un colador, como se dice vulgarmente, y una de las balas le había impactado directamente en la cabeza. Intentando contener las arcadas registré el coche. El portaequipajes estaba lleno de cajas. Explosivos. Menos mal que no les había dado ninguna bala, o ahora en vez de calle habría un enorme cráter.
"Confirmados explosivos. Vito muerto a tiros", envié por el móvil. La respuesta no tardó: "Llevadlos a casa. No hagáis nada. Irá ayuda".
Bueno, pues ya estaba. Ahora, sólo había que llevar las cajas al descapotable, rogando para que no me estallasen encima, como solía ocurrir en las películas. Pesaban bastante, así que llevé una. Acababa de ponerla en la trasera del descapotable cuando sentí que me vigilaban. Me di la vuelta de un salto.
- ¿Sabes el chiste de la tía maciza que llega al pueblo con un descapotable? - me preguntó un individuo obeso y sucio, que me apuntaba con una pistola. No podría describirlo mucho más. Recuerdo que lo que más me llamó la atención fue lo mucho que sudaba. Hoy no ha hecho un día especialmente caluroso, al contrario. Además de la pistola tenía una canana con un par de cuchillos que seguro había robado de una tienda de caza y pesca. Con él iban dos tipos más con escopetas. Uno me miró el escote con todo descaro. No protesté.
- Tengo mala memoria para los chistes - dije, intentando mantener el control de la situación. El resto de la carga tendría que esperar a que llegaran los otros, lo mejor que podía hacer era pirarme de allí de inmediato. Hice amago de subir al coche, pero uno de sus secuaces se interpuso. El Steampunk estaba en el asiento del piloto, pero yo tenía la pistola. La pregunta era si me iba a ser posible usarla - ¿Qué quieren?
- Vaya pregunta absurda - el hombre rió - Todo, claro está. Pórtate bien y no sufrirás ningún daño - hizo un gesto al otro tipo, que empezó a registrar mi coche - Debes saber que has atravesado el territorio de Josu Aldekoa sin haber pagado la tarifa. Como parece que eres una recién llegada, quizá hasta podamos olvidarlo. ¿Te parece? - asentí apenas - Ah, pero tendrás que ser cariñosa.
El hombre que me impedía subir al coche adelantó una mano y me atrapó por la cintura, para acercarme por la fuerza. Yo, es que ni me lo pensé. Saqué mi pistola y le pegué un tiro en el pecho, que era lo que tenía más a mano y no estaba yo como para ponerme a hacer cálculos. Los otros quedaron tan sorprendidos que no hicieron nada hasta que el cuerpo golpeó el suelo.
- ¡Tira el arma! - me gritó el gordo. El otro me apuntó con la escopeta - Tírala ahora mismo, zorra, o esto va a ser una verdadera pena - dudé, pero terminé dejándola caer dentro del coche. Eran dos, tentar más la suerte suponía el suicidio. Sólo tenía que hacer tiempo, la ayuda estaba en camino. El tipo se acercó, furioso, y me abofeteó con tal fuerza que me lanzó al suelo - Ahora, de rodillas.
- Y una mierda - repliqué, mareada. Me toqué la boca, que me dolía horrores, y la aparté manchada de sangre. El muy cerdo me había roto el labio - Si quieres matarme, tendrá que ser de pie. O aquí mismo, tumbada.
- No quiero matarte, estúpida. Vas a comerne la polla. Y vas a esmerarte, si quieres seguir con vida algo más de tiempo.
- Ja. En tus sueños - la sola idea me causaba tanta repugnancia que, bueno, siempre supe que era algo que no haría. Antes prefería morir. Claro que, cuando oí el click de la pistola, y vi que me miraba determinado a disparar, a punto estuve de cambiar de opinión.
Por suerte, por una vez, el destino me fue propicio. Que ya era hora.
- Estoy seguro de que la señorita no tiene mucho interés en esmerarse en algo así - dijo una voz, con fuerte acento extranjero. Miré hacia su origen y vi un hombre de unos sesenta años, fornido, el pelo entre gris y plateado. Seguro que en tiempos fue muy guapo, aún lo era, e interesante, con su barba perfectamente cuidada. Iba vestido con un abrigo largo gris oscuro, un traje italiano y corbata y camisa de seda. Chocaba con todo ello las botas militares, aunque brillasen de puro limpias - Personalmente, lo entiendo. A mí tampoco me motivaría nada la idea.
- ¿Y tú quién cojones eres? - le gritó el gordo - ¿Y quién coño te ha dado vela en este entierro? ¡Largo de aquí, de inmediato, o no podrás irte nunca! - hizo un gesto al otro, que lo encañonó con la escopeta. El desconocido agitó la cabeza, como con pesadumbre.
- Jamás he entendido la necesidad de ser grosero - hizo un gesto y sonó un disparo, llegado de a saber dónde. El hombre de la escopeta pegó un salto hacia atrás, como impulsado por el agujero que surgió repentinamente en su cabeza - Matar, bueno... lo es, necesario, muchas veces - continuó, impasible - Pero, ¿la grosería? - el gordo, que ahora parecía asustado, miró a todas partes, empezando a retroceder. Entonces, le disparó, no sé si voluntariamente, o se le fue el dedo. El desconocido movió rápidamente la mano, la abrió y allí estaba la bala, en su palma. Totalmente inofensiva - Nunca.
El gordo dio media vuelta y salió corriendo y el otro no intentó detenerle. Más allá, en la unión de Doctor Areilza con Autonomía, vi de pronto una furgoneta negra, nueva, brillante, cara, que no estaba antes. Tres hombres salieron de ella, persiguieron al gordo y lo arrastraron al vehículo.
- Gracias - musité. El desconocido me miró y sonrió.
- No hay de qué, querida - me tendió una mano para ayudarme a levantar - Voy a tener que insistir en que nos acompañe. Es peligroso rondar sola por aquí.
- No estoy sola, realmente - justo entonces, apareció por el otro extremo de General Eguía el coche de mi padre, llegando desde Avenida del Ferrocarril - Mire, ya vienen a buscarme. Pero gracias de todos modos.
- No hay de qué - repitió, algo ausente. Estaba mirando fijamente el Steampunk. Al ver que le observaba sonrió - Un arma curiosa. ¿Cómo la consiguió?
- Es un regalo. De un amigo.
- Comprendo - me estudió pensativo. Tanto, que reconozco que me dio cierto resquemor, pero terminó sonriendo - Entonces, será mejor que me vaya. Pero, al menos, deberíamos presentarnos. Volodia Popov, para servirla.
- Rebeca Goyri, encantada - respondí. Él parpadeó ligeramente, y me miró con más interés.. Recordé que Rolando había hablado de un tiempo pasado por Rusia o algo así. ¿Sería aquel tipo de los de su grupo? Seguro. La forma en que había cogido la bala... Eso debía ser por algún tipo de Nuiz - ¿Es ruso?
- Así es. Aunque, teniendo en cuenta cómo están las cosas, creo que las nacionalidades pronto dejarán de importar - sacó una agendita - Le daré mi teléfono, por si necesita ayuda alguna vez. ¿Me dará usted el suyo?
- Claro - intercambiamos números. No era mala idea. Tal como estaban las cosas, cualquier ayuda sería poca - ¿Qué van a hacer con ese tipo, entregarlo a las autoridades?
- Entregarlo, sí. No tengo interés en conservarlo más de lo imprescindible - volvió a sonreír y empezó a alejarse, hacia la furgoneta negra - Cuídese, señorita Goyri. Seguro que nos volvemos a ver.
Me hubiera gustado hacerle mil preguntas, pero no hubo más opción. Él se fue, los otros llegaron, y tuve que explicar todo lo que había ocurrido y aguantar la bronca. Luego, entre todos llevamos los explosivos al descapotable, aunque a Enrique no le hizo maldita la gracia arriesgar así su coche. No me dejó conducir de vuelta, ni que fuera nadie de copiloto. Tuve que llevar el de mi padre.
Trepidante relato, me atrapó desde las primeras líneas. Te felicito por él.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gloria, siempre es de agradecer que el lector se tome el esfuerzo de dejar unas palabras tras la lectura. Que, además sean como las tuyas, que animan tanto a seguir, pues imagínate, doblemente. Muchísimas gracias, cielo ;)
ResponderEliminarQuerida, menuda aventura!. Bilbao se ha puesto de verdad peligroso, supongo que algo similar estará pasando en Santander, eso dicen al menos por las radios. ¿Cómo hemos podido destruir el mundo en tan poco tiempo?
ResponderEliminarCuídate mucho que eres demasiado arriesgada. ¿Quién será ese hombre tan atractivo y valiente?
Nooo, nosotros no lo hemos destruido, nos limitamos a recoger los platos rotos por otros, me temo, Blanca.
ResponderEliminarEl hombre ese, seguro que es algún amigo de Rolando. Lo supongo por lo que ocurrió y porque Rolando dijo que iba a enviar ayuda, así que supongo que tiene gente por aquí. Quizá le pregunte más tarde, cuando haya pasado lo que sea tan importante que ha ido a hacer, lo de ese ataque de marras. No vaya a ser que con mi cháchara intrascendente le distraiga de lo realmente importante. O peor, le robe la fuerza, como Dalila a Sansón.
Vale, ya lo sé, me estoy portando como una niña. Ya se me pasará. Cuídate, cielo.
Joder, un par de días encerrado sin salir de casa ni ver la televisión y cuando salgo, vaya panorama... Cadaveres, ruinas y caos por todas partes. Lo cual me parece genial, porque ahora ya no hay tantas colas en la oficina de desempleo y me da a mí que el sector de la construcción va a salir ya mismo de su estancamiento. Me apuesto lo que sea a que este año crecemos muy por encima de las previsiones del FMI, si es que sobrevive alguién, claro. ¡Mola!
ResponderEliminarJaja, es bueno tomarse las cosas con optimismo, realmente eso no lo había pensado. Y ahora, hasta habrá sitio para sentarse siempre, en cafeterías y lugares de copas. Pero, recordando al Edterran, no sé yo si compensa, ejem...
ResponderEliminarAlan, no sé por dónde andas, pero si estás por Bilbao y tienes problemas, me comentas por privado, a ver qué podemos hacer, oks? O si es fuera, también, en realidad, seguro que cerca hay algún grupo de esos que se están organizando. En estos momentos debemos ayudarnos todos. Cuídate.