domingo, 3 de julio de 2011

Domingo de Mentiras y Disculpas

"The Black Brunswicker", de John Everett Millais, pintado en 1860. La chica que hizo de modelo se llamaba Kate Perugini y era hija de Charles Dickens.

Qué puedo decir, ha sido un día terrible y a la vez maravilloso. Es muy tarde, todos duermen, y oigo el viento bramando fuera, imparable. La tormenta de ceniza continua sobre el cementerio, y aunque estamos demasiado lejos para que nos alcance más que alguna que otra racha, hemos decidido pasar el día en la casa, sin arriesgarnos a un accidente.

Mi padre tenía fiebre, así que no le he molestado. Pero estoy deseando que se reponga un poco para que nos explique sus palabras y qué sabe de todo esto. En fin, habrá que tener paciencia. Además, ahora mismo tengo la cabeza en otro sitio.

He llamado a Rolando y me ha contestado empezando por pedirme que fuese breve, estaba ocupado. También estaba vivo, sano y salvo (dado que me contestaba), así que le he dicho que no era nada importante, podía dar por olvidado el trámite y he colgado. Me enfadé. Diantre, ya sé, tú, que lees esto, estás deseando que llegue el momento en el que la egoísta de Rebeca deje de mirarse el ombligo y se dé cuenta de que es más importante salvar el mundo y bla bla bla. Hasta yo lo pienso a veces. Así que, mejor cambio de tema.

Íbamos a ir al Pueblo B, a hablar con Popov, ya que tomé mal su número, pero todos hemos estado de acuerdo en que es mejor esperar un poco más, a ver si el viento amaina. He pasado el tiempo haciendo conservas con todos y hemos tenido la primera clase de un cursillo de primeros auxilios que ha decidido darnos el doctor Contreras. Además, Enrique nos ha sorprendido con su cinturón negro de Taekwondo, así que también ha decidido enseñarnos, al menos lo básico para defendernos. Toma ya. Dice que ya me lo había comentado, pero yo la verdad es que no lo recuerdo.

Así que, entre unas cosas y otras, si queremos tenemos el día completo. No nos va a dar tiempo a aburrirnos en este tormentoso fin del mundo, no. Pero... sí para rumiar y yo estaba enojada por mi propio enfado con Rolando, y por mi flaqueza. No debí llamarle, me repetía una y otra vez. Debí dejar que me llamase él y hacerme la interesante.

Bah, cosas tontas por el estilo.

Para la hora de la cena, estaba decidida a dar un vuelco total en mi vida. Que si ya es hora de soltar amarras y tal, que si no es posible que a estas alturas de mi vida siga atormentada por un amor de adolescencia, sobre todo cuando las cosas están como están. Arf... Soy una puñetera vampira del Nuiz y él no puede arriesgarse a quedarse sin sus super-fuerzas. Si yo lo entiendo, Sansón tiene que tirar las columnas y acabar con los malvados y todo eso. Pero me cabrea.

Supongo que he bebido de más durante la cena. Alguien dijo de abrir una botella de buen vino, del que trajimos del Corte Inglés, y luego serví personalmente unas copas de algo más fuerte. No estoy acostumbrada al alcohol, por lo general no me gusta. Pero como estaba sin vivir en mí, pues ahí estuve, bebiendo; y me recuerdo, como en una especie de nebulosa, coqueteando descaradamente con Enrique.

Para entonces, gracias a los dioses (debe haberlos, y a montones, ya que existen demonios), mis padres se habían ido a dormir, igual que Beatriz. Cuando reí tontamente y me dejé caer en el regazo de Enrique, rodeándole el cuello con los brazos, el doctor Contreras decidió que era el momento perfecto de desaparecer también y, aunque Jon me miró fatal, Rosa María consiguió llevárselo, susurrándole que no era asunto suyo.

Enrique me cogió en brazos y me subió al dormitorio. No a la "sala segura", donde dormimos todos desde hace días, si no a mi dormitorio, el principal. Pensé que me llevaba a la cama, así que le besé sin más dilación y él respondió con ganas, pero el muy... no sé ni cómo llamarle, siguió hasta el cuarto de baño, me metió vestida en la bañera y abrió la ducha con el agua fría.

¡Qué fría, helada!

- Calla, no grites. No querrás que te oigan tus padres o tus hijos - ha tenido el valor de decirme. Cogió el albornoz de detrás de la puerta y me lo acercó, dejándolo apoyado en el lavabo - Cuando se te hayan aclarado las ideas ponte esto y sal.

En fin, eso he hecho, qué remedio, aunque no sé si tenía las ideas muy claras. Dada la situación, abrí el agua caliente, me desnudé y me di una ducha en condiciones. Pensé que él se habría ido ya a la "sala segura", donde pensaba ir yo también para dormir lo que quedaba de noche, pero cuando salí del baño, secándome el pelo con una toalla, me lo encontré sentado en la cama. Me miró de arriba abajo. Menos mal que me había puesto el albornoz, que estuve a punto de salir tal cual vine al mundo.

- Vale, me disculpo - le dije, y realmente lo sentía. Pobre Enrique, era lo que le faltaba. Desde su declaración, en el Pueblo B, no había vuelto a hacer ninguna insinuación, se mantenía a una distancia correcta y su aportación al bienestar del grupo es innegable. Las circunstancias han hecho que a estas alturas nos conozcamos más que con muchos otros que llevaba años tratando. Joder, si duerme en el colchón de al lado, en la "sala segura" y más de una mañana hemos amanecido hechos un nudo. Me ha visto con la peor de mis caras, legañosa y sin peinar, y creo que ya sabe hasta qué día tengo la regla.

- Vale - repitió él - Imaginé que había dos posibilidades: que salieras disculpándote o que salieras asegurando que tu interés era genuino - se puso en pie, mirándome con los brazos en jarras - ¿Quieres follar, Rebeca? Porque, sabes que yo encantado, más aún, deseándolo. Pero sin juegos tontos de adolescente, sin borracheras buscadas para mañana decir "uy, no sabía lo que hacía, perdona, si ni siquiera quería, adiós".

- Yo no haría eso... - como me sonó falso incluso a mí misma, arrojé la toalla a un lado, me senté frente al tocador y empecé a peinarme - Bueno, igual sí. No sé, no me hagas caso.

- Si tienes problemas con Rolando, deberías solucionarlos con él. Y si lo que pasa es que tienes que romper con todo... diantre, Rebeca, échale valor.

Le miré a través del espejo.

- No sé si me quiere - reconocí. Cuando lo pienso, me atenaza el miedo. Supongo que son demasiadas cosas, la distancia, el tiempo, lo que está ocurriendo, que nuestra separación no parezca importarle más allá de decirme que "no hay más remedio" con voz sensata. Quiero un poco de emoción, de pasión. Que me grite, diciendo que está desesperado por estar conmigo, pero que no puede, porque eso mismo me condenaría.

- Ay, Reb... - Enrique ha venido y se ha arrodillado a mi lado - Rolando no sabe mucho de mujeres. Supongo que no ha tenido oportunidad. Al contrario, por las cosas que ha contado, por cómo ha sido su vida, está claro que ha tenido que aprender a controlar sus emociones, a ser frío, a medir cada paso y decidir lo más conveniente para todos, nunca para él. Yo, que no le conozco apenas y además le envidio, puedo verlo, ¿por qué no lo ves tú?

- Y tú eres muy distinto.

- Bueno, yo sé mucho de mujeres, sí. Pero es un conocimiento basado en el juego y la risa, en el placer inmediato. Nunca he querido a ninguna, realmente, y desde luego jamás he sentido un amor tan intenso como el que siente Rolando. Sólo hace falta ver cómo te mira cuando no te das cuenta, o cómo se va cuando tiene que irse, porque es lo mejor, para ti, para su hijo, para el mundo...

No pude por menos que sonreír. Ahí estaba el pobre Enrique, enumerándome las virtudes de Rolando. Quién lo hubiera dicho. Me incliné hacia él y lo besé, porque me apetecía, porque me sentía a la vez sola y agradecida, porque estaba triste. No quería pasar la noche sola. Creo que, a pesar de toda su perorata, él se hubiese quedado, pero se abrió la puerta.

Rolando entró, con su bolsa de viaje, una mochila con una especie de ballesta a la espalda y unas gafas en la mano. Tenía un ojo morado, un corte en el labio inferior y varias contusiones en la mejilla. Al sorprendernos alzó ligeramente una ceja, pero no dijo nada. Dejó caer la bolsa junto a la cama.

- Hola. No me dijiste que venías - atiné a balbucear, mientras Enrique se ponía en pie de un salto - De hecho, según tenía entendido, no era conveniente volver a vernos, para evitar que te... robe el Nuiz, si es el nombre técnico del tema - Como si yo lo quisiese para algo, pensé, enojada con el mundo - ¿Has cambiado de idea?

- Bueno, yo será mejor que me vaya - dijo Enrique - Me alegro de verte entero, Rolando. Espero que la misión fuese un éxito.

Rolando se limitó a seguirle con los ojos hasta que desapareció.

- No le mires así - gruñí - Te ha estado defendiendo calurosamente hasta hace un momento.

- Ja - se quitó la mochila con su armatoste y la dejó caer sobre la cama, con las gafas - Justo antes de empezar a besarte.

- He empezado yo - cogí el cepillo y seguí peinándome - Bueno, ¿qué? Creí que no estabas para escenas de celos.

- Es una pena que no me la hayas evitado. Pero no, no tengo tiempo para eso ahora. He venido porque evidentemente estabas cabreada por cómo me fui. Y porque... - dudó - Tengo que pedirte disculpas, por mentirte.

- ¿Mentirme? - le miré por el espejo - ¿A qué te refieres?

- Pues, a eso. Mentirte. Usarte un poco, para confundir a otros - hice un gesto, alentándole a explicarse. Él chasqueó los dientes - Ha habido dos razones. Una, que de vez en cuando sé que me rastrean y, por si acaso, era importante dejar eso claro. Y, otra, tu dichoso blog, donde todo lo sueltas. Había gente que lo estaba siguiendo, y tuve que engañarte, para poder engañarlos.

- ¿Qué me...? - me dio tanta rabia que le tiré el cepillo. Lo cogió al vuelo, con una facilidad pasmosa. A punto estuve de levantarme y darle un puntapié - ¿Cómo te atreves a burlarte así de mí?

- No me he burlado. Sólo he hecho... No sé, lo que debía, aprovechar una ventaja. Lo siento. He vuelto para contártelo todo y pedirte disculpas. Espero que eso cuente porque, conociéndote, vas a estar de mala leche una buena temporada - me limité a apretar los labios, así que siguió, mientras sacaba una tiza y pintaba signos en círculo, por el suelo, alrededor de la cama, también por la pared - A ver cómo te lo explico... Nunca hubo intención de atacar las centrales energéticas, esa es la verdad, pero necesitábamos que sus dirigentes estuviesen completamente centrados en su defensa. Porque, de ese modo, desviábamos su atención del verdadero objetivo: ellos, los traidores, los demonios infiltrados en el sistema político y financiero. Ha sido un ataque coordinado en veinte países. ¡Hemos cortado las cabezas de la puta Hidra, Reb!- añadió, con satisfacción - Han muerto muchos héroes pero hemos conseguido el objetivo. Ahora, sí, ahora es el momento de atacar las centrales para cerrar las puertas del infierno antes que el Rey venga.

- ¿El Rey? ¿El Amo del Edterran?

Se echó a reír.

- El Amo del Edterran es... una colegiala inocente, comparado con el Rey. No, Rebeca. Hablo de algo más grande. Algo que fragmentaría nuestra realidad en trozos diminutos, como un espejo roto, imposible de arreglar jamás. Por eso tenemos que evitar que venga. Por eso no hay nada más importante, ahora mismo. ¿Lo entiendes de una puñetera vez?

- Sí - señalé el círculo de símbolos - ¿Es para el Edterran?

- Sí. Te los voy a enseñar. Podrás proteger zonas, no muy grandes, pero sí lo suficiente para tener cierta tranquilidad fuera de esa "sala segura".

- Bien. Gracias, será muy útil - dudé, pero añadí, con cansancio: - Y gracias por venir a decírmelo, y a disculparte.

- No he venido sólo por eso - agitó la cabeza y me miró pensativo unos segundos, como buscando el mejor modo de plantearlo - Tenemos que hablar, pequeña cereza. No puede ser que esté allí, cuando mi mente está acá, porque casi te siento rugir de ruido de fondo, enojada.

- No estoy enfadada contigo. De verdad - añadí, sintiéndome muy miserable. Él sonrió.

- Quizá no. Pero tampoco estás bien. A veces creo que hemos llegado a un acuerdo, pero luego algo lo estropea - se quitó con esfuerzo la chaqueta. La camiseta negra era de manga corta, pude ver el vendaje del brazo, que también cubría su pecho.

- ¿Estás herido? - dije, yendo hacia él para abrazarle, al menos como la pareja del "The Black Brunswicker", pero me detuve bruscamente - ¿Y qué hay de que con mi contacto pueda afectar a tu Nuiz?

Rió entre dientes.

- Eres tú la que tendrías que preocuparte de eso. ¿O no recuerdas el mazazo psíquico de la última vez? Ahora, estás recuperada, podrías soportar otro. La cuestión es, ¿estás dispuesta a arriesgarte?

Recordé el dolor intenso, desgarrador.

- Creo que sí, joder...

- Me halagas, de verdad, Reb. Y te reconozco que, a veces, la forma en que me quieres me resulta abrumadora, pero esto es lo más bonito que me han dicho nunca. Con el taco incluido - se acercó y me plantó un beso - Por suerte, no creo que sea necesario pasar por eso. He aprendido algunas cosas, aunque no sé si funcionan y requieren mucha energía, no podría hacerlo muy a menudo. Pero, esta noche, tú y yo, Rebeca Goyri, vamos a probarlo.

Y cerró la puerta, dejando el mundo fuera.

Ahora, Rolando duerme. Le distingo en la penumbra, sereno, la respiración tranquila. Y yo me siento... rara, llena de energía, y he encendido la bombilla del baño sin dar al interruptor. Está claro que, lo que sea que ha intentado, no ha funcionado.

Pero, como decía Escarlata, ya pensaré en eso mañana.

4 comentarios:

  1. arquiteto


    (ag)ora
    o cenário do céu
    sem céu e que – as estrelas sabem –
    o crepúsculo urra no tédio

    eu – arquiteto de cárceres
    da memória do cinzazul
    desnudo

    do que fui além distante

    uma e outra
    palavra
    se es-
    vazia
    no grito dos olhos
    já fúnebres a urdir a poesia

    minha voz
    já amarga (n)os tentáculos
    do tempo e as pedras
    que me consomem

    este poeta
    de ecos desva
    irados
    (ex)pira e (ex)trai
    (d)as rochas duras
    (d)o seu caminho
    polindo as unhas

    ah ! há rugas no papel
    entretecido
    onde a poesia
    a sorver labirintos de granito
    explora todo sibilar do seu enigma

    a pedra se faz poema
    e verte poesia
    do próprio ventre
    bruta não
    quase-paraíso

    mas fragmentos
    sobre a língua
    vestida de fantasmas
    e viagens
    como um gueto âmbar
    sem saída

    eu – arquiteto de cárceres
    da memória do cinzazul
    desnudo

    do que fui além distante

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  2. Hola, Rebeca, soy Pilar: veo que Enrique se comportó como un caballero, que las mujeres, con una copita de más, somos presa fácil. Besitos.

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  3. Pilar, me alegra saber de ti, espero que todo os vaya bien. Cuídate, que la cosa está muy chunga. Y, ya sabes, cualquier cosa, me dices.

    Sí, bueno, tienes razón. Ahora me siento un poco tonta, por la medio moña que pillé. Y él tenía razón, sé que lo hice aposta, para quitarme responsabilidades. Pfff. A ver si maduro.

    Nos leemos, cielo.

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