Die Schwarze Spinne, de Franz Karl Basler-Kopp. Qué sensación de terror inspira la forma arácnida que observa amenazante a la madre y su hijo...
No puedo decir que me esté aburriendo, aunque empiezo a pensar que no era tan malo estar siempre al borde del abismo del tedio. Más que nada por el susto que he pasado, que he envejecido años en un segundo, o por la incómoda idea de que voy a pasar muchos más en el futuro...
No puedo decir que me esté aburriendo, aunque empiezo a pensar que no era tan malo estar siempre al borde del abismo del tedio. Más que nada por el susto que he pasado, que he envejecido años en un segundo, o por la incómoda idea de que voy a pasar muchos más en el futuro...
No puede ser de otro modo, si existen cosas como esa.
Enrique volvió a llamarme ayer. Me dijo que los dos hombres que había puesto de vigilancia habían dejado de informar. Como no tenía nada que hacer, decidí reunirme con él. Esta vez, no me escaqueé. Rolando lleva ya casi toda la semana fuera de casa, y la única noticia que he tenido es un escueto mensaje al móvil que decía "Estoy bien. Iré pronto. Os quiero". Me alegra que me quiera. Yo también le quiero a él. Quiero a toda mi familia. A toda la humanidad. Y también pienso que puedo colaborar en lo que sea que nos está cayendo encima. Aunque no tenga Nuiz. Qué rabia me da eso.
El caso es que no hice nada por fugarme sigilosamente, como el otro día, y me pilló Diego, claro. De nuestros guardianes, es mi preferido. Sé que a ese también le gustan mis piernas, y el resto de mi anatomía, para ser exactos. Se interpuso en el camino del coche y me dijo que tenía órdenes de no dejarnos salir de la zona segura. Yo le pregunté si era una prisionera también ahí. Pobre hombre, pasó apuro. Me enterneció un poco, pero no podía permitir que se saliese con la suya. Le dije que se apartara, arranqué y aunque dudó no se atrevió a usar la fuerza para retenerme.
Mientras me alejaba, le vi sacar el móvil y llamar a alguien. Con suerte, pensé, sería a Rolando. Luego me arrepentí, porque bastante tiene con lo que tiene como para andar preocupándose por la loca de su novia, y luego volví a odiarlo todo, por obligarme a permanecer en una posición en la que no quiero estar. Anda, que no divago yo, ni poco.
Me reuní con Enrique en el mismo lugar del otro día y bajamos al sótano, con tres hombres más que había contratado. Yo había llevado la pistola, la tenía en el bolso, pero eso no me hacía sentir más segura, al contrario. Sólo pensar que pudiera necesitarla, me ponía de los nervios.
Llegamos al sitio donde estaba la cáscara de huevo que habíamos descubierto. Desde allí, deambulamos un poco, iluminándonos con las linternas. Qué sitio, un conglomerado de tubos de calefacción y telarañas. Seguro que también había ratas, aunque no vi ninguna.
- ¿Qué tal te va con Julián? - me preguntó entonces Enrique. No sé, quizá lo hizo simplemente por hablar, porque aquella oscuridad y aquel silencio eran inquietantes - ¿O debería decir Rolando? - como me limité a encogerme de hombros, continuó - Debe ser difícil, teniendo él que ocuparse de tantas cosas.
- Lo es. Pero...
No sé exactamente qué iba a decir, no recuerdo que fuera nada especial. La cuestión es que dejó de tener importancia cuando oímos el grito. Reconocimos la voz: era uno de los hombres que habían bajado con nosotros. Enrique me agarró de la mano y echó a correr en dirección al sonido. Yo fui lo más rápido que pude, aunque debo recordar no llevar tacones en esas situaciones, sacando a la vez la pistola del bolso. Cómo me temblaban las manos, os juro.
Antes de localizar al hombre, nos topamos con los restos de... no sé, supongo que al menos eran dos cuerpos, aunque estaban tan destrozados que tuve que apartar rápidamente el haz de luz de la linterna, o hubiese vomitado. Bueno, vale, lo reconozco. Vomité. Pero fue por el olor, un olor concentrado a carne y sangre pudriéndose lentamente en la oscuridad.
- Joder... - musitó Enrique, a mi lado - Rebeca, tienes que irte de aquí ahora mismo. ¿Encontrarás la salida?
A mí se me había pasado todo alarde de valor y heroísmo. En ese momento, sólo quería estar en casa, con mis hijos.
- Sí, sí... - respondí, aturdida. Él me miró, sin acabar de creerme, pero un nuevo grito desgarrado nos sobresaltó.
- Mejor espera aquí - me advirtió - Volveré en seguida.
- ¡No! - la idea de quedarme sola en ese lugar, cerca de esos cuerpos destrozados, y con lo que fuera que salió del huevo rondando, me aterraba. Le agarré por la manga de la chaqueta - ¡No me dejes sola! ¡Voy contigo!
Enrique titubeó, pero me cogió de la mano y retomó la búsqueda, iluminándonos con la linterna. No sé cuánto avanzamos, supongo que tampoco sería mucho, pero estaba totalmente colapsada por el miedo. Llegamos a una sala más amplia, con una gran caldera en el centro. El olor a sangre era muy intenso.
- Si pasa algo, sal corriendo - me susurró Enrique. No respondí, no podía. Estaba tan tensa que mi dedo apretó el gatillo sin querer, menos mal que tenía puesto el seguro. De otro modo, hubiese disparado al suelo o, peor, me hubiese dado en un pie, qué patético.
Oímos algo, un ruido... Tardé unos segundos en saber a qué me recordaba. Algo comiendo...
La linterna de Enrique hizo un giro a la derecha mientras, por la izquierda, vi que llegaban dos de nuestros hombres, pistolas en ristre.
- ¿Qué es eso? - gritó uno de ellos. Luego, un estallido, el retumbar de un disparo, y otro, y otro. Una forma oscura se movió desde la derecha. Al pasar, arrojó a Enrique a un lado, perdí el contacto de su mano con un tirón. Su linterna cayó al suelo y rodó, iluminando parcialmente cómo una silueta, algo semejante a una araña de gran tamaño, se abalanzaba sobre los hombres. Pasó junto a uno, decapitándolo sobre la marcha, y se centró en el otro, arrastrándolo con ella a la oscuridad.
Fue todo tan inmediato que no me dio tiempo a reaccionar. La linterna de Enrique parpadeó y se apagó. Me quedé allí sola, completamente a oscuras, conteniendo la respiración.
El sonido, otra vez ese sonido de algo comiendo, deglutiendo con ganas, con hambre...
Algo se movió, cerca. A un lado, al otro, delante... Sabía que era aquella cosa, que quizá me evaluaba como amenaza. Tuve la impresión de estar allí una eternidad, uno frente a otro, quietos, en lo oscuro. Supongo que la criatura me veía a mí, digo yo, no lo sé. Tal vez quería meterme más miedo. En ese momento, yo no lo creía posible. No imaginaba que pudiese estar más asustada.
Sin pensarlo, alcé el brazo, apunté y disparé. Click. Total, no había quitado el puto seguro. No sé ni cómo conseguí hacerlo entonces, con lo que me temblaban las manos. Justo lo logré y disparé, sintiendo que la cosa se decidía a atacar. El disparo retumbó como un trueno en aquel sitio cerrado, y provocó una ligera luminosidad, lo suficiente como para que pudiese ver la forma general de esa cosa, una especie de araña reptiliana, más alta que yo misma, como de un metro ochenta.
Ay, no sé cómo explicarlo, ante semejante visión perdí totalmente el control de mi mente. En ese momento, pasé una línea que no sabía que existiera, y yo ya no era yo, era todo susto y miedo y terror puros. Apunté y disparé, y volví a hacerlo, una y otra vez, y seguí hasta vaciar todo el cargador. La criatura había chillado ya con el primer tiro, aunque siguió intentando acercarse, una y otra vez, empecinada. Por suerte, terminó cayendo.
Pulsé el gatillo. Sonó click otra vez. Cargador agotado y no había llevado repuesto. Estoy jodida, pensé, dejando claro que me vuelvo poeta en situaciones límite.
- ¡Rebeca! - exclamó Enrique, agarrándome por un brazo. Grité, qué susto me dio el condenado. Le oí hacer algo y la luz de la linterna me deslumbró. Iluminó la cosa caída, ese ser espantoso cuya existencia jamás hubiésemos creído posible, en otros tiempos. Los cuerpos de los dos hombres estaban a pocos metros, uno con el pecho completamente abierto, la caja torácica desgarrada de forma brutal, como si fuera el paquete de regalo de un niño impaciente. El otro, estaba sentado; hubiera podido aparentar cierta normalidad de no ser porque estaba sin cabeza - ¡Salgamos de aquí, rápido!
Yo estaba demasiado conmocionada como para oponerme o decir nada. Dejé que me arrastrara hacia el pasillo. En el último momento, miré hacia atrás. Los cuerpos de los hombres seguían allí, pero no la criatura. ¿Cómo podía haber sobrevivido a semejante descarga de fuego? Y, lo más importante, ¿dónde se había metido? Corrí más rápidamente aún.
Enrique me llevó a una cafetería y estuvo conmigo hasta que me calmé. Hizo varias llamadas, en el momento no se me ocurrió preguntar con quién hablaba. En realidad, me sigue dando lo mismo. Me dijo, eso sí, que no conseguía contactar con Rolando, que se lo contase yo en cuanto le viese y que, por favor, le llamásemos.
Bueno, vale, supongo que lo haré. Cuando volvía para casa, recibí la primera llamada al móvil de Rolando. No hice caso, ni a esa ni a las ocho siguientes. Luego, lo he apagado.
Si va a reñirme por lo sucedido, tendrá que ser en otro momento.
!!!Ufff!!! Rebeca que espanto, ha tenido que ser algo horrible y me da más miedo porque andan por aquí y hoy acabamos de matar a una de sus crías. Seguramente vendrán cuando le toque nacer y encontrarán el huevo destrozado y el bicho convertido en picadillo. Aun no era tan grande, pero lo suficiente para aterrorizar a cualquiera. Agénciate una motosierra y tenla a mano, porque es un buen arma de defensa.
ResponderEliminarNo te metas en aventuras Rebeca y cuídate tu y los tuyos.
Un abrazo.
Juas. Espero que haya alternativas porque, personalmente, lo de la motosierra, prefiero ni planteármelo. Intentaré cuidarme, descuida, haz lo mismo. Abrazos.
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