Przeczucie (Premonición), de Henryk Weyssenhoff, sobre 1893. La primera vez que lo vi, tardé en distinguir la figura fantasmagórica que es el centro de todo. Recuerdo cuánto me sorprendió, me sentí sobrecogida, sobre todo por no haberla captado antes. Estaba ahí y yo no había sido capaz de verla...
Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que tampoco es que fuera necesaria. El cuadro en sí, el conjunto, ya transmite mucho. Los perros aúllan en el crepúsculo, hay una sensación de... algo difícil de describir. Algo inquietante en el aire.
Esa es la impresión que nos dio a Enrique y a mí, cuando llegamos al otro pueblo.
Al final, no fuimos el lunes por la tarde. El susto recibido por la mañana fue suficiente para dejarnos agotados el resto de la jornada. Hemos ido hoy, Enrique y yo, solos. Supongo que Annetta decidió que le importaba más su pellejo que unos celos absurdos, porque se quedó en casa, con los demás. Mejor. Y eso que, ya digo que, a estas alturas, hasta me cae simpática. A diferencia de la primera impresión que me dio, no es mala chica: tiene mucho sentido del humor, una risa contagiosa y siempre está dispuesta a echar una mano en la casa o a jugar con Beatriz.
Pero, quizá por el largo silencio de Rolando, yo quería ir con Enrique, sola.
En el futuro, llamemos a mi casa Villa A, al pueblo más cercano y ahora vacío Pueblo B, al cementerio, Cementerio C y al pueblo siguiente, Pueblo D. A, B y D dibujan un triángulo sobre el mapa en torno a C. Lo digo por si alguien gusta de las geometrías ocultas. No es que sean formas perfectas, ni que quede justo en el centro (he añadido un gráfico a ojo, para que puedas verlo por ti mismo) pero seguro que le serviría a más de uno para llenar varios libros de conclusiones esotéricas.
No sacamos mucho del Pueblo D, y eso que es más grande que el otro y todavía estaba habitado. Vimos que habían puesto en el suelo planchas metálicas, de todo tipo (incluso había una puerta de nevera), haciendo caminos entre algunas casas. Aunque vimos varias abandonadas, ya digo que aún quedaba gente, pero la mayoría no quiso abrir la puerta y uno hasta nos apuntó con una escopeta desde la ventana, para alejarnos de allí entre gritos. Los pocos que nos atendieron estaban asustados y no tenían respuestas, tampoco sabían exactamente lo que ocurría.
Simplemente, hablaban de la cosa esa, el gusano oscuro que se mueve por paredes y suelos como si nadase en agua, y aseguraban que ha desaparecido gente, mucha gente, pero poco más. Nada que supusiera nueva información, para nosotros.
Pregunté por el doctor Contreras, pero me dijeron que estaba de ronda de vigilancia.
- Si le esperas, espera en el coche, o sobre una plancha metálica - me dijo una mujer, cerrándome la puerta en las narices. Seguí oyendo su voz, apagada: - Dicen que en el metal no puede moverse...
Consulté con Enrique y decidimos quedarnos un rato; quizá hablar con el doctor Contreras nos aclarase algo la situación. Nos sentamos en su coche, en lo alto del respaldo de los asientos delanteros, vigilando, no fuera a aparecer la criatura. Encendió un cigarro y se lo cogí. Le oí reír suavemente.
- Entonces, ¿vas a seguir con él? - me preguntó. Recuerdo haber pensado que Rolando tiene razón: hay cosas que, en ciertas situaciones, pierden importancia. Ese no me parecía el mejor tema, cuando estábamos mirando si aparecía un bicho del que no sabíamos cómo defendernos - Los héroes no son buena compañía, Rebeca. Generalmente, todos los que los rodean, sufren.
- Me parece que, en los tiempos que vivimos, ni Cristo se va a librar de eso - repliqué, con cansancio. Él asintió.
- Me estás volviendo loco - murmuró entonces, dejándome perpleja - No puedo sacarte de mi cabeza. Desde el día aquel, en la cafetería, cuando te vi... Joder, no eres la mujer más hermosa que he visto, ni la más inteligente con la que he hablado, pero me gustas a rabiar. Podría haberme ido, ¿sabes? Tras el asunto del Monoi... bueno, en fin, no tenía muchas ganas de seguir en Bilbao y tengo amigos que hubieran podido darme refugio, con más recursos que el propio Rolando. Estaba a punto de hacerlo, cuando me llamaste. Si estoy aquí, es por ti, sólo por ti - me miró, fijamente, como reafirmando sus palabras con los ojos - No lo olvides en ningún momento.
No sé si iba a añadir algo más; yo, desde luego, no sabía qué decir, pero empezó a sonar mi móvil. Llamaban desde un número desconocido. No suelo contestar en esos casos, nunca. Por mí, quienes quieren ocultarse se pueden ir directamente al infierno pero, como llevaba días sin saber de Rolando, pensé que quizá fueran noticias. No me equivoqué.
- Vito me ha contado dónde estáis - me dijo su voz, según descolgué - Es un Edterran, Reb. Es peligroso. Vuelve de inmediato. Quédate en la casa y sigue puntualmente las instrucciones de Vito.
- ¿Dónde estás? ¿Por qué no contestabas al móvil?
- Porque no he podido, créeme. Estoy de regreso, de hecho estoy en camino: mañana nos vemos y te lo explico. Además..., tenemos que hablar.
Su tono me escamó.
- ¿De qué? ¿Qué ocurre?
- Mañana. Vuelve a casa.
Cortó bruscamente la comunicación. No sé, tuve la impresión de que sabía en qué andaba de verdad, ahí, en el descapotable de Enrique, balanceándome en el borde del precipicio. Hubiese dicho aquello del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, de no ser por lo que ya habíamos hablado. Que él lo aceptaría, vamos, no le va a dedicar un segundo pensamiento a nada de todo esto. Rolando está en otro nivel, distinto al mío. Distinto al de Enrique. Distinto al del resto de los humanos. Pfff...
No es Julián, me repito una y otra vez, es Rolando. Pero, desdichada de mí, le sigo queriendo.
Miré a Enrique, pensando que ojalá me hubiese podido enamorar de él. Aunque se trate de un ligón impenitente, estoy segura de que mi vida hubiese sido menos complicada. Arrojé la colilla del cigarro a lo lejos, hacia la plaza de piedra.
- Volvamos a casa - le dije.
Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que tampoco es que fuera necesaria. El cuadro en sí, el conjunto, ya transmite mucho. Los perros aúllan en el crepúsculo, hay una sensación de... algo difícil de describir. Algo inquietante en el aire.
Esa es la impresión que nos dio a Enrique y a mí, cuando llegamos al otro pueblo.
Al final, no fuimos el lunes por la tarde. El susto recibido por la mañana fue suficiente para dejarnos agotados el resto de la jornada. Hemos ido hoy, Enrique y yo, solos. Supongo que Annetta decidió que le importaba más su pellejo que unos celos absurdos, porque se quedó en casa, con los demás. Mejor. Y eso que, ya digo que, a estas alturas, hasta me cae simpática. A diferencia de la primera impresión que me dio, no es mala chica: tiene mucho sentido del humor, una risa contagiosa y siempre está dispuesta a echar una mano en la casa o a jugar con Beatriz.
Pero, quizá por el largo silencio de Rolando, yo quería ir con Enrique, sola.
En el futuro, llamemos a mi casa Villa A, al pueblo más cercano y ahora vacío Pueblo B, al cementerio, Cementerio C y al pueblo siguiente, Pueblo D. A, B y D dibujan un triángulo sobre el mapa en torno a C. Lo digo por si alguien gusta de las geometrías ocultas. No es que sean formas perfectas, ni que quede justo en el centro (he añadido un gráfico a ojo, para que puedas verlo por ti mismo) pero seguro que le serviría a más de uno para llenar varios libros de conclusiones esotéricas.
No sacamos mucho del Pueblo D, y eso que es más grande que el otro y todavía estaba habitado. Vimos que habían puesto en el suelo planchas metálicas, de todo tipo (incluso había una puerta de nevera), haciendo caminos entre algunas casas. Aunque vimos varias abandonadas, ya digo que aún quedaba gente, pero la mayoría no quiso abrir la puerta y uno hasta nos apuntó con una escopeta desde la ventana, para alejarnos de allí entre gritos. Los pocos que nos atendieron estaban asustados y no tenían respuestas, tampoco sabían exactamente lo que ocurría.
Simplemente, hablaban de la cosa esa, el gusano oscuro que se mueve por paredes y suelos como si nadase en agua, y aseguraban que ha desaparecido gente, mucha gente, pero poco más. Nada que supusiera nueva información, para nosotros.
Pregunté por el doctor Contreras, pero me dijeron que estaba de ronda de vigilancia.
- Si le esperas, espera en el coche, o sobre una plancha metálica - me dijo una mujer, cerrándome la puerta en las narices. Seguí oyendo su voz, apagada: - Dicen que en el metal no puede moverse...
Consulté con Enrique y decidimos quedarnos un rato; quizá hablar con el doctor Contreras nos aclarase algo la situación. Nos sentamos en su coche, en lo alto del respaldo de los asientos delanteros, vigilando, no fuera a aparecer la criatura. Encendió un cigarro y se lo cogí. Le oí reír suavemente.
- Entonces, ¿vas a seguir con él? - me preguntó. Recuerdo haber pensado que Rolando tiene razón: hay cosas que, en ciertas situaciones, pierden importancia. Ese no me parecía el mejor tema, cuando estábamos mirando si aparecía un bicho del que no sabíamos cómo defendernos - Los héroes no son buena compañía, Rebeca. Generalmente, todos los que los rodean, sufren.
- Me parece que, en los tiempos que vivimos, ni Cristo se va a librar de eso - repliqué, con cansancio. Él asintió.
- Me estás volviendo loco - murmuró entonces, dejándome perpleja - No puedo sacarte de mi cabeza. Desde el día aquel, en la cafetería, cuando te vi... Joder, no eres la mujer más hermosa que he visto, ni la más inteligente con la que he hablado, pero me gustas a rabiar. Podría haberme ido, ¿sabes? Tras el asunto del Monoi... bueno, en fin, no tenía muchas ganas de seguir en Bilbao y tengo amigos que hubieran podido darme refugio, con más recursos que el propio Rolando. Estaba a punto de hacerlo, cuando me llamaste. Si estoy aquí, es por ti, sólo por ti - me miró, fijamente, como reafirmando sus palabras con los ojos - No lo olvides en ningún momento.
No sé si iba a añadir algo más; yo, desde luego, no sabía qué decir, pero empezó a sonar mi móvil. Llamaban desde un número desconocido. No suelo contestar en esos casos, nunca. Por mí, quienes quieren ocultarse se pueden ir directamente al infierno pero, como llevaba días sin saber de Rolando, pensé que quizá fueran noticias. No me equivoqué.
- Vito me ha contado dónde estáis - me dijo su voz, según descolgué - Es un Edterran, Reb. Es peligroso. Vuelve de inmediato. Quédate en la casa y sigue puntualmente las instrucciones de Vito.
- ¿Dónde estás? ¿Por qué no contestabas al móvil?
- Porque no he podido, créeme. Estoy de regreso, de hecho estoy en camino: mañana nos vemos y te lo explico. Además..., tenemos que hablar.
Su tono me escamó.
- ¿De qué? ¿Qué ocurre?
- Mañana. Vuelve a casa.
Cortó bruscamente la comunicación. No sé, tuve la impresión de que sabía en qué andaba de verdad, ahí, en el descapotable de Enrique, balanceándome en el borde del precipicio. Hubiese dicho aquello del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, de no ser por lo que ya habíamos hablado. Que él lo aceptaría, vamos, no le va a dedicar un segundo pensamiento a nada de todo esto. Rolando está en otro nivel, distinto al mío. Distinto al de Enrique. Distinto al del resto de los humanos. Pfff...
No es Julián, me repito una y otra vez, es Rolando. Pero, desdichada de mí, le sigo queriendo.
Miré a Enrique, pensando que ojalá me hubiese podido enamorar de él. Aunque se trate de un ligón impenitente, estoy segura de que mi vida hubiese sido menos complicada. Arrojé la colilla del cigarro a lo lejos, hacia la plaza de piedra.
- Volvamos a casa - le dije.
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