Esta bella imagen de la página 845 del Die Gartenlaube, de 1871, es perfecta para la entrada de hoy. Pensaba escribir mañana porque, total, no es que haya pasado gran cosa, pero no puedo conciliar el sueño. Todo está en silencio, ahí fuera y, aquí, en la sala segura, sólo se oyen las respiraciones regulares de los que duermen.
Casi se diría que el mundo está en paz y que los que aquí nos escondemos no tenemos miedo a nada...
Hoy he hecho una ronda por los alrededores, con Enrique. Finalmente, hemos acordado que sea el doctor Contreras el que se quede en la casa, a cargo de todos, mientras nosotros exploramos. La razón es sencilla: es médico. Si yo falto, no se perderá mucho; me refiero a nada que pudiera ser de utilidad para el grupo, en nuestras circunstancias, hasta yo lo reconozco sin mayor problema. Si falta Enrique... bueno, no creo que ahora mismo nadie precise de un abogado.
Así que, supongo que formamos un buen equipo de exploradores prescindibles.
Hoy hemos ido en mi coche, nos hemos turnado para conducir y vigilar con unos prismáticos que Enrique consiguió en Bilbao. Hay que reconocer que está en todo. Hemos recorrido el triángulo del valle del que ya hablé pero que, por si acaso, os vuelvo a incluir su gráfico. Primero fuimos hasta el pueblo D, para tener un vistazo lejano de todo, durante el trayecto y con la idea de dejar el cementerio para el mediodía, porque recordamos lo que nos contó Rolando de que el sol secaba esa cosa. Tampoco es que haya hecho un día muy luminoso hoy, precisamente, pero al menos era mejor que el de ayer.
El pueblo D, que era el más grande, ahora ya está totalmente desierto. Pero en todo caso, no fue un viaje inútil. Pudimos hacernos con algunas provisiones y unos bidones de gasolina que encontró Enrique en un granero.
Lo cargó todo mientras yo hablaba con Rosa María por el móvil. Al parecer, Beatriz se había despertado bruscamente, hablando de un fantasma que la había visitado en sueños. Un hombre que era transparente casi y flotaba con suavidad.
- ¿Delgado? - pregunté, recordando lo que había mencionado Brau en su blog, sobre sus "vuelos" - ¿Así, como con gafas y camisa a cuadros?
- Sí, sí, así lo ha descrito - me respondió Rosa María, perpleja - ¿También lo viste?
No, aún no he visto a Brau, aunque sí me gustaría. Me tiene preocupada, por las cosas que dice, el "vuelo" le daña físicamente, aunque sólo sea por el propio abandono del cuerpo, si es que lo entendí bien. Espero que no cometa ninguna tontería.
Si era Brau, no le ha dicho nada a Beatriz, al menos nada que la niña quiera compartir. Rosa María me ha llamado porque se sentía muy preocupada: a diferencia de otros días, Beatriz estaba silenciosa y apática y no ha querido desayunar. Ni siquiera quería hablar con Jon, y ya es raro eso. Me ha preocupado tanto que le he pedido a Enrique que diésemos por terminada la ronda.
Él ha aceptado, claro, de inmediato. Se lleva bien con Beatriz, como les pasa a todos los hombres de mi vida, y en cuanto ha sabido lo que ocurría le ha faltado tiempo para enfilar el coche de vuelta a casa.
En el momento en que pasábamos entre el cementerio y el pueblo B, vimos que se estaba levantando bastante niebla y que debía haber gente en el pueblo, porque distinguimos algunas siluetas en los tejados, y de un par de chimeneas salía humo. Como ayer vimos bastante gente andando por la carretera, suponemos que pueden ser gentes de Bilbao o de otros pueblos, que han buscado un nuevo refugio. Decidimos acercarnos algún otro día. Quizá lo hagamos mañana, no sé.
La niebla cubría también las piedras del cementerio; casi era como si fuesen ellas las que la supurasen, vapores densos y blanquecinos, hambrientos, que caían en cascada por el muro y lamían ávidamente la hierba, consumiendo su vida. Bandadas de pájaros volaban en círculos sobre el lugar, entrecruzándose una y otra vez como dibujando alguna extraña clase de entramado, y otros permanecían en las ramas de los árboles cercanos, estudiando la maniobra con solemnidad.
En una película hubiese quedado impresionante; en directo, sabiendo que es cierto, no sé qué decir. Ha sido uno de esos momentos en los que me siento perfectamente capaz de creer cualquier cosa por descabellada que resulte.
Me pregunté si el Edterran estaría durmiendo, o si andaba de caza por ahí, intentando capturar a algún pobre desdichado. Hubiese querido entrar a mirar la brecha, decidir qué hacer con los explosivos pese a la advertencia de Rolando, pero en vista de lo sucedido preferí hablar antes con Beatriz.
Tampoco es que yo haya conseguido mucho con mi hija. Al verme, Beatriz ha corrido a abrazarme, pero ha permanecido en un mutismo absoluto respecto a Brau, o quien quiera que se le pareciese, pese a mis innumerables preguntas y ruegos. No sé qué habrá pasado, qué ha visto o qué le ha contado ese hombre, pero me daba igual. Era agradable sentir la confianza de Beatriz, el calor de su abrazo...
He estado con ella y con mis padres todo este día de calma anormal, calma que no he acabado de creerme en ningún momento, pero calma al fin. Los demás, se han dejado caer por allí a ratos, para charlar y entretenernos. Por eso he hablado con el doctor Contreras y con Enrique del Edterran, elucubrando cómo hacerle frente. Querían que llamase a Rolando, para preguntarle esto o aquello pero es que... todavía no me veo capaz. Sé que no me estoy portando bien, pero estoy dolida con todo lo ocurrido. Cada día me digo que ya pasará, y trato de no pensar en ello.
Al menos mis excusas han funcionado: he conseguido convencerles de que no es conveniente molestarle, que anda muy ocupado con sus asuntos ahora mismo. Que, además, no le necesitamos. Con lo que ya sabemos y lo que podamos descubrir por nuestra cuenta, seguro que podemos arreglarnos.
Seguro que, en cualquier momento, se nos ocurre un buen plan.
Casi se diría que el mundo está en paz y que los que aquí nos escondemos no tenemos miedo a nada...
Hoy he hecho una ronda por los alrededores, con Enrique. Finalmente, hemos acordado que sea el doctor Contreras el que se quede en la casa, a cargo de todos, mientras nosotros exploramos. La razón es sencilla: es médico. Si yo falto, no se perderá mucho; me refiero a nada que pudiera ser de utilidad para el grupo, en nuestras circunstancias, hasta yo lo reconozco sin mayor problema. Si falta Enrique... bueno, no creo que ahora mismo nadie precise de un abogado.
Así que, supongo que formamos un buen equipo de exploradores prescindibles.
Hoy hemos ido en mi coche, nos hemos turnado para conducir y vigilar con unos prismáticos que Enrique consiguió en Bilbao. Hay que reconocer que está en todo. Hemos recorrido el triángulo del valle del que ya hablé pero que, por si acaso, os vuelvo a incluir su gráfico. Primero fuimos hasta el pueblo D, para tener un vistazo lejano de todo, durante el trayecto y con la idea de dejar el cementerio para el mediodía, porque recordamos lo que nos contó Rolando de que el sol secaba esa cosa. Tampoco es que haya hecho un día muy luminoso hoy, precisamente, pero al menos era mejor que el de ayer.
El pueblo D, que era el más grande, ahora ya está totalmente desierto. Pero en todo caso, no fue un viaje inútil. Pudimos hacernos con algunas provisiones y unos bidones de gasolina que encontró Enrique en un granero.
Lo cargó todo mientras yo hablaba con Rosa María por el móvil. Al parecer, Beatriz se había despertado bruscamente, hablando de un fantasma que la había visitado en sueños. Un hombre que era transparente casi y flotaba con suavidad.
- ¿Delgado? - pregunté, recordando lo que había mencionado Brau en su blog, sobre sus "vuelos" - ¿Así, como con gafas y camisa a cuadros?
- Sí, sí, así lo ha descrito - me respondió Rosa María, perpleja - ¿También lo viste?
No, aún no he visto a Brau, aunque sí me gustaría. Me tiene preocupada, por las cosas que dice, el "vuelo" le daña físicamente, aunque sólo sea por el propio abandono del cuerpo, si es que lo entendí bien. Espero que no cometa ninguna tontería.
Si era Brau, no le ha dicho nada a Beatriz, al menos nada que la niña quiera compartir. Rosa María me ha llamado porque se sentía muy preocupada: a diferencia de otros días, Beatriz estaba silenciosa y apática y no ha querido desayunar. Ni siquiera quería hablar con Jon, y ya es raro eso. Me ha preocupado tanto que le he pedido a Enrique que diésemos por terminada la ronda.
Él ha aceptado, claro, de inmediato. Se lleva bien con Beatriz, como les pasa a todos los hombres de mi vida, y en cuanto ha sabido lo que ocurría le ha faltado tiempo para enfilar el coche de vuelta a casa.
En el momento en que pasábamos entre el cementerio y el pueblo B, vimos que se estaba levantando bastante niebla y que debía haber gente en el pueblo, porque distinguimos algunas siluetas en los tejados, y de un par de chimeneas salía humo. Como ayer vimos bastante gente andando por la carretera, suponemos que pueden ser gentes de Bilbao o de otros pueblos, que han buscado un nuevo refugio. Decidimos acercarnos algún otro día. Quizá lo hagamos mañana, no sé.
La niebla cubría también las piedras del cementerio; casi era como si fuesen ellas las que la supurasen, vapores densos y blanquecinos, hambrientos, que caían en cascada por el muro y lamían ávidamente la hierba, consumiendo su vida. Bandadas de pájaros volaban en círculos sobre el lugar, entrecruzándose una y otra vez como dibujando alguna extraña clase de entramado, y otros permanecían en las ramas de los árboles cercanos, estudiando la maniobra con solemnidad.
En una película hubiese quedado impresionante; en directo, sabiendo que es cierto, no sé qué decir. Ha sido uno de esos momentos en los que me siento perfectamente capaz de creer cualquier cosa por descabellada que resulte.
Me pregunté si el Edterran estaría durmiendo, o si andaba de caza por ahí, intentando capturar a algún pobre desdichado. Hubiese querido entrar a mirar la brecha, decidir qué hacer con los explosivos pese a la advertencia de Rolando, pero en vista de lo sucedido preferí hablar antes con Beatriz.
Tampoco es que yo haya conseguido mucho con mi hija. Al verme, Beatriz ha corrido a abrazarme, pero ha permanecido en un mutismo absoluto respecto a Brau, o quien quiera que se le pareciese, pese a mis innumerables preguntas y ruegos. No sé qué habrá pasado, qué ha visto o qué le ha contado ese hombre, pero me daba igual. Era agradable sentir la confianza de Beatriz, el calor de su abrazo...
He estado con ella y con mis padres todo este día de calma anormal, calma que no he acabado de creerme en ningún momento, pero calma al fin. Los demás, se han dejado caer por allí a ratos, para charlar y entretenernos. Por eso he hablado con el doctor Contreras y con Enrique del Edterran, elucubrando cómo hacerle frente. Querían que llamase a Rolando, para preguntarle esto o aquello pero es que... todavía no me veo capaz. Sé que no me estoy portando bien, pero estoy dolida con todo lo ocurrido. Cada día me digo que ya pasará, y trato de no pensar en ello.
Al menos mis excusas han funcionado: he conseguido convencerles de que no es conveniente molestarle, que anda muy ocupado con sus asuntos ahora mismo. Que, además, no le necesitamos. Con lo que ya sabemos y lo que podamos descubrir por nuestra cuenta, seguro que podemos arreglarnos.
Seguro que, en cualquier momento, se nos ocurre un buen plan.