domingo, 28 de agosto de 2011

El Domingo del Perdón de Loa

Un grabado más de la serie The homes of Ober-Ammergau, pintados por Eliza Pratt Greatorex en 1872. También lo he coloreado yo. Me ha parecido oportuno utilizar otro, como si el conjunto de los utilizados indicasen más claramente que se cuenta una historia concreta, en el blog.

Decidimos no esperar el ataque de Loa. Javier y Sol estuvieron de acuerdo en que era demasiado peligroso jugárselo todo a que fuésemos capaces de contenerlo, si enviaba hordas y hordas de zombis que no a saber si podríamos matar, así que, aunque había división de opiniones (Enrique no quería ni considerarlo, Jon dudaba, Javier estaba de acuerdo con el plan), decidí salir de nuevo en viaje de exploración, usando el poder de Brau.

Ahora le entiendo, cuando dice que cada vez tiene menos ganas de regresar al mundo real. Volar es algo único, soberbio., se siente uno ligero y feliz Y eso que yo no controlo ese Nuiz tan bien como él. Al margen de ir adelante o atrás, o flotar en una dirección u otra, poco más consigo hacer la mayor parte de las veces.

Hoy salí dos veces de mi cuerpo. La primera, a mediodía, bajo un sol de justicia que envolvía en un resplandor dorado el mundo de plata. Gracias a ese viaje, supe que el Pueblo D estaba vacío. Loa y sus hombres habían abandonado la casa del doctor Contreras. Sorprendida, busqué por los alrededores, alejándome en una espiral que se abría poco a poco, intentando localizar alguna pista.

Creí que estaría por el Cementerio C, porque divisé varias marcas rúnicas en las cercanías, seguramente parte del conjuro que tenía preparado para alzar masivamente a los muertos, pero no estaban por allí. Supuse que el aura a magia corrupta que envuelve ahora aquel sitio como el hongo de una bomba atómica también les afectaba a ellos y se mantenían a distancia. Lo supe cuando capté algo, voces que llegaban de la ermita perdida en el bosque. Estaban allí.

Volví a mi cuerpo y se lo conté a los demás. Decidimos que se fueran de Villa A todos los "civiles" (mi madre, Beatriz, la mujer y el adolescente, Pablo, que rescatamos de Pueblo B, además de Radar, que todavía no había recuperado el sentido) en el coche más grande, el Hummer, conducido por el doctor Contreras, protegido por Vito y Diego.

Como no era mala que se alejasen un buen trecho y se alojasen en otro lado, decidimos que fueran hasta Bakio, donde debían esperar nuestras noticias. Allí podrían quedarse en la que fue la casa de veraneo del doctor. Nos aseguraron que estaba organizada y disponible, ya que, poco después de irnos nosotros hacia el sur, el doctor Contreras, Vito y Diego, fueron allí, para comprobar si había posibilidades de suministro de provisiones. Al parecer, queda poca gente en Bakio, pero queda, algunos amigos del doctor, y lo bueno de todo es que, al ser un pueblo costero, se puede pescar. Por eso, entre lo que se consigue del huerto, las gallinas, las tres vacas y algunas ovejas que han recolectado, y lo que se trae semanalmente de Bakio, hay que reconocer que la dieta de Villa A es de lo más completa.

Enrique, Javier, Jon, Sol y yo nos quedamos aquí, con intención de dirigirnos a última hora de la tarde hacia el campamento de Marea, en el bosque. Desde allí, todos continuarían camino hacia la ermita, pero yo permanecería con uno de los soldados de Marea, y enviaría mi cuerpo astral por delante, para tener una visión adelantada de lo que iban a encontrarse los demás. Así, de haber algo de peligro, o algo importante en el momento, podría regresar y avisarles por el móvil.

Parecía un plan tan sencillo...

El problema fue que, Loa, había matado a sus propios hombres.

Los cuatro soldados estaban muertos en el interior ruinoso de la ermita. Yo me deslicé hacia allí tentativamente, atravesando la pared, asomándome ligeramente, como hice en casa del doctor Contreras el otro día. Me costó distinguir algo; aunque se había hundido parcialmente una zona del techo, el bosque era tan denso allí que la ermita estaba en penumbra. Por eso, al principio, no me di cuenta... Pensé que, simplemente, estaban esperando órdenes, rígidos como estacas. Pero, no; estaban muertos. Tenían los cuellos desgarrados y las pecheras de las camisas empapadas de sangre, que dibujaba grandes charcos a sus pies. Los habían degollado, pero permanecían de pie, tensos, con los ojos muy blancos. Seguían portando sus armas, uno de ellos con la pistola flojamente colgando de su mano.

Loa estaba ante ellos, en el centro de un círculo lleno de símbolos inscritos con sangre, además de un dibujo que luego he sabido que podía ser un Veve de Damballah. Todo estaba iluminado por las velas de lo que parecía un altar de santería, cargado de trastos diversos.

- Vous savez. Vous devez savoir (Lo sabéis. Tenéis que saberlo) - decía Loa. Se dirigió a uno - Vous, répétez, allez! Dites-moi ce que tu dit. (Tú, repite, ¡vamos! Dime qué te han contado).

- El Rey desató el terror sobre los impíos, amo - replicó el zombi con voz terrible. Supongo que, para ser alguien con la garganta desgarrada, no sonaba del todo mal - Levantó un ejército inmenso de muertos... Devastó una ciudad...

- Mais les morts sont morts à nouveau (Pero los muertos han vuelto a morir) - terminó Loa, interrumpiéndole - Ils sont morts à nouveau! Comment peut-il être? (¡Han vuelto a morir! ¿Cómo puede ser?) - agitó la cabeza, moviéndose de un lado a otro - Pas un loa ... Non nzambi. C'est la seule explication possible ... Mais cette ...(No es un loa... No es nzambi. Es la única explicación posible... Pero esto...)

No sé qué más iba a decir. Yo había ido derivando sin darme cuenta y acabé entrando del todo en la ermita. Nada más salir de la piedra, los tres zombis giraron los rostros muertos hacia mí, clavándome sus ojos blancos, como si me vieran. Brau puede mostrarse a otros incluso en este estado, pero yo no. Ni siquiera cuando he querido, he podido hacerlo, supongo que requiere más control del Nuiz. En cualquier caso, Loa frunció el ceño, susurró algo y se inclinó, pasando rápidamente un dedo por la piedra del suelo, extendiendo una línea de sangre. Luego, se pintó con ella los párpados. Cuando volvió abrir los ojos, tampoco tenía pupilas.

Y me vio. Supe exactamente en qué momento me vio...

- Le Putain Femme, putain son âme, sa chair et sa moelle damnées... (Maldita sea la mujer, maldita sea su alma, su carne y su maldita columna vertebral ...) - dijo y me dio la impresión de que iba a saltar hacia mí. Asustada, retrocedí, girando en el espacio sin tiempos, dirigiéndome de vuelta a mi cuerpo. Recuerdo haber visto que se estremecía el Cementerio C, abajo, muy abajo, resquebrajándose su tierra condenada mientras manos blancas y muertas apartaban los grumos oscuros, abriéndose paso. Loa había convocado a sus muertos, pobres seres patéticos, obligados a seguir arrastrándose por el mundo de un modo terrible. Pero, no podía ocuparme de ellos, ni siquiera aunque hubiese sabido qué hacer, no tenía tiempo.

Algo vibraba a mi lado, en el mundo de plata.

Me sentí zarandeada por una fuerza bestial, como si no estuviese sola, sino con alguien, alguien brutal que intentaba terminar conmigo o, al menos, debilitarme en lo posible.

Pero, ¿quién podía ser? ¿Quizá el demonio que había captado la noche anterior?

Volví al bosque, la campamento; contemplé con enorme alivio mi cuerpo, mientras me precipitaba sobre él, llegando de lejanas distancias... y choqué, reboté como si me hubiese golpeado contra un muro, saliendo otra vez despedida.

Aturdida, dolorida, oscilé al otro extremo de mi cordón de plata. ¿Qué había pasado? ¿Qué ocurría? Mi cuerpo estaba tumbado en el suelo, como muerto o dormido, igual que siempre. Yo estaba conectada con él por el cordón de plata, no había habido desgarro... Pero no podía volver.

Ante mi espanto, el cuerpo de Rebeca Goyri abrió los ojos y se sentó, aturdida. Y lo comprendí.

Estaba ocupado.

- ¿Se encuentra bien? - le preguntó el soldado. Ella titubeó, asintiendo, sujetándose las sienes - ¿Que ha descubierto? ¿Cuántos objetivos hay en la ermita? ¿Tenemos que avisar de algo especial al grupo de asalto?

Rebeca Dos se lo pensó un momento. Juro que creo que sonreía con las pupilas cuando le dijo:

- C'est vide, vous pouvez aller sans crainte. Laissez-les rester là. Nous allons les rencontrer. (Está vacío, se puede ir sin miedo. Que se queden allí. Vamos a su encuentro.)

- ¿Qué? - preguntó atónito el soldado. Rebeca Dos se quedó muy quieta. Luego, volvió a intentarlo.

- Lo lamento, supongo que es un efecto de este Nuiz. Digo que está vacía, que avancen sin miedo. Que se queden allí y vamos.

Ni una sola r en su nueva frase. Había que reconocerle el intento. Seguía teniendo acento, pero muy leve, casi pasaba desapercibido.

- Sí, señora - el soldado marcó un par de teclas en su móvil y comenzó a informar, mientras Rebeca Dos se ponía en pie y recogía sus cosas, entre ellas su/mi móvil, y la pistola, que comprobó con todo cuidado - El objetivo está vacío, ningún peligro. Repito, ningún peligro. Pero la señorita Goyri me pide que les diga que esperen allí. Nos reuniremos con ustedes. Sí, está bien. De acuerdo - colgó - Hecho. Nos esperarán allí.

- Merci - dijo Rebeca Dos. Sin un solo titubeo, alzó la pistola y le pegó un tiro en la cabeza. Al pobre tipo ni tiempo le dio a entender qué pasaba. Un chorro de sangre y trozos de cerebro salpicó el árbol que había estado a su espalda. También me hubiera manchado a mí, de ser corpórea. Rebeca Dos se inclinó, recogió el móvil del soldado, murmuró la misma palabra, que dijo en la ermita, manchó un dedo en la sangre, y se pintó los párpados. Cuando volvió a mirar, fijó en mí sus pupilas blancas.

Éramos dos seres idénticos unidos por cordón de plata. Ella era material, yo, todo espíritu.

- Je pourrais vous tuer dès maintenant (Podría matarte ahora mismo) - susurró Loa, a través de mi boca. Enredó la mano en el cordón de plata y dio un tirón seco, fuerte, y luego me agitó a ambos lados. Sentí un dolor terrible mientras me balanceaba como una cometa rota. Él permaneció impasible, mirándome de ese modo terrible con mi rostro sin alma. Siguió en castellano, mezclando ocasionalmente idiomas, siempre con un acento muy fuerte - Podría destruirte, mujer, por completo, borrando todo atisbo de tu existencia. Dites-moi, donne-moi une raison pour ne pas le faire? (Dime, ¿me das una razón para no hacerlo?).

- Oui, vous voulez quelque chose de moi (Sí, quieres algo de mí) - dije, tras pensarlo un momento. Y me oyó, ya lo creo. Inclinó la cabeza a un lado - Si no quisieras algo de mí, ya me habrías matado.

- Vraiment (Cierto) - dudó - Digamos que puedes ayudarme a conseguir una cobertura, en un momento en que cada minuto cuenta. Porque no voy a seguir con los que había elegido para ser mi bando y no quiero tener que enfrentarme a una persecución difícil - hizo una ligera pausa - Quiero que digas que me has matado.

- ¿Que diga que...?

- No es buena idea fiarse de ti, lo sé incluso mientras hago este trato contigo. Si pudiera quedarme en este cuerpo, quizá me lo plantease en serio - Rebeca Dos se cubrió los pechos con las manos. Al ver mi expresión rió - Podría hacer mucho con él, acercarme al Cazademonios, o a Hidalgo, a Rodrigo... Podría destruirlos a todos, poco a poco, sin que llegasen a saber qué estaba ocurriendo. Pero, un verdadero cambio de cuerpo requiere un ritual muy largo y difícil, ni siquiera sé si sobreviviríamos a ello; esto sólo puede ser temporal. Debo regresar a mi cuerpo y ponerlo a salvo - hizo una mueca - Además, como te digo, ya no tengo un sitio claro en esta guerra. Ese Rey no es Damballah, no es un Loa auténtico... No sé qué es, pero no es lo que yo pensaba.

- Es un demonio. Uno de sus líderes. Y tú, cabrón, has ayudado para que venta a este mundo y nos destruya a todos.

Rebeca Dos hizo una mueca. Arrojó los dos móviles, el del soldado y el mío, al suelo y los pisó con saña, destrozándolos.

- Por lo que sé, vuestro sistema de seguridad funciona muy bien ahora mismo, Popov y su gente no puede acceder a tu blog, ni a los de los otros. Habla con los tuyos, busca el modo de que Popov crea que me has matado y te devolveré la ayuda en el futuro. Volveré a ponerme en contacto.

Nada más decir eso, sus ojos giraron en las órbitas y cayó redonda, como si la hubiese fulminado un rayo. Estaba tan debilitada que no pude volver a salir, para avisar, y allí no había más móviles, de modo que eché a correr.

Para cuando llegué a los alrededores de la ermita, el combate había terminado. Loa no estaba por ningún sitio, había huido, y los zombis habían sido abatidos, pero las ruinas ardían, y parte del bosque... Y Sol y el soldado de Marea estaban muertos. Jon había resultado malherido, por el rebote de una bala, pero creemos que lo superará. Más le vale o yo...

Esto empieza a superarme. Por completo.

Pobre Sol, pobre niña. No consigo aceptar que ya no va a iluminar más nuestras vidas.

No sé qué haremos ahora. No he tenido ganas de preguntarlo.

Cuando tu enemigo te perdona la vida, es un día amargo.

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