miércoles, 24 de agosto de 2011

Miércoles Pasando Algo en Pueblo B

Uno de los grabados de la serie The homes of Ober-Ammergau, pintados por Eliza Pratt Greatorex en 1872. Lo he coloreado yo, conste, y creo que no ha quedado nada mal.

Total, no puedo dormir. Me apetecía entretenerme con algo.

Esta tarde hemos sufrido un golpe terrible. Habíamos ido al Pueblo B, porque Radar captó repentinamente algo. Lo llamó "un destello", una impresión de un Nuiz, como alguien quitándose una capa y volviéndosela a poner rápidamente. Supusimos que se trataba de Popov y su gente, aunque no podía estar seguro porque, no tuvo ninguna duda, usaban alguna clase de magia de camuflaje.

Decidimos ir, Enrique, Javier y yo, con Radar para poder guiarnos, si captaba algo más estando cerca.

Rondamos un par de horas hasta decidir que, definitivamente, el pueblo parecía vacío. Y triste. Es inaudito lo que es capaz de hacer el tiempo. Mi madre decía siempre que una casa vacía envejece más rápido, y es cierto. Aunque han pasado pocos meses, ya empieza a notarse el abandono del Pueblo B, la completa falta de atenciones en todo. La vegetación está creciendo sin control, con malas hierbas resquebrajando la piedra de la plaza y las paredes, y los montones de tierra casi han cubierto por completo el pequeño aparcamiento asfaltado que había junto a la puerta del bar. La fuente de caño se ha secado en algún momento, o quizá es que está obstruida, no sé.

Radar estaba preocupado. Dijo que algo captaba de vez en cuando, pero de un modo muy extraño, como la luz parpadeante de una vela.

- Creo que intenta ocultarse - murmuró - Aunque igual lo que pasa es que intenta mostrarse...

- Puede ser una trampa - Enrique miró el exterior del Hummer con aprensión, mientras comprobaba su pistola - Seguramente lo será.

- No está de más que asumamos que lo es. Precaución. Echemos un vistazo - Javier me hizo un gesto - Quedaos aquí Radar y tú. Si veis algo, cualquier cosa rara, toca el claxon.

Yo iba a protestar, cómo no, pero no me dieron opciones. Enrique y Javier bajaron del coche y empezaron a registrar el pueblo. Nos quedamos solos Radar y yo, en absoluto silencio. Ninguno de los dos teníamos muchas ganas de hablar y ya nos hemos hecho lo suficientemente amigos como para no tener que rellenarlo todo con cháchara inútil. Sonó mi teléfono móvil. Contesté de inmediato.

- ¿Reb? - era Jon. De fondo, oí la voz de mi hija, diciendo: "Diez... Nueve... Ocho..." - Escucha, Beatriz dice que va a pasar algo...

- ¿Algo? - pregunté, sorprendida - ¿El qué?

- Va a pasar algo... - repitió entonces Radar, a mi lado, inquieto. Miró el cielo, que estaba encapotado, se volvió hacia atrás, para divisar la plaza de piedra. Hace tiempo que ya sé que ve, de otra manera, sí, pero ve, con sus ojos blancos - Oh, mierda...

- No sabe - dijo Jon. "Cinco... Cuatro... Tres..." - Sólo dice que...

No le hice más caso, porque en ese momento, al mirar por el cristal retrovisor intentando ver lo que había visto Radar, descubrí al individuo grande, negro, armado con una ametralladora, que se nos había colocado detrás. Ni siquiera lo pensé, solté el teléfono, engrané la reductora, metí marcha atrás y pisé a fondo el acelerador. El Hummer quemó llanta retrocediendo violentamente, mientras el hombre disparaba, provocando un gran estruendo y destrozando los cristales. Radar y yo nos encogimos como pudimos en los asientos. Casi al momento, por delante, vi aparecer otro individuo que también empezó a disparar, pero no paré. En esos momentos no tenía tiempo para ocuparme de él.

Atropellé al de atrás y lo aplasté violentamente contra la fuente de caño. Con cualquier coche, le hubiese reventado. Un Hummer hace más daño, un daño bestial, bien puedes imaginarlo. La sangre salpicó por todos lados.

- ¡A cubierto! - me gritó Radar. Desenfundó el arma, abrió la puerta de su lado y salió rodando. Yo no le hice caso; tampoco es que me lo pensara mucho más. Puse primera y pisé a fondo el acelerador, mientras intentaba recordar los consejos de Radar sobre mi Nuiz, visualizando una película protectora donde antes había estado el parabrisas. No sé si eso sirvió de algo, si las balas se estrellaron contra esa protección o si, simplemente, sólo disparaba para hacer espectáculo, sin apuntarme a mí realmente; en cualquier caso, ninguna llegó a alcanzarme. El hombre intentó apartarse en el último momento, pero era demasiado tarde. Me lo llevé por delante.

Cuando paré, me dio la sensación de que nunca había escuchado un silencio tan profundo. Al menos, así fue durante unos minutos.

- ¿Reb? ¿Reb? - oí, amortiguado. El teléfono estaba en el suelo del coche - ¿Mamá?

Lo recogí, jadeando.

- Así me gusta. Soy tu madre, no un ligue. Tranquilo, todo va bien - abrí la puerta y salí a medias. Radar estaba levantándose del suelo. Por el fondo, llegaban corriendo Javier y Enrique - Estamos todos...

Y, entonces, el desastre.

Zaf, zaf... Algo así oí, como zumbidos, o silbidos. Radar pareció sobresaltarse una vez, dos, y luego cayó redondo al suelo. Javier gritó, tardé en entender que me decía que me metiera en el coche. Enrique había empezado a disparar hacia un tejado, una de las casas que rodeaban la plaza. Segundos después, se oyó un motor, al otro lado del edificio. Javier y Enrique corrieron hacia allí, yo fui a por Radar.

Todavía estaba vivo, pero inconsciente, con dos balazos en el pecho. Me quité la chaqueta y traté de parar la hemorragia como pude. En cuanto regresaron Javier y Enrique, lo metimos en el coche y volvimos a Villa A, conduciendo como locos.

El doctor Contreras ha hecho lo que ha podido, pero... no sabemos todavía si conseguirá sobrevivir, está muy grave. Y eso que hemos contado con la ayuda de Marea, alguien que ha demostrado ser muy útil para impedir las hemorragias. En cuanto supo qué había ocurrido, Sol fue a buscarla. El poder de Marea es controlar el flujo de líquidos. Un Nuiz que puede parecer absurdo, o útil para una camarera, pero que, si lo piensas bien, resulta impresionante. No en vano somos, sobre todo, agua.

Javier ha organizado los turnos de vigilancia, dejando claro que los hermanos López Val habían nacido para esta vida de peligros. Incluso Sol ha asumido que es él quien da las órdenes. Me he enterado de que, durante estos meses, han empezado a llamarle Cazademonios. Vives veinte años con alguien y siempre te sorprende...

Justo después de cenar he salido fuera, al porche, para fumarme un cigarro (lo sé, lo sé, lamentable haber vuelto a caer, no por las posibles enfermedades que, en estos tiempos, nadie tiene grandes expectativas de vida, si no por lo difícil que es a veces conseguir tabaco y quizá ya nadie lo fabrique), y me ha ordenado que entre. Iba a mandarle al infierno, pero como estaba cerca Jon me he callado.

- ¿Qué más da? Ya han intentado su jugada del día - he dicho, intentando quitarle importancia. Me asfixiaba dentro, es la verdad. Javier ha inspirado profundamente, me ha cogido el cigarro con toda delicadeza, lo ha tirado al suelo y lo ha pisado - ¡Eh!

- Eres una mujer lista, Reb. Fíjate bien en lo que ha pasado. Llevamos tiempo esperando la llegada de Popov y su gente, para tender una trampa, y nos la han tendido a nosotros. Y, si tengo que apostar, diría que su objetivo era Radar: querían disimularlo, pero claramente han ido a por él porque, de haberlo querido, nos hubiesen podido matar a todos - ha hecho una mueca, mientras yo empezaba a sentir auténtico miedo - Nos han dejado ciegos.

1 comentario:

  1. Hola, Rebeca, besitos míos y de Rosario.
    Vengo a devolverte la visita y, para que veas que no te tengo rencor, te voy a dar una primicia que aún no he contado en mi blog. El otro día me pilló por su cuenta don José María y, justo cuando me estaba levantando el camisón, aparecieron unos zombis y nos interrumpieron.

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