jueves, 4 de agosto de 2011

Jueves del Tridente Rojo

Como los datos de la imagen estaban en chino o algo así, puse enlace a su página en wikimedia. Así, de paso, se ve el original. Yo lo he coloreado en parte.

Pensé escribir antes, pero estaba tremendamente cansada. Tras la noche que he pasado, me apetecía dormir. Y más, sin estar agobiada por el Nuiz de Hidalgocinis. Lo siento por él, pero todos sabíamos que era temporal. Y ha supuesto un tremendo infierno. No tengo muchas ganas de dar un respiro a Brau, al menos no ahora mismo.

Pero anoche, todavía vivía como flotando en un delirio. Las visiones y la realidad se confundían. De hecho, cada vez tenía menos sentido todo.

Los molinos blancos, los muertos azules, las manos verdes... y de pronto veía también una especie de tridente, de color muy rojo, que cortaba el aire dejando una estela con forma de runa. Me resultaba... espeluznante, temía que terminase la runa, que se completase el dibujo, como el pentáculo de un conjuro aterrador que terminaría con todo. Y, había algo más. Olor a pólvora, a metal y a carne quemada...

Entre esos delirios se tambaleaba mi mente cuando fui hacia los camiones, me deslicé sigilosamente entre los toldos. Había gente de guardia por todo el campamento, siempre la hay, militares y guardia civil, que ya no es lo que entendíamos antes, o quizá es que el nombre ha vuelto a sus orígenes, no lo sé: son civiles que colaboran con los militares en el mantenimiento del orden.

He aprendido muchas cosas en los últimos meses. Por ejemplo, a deslizarme sin que se me oiga mucho. Así pude llegar hasta los camiones. No había nadie, pero no tardaron en cambiar las cosas. Sentí a mi lado una presencia, casi grito, pero una mano me tapó la boca. Era Enrique, que me llamó de todo, por irme de esa manera. No repliqué. Aparte de que tenía razón, todavía no hemos superado lo ocurrido en tierras de La Madre. Necesitamos tiempo.

Estaba riñéndome cuando oímos un ruido. Nos quedamos quietos, esperando, y en pocos segundos apareció el individuo ese, el supuesto hijo de la mujer. Subió al primer camión del agua y le perdimos de vista, así que hice un gesto a Enrique para que me siguiera, pero él me agarró y se coló delante. Se asomó al camión...

Le vi salir despedido, por una violenta patada en plena cara.

Enrique cayó hacia atrás y el hombre volvió a salir del camión, esgrimiendo una jeringuilla bastante grande, llena con un líquido amarillo. Tardó un momento en verme, lo suficiente como para que me diese tiempo a propinarle un par de golpes. El tercero, lo bloqueó sin mayor problema. Me manejo ya bastante bien en combate cuerpo a cuerpo, pero no tardé en percatarme de que no era rival para él. Me arreó un par de guantazos considerables.

La noticia mala llegó al darme cuenta de que no oía nada, absolutamente nada. El individuo ese debía tener un Nuiz que provocaba silencio, por lo cual, nadie se alertaría de lo que estaba pasando. A menos que Enrique recuperase el conocimiento, andaba fina. Desesperada, busqué quitarme disimuladamente un guante. Que pareciera accidental, no fuese a ponerse suspicaz y se liase más la cosa.

Y, por eso, la noticia buena llegó un segundo después, cuando, tras una potente patada, le di yo un puñetazo en pleno rostro.

Sentí algo como de electricidad estática hormigueando por mi cuerpo y, de pronto, el peso de las visiones se disipó. Como hielo al sol en una playa tropical. Sssshhh... y luego nada.

El hombre me empujó, caí contra un toldo y me agarré, arrastrando parte de la estructura conmigo. El estruendo fue notable y tuvo respuesta, voces de los soldados que estaban de guardia en las cercanías. El hombre me miró perplejo, dudó un momento y echó a correr; pero se detuvo un segundo para volver a mirarme, a pocos metros.

- Puta - masculló. Nunca me había alegrado tanto de oír a alguien insultarme - Juro que llevaremos tu cabeza a los Sabios.

Un disparo lo sacudió todo. El individuo cayó hacia atrás, gritando. Enrique se levantó, la pistola todavía en la mano.

- No lo mates - le advertí. Él agitó la cabeza.

- No pensaba hacerlo. Hay que interrogarlo - nos acercamos. El hombre parecía inconsciente, pero aún así extremamos la cautela, al menos hasta que comprobamos que su aspecto había cambiado, por completo. Su rostro no era el mismo, este era más ancho, con las cejas más gruesas.

Ahogué una exclamación. Así que tenía razón aquella visión, el hijo de esa mujer ya no estaba entre los vivos. A saber cuándo lo intercambiaron. Supuse que conseguirían el aspecto idéntico por medio de magia, que se había disipado con el shock y el desmayo.

Los soldados se llevaron al saboteador. Todavía no sé si ha dicho algo útil, algo que explique su acción. Rolando se unió a Enrique en la tanda de broncas. Intenté usar el nuevo Nuiz, para no tener que aguantarlo, pero no funcionó.

Tampoco ha importado mucho. Estaba demasiado feliz viéndome libre del Nuiz de Hidalgocinis. Luego, he pasado casi todo el día durmiendo, acurrucada en mi asiento del Hummer, excepto cuando he ayudado a Blanca a trabajar en el comedor, en el reparto para la comida. Es una chica muy agradable, incluso con los tiempos que corren, en que la gente tiene poca paciencia y es poco dada a la amabilidad. Creo que podremos ser amigas.

A eso de las cuatro y media me han despertado las voces y he visto que nos sobrevolaba un verdadero ejército de bichejos voladores (de ahí el gráfico que he puesto, son harpías, se parecen mucho, quizá la figura mitológica deriva de ahí). Rolando ha jurado en arameo, pero ha sido Enrique el que ha expresado en voz alta lo que los tres pensábamos:

- Si la hidra está descabezada - ha dicho - ¿Qué hacen esos uniéndose a la fiesta?

Una buena pregunta. Rolando ha apretado los labios y no ha contestado.

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