El entierro prematuro, de Antoine Joseph Wiertz, 1854.
Me atormenta ese rostro transfigurado por el espanto, esa boca distorsionada por un grito de horror. Resulta espeluznante.
Yo no he hecho eso, no he hecho nada malo. El problema es que, mientras insisto en repetirlo, en mi interior sé que... Oh, Dios, me estoy volviendo loca.
Hoy es domingo, pero en estos días han pasado muchas cosas, demasiadas para una sola entrada. Iré contándolas lo mejor que pueda, quizá una justo a continuación de la otra o quizá lo deje con esto hoy y siga mañana. En todo caso, la historia sera una y única. Juzgad vosotros hasta qué punto soy o no culpable de algo...
El otro día oí un ruido, sí. Salí de la tienda y me encontré con una figura conocida: Volodia Popov. Iba envuelto en una especie de capa oscura que lo difuminaba en la negrura del mundo, en cuanto se separaba unos pocos metros. Al otro, no lo vi en un principio. También iba de oscuro, aunque su rostro era muy pálido. Alto y extremadamente delgado, con ojos como carbones encendidos.
Popov tenía una pistola. Me indicó que entrase en el Hummer. Ellos se sentaron atrás. Nos miramos a través del espejo retrovisor.
- Rebeca, los Sabios quieren tu muerte - me abstuve de preguntar quiénes eran los Sabios. El saboteador que detuvimos con el agua también los mencionó. Alguna panda de tarados. Me tienen harta - Debería matarte ahora mismo por tu sacrilegio, pero en realidad he venido a ofrecerte algo - adelantó la pistola y me acarició el cuello - Por los viejos tiempos, devushka.
- No vas a disparar. Alertarías a todos. Pero yo sí pienso gritar. Total, me da por culo todo lo que pueda pasarme - le dije, brutalmente - Rolando ha muerto. Ya no me importa nada...
- Pero qué mala madre has sido siempre - chasqueó los dientes. No pude evitar alarmarme. ¿Se refería a Beatriz? - No te conviene perder esta oportunidad. No es verdad, Rolando no está muerto.
Eso me sobresaltó.
- Qué tontería. Murió prácticamente en mis brazos. Le he visto muerto durante días. Le han hecho pruebas y de todo. Está muerto.
- No lo está. Está... atrapado. Pero puede ser liberado. El tiempo apremia. Pronto su cuerpo no servirá de nada. Le pasa como tu amigo Brau, la conexión se pierde, y el cuerpo abandonado detrás lo sufre. Pero mi amigo - señaló a su acompañante, que no se inmutó - puede restaurar las cosas.
- ¿Quién es?
- ¿A quién le importan ya los nombres? Puedes referirte a él por Loa. Es su alias.
Loa, pensé. El nombre de los espíritus del vudú. Estaba por asegurar que aquel tipejo siniestro era Damballa en persona. Y, por supuesto, aquello sembró la idea de la explicación de todo, pero me negué a creerlo.
- ¿Me puede devolver a Rolando? ¿Pero sería Rolando de verdad?
- ¿Qué otro iba a ser? Ya te digo que simplemente el cordón de plata se ha roto. No está muerto, esto no es una novela de terror, es la vida real. Loa ayudará a Rolando a regresar. Y tú estarás contenta.
- Y... ¿a cambio?
- A cambio, nos dejarás extraer una cosa del cuerpo de Rolando.
- ¿El qué?
- No te lo puedo decir. No te corresponde. Pero no será nada perjudicial para Rolando. Lo que pasa es que necesitamos que esté despierto y relajado, o no saldrá bien. Tú puedes ayudarnos en eso. Y apremia el tiempo. Si pasa de esta noche, no sé si será viable.
Supongo que me lo pensé un par de minutos, pero estaba decidido desde el mismo instante en que se me planteó la posibilidad. Ignoré mis aprensiones sobre el vudú, olvidé que estaba en presencia del asesino de mi padre, del hombre que amenazaba a mis hijos. ¡Recuperar a Rolando! Por cierto, eso justificaba cualquier cosa.
O eso creía.
Les llevé sigilosamente al camión donde esperaba el ataúd de Rolando. Lo abrieron, sin hacer ningún ruido. A la luz de la antorcha la piel de Rolando parecía plata azul. Me dio miedo. Loa empezó a murmurar algo, pasó las manos sobre el rostro de Rolando. Al tercer pase, el cuerpo que había parecido muerto, abrió los ojos. Estaban blancos. Muertos. Ahogué un grito.
- Tais-toi, femme! - ordenó Loa. Apoyó una mano en el corazón de Rolando - Bat, bat, les routes de fusionner,les frontières disparaissent...
El cuerpo se estremeció, como con una convulsión. Pero esta vez no grité. Estaba demasiado aterrada.
- Tócale, devushka- susurró Popov. Loa desenvainó un cuchillo, una pequeña daga de plata - Cógele una mano, dile algo tranquilizador.
Yo obedecí. Le cogí la mano y susurre "Amor mío, esto es necesario, volveremos a estar juntos. Nada más importará..." o alguna sandez semejante. Entonces, Loa clavó la daga y realizó una incisión no muy larga, pero sí profunda. El cuerpo no sangró. No sangró. Debí pensar en ello. Pero, la mano de Rolando apretó salvajemente la mía y pensé "los muertos no sufren dolor".
- ¡Estás vivo! - exclamé, y la voz se me ahogó entre lágrimas, mientras le besaba - ¡Vivo, vivo, vivo...!
- Cálmate - me ordenó Popov. Loa estaba cosiendo la herida, usando una aguja de tamaño considerable y un cordel grueso. Me maldije, por no haber estado atenta a ver qué era lo que querían extraerle. Pero qué ilusa soy... - Al final, vas a alertar a alguno de tus amigos y vamos a tener un disgusto.
- Nada me impide avisarles ahora - repliqué, encendida. Popov y Loa intercambiaron una mirada.
- Yo que tú, mantendría esto en secreto. Te recuerdo que todos le daban por muerto. Está en un ataúd, mañana lo enterrarán. Dime, ¿qué crees que harán Grecia, o Hidalgocinis, o qué hará Casas? ¿O peor, qué hará Rodrigo? Está loco, lo sabes. Perdió la cabeza hace mucho y, encima, su hija ha muerto. Cogerá esa espada que tanto le gusta y abrirá a Rolando por la mitad. Por simple precaución. Y, si tú te interpones... - me miró una mirada un tanto turbia - Bueno, a saber. Quizá empiece usando otra cosa antes que la espada. Pero terminará blandiendo a Espiga de Arroz. No lo dudes.
- No es cierto. Rodrigo... - bueno, no pude defender su cordura. No la tiene - Él no haría eso.
- ¿Lo primero, o lo segundo? - se echó a reír entre dientes - Ambas cosas, ya lo creo. Seguro que sí. En todo caso, te diré lo que haré yo - se inclinó hacia mí: - Te he devuelto a Rolando por cortesía, ya que nos ayudas, y por los viejos tiempos. Pero no voy a permitir de ningún modo que siga siendo un peligro para mi bando. Loa puede traerlo. Loa puede llevárselo.
El hombre espectro apretó su mano sobre el corazón de Rolando.
- Dors, dors,routes séparées, disntancias surgissent...
Rolando se estremeció. La mano que sujetaba la mía perdió fuerza. Tuve la sensación de que volvía a verle morir, y casi muero con él.
- ¡No! ¡Detente! - supliqué y lloré, aterrada. Estaba también confusa, aturdida. No podía pensar claramente - ¡Está bien, no diré nada! ¡Nada en absoluto!
Loa se detuvo. Tras terminar lo que estuviera haciendo (un ritual vudú, un zombi, me decía una vocecilla, la poca cordura que me quedaba a mí, y que se ahogaba en el remolino de dolor), ordenó a Rolando que se sentase. Rolando lo hizo. Miró al frente, como si nada importase. Pero, cuando me interpuse... juraría que sus pupilas titilaron. Quiero jurarlo. Quiero creerlo.
- Le mantendrás contigo, en secreto - me ordenó Popov. Asentí, repitiendo esas palabras como si fuesen un conjuro. Otra vez, ese leve titilar en los ojos de Rolando, esa sensación de que había alguien al otro lado, mirándome en respuesta. Popov y Loa se dispusieron a irse - Loa lo sabrá, si transgredes el pacto. Спокойной ночи, Ребекка.
Me quedé sola con Rolando. Tardé un poco en reaccionar. Me dio miedo que nos encontraran, así que le pedí que me ayudase. Llenamos de rocas su ataúd, para simular su peso, y lo aseguré con unos clavos y mi Nuiz de energía. El que él me había dejado en herencia.
Luego, me lo llevé a mi tienda. Intenté que cenase algo, pero no comía si no insistía, y no hablaba. Yo le necesitaba tanto, tanto, después de estos días tan terribles... Hicimos el amor. Estaba frío, y duro, y yo era cálida y moldeable como arcilla. Luego, por si acaso venía alguien por la mañana, le llevé al Hummer, puse unos toldos, le tapé bien y le ordené que no se moviera de allí.
A Enrique y a Jon les dije que fuesen en otro vehículo, que quería estar sola. Se lo dije a todo el mundo. A la mierda el mundo, pensaba.
Quería estar con él.
Me atormenta ese rostro transfigurado por el espanto, esa boca distorsionada por un grito de horror. Resulta espeluznante.
Yo no he hecho eso, no he hecho nada malo. El problema es que, mientras insisto en repetirlo, en mi interior sé que... Oh, Dios, me estoy volviendo loca.
Hoy es domingo, pero en estos días han pasado muchas cosas, demasiadas para una sola entrada. Iré contándolas lo mejor que pueda, quizá una justo a continuación de la otra o quizá lo deje con esto hoy y siga mañana. En todo caso, la historia sera una y única. Juzgad vosotros hasta qué punto soy o no culpable de algo...
El otro día oí un ruido, sí. Salí de la tienda y me encontré con una figura conocida: Volodia Popov. Iba envuelto en una especie de capa oscura que lo difuminaba en la negrura del mundo, en cuanto se separaba unos pocos metros. Al otro, no lo vi en un principio. También iba de oscuro, aunque su rostro era muy pálido. Alto y extremadamente delgado, con ojos como carbones encendidos.
Popov tenía una pistola. Me indicó que entrase en el Hummer. Ellos se sentaron atrás. Nos miramos a través del espejo retrovisor.
- Rebeca, los Sabios quieren tu muerte - me abstuve de preguntar quiénes eran los Sabios. El saboteador que detuvimos con el agua también los mencionó. Alguna panda de tarados. Me tienen harta - Debería matarte ahora mismo por tu sacrilegio, pero en realidad he venido a ofrecerte algo - adelantó la pistola y me acarició el cuello - Por los viejos tiempos, devushka.
- No vas a disparar. Alertarías a todos. Pero yo sí pienso gritar. Total, me da por culo todo lo que pueda pasarme - le dije, brutalmente - Rolando ha muerto. Ya no me importa nada...
- Pero qué mala madre has sido siempre - chasqueó los dientes. No pude evitar alarmarme. ¿Se refería a Beatriz? - No te conviene perder esta oportunidad. No es verdad, Rolando no está muerto.
Eso me sobresaltó.
- Qué tontería. Murió prácticamente en mis brazos. Le he visto muerto durante días. Le han hecho pruebas y de todo. Está muerto.
- No lo está. Está... atrapado. Pero puede ser liberado. El tiempo apremia. Pronto su cuerpo no servirá de nada. Le pasa como tu amigo Brau, la conexión se pierde, y el cuerpo abandonado detrás lo sufre. Pero mi amigo - señaló a su acompañante, que no se inmutó - puede restaurar las cosas.
- ¿Quién es?
- ¿A quién le importan ya los nombres? Puedes referirte a él por Loa. Es su alias.
Loa, pensé. El nombre de los espíritus del vudú. Estaba por asegurar que aquel tipejo siniestro era Damballa en persona. Y, por supuesto, aquello sembró la idea de la explicación de todo, pero me negué a creerlo.
- ¿Me puede devolver a Rolando? ¿Pero sería Rolando de verdad?
- ¿Qué otro iba a ser? Ya te digo que simplemente el cordón de plata se ha roto. No está muerto, esto no es una novela de terror, es la vida real. Loa ayudará a Rolando a regresar. Y tú estarás contenta.
- Y... ¿a cambio?
- A cambio, nos dejarás extraer una cosa del cuerpo de Rolando.
- ¿El qué?
- No te lo puedo decir. No te corresponde. Pero no será nada perjudicial para Rolando. Lo que pasa es que necesitamos que esté despierto y relajado, o no saldrá bien. Tú puedes ayudarnos en eso. Y apremia el tiempo. Si pasa de esta noche, no sé si será viable.
Supongo que me lo pensé un par de minutos, pero estaba decidido desde el mismo instante en que se me planteó la posibilidad. Ignoré mis aprensiones sobre el vudú, olvidé que estaba en presencia del asesino de mi padre, del hombre que amenazaba a mis hijos. ¡Recuperar a Rolando! Por cierto, eso justificaba cualquier cosa.
O eso creía.
Les llevé sigilosamente al camión donde esperaba el ataúd de Rolando. Lo abrieron, sin hacer ningún ruido. A la luz de la antorcha la piel de Rolando parecía plata azul. Me dio miedo. Loa empezó a murmurar algo, pasó las manos sobre el rostro de Rolando. Al tercer pase, el cuerpo que había parecido muerto, abrió los ojos. Estaban blancos. Muertos. Ahogué un grito.
- Tais-toi, femme! - ordenó Loa. Apoyó una mano en el corazón de Rolando - Bat, bat, les routes de fusionner,les frontières disparaissent...
El cuerpo se estremeció, como con una convulsión. Pero esta vez no grité. Estaba demasiado aterrada.
- Tócale, devushka- susurró Popov. Loa desenvainó un cuchillo, una pequeña daga de plata - Cógele una mano, dile algo tranquilizador.
Yo obedecí. Le cogí la mano y susurre "Amor mío, esto es necesario, volveremos a estar juntos. Nada más importará..." o alguna sandez semejante. Entonces, Loa clavó la daga y realizó una incisión no muy larga, pero sí profunda. El cuerpo no sangró. No sangró. Debí pensar en ello. Pero, la mano de Rolando apretó salvajemente la mía y pensé "los muertos no sufren dolor".
- ¡Estás vivo! - exclamé, y la voz se me ahogó entre lágrimas, mientras le besaba - ¡Vivo, vivo, vivo...!
- Cálmate - me ordenó Popov. Loa estaba cosiendo la herida, usando una aguja de tamaño considerable y un cordel grueso. Me maldije, por no haber estado atenta a ver qué era lo que querían extraerle. Pero qué ilusa soy... - Al final, vas a alertar a alguno de tus amigos y vamos a tener un disgusto.
- Nada me impide avisarles ahora - repliqué, encendida. Popov y Loa intercambiaron una mirada.
- Yo que tú, mantendría esto en secreto. Te recuerdo que todos le daban por muerto. Está en un ataúd, mañana lo enterrarán. Dime, ¿qué crees que harán Grecia, o Hidalgocinis, o qué hará Casas? ¿O peor, qué hará Rodrigo? Está loco, lo sabes. Perdió la cabeza hace mucho y, encima, su hija ha muerto. Cogerá esa espada que tanto le gusta y abrirá a Rolando por la mitad. Por simple precaución. Y, si tú te interpones... - me miró una mirada un tanto turbia - Bueno, a saber. Quizá empiece usando otra cosa antes que la espada. Pero terminará blandiendo a Espiga de Arroz. No lo dudes.
- No es cierto. Rodrigo... - bueno, no pude defender su cordura. No la tiene - Él no haría eso.
- ¿Lo primero, o lo segundo? - se echó a reír entre dientes - Ambas cosas, ya lo creo. Seguro que sí. En todo caso, te diré lo que haré yo - se inclinó hacia mí: - Te he devuelto a Rolando por cortesía, ya que nos ayudas, y por los viejos tiempos. Pero no voy a permitir de ningún modo que siga siendo un peligro para mi bando. Loa puede traerlo. Loa puede llevárselo.
El hombre espectro apretó su mano sobre el corazón de Rolando.
- Dors, dors,routes séparées, disntancias surgissent...
Rolando se estremeció. La mano que sujetaba la mía perdió fuerza. Tuve la sensación de que volvía a verle morir, y casi muero con él.
- ¡No! ¡Detente! - supliqué y lloré, aterrada. Estaba también confusa, aturdida. No podía pensar claramente - ¡Está bien, no diré nada! ¡Nada en absoluto!
Loa se detuvo. Tras terminar lo que estuviera haciendo (un ritual vudú, un zombi, me decía una vocecilla, la poca cordura que me quedaba a mí, y que se ahogaba en el remolino de dolor), ordenó a Rolando que se sentase. Rolando lo hizo. Miró al frente, como si nada importase. Pero, cuando me interpuse... juraría que sus pupilas titilaron. Quiero jurarlo. Quiero creerlo.
- Le mantendrás contigo, en secreto - me ordenó Popov. Asentí, repitiendo esas palabras como si fuesen un conjuro. Otra vez, ese leve titilar en los ojos de Rolando, esa sensación de que había alguien al otro lado, mirándome en respuesta. Popov y Loa se dispusieron a irse - Loa lo sabrá, si transgredes el pacto. Спокойной ночи, Ребекка.
Me quedé sola con Rolando. Tardé un poco en reaccionar. Me dio miedo que nos encontraran, así que le pedí que me ayudase. Llenamos de rocas su ataúd, para simular su peso, y lo aseguré con unos clavos y mi Nuiz de energía. El que él me había dejado en herencia.
Luego, me lo llevé a mi tienda. Intenté que cenase algo, pero no comía si no insistía, y no hablaba. Yo le necesitaba tanto, tanto, después de estos días tan terribles... Hicimos el amor. Estaba frío, y duro, y yo era cálida y moldeable como arcilla. Luego, por si acaso venía alguien por la mañana, le llevé al Hummer, puse unos toldos, le tapé bien y le ordené que no se moviera de allí.
A Enrique y a Jon les dije que fuesen en otro vehículo, que quería estar sola. Se lo dije a todo el mundo. A la mierda el mundo, pensaba.
Quería estar con él.
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