Hoy, Jon ha llevado a Beatriz al colegio, así que no he tenido excusa para presentarme en la cafetería. No me he movido de casa. Continuo sumida en un mar de dudas. Y tendría que llamar a mi madre, pero sigue sin apetecerme nada. Supongo que ha llegado el momento de explicar las razones de este rechazo.
Aquí os pongo un retrato de hombre. Obviamente, no es mi padre, a ver, no saquemos las cosas de quicio, pero se le parece mucho (por si alguien tiene mucho interés, este individuo fue Luis Felipe de Francia y no tuvo más remedio que pintarle Franz Xaver Winterhalter quien, seguro que de haber podido elegir, hubiese escogido un modelo menos sieso). Tiene ese mismo gesto y esa mirada de desagrado perpetuo, algo que sólo desaparece cuando te arrastras debidamente ante él, cumpliendo por completo sus deseos. O cuando le habla Beatriz, también es cierto. Con ella, es pura dulzura de abuelo. Sorpresas te da la vida. Claro que, a saber qué pasará si el día de mañana Beatriz decide hacerse ecologista o apuntarse a un partido de izquierdas.
Mi padre se llama Salvador Goyri. Es un individuo acostumbrado a ver el mundo desde una posición concreta. Por ello, percibe la gente como si tuviera distintos tamaños. Están los diminutos, los que apenas se ven y nada importan, los despreciables gusanitos que entretejen la alfombra sobre la que pisan los grandes; y están esos, los que de verdad cuentan, los que tienen su mismo tamaño o incluso algo más. Para ellos todo es amabilidad y respeto, reverencias continuas. Es importante encajar en el sistema, inclinarse lo debido ante los que ocupan puestos superiores, cuando se espera que los que están por debajo se arrastren ante ti. Es la línea de pensar de monárquicos y gentes afines a organizaciones caducas como la nobleza, adaptada de forma desconcertante a la política, donde la gente que te representa se da aires y se llama Excelencia, y te mira desde arriba mientras se le llena la boca de mentiras.
Vamos a dejarlo, aunque sigo en política. Y es que mi padre anda últimamente metiéndose mucho en ello, considerando si entrar en las listas de un partido, de derechas, por supuesto (ahora que el otro partido también de derechas pero aparentemente menos, ha caído en desgracia, tras gobernar desastrosamente), por no hablar de que la rama familiar de mi padre gozó de unas más que productivas buenas relaciones franquistas, en su época, de las que ya no se habla, que se negarían de hablarse, de las que no quedan pruebas porque todo se ha limpiado debidamente, pero cuyos efectos se siguen disfrutando. Qué mundo.
De ahí le vienen a esta disfuncional familia Goyri las dos fábricas y varios edificios en Bilbao, que tienen alquilados por pisos, el palacete de Neguri y las dos casas de Bilbao y Madrid, situadas en las mejores zonas. Mi padre hubiese querido que mi marido (no yo, claro, yo soy chica, qué gran decepción) se ocupara de los negocios, y hasta tuve la suerte de que me presentaran a varios jóvenes de buen pedigrí (para desdicha de mi padre, no podía obligarme a casarme con ninguno de ellos, los tiempos de los matrimonios impuestos pasaron), pero en eso se quedó también con las ganas.
Cómo te odiaba, por haberme enseñado que podía decir NO y seguir diciendo NO. A tener voluntad propia e imponerla en lo que me atañía.
Aquí os pongo un retrato de hombre. Obviamente, no es mi padre, a ver, no saquemos las cosas de quicio, pero se le parece mucho (por si alguien tiene mucho interés, este individuo fue Luis Felipe de Francia y no tuvo más remedio que pintarle Franz Xaver Winterhalter quien, seguro que de haber podido elegir, hubiese escogido un modelo menos sieso). Tiene ese mismo gesto y esa mirada de desagrado perpetuo, algo que sólo desaparece cuando te arrastras debidamente ante él, cumpliendo por completo sus deseos. O cuando le habla Beatriz, también es cierto. Con ella, es pura dulzura de abuelo. Sorpresas te da la vida. Claro que, a saber qué pasará si el día de mañana Beatriz decide hacerse ecologista o apuntarse a un partido de izquierdas.
Mi padre se llama Salvador Goyri. Es un individuo acostumbrado a ver el mundo desde una posición concreta. Por ello, percibe la gente como si tuviera distintos tamaños. Están los diminutos, los que apenas se ven y nada importan, los despreciables gusanitos que entretejen la alfombra sobre la que pisan los grandes; y están esos, los que de verdad cuentan, los que tienen su mismo tamaño o incluso algo más. Para ellos todo es amabilidad y respeto, reverencias continuas. Es importante encajar en el sistema, inclinarse lo debido ante los que ocupan puestos superiores, cuando se espera que los que están por debajo se arrastren ante ti. Es la línea de pensar de monárquicos y gentes afines a organizaciones caducas como la nobleza, adaptada de forma desconcertante a la política, donde la gente que te representa se da aires y se llama Excelencia, y te mira desde arriba mientras se le llena la boca de mentiras.
Vamos a dejarlo, aunque sigo en política. Y es que mi padre anda últimamente metiéndose mucho en ello, considerando si entrar en las listas de un partido, de derechas, por supuesto (ahora que el otro partido también de derechas pero aparentemente menos, ha caído en desgracia, tras gobernar desastrosamente), por no hablar de que la rama familiar de mi padre gozó de unas más que productivas buenas relaciones franquistas, en su época, de las que ya no se habla, que se negarían de hablarse, de las que no quedan pruebas porque todo se ha limpiado debidamente, pero cuyos efectos se siguen disfrutando. Qué mundo.
De ahí le vienen a esta disfuncional familia Goyri las dos fábricas y varios edificios en Bilbao, que tienen alquilados por pisos, el palacete de Neguri y las dos casas de Bilbao y Madrid, situadas en las mejores zonas. Mi padre hubiese querido que mi marido (no yo, claro, yo soy chica, qué gran decepción) se ocupara de los negocios, y hasta tuve la suerte de que me presentaran a varios jóvenes de buen pedigrí (para desdicha de mi padre, no podía obligarme a casarme con ninguno de ellos, los tiempos de los matrimonios impuestos pasaron), pero en eso se quedó también con las ganas.
Cómo te odiaba, por haberme enseñado que podía decir NO y seguir diciendo NO. A tener voluntad propia e imponerla en lo que me atañía.
Durante un tiempo, me pregunté si estaba detrás de todo. Bien sabe Dios que Salvador Goyri dispone de cualquier cosa menos de conciencia. Pero, no sé. O creo que no, o simplemente no puedo vivir pensando que sí. Vamos a dejarlo en que espero que no, con tantas fuerzas, tan intensamente, que hasta es posible que tenga razón.
Ahí sigue, Salvador Goyri, con su gesto seco y su frustración. Ahora intenta enredar a mi hijo en su tela de araña, olvidando que es el tuyo, olvidando incluso que intentó deshacerse de él. Quiere organizar el futuro de la familia, como reorganizó su pasado y como organiza su presente, día a día. Acomodar bienes, asegurar la descendencia y quién hereda qué y cómo, y todo eso.
Yo no cuento en el reparto, el rechazo es mutuo y sabe que no he aceptado nada desde el día en que me dijo que, o entregaba en adopción a mi hijo, o abortaba, o me iba de casa, con el cielo como techo y el frío y el hambre como únicas posesiones.
Me fui de casa y, a pensar de "La Reconciliación", todavía no he vuelto. Ni volveré.
Una decisión admirable, traer al mundo un hijo tu sola sin contar con la ayuda de nadie. Yo hubiera hecho lo mismo.
ResponderEliminarBesos
Gracias, Gara. Algún día contaré lo que sentí ese día, aunque a ratos me resulta indescriptible.
ResponderEliminarY volvería a hacer lo mismo, sí.
Abrazos.