Hoy había bastante gente. No sé si ser lunes influye en la ingesta de café, diría que sí. Por suerte, estaba todo dios arrimado a la barra, demasiado apurados por los horarios como para sentarse, y pude ocupar mi mesa de siempre.
Me había prometido mantenerme lo más calmada posible, pero debo admitir que en las distancias cortas soy un tanto torpe. Seguro que ya os habéis dado cuenta. Me pongo nerviosa, lo que me lleva a su vez a ponerme a la defensiva, y eso me convierte en alguien más huraño de lo habitual. Nada como conocerse a una misma, je. Esto de tener demasiado tiempo libre para psicoanalizarse es una mierda.
En un momento dado, Agustín ha ido a atender a otros clientes y el ejecutivo se ha acercado sin más ceremonias y se ha sentado conmigo. Al ver cómo le miraba, se ha echado a reír.
- Vamos, mujer. A estas alturas puede decirse que somos compañeros habituales de cafetería. Podría ser que hasta nos hiciéramos amigos, si olvidamos los comienzos y me disculpas. Soy Enrique, tú eres Rebeca - ha dicho, más o menos - El otro día me contaste muchas cosas. ¿Sigues buscando trabajo?
Ni a él ni a mí nos importaba ese tema, evidentemente. Pero sirvió para iniciar la conversación. Está claro que no necesito un sueldo para vivir, aunque debe ser maravilloso sentirse independiente, ganarse el dinero de forma directa. Pero, vamos, en ese aspecto Javier no es de esos babosos que mientras la mujer curra en casa (y curra de verdad, mucho más que yo y desde luego mucho más que él), se permite afirmar que es él quien trae el sueldo. En la puta calle los dejaba yo a esos, que se tengan que pagar la criada y la amante, y la niñera y la enfermera. Gentuza. Sobre todo los de otros tiempos, cuando encima impedían que las mujeres trabajasen fuera de casa porque eso los hacía sentir menos hombres.
No es mi caso. Y lo que busco es... no sé. Mi lugar en el mundo, sí.
Hace mucho, a tu lado, creí que lo conocía, que lo había alcanzado, pero desde que te fuiste sólo he estado dando tumbos de un lado a otro. Javier me dio un apoyo necesario, pero nunca querido.
Me siento tan mal a veces.
Supongo que Enrique se ha dado cuenta, porque me ha dejado hablar a lo largo de dos cafés. Y, no sé por qué, le he contado lo que ocurrió, contigo. Hace mucho que me prohibí hacerlo, pero en estos días lo he mencionado dos veces, con el bloguero de la apuesta y con Enrique Ugalde.
Se ha sorprendido mucho y no es de extrañar.
Luego me ha preguntado si tenía algo que hacer. Pensé: "Planchar, en casa", que no todo lo hace Rosa María, por supuesto. Pero no se lo iba a decir, quedaba cutre. He murmurado, en general, que andaba atareada, sí. Y me ha dicho que si podía posponer lo que fuese, podíamos pasar la mañana juntos. Que me lo pensara mientras me esperaba fuera, diez minutos. Luego, se marcharía. Sin rencores.
Se ha levantado y se ha ido y yo me he debatido en un mar de dudas. Qué iba a hacer, qué podía hacer, qué querría hacer...
Al cabo de unos minutos me he despedido de Agustín con un gesto (me ha parecido que me miraba raro, no sé, será la sensación de culpa) y he salido.
Enrique estaba junto a un coche. Me ha abierto la puerta.
Y...
Si le interesa a alguien lo que ha pasado a partir de aquí, quizá, quizá, lo cuente. Si no, para qué.
Ni a él ni a mí nos importaba ese tema, evidentemente. Pero sirvió para iniciar la conversación. Está claro que no necesito un sueldo para vivir, aunque debe ser maravilloso sentirse independiente, ganarse el dinero de forma directa. Pero, vamos, en ese aspecto Javier no es de esos babosos que mientras la mujer curra en casa (y curra de verdad, mucho más que yo y desde luego mucho más que él), se permite afirmar que es él quien trae el sueldo. En la puta calle los dejaba yo a esos, que se tengan que pagar la criada y la amante, y la niñera y la enfermera. Gentuza. Sobre todo los de otros tiempos, cuando encima impedían que las mujeres trabajasen fuera de casa porque eso los hacía sentir menos hombres.
No es mi caso. Y lo que busco es... no sé. Mi lugar en el mundo, sí.
Hace mucho, a tu lado, creí que lo conocía, que lo había alcanzado, pero desde que te fuiste sólo he estado dando tumbos de un lado a otro. Javier me dio un apoyo necesario, pero nunca querido.
Me siento tan mal a veces.
Supongo que Enrique se ha dado cuenta, porque me ha dejado hablar a lo largo de dos cafés. Y, no sé por qué, le he contado lo que ocurrió, contigo. Hace mucho que me prohibí hacerlo, pero en estos días lo he mencionado dos veces, con el bloguero de la apuesta y con Enrique Ugalde.
Se ha sorprendido mucho y no es de extrañar.
Luego me ha preguntado si tenía algo que hacer. Pensé: "Planchar, en casa", que no todo lo hace Rosa María, por supuesto. Pero no se lo iba a decir, quedaba cutre. He murmurado, en general, que andaba atareada, sí. Y me ha dicho que si podía posponer lo que fuese, podíamos pasar la mañana juntos. Que me lo pensara mientras me esperaba fuera, diez minutos. Luego, se marcharía. Sin rencores.
Se ha levantado y se ha ido y yo me he debatido en un mar de dudas. Qué iba a hacer, qué podía hacer, qué querría hacer...
Al cabo de unos minutos me he despedido de Agustín con un gesto (me ha parecido que me miraba raro, no sé, será la sensación de culpa) y he salido.
Enrique estaba junto a un coche. Me ha abierto la puerta.
Y...
Si le interesa a alguien lo que ha pasado a partir de aquí, quizá, quizá, lo cuente. Si no, para qué.
Ya sabes, la curiosidad es una mala amiga ... así que tú misma, si lo cuentas a lo mejor aprendo algo.
ResponderEliminarBesines, mona.
He seguido tu huella y nos dejas en suspense, ya sabes que la curiosidad mató al gato, así que si no te importa, continua por fa.
ResponderEliminarAndo un pelín perdida con los personajes, pero ya me pondré al día.
Abrazos
Gracias, chicas. Acabo de llegar a casa, en cuanto me centre un poco, lo cuento.
ResponderEliminarNo te preocupes, Gara, con calma. En realidad, no hay tanta gente en mi vida, supongo que no soy una persona muy sociable, pero sí que, si una se pone a hablar, va enredando la madeja. Si tienes alguna duda, dime, que te ayudaré encantada.
Saludos.