viernes, 15 de abril de 2011

El Viernes A la Misma Hora

He buscado en mi amiga Wikimedia una imagen apropiada, pero nada. Esta es la que más se parecía. Cambiad el ambiente por una cafetería actual, y la costura de la chica por una agenda en la que escribir la lista de la compra (más que nada por simular estar ocupada en algo). El resto, se le parece bastante.

He ido a la misma hora, sí. Por muchas razones, la principal que no hubiese podido dejar de ir. Quería encontrármelo, vale, sí.

Le vi nada más entrar. Estaba apoyado en la barra, junto a Agustín, ambos en silencio, escuchando la radio. Por curiosidad, presté atención. Estaban dando la noticia esa del ataque a una central térmica que ha tenido lugar en Perú. Montón de muertos, creo que más de una docena entre ambos bandos, y varios detenidos. Decían por la radio que no se sabía quién estaba detrás, si la extrema izquierda o algún movimiento ecologista, o algo.

Luego he visto que la gente en Twitter comenta lo sospechosamente rápido que intervino el ejército. Y también he leído al respecto en otros foros, como en el de Arañando la Pizarra, muy recomendable, de una chica ecologista. Yo, que he estado apergaminada en una vida cómoda de anodina clase media, siento que hay algo muy raro en todo eso. O igual es que me ha despertado la vena paranoica.

No, paranoica no. El mundo está fatal y desde que entré en Twitter no me puedo seguir engañando. Ya no puedo negarlo y vivir cómodamente en mi burbuja. Ahí está el tema, también hoy, del reparto de millones de euros entre la directiva de Telefónica, mientras despiden a un montón de gente. ¿Cómo se puede permitir algo así? Es vergonzoso. Y se siente una impotente porque no es la primera vez que se hace ni será la última. Mientras no rompamos el bipartidismo, iremos de capa caída. Y cuando lo rompamos, a ver... A ver si nos dejan pasar de la Democracia Orgánica a la Democracia Real. Odio vivir en una mentira, pero no sé si podremos vivir en la verdad. Si nos dejarán, me explico.

Supongo que, todo esto, me ha hecho pensar en aquellos tiempos, cuando éramos jóvenes y aún estabas conmigo y hablabas de cambiar el mundo y de organizar un ejército de desamparados. Cuando me llamabas niña pija mientras me hacías el amor en el asiento trasero de tu viejo Ford Fiesta de segunda mano. Jaja, me convertiste en una auténtica revolucionaria... vale, no, nunca llegué a tanto, apenas era una cría rebelde. Pero algo hiciste. Si no, que se lo pregunten a mi padre, que jamás te ha perdonado.

La noticia terminó, y Agustín y el ejecutivo la comentaron con relativo interés. El ejecutivo parecía más entendido. Se planteaba de dónde habría sacado el gobierno el dinero para crear la planta hace ya tiempo, si los presupuestos se acaban de aprobar. La verdad es que es una pregunta curiosa.

Luego, cuchicheos, y Agustín tuvo algo urgente que hacer en la cocina.

A ese momento corresponde la imagen: el tipo mirándome y yo sabiendo que me miraba, sin mirar. Simulando hacer la lista de la compra. Patatas, berza, cebollas, un kilo de azúcar... No, mejor dos. Durante un momento sólo se oyeron las melodías publicitarias de la radio, bombardeando nuestras mentes.

- ¿Puedo sentarme contigo? - me preguntó de pronto. Claro, tuve que mirarle - Si no estás muy ocupada, pienso que es un buen momento para que hablemos.

- ¿Tenemos algo de lo que hablar? - vale, me odio. Me odiaba ya entonces. Me siento sosa y torpe, y a la defensiva. Odio al ejecutivo y odio a no-Faustino, que me hacen sentir estúpida porque no sé cómo reaccionar. Oigo las frases y busco una respuesta ingeniosa y nunca la tengo.

Aunque algo tendré, aunque sea a la vista, porque él se rió. Tenía una risa agradable.

- Sólo si quieres. Diría que, a nuestra edad, podemos saltarnos algunos pasos intermedios. Nos presentamos y decidimos. Yo soy Enrique, Enrique Ugalde. ¿Y tú?

- Te lo habrá dicho Agustín - repliqué, secamente. Sonrió, dejando claro que sí, que sabía perfectamente quién era yo, pero no le di opciones de responder. Joder, no sé, me puse tan nerviosa que me embalé. Le dije que estaba buscando trabajo y no tenía tiempo para tonterías. Que si tenía idea de algún posible empleo, me dijera y, si no, me dejara en paz y se fuera al cuerno. Que estoy casada, tengo hijos y todo eso. Mi perorata le hizo más gracia aún.

- La verdad, Rebeca, creo que andas bastante confusa. Si lo piensas bien, te darás cuenta que, lo que buscas, no es un empleo - debió verme algo en la cara, porque recogió su cartera - Deja, deja, si te animas a venir mañana, podemos volverlo a intentar. ¡Hasta mañana, Agustín! - añadió, más alto, en dirección a la cocina. Y se fue.

Y yo qué iba a hacer. No iba a salir detrás...

Luego, Agustín me dijo que mi café estaba pagado. No me atreví a preguntarle por él.

Creo que no voy a volver.

3 comentarios:

  1. Muy buena historia!
    Hola, estoy visitando blogs que aparecen como seguidores de otros blogs amigos. De los que visité, éste me pareció muy bueno, voy a quedarme por aquí como seguidor, si me permites.
    Si tienes ganas (sólo si tienes ganas), te invito a pasar por el mío.
    Un saludo desde Argentina.
    Humberto.

    www.humbertodib.blogspot.com

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  2. Gracias, Humberto, muy amable. Por supuesto, puedes quedarte, ponte cómodo, y encantada de pasarme por tu blog de vez en cuando.

    Saludos.

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  3. Vaya, has estado entretenida estos días. Sólo quería saludarte. No sea que te olvides de mí.

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