Como he tenido tiempo, y estaba tremendamente aburrida, después de cenar en mi parodia de familia me he dedicado a jugar en el photoshop con una foto que me hicieron en marzo. Jon me enseñó los rudimentos de ese programa, una tarde hará un par de años, y creo que no se me da mal. Vale, sólo hago tonterías, pero me entretiene.
Me he recortado, me he troceado, me he montado en otro fondo, he oscurecido una zona, le he dado filtros hasta hartarme... En definitiva, esta soy yo. Imposible de identificar, espero, un compuesto no siempre armónico de distintas partes.
El día que Javier me hizo esta foto, iba bastante elegante, porque le acompañé a una conferencia en la Universidad. Hoy, por el contrario, he llevado una minifalda de volantes totalmente agresiva y un escote considerable, y los tacones vertiginosos de Blanca. Hacía buen día en Bilbao, estupendo de hecho, así que he podido usar las gafas de sol, menos mal porque tengo los ojos hechos un asco.
Con esas pintas, me he presentado en el despacho de Enrique Ugalde. Su secretaria (definitivamente, no creo que se acueste con ella, le calculo unos sesenta años) ha puesto cara de sospechar que si la mafia me persigue es porque soy la golfa de algún capo, pero me ha hecho pasar sin hacer comentarios.
Ojalá hubiese podido hacer una foto de Enrique. Ja. Se ha puesto en pie para recibirme y me ha saludado muy educadamente.
- Estás intentando matarme - ha dicho, cuando la secretaria nos ha dejado solos, llevándose una mano al corazón. Me senté sinuosa y me eché a reír, bien protegida detrás de mis gafas - ¿Por qué no me has contestado al teléfono? Me hubiera gustado quedar en un sitio más... adecuado.
- He venido como cliente - repliqué, sin hacer caso de su primera pregunta, y fui directa al grano - Quiero el divorcio. ¿Cuánto me costaría?
Supongo que le he tomado por sorpresa, pero es abogado y ha sabido disimular.
- Depende. ¿Tu marido está de acuerdo?
- No estoy segura. Aún no se lo he dicho.
- Ya. Bueno, conociendo tu nivel de vida, en un caso como el tuyo, estudiaría el asunto y, si va a haber pelea, te pediría una buena provisión de fondos. Digamos, unos diez mil euros , para empezar - ahí fue donde yo intenté disimular, a mi vez. Qué barbaridad. Qué caro está el coste del error. O lo que es lo mismo, qué bien viven los abogados. Creo que a mí sí que se me notó todo atisbo de pensamiento en la cara, porque sonrió - Pero a ti te haría un precio especial, preciosa.
- Me siento halagada - me lo he pensado un momento, aunque supongo que estaba todo decidido desde un principio. Tengo que cortar con Javier. Tengo que dejarle libre y sentirme libre y dejar totalmente claro que ya nada nos ata. He sacado un talonario y he extendido un cheque por diez mil euros - Toma. Inicia los trámites cuanto antes, aunque imagino que no tendremos muchos problemas. No voy a pelear ni por el dinero ni por la custodia de los niños. Jon será mayor de edad en poco tiempo y Beatriz estará mejor con él - añadí, aunque pienso que, si las cosas que dice Julián son ciertas, con suerte pronto se encontrará en algún sitio seguro, con su hermano.
Diantre, qué tonta soy. De verdad que a ratos me creo todas esas historias, pterodáctilos de Pilar incluidos. No digamos todo eso del Nuiz, o como se escriba, y de que Julián es un héroe demasiado ocupado salvando todo lo conocido como para preocuparse de nimiedades, como antiguas novias prescindibles.
Luego recuerdo que el mundo es lógica y suciedad, y palos directos. No pasan esas cosas.
Enrique abrió la boca, seguramente para soltar alguna gracia sobre que no era dinero lo que quería de mí, y todo eso, pero supongo que le ha entrado finalmente en la cabeza que el asunto era profesional, y punto. Y al final, ha tenido algo de decencia. Ha llamado a su secretaria, me ha pedido bastantes datos, me ha indicado qué documentos necesitaremos y se ha mostrado bastante eficaz.
- ¿Por qué? ¿Por qué ahora? - me ha preguntado al despedirnos, cuando me acompañó hasta la puerta - ¿Acaso has encontrado a tu novio desaparecido?
Vaya mierda. Como si me importaran los hombres, ahora mismo. Creo que me voy a hacer lesbiana. Más que nada por probar qué es eso de estar con alguien con un mínimo de sensibilidad.
- No - le dije. Me miró de un modo raro. Casi diría que no me creyó, como si supiese algo y tuviese claro que le estaba mintiendo. Me sentí inquieta, aunque posiblemente todo fueran imaginaciones mías - Por cierto, gracias por recordármelo: deja de buscarle. Ya no me importa - me acordé de Hidalgocinis - Ni el otro, el bloguero. Déjale en paz, era una tontería, como todo - me encogí de hombros - Ya ves, una mujer aburrida, eso es lo que soy.
- Ya me he dado cuenta - tardó un segundo en hacerlo, pero sonrió - Lamentablemente, no quieres entretenerte. Aunque no pierdo la esperanza. Quizá, cuando consigas el divorcio, quieras cenar conmigo alguna noche.
Ay, no sé por qué lo hice. Porque estoy en plan peligroso y estúpido, supongo, y me siento herida en mi amor propio, mucho. La verdad es que la forma en que me miraba Enrique Ugalde resultaba... consoladora. Le cogí por la corbata y tiré ligeramente.
- Me lo pensaré.
Creí que iba a intentar besarme, aunque dudo que se lo hubiese permitido. No, realmente, no; hubiese jugado un poco más, interponiendo una mano y marchándome con un travieso repiquetear de tacones. Pero, muy por el contrario, él arqueó una ceja y, antes de que me diese tiempo a reaccionar, adelantó una mano y me levantó las gafas por un lateral. Me vio los ojos rojos, hinchados de tanto llorar, claro. Hizo una mueca.
- Estoy seguro de ello - dijo. Y no sé más, porque me fui.
Que historia!! Me hizo recordar a la de una amiga donde el abogado que le llevaba el divorcio la invitaba a salir... o la de un abogado que conozco mucho que infructuosamente insistía en llevar al teatro a una de sus clientas.
ResponderEliminarSaludos.
Sí, yo hasta ahora tenía un concepto muy distinto de los abogados, como de gente aburrida y así, poco dada a diversiones, pero está claro que me equivocaba. Saludos, Eduardo, muchas gracias por mirar mi mundo.
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