lunes, 2 de mayo de 2011

Lunes Tormentosos tras el Día de la Madre

Últimamente, me cuesta tener un momento libre, y no quiero que nadie cercano sepa que he creado este blog para hablar contigo. Por eso tengo que buscar ratos, como ahora, que me he quedado sola. ¡Y tengo tanto que contar!

Ha ocurrido de todo este fin de semana, entrañable día de la Madre incluido.

Primero, el viernes salí por la mañana a la farmacia. Y no sé si lo hice aposta o no (bueno, sí, esas cosas se saben, aunque se nieguen), pero el caso es que pasé frente a la cafetería justo a la hora en la que me consta que Enrique Ugalde termina el café y se va a sus asuntos. Claro, nos topamos en plena acera. Me sonrió, saludándome cortés, y yo recuerdo haber pensado que estaba muy guapo. Lo estaba, no puede negarse.

Me preguntó cómo me encontraba y pareció asumir con ecuanimidad el encogimiento de hombros que le di por respuesta. Tras un inicio de conversación de compromiso, en el que comentó con cierta sorna lo mucho que me echaba de menos en el rato del café, sacó una tarjeta de la chaqueta y me la tendió.

- Todavía no sé dónde está, pero me sorprende tanto misterio porque sólo ha habido que rebuscar un poco para saber que se fue voluntariamente - me soltó, de golpe. Me acordé de mi padre, asegurando que había utilizado todos su contactos en la policía, y quejándose de haberse gastado una fortuna en ejércitos de detectives privados (una de las condiciones que puse en "La Reconciliación", que te buscaran, que siguieran buscándote), pero que había pasado demasiado tiempo y no había ni rastro. Y Javier, consolándome, diciéndome que era normal, que si no se pudo encontrar nada durante la búsqueda oficial, en el momento, raro sería que encontraran el cuerpo (tal cual lo dijo, tantas veces...) pasados los años. Me acordé también de Hidalgocinis y sus delirios. O sus predicciones -. Hace dieciocho años, en las fechas que dijiste - fui a coger la tarjeta, pero la retiró a tiempo -. Tengo más información, obviamente, pequeños detalles que nos están permitiendo avanzar, pero si la quieres, tendremos que llegar a un acuerdo. No más demoras, Rebeca.

Acostarme con él. Y el cuadro, ese óleo con una serpiente cómo única vestimenta. Vamos, no sé si lo del cuadro lo dijo en broma, pero me hizo pensar en lo de las fotos que le hicieron a Andy, el chico de Salamanca que trabaja en un bar y toca el violín más de lo debido a veces. O en lo de la ex-mujer de Faustino, que le hizo llegar (mala baba la tía, se nota que aún le persigue, y es que Faustino es un auténtico castigador, jaja) una cámara con fotos de un hombre desnudo, o algo así. Tendría gracia que fueran el mismo caso, la vida a veces supera el arte.

Sea como fuere, en aquel momento, mientras Enrique Ugalde me miraba y me decía eso, pensé que si me metía en ese lío, tendría que ser muy cuidadosa.

Volvió a acercarme la tarjeta. La cogí, algo aturdida con lo que eso implicaba, y con la noticia, sobre ti (te fuiste, te fuiste, maldito seas, te fuiste), y con todo lo que está sucediendo últimamente. Hidalgocinis, tú, resurgiendo del pasado, esas historias sobre demonios, el asunto de Perú, el tema de lo vaticinado a Faustino y lo que le ha pasado con los chinos. Demasiados hechos absurdos cuadrando una y otra vez, no pueden darse tantas casualidades juntas.

- ¿Podrías investigar también otro asunto? - pregunté. Y le hablé de ti, Hidalgocinis. Le hablé de tu blog, de lo que has contado allí, de tu enfermedad y lo que has estado diciendo. Sé que me vas a leer y no lo oculto: te he repetido muchas veces que soy una mujer racional. Si todo es un montaje, si con todas esta cosas lo que pretendes es burlarte de mí, o sacarme dinero, o sacárselo a los otros que he visto que tratas por internet, te has confundido de pleno.

Le di todos los datos que pude a Enrique Ugalde. Y me dijo que, aunque era difícil, algo podría hacerse. De modo que, si todo es una broma, lo mejor que puedes hacer es echar a correr, porque de la hija de mis padres (y bien sabes a estas alturas qué padres tengo, cuando me tocan la fibra adecuada me vuelvo tan desalmada como ellos) no se ríe ni dios.

Enrique Ugalde me dejó allí y se marchó en su cochazo. Supongo que pensó que ya estaba bien plantada la semilla. Mmm... no sé si ha sido una imagen afortunada, esta.

Como el domingo era el día de la Madre, y habíamos acordado cambiar de fecha la comida semanal con mis padres, el sábado lo pasamos en casa, al menos la mayor parte. Por la mañana hizo bueno y salimos a dar una vuelta por el Parque de Doña Casilda, pero se estropeó el día, y estuvimos jugando al monopoli. Cómo le gusta a Beatriz, en serio, es inquietante ese rasgo que tanto la asemeja a su abuelo. Pero me acordé del comentario que me hizo Julieta y sé que tiene razón. Intenté estar un poco más amable.

El domingo, como digo, Día de la Madre en casa de la bruja. Por la mañana, eso sí, yo tuve mi celebración. Jon y Beatriz se presentaron a primera hora en el dormitorio y todos me dieron sus regalos, una pulsera (Javier), un libro (Jon, con Ana Karenina, también tiene tela la cosa, qué indirecta) y un pañuelo (Beatriz). El pañuelo era muy bonito, tengo que admitirlo, seguro que mi madre la había ayudado a elegirlo. Luego tuve buena bronca con Javier, porque no quería ponérmelo.

Los demás se lo pasaron muy bien. Hubo regalos, no abrió el mío, lo ignoró, como durante los últimos doce años. No se lo reprocho: era la plancha de siempre y todos lo sabíamos. Yo me sentía como la de la imagen que he puesto, así, al margen de la mesa, mirándote a ti directamente, ajena a todo. De vez en cuando, observaba a mi padre de reojo. Creo que se dio cuenta, pero no dijo nada. Cuando me perciben hostil, me dejan en paz.

Quiero hablar con él, necesito hacerlo. No, en realidad, quiero arrancarle la verdad y golpearle con ambos puños hasta agotarme. Pero me desalienta toparme con la pared de siempre. Necesito pruebas.

La tarde, pues eso, espantosa. Mi madre disfrutando de nietos y lanzándome pullas sobre lo poco acertado de mi vestido y mi pelo. Le gustaron, eso sí, mis sandalias, que son las que le compré a Blanca Cueto, de Carolina Herrera. Claro, mi madre las identificó de inmediato. En fin, tonterías, no hice mucho caso. Estaba más interesada en qué andarían haciendo mi padre y Javier, que siempre se retiran al despacho a tomarse una copa y fumar, qué elegantes somos.

Con la excusa de ir al baño, les espié un momento. Hablaban en los términos que le gustan a mi padre: él de amo y señor de la Hacienda y Javier dándole el gusto. Siempre ha sido así, pero antes lo veía como pura amabilidad de mi marido, siempre ha sido un hombre agradable y complaciente, ahora... no sé. La verdad, no lo sé. Vi que mi padre le daba algo a Javier. No dije nada, esperé hasta llegar a casa y poder registrarle la chaqueta.

Era un talón. Tres mil euros. Quizá debí callarlo, pero no pude contenerme. Odio el dinero de mi padre y odio que controle a todos a golpe de talonario. Pero debí prever qué pasaría: cuando se lo eché en cara, Javier me dijo que era para que me comprara un regalo de día de la madre, porque sabía que, si me lo daba directamente, no iba a aceptarlo. Tiene cojones la cosa. Encima, se han pensado que soy idiota.

Pero no dije nada. Simulé creerlo y aceptarlo con malhumor. Pero creo que tu hermano está implicado. Que Hidalgocinis también tenía razón en eso. Que mi vida, además de un sucedáneo de la que debió ser, es una burla.

Ojalá vengan de verdad esos pájaros prehistóricos de la predicción hecha a Pilar y se nos coman a todos.

Ojalá estalle el puto mundo.

3 comentarios:

  1. Señorita Goyri. Lamento mucho lo que ha hecho.
    Estoy esperando visita que no es deseada y debo decir que estoy preparado para ello.
    ¿Sería posible que retirara usted a ese chantajista de la misión de espiarme?
    Si quiere investigar mi vida podrá averiguar en cuántos centros psiquiátricos he estado y a cuántos celadores he agredido. Y que mi padre se dedicaba a negocios ilegales.
    Eso puede ser lo mejor que suceda.
    Soy un inválido, pero no estoy inválido, y no estoy solo. Si esto supone que desconfíe de mí, me parece perfecto, pero hoy día, con lo que espero que venga, si alguien ronda mi casa le aseguro que puede darse por muerto.
    Como ustedes dicen, la pelota está en su tejado.
    Y, por amor de Dios, ¡quite la pinche estúpida encuesta sobre si acepta o no mi ayuda!
    Un mejicano no menciona la muerte así como así, señorita Goyri.

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  2. No es necesario tomárselo así, señor Hidalgocinis. Tiene que entender mis motivos: tengo serias dudas sobre este asunto. Acierta usted en hechos que es imposible que pudiera saber... o quizá es que hay algo más en todo esto y no soy la primera en empezar a investigar a otros.

    Si es cierto que no tiene nada que ocultar, y que es verdad todo lo que asegura, no tiene de qué preocuparse. Al contrario, debería estar encantado de que se pueda demostrar que tiene alguna especie de don profético. Le aseguro que de ser el caso sería la primera en apoyarle. Pero... me cuesta creer en esas cosas, ¿qué quiere?

    Y no se agobie, no creo que nadie se vaya a presentar en su casa. Únicamente, de ser el caso, se le van a quitar las ganas de intentar tomarme el pelo. Está a tiempo: si hay un montaje detrás de sus profecías, desaparezca de internet. No intente reírse de mí con cosas de mi pasado que tanto me duelen y no me meteré con usted.

    A la pinche estúpida encuesta le falta un día para cumplirse y, aunque no lo crea, algunos han votado. Por respeto a ellos se queda hasta entonces.

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  3. Vaya... llevo tiempo si pasar por aquí y encuentro más sorpresas. Me pones, sin quererlo en la pista del chico de las fotos. Gracias. No creo que sea el mismo pero lo averiguaremos pronto.
    Y, no opinaré de lo demás. Quedaría feo y te estoy de verdad agradecido. Espero no faltar tanto por aquí. Vas a resultar interesante de verdad.
    Me voy a por mi pequeña arpía.
    Un beso.

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