Llevo varios días acudiendo a la cita. Miércoles, jueves, viernes y sábado. Prefiero no dar aquí muchos detalles, baste decir que aquel primer beso tuvo lugar en el Parque de Doña Casilda, sentados en un banco. Yo acababa de cumplir los dieciséis años y recuerdo que dejé caer la carpeta de apuntes. Jamás había sentido algo como eso y jamás he vuelto a sentirlo, ni siquiera contigo.
Ahora, tanto tiempo después, es un problema acudir a la cita, sobre todo sin saber exactamente el día y a semejantes horas. ¡A medianoche!. Como que resulta fácil. Para empezar, el parque no parece el mismo una tarde luminosa de principios de otoño que en noche completa, aunque sea primavera. Me paso el tiempo aterrada, temiendo que aparezca una banda de delincuentes y se organice una movida. El jueves ya llevé un cuchillo en el bolsillo y por Dios que se lo clavo al primero que se lo busque.
Pero, lo más complicado es, simplemente, salir de casa a semejantes horas. Entre semana, como todos se acuestan relativamente pronto, pude escaparme sin mayor problema, o eso creía porque anoche, sábado, al volver a casa, pasadas las dos, deprimida y tensa por un nuevo fracaso, me encontré a Javier en la sala, con un vaso de whisky en la mano. Tenía el portátil encendido y estaba viendo unas imágenes de esa aurora boreal que se ha divisado por todas partes esta semana pasada.
¡Qué de cosas están ocurriendo y yo apenas tengo tiempo para ocuparme de la realidad! Aunque sí leí la explicación fría y metódica de Faustino en su Verdaderódromo. Nada como un refrescante baño de lógica en medio del caótico barullo de presagios de sangre (como el pobre Brau de Br-i-das de Pinza o su amigo Hidalgocinis de Estatuas de Ceniza, completamente perdido en los ensortijados senderos de la locura, qué poético me ha salido).
No tengo ahora tiempo para analizar los sucesos de Andy el de Tzigane, también relacionado con Faustino. Mi vida gira por completo en torno al vídeo en el que te vi, a encontrarte... Ni siquiera me interesan las cosas extrañas que dices allí, ni quiero pensar en la idea delirante de que pudieras ser uno de los hombres fugados de la cárcel del Callao, los que aparecían en el vídeo de aquella gasolinera. Ya se verá. Hasta entonces, espero que se me permita ser un poco egoísta.
No me importa el mundo. Sólo me importa mi dolor.
Mi marido apenas bebe. Un vaso de vino en las comidas y una copa con el café, los sábados, en casa de mis padres, nada más. Es un hombre comedido y responsable, muy diferente a ti, por cierto. Al menos, muy distinto al chico que me besó aquel lejano atardecer, en el banco del parque.
- ¿De dónde vienes, Reb? - me preguntó Javier con un tono de voz que me resultó... no sé, ominoso. Me puse a la defensiva, claro. Metí la mano en el bolsillo de la chaqueta y palpé la empuñadura del cuchillo, pero de inmediato sentí que era un impulso absurdo: jamás podría hacerle daño a Javier. No daño de esa clase, al menos.
- Cuando nos casamos, dijiste que sin preguntas ni responsabilidades.
- Entonces era un crío enamorado - hizo una mueca - Y ya no soy un crío - no sé por qué, la declaración implícita me hizo ruborizar - ¿De dónde vienes? - como no contesté, se enfadó aún más - ¿Te parece normal salir a estas horas sin mayor explicación? Si no lo haces por mí, al menos hazlo por tus hijos. Jon ha vuelto y se ha dado cuenta de que no estabas. He tenido que mentirle, le he dicho que habías ido a casa de una amiga que se había puesto enferma. No me ha creído, claro. Como si tú tuvieras amigas.
- Sí que las tengo - protesté. No sé por qué, me pareció importante dejar claro que no soy un bicho raro, aunque lo sea, aunque él sepa bien que lo soy. Busqué en mi mente y le solté los nombres de unas blogueras que sigo últimamente, Blanca Cueto, de Perfilando Anécdotas y Pilar Lacuesta, de Soledad en compañía - He tomado café con algunas madres, en el colegio de Beatriz. Sobre todo, Blanca, que está pasando un mal momento, separándose de su marido. Y también Pilar, que es abuela de otro compañero de...
- Me importa una mierda con cuántas madres tomes un café - me cortó - No tienes amigas. No puedes. Vives encerrada en tu burbuja, Rebeca, empecinada en no avanzar, en no dejar que pase todo y tener una nueva vida - abrí la boca para decir algo, pero no lo permitió - Tu padre... tu padre piensa que estás enferma, enferma de verdad, y que quizá necesites un tratamiento, en algún sitio agradable.
Eso sí que me sacudió. Abrí desmesuradamente los ojos, sintiendo que era demasiado pequeña como para contener tanto miedo.
- ¿Me estás diciendo que quiere encerrarme en algún lado y que me llenen de pastillas? ¿Es eso?
- No te preocupes. Yo jamás lo permitiré, en ningún caso. Ni siquiera aunque esta farsa de matrimonio termine. Te di mi palabra de que cuidaría de ti y pienso cumplirla. Pero no puedo soportar que me seas infiel. Lo siento, Rebeca, yo también soy humano - bebió un sorbo, contemplándome por encima del borde del vaso - Dime dónde has estado. Dime con quién.
- ¿O qué?
Me miró de tal modo que mi corazón dio un vuelco en el pecho.
- Te aseguro, amor mío, que no quieres oír la respuesta a esa pregunta. Contesta.
"Me he citado con tu hermano", quise decirle. Estuve a punto. Pero me contuvo el secretismo de tu vídeo, la certidumbre de lo bien que se entendían Javier y mi padre, el daño que podía ocasionar el desvelar todo antes de tiempo. Quiero hablar contigo, lo primero, quiero saber qué pasa y por qué y cómo. Quiero que me abraces y que me digas que todo va a ir bien, ya, a partir de ahora y para siempre.
Busqué rápidamente algo que decir. Estuve a punto de mencionar a Faustino, pero al no tener bastantes datos, ni siquiera el nombre auténtico, temí meter la pata.
- Se llama Enrique Ugalde - susurré, sintiéndome tremendamente cansada y casi asfixiada por las náuseas. Recordé su dirección, por la tarjeta - Nos... vemos en su casa - y añadí, porque me pareció apropiado, para que se pensase dos veces cualquier posible acción: - Es abogado.
- Enrique Ugalde. En su casa. Abogado - repitió Javier con voz átona. Se levantó y fue al mueble bar, a rellenarse el vaso de whisky - Es tarde. Vete a la cama.
- Javier, yo nunca...
Javier lanzó el vaso en mi dirección. No me lo esperaba. Por suerte, no quería darme, sólo fue... un desahogo. Pasó por mi lado, a cierta distancia, y se hizo añicos contra la pared. No supe qué decir. Me limité a mirarle mientras se frotaba la cara con ambas manos y recuperaba el control.
- Si se te ocurre decir que nunca me has hecho promesas o que no querías hacerme daño... no es el momento, Reb. Tengo muy claro lo que ha sido y es nuestro matrimonio. Vete a la puñetera cama - viendo que no tenía sentido intentar hablar con él en ese momento, me dirigí hacia la puerta del pasillo, pero me detuve al oírle decir: - Sé lo que piensas, te conozco muy bien. Odias esta vida, la odias profundamente, porque no es la que hubieras querido. Ambos sabemos que yo no hubiese tenido ninguna oportunidad, de haber estado Julián. Pero qué digo... nunca he tenido una oportunidad, ni siquiera en su ausencia - me volví hacia él, sintiéndome tremendamente culpable. Javier agitó la cabeza, mirándome con censura - Mi querida Rebeca, mi amada Rebeca... Nunca se te ha ocurrido pensar que yo estoy en una situación como la tuya, tan atrapado como tú. Y más desesperado.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿No es evidente? Tampoco esta es la vida que hubiese deseado, de haber podido escoger. La diferencia entre tú y yo, y lo que en tu profundo egoísmo jamás has podido ver, es que, al menos, a ti te han querido.
No supe que decir a eso, apenas he podido pegar ojo esta noche. Por la mañana, he pensado recoger los restos del vaso, pero ya no estaban, supongo que lo limpiaría él. Javier se ha comportado normalmente todo el día, aunque no me mira y sólo me habla lo justo.
Me pregunto qué pasará esta noche, cuando llegue la hora de salir.
Ahora, tanto tiempo después, es un problema acudir a la cita, sobre todo sin saber exactamente el día y a semejantes horas. ¡A medianoche!. Como que resulta fácil. Para empezar, el parque no parece el mismo una tarde luminosa de principios de otoño que en noche completa, aunque sea primavera. Me paso el tiempo aterrada, temiendo que aparezca una banda de delincuentes y se organice una movida. El jueves ya llevé un cuchillo en el bolsillo y por Dios que se lo clavo al primero que se lo busque.
Pero, lo más complicado es, simplemente, salir de casa a semejantes horas. Entre semana, como todos se acuestan relativamente pronto, pude escaparme sin mayor problema, o eso creía porque anoche, sábado, al volver a casa, pasadas las dos, deprimida y tensa por un nuevo fracaso, me encontré a Javier en la sala, con un vaso de whisky en la mano. Tenía el portátil encendido y estaba viendo unas imágenes de esa aurora boreal que se ha divisado por todas partes esta semana pasada.
¡Qué de cosas están ocurriendo y yo apenas tengo tiempo para ocuparme de la realidad! Aunque sí leí la explicación fría y metódica de Faustino en su Verdaderódromo. Nada como un refrescante baño de lógica en medio del caótico barullo de presagios de sangre (como el pobre Brau de Br-i-das de Pinza o su amigo Hidalgocinis de Estatuas de Ceniza, completamente perdido en los ensortijados senderos de la locura, qué poético me ha salido).
No tengo ahora tiempo para analizar los sucesos de Andy el de Tzigane, también relacionado con Faustino. Mi vida gira por completo en torno al vídeo en el que te vi, a encontrarte... Ni siquiera me interesan las cosas extrañas que dices allí, ni quiero pensar en la idea delirante de que pudieras ser uno de los hombres fugados de la cárcel del Callao, los que aparecían en el vídeo de aquella gasolinera. Ya se verá. Hasta entonces, espero que se me permita ser un poco egoísta.
No me importa el mundo. Sólo me importa mi dolor.
Mi marido apenas bebe. Un vaso de vino en las comidas y una copa con el café, los sábados, en casa de mis padres, nada más. Es un hombre comedido y responsable, muy diferente a ti, por cierto. Al menos, muy distinto al chico que me besó aquel lejano atardecer, en el banco del parque.
- ¿De dónde vienes, Reb? - me preguntó Javier con un tono de voz que me resultó... no sé, ominoso. Me puse a la defensiva, claro. Metí la mano en el bolsillo de la chaqueta y palpé la empuñadura del cuchillo, pero de inmediato sentí que era un impulso absurdo: jamás podría hacerle daño a Javier. No daño de esa clase, al menos.
- Cuando nos casamos, dijiste que sin preguntas ni responsabilidades.
- Entonces era un crío enamorado - hizo una mueca - Y ya no soy un crío - no sé por qué, la declaración implícita me hizo ruborizar - ¿De dónde vienes? - como no contesté, se enfadó aún más - ¿Te parece normal salir a estas horas sin mayor explicación? Si no lo haces por mí, al menos hazlo por tus hijos. Jon ha vuelto y se ha dado cuenta de que no estabas. He tenido que mentirle, le he dicho que habías ido a casa de una amiga que se había puesto enferma. No me ha creído, claro. Como si tú tuvieras amigas.
- Sí que las tengo - protesté. No sé por qué, me pareció importante dejar claro que no soy un bicho raro, aunque lo sea, aunque él sepa bien que lo soy. Busqué en mi mente y le solté los nombres de unas blogueras que sigo últimamente, Blanca Cueto, de Perfilando Anécdotas y Pilar Lacuesta, de Soledad en compañía - He tomado café con algunas madres, en el colegio de Beatriz. Sobre todo, Blanca, que está pasando un mal momento, separándose de su marido. Y también Pilar, que es abuela de otro compañero de...
- Me importa una mierda con cuántas madres tomes un café - me cortó - No tienes amigas. No puedes. Vives encerrada en tu burbuja, Rebeca, empecinada en no avanzar, en no dejar que pase todo y tener una nueva vida - abrí la boca para decir algo, pero no lo permitió - Tu padre... tu padre piensa que estás enferma, enferma de verdad, y que quizá necesites un tratamiento, en algún sitio agradable.
Eso sí que me sacudió. Abrí desmesuradamente los ojos, sintiendo que era demasiado pequeña como para contener tanto miedo.
- ¿Me estás diciendo que quiere encerrarme en algún lado y que me llenen de pastillas? ¿Es eso?
- No te preocupes. Yo jamás lo permitiré, en ningún caso. Ni siquiera aunque esta farsa de matrimonio termine. Te di mi palabra de que cuidaría de ti y pienso cumplirla. Pero no puedo soportar que me seas infiel. Lo siento, Rebeca, yo también soy humano - bebió un sorbo, contemplándome por encima del borde del vaso - Dime dónde has estado. Dime con quién.
- ¿O qué?
Me miró de tal modo que mi corazón dio un vuelco en el pecho.
- Te aseguro, amor mío, que no quieres oír la respuesta a esa pregunta. Contesta.
"Me he citado con tu hermano", quise decirle. Estuve a punto. Pero me contuvo el secretismo de tu vídeo, la certidumbre de lo bien que se entendían Javier y mi padre, el daño que podía ocasionar el desvelar todo antes de tiempo. Quiero hablar contigo, lo primero, quiero saber qué pasa y por qué y cómo. Quiero que me abraces y que me digas que todo va a ir bien, ya, a partir de ahora y para siempre.
Busqué rápidamente algo que decir. Estuve a punto de mencionar a Faustino, pero al no tener bastantes datos, ni siquiera el nombre auténtico, temí meter la pata.
- Se llama Enrique Ugalde - susurré, sintiéndome tremendamente cansada y casi asfixiada por las náuseas. Recordé su dirección, por la tarjeta - Nos... vemos en su casa - y añadí, porque me pareció apropiado, para que se pensase dos veces cualquier posible acción: - Es abogado.
- Enrique Ugalde. En su casa. Abogado - repitió Javier con voz átona. Se levantó y fue al mueble bar, a rellenarse el vaso de whisky - Es tarde. Vete a la cama.
- Javier, yo nunca...
Javier lanzó el vaso en mi dirección. No me lo esperaba. Por suerte, no quería darme, sólo fue... un desahogo. Pasó por mi lado, a cierta distancia, y se hizo añicos contra la pared. No supe qué decir. Me limité a mirarle mientras se frotaba la cara con ambas manos y recuperaba el control.
- Si se te ocurre decir que nunca me has hecho promesas o que no querías hacerme daño... no es el momento, Reb. Tengo muy claro lo que ha sido y es nuestro matrimonio. Vete a la puñetera cama - viendo que no tenía sentido intentar hablar con él en ese momento, me dirigí hacia la puerta del pasillo, pero me detuve al oírle decir: - Sé lo que piensas, te conozco muy bien. Odias esta vida, la odias profundamente, porque no es la que hubieras querido. Ambos sabemos que yo no hubiese tenido ninguna oportunidad, de haber estado Julián. Pero qué digo... nunca he tenido una oportunidad, ni siquiera en su ausencia - me volví hacia él, sintiéndome tremendamente culpable. Javier agitó la cabeza, mirándome con censura - Mi querida Rebeca, mi amada Rebeca... Nunca se te ha ocurrido pensar que yo estoy en una situación como la tuya, tan atrapado como tú. Y más desesperado.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿No es evidente? Tampoco esta es la vida que hubiese deseado, de haber podido escoger. La diferencia entre tú y yo, y lo que en tu profundo egoísmo jamás has podido ver, es que, al menos, a ti te han querido.
No supe que decir a eso, apenas he podido pegar ojo esta noche. Por la mañana, he pensado recoger los restos del vaso, pero ya no estaban, supongo que lo limpiaría él. Javier se ha comportado normalmente todo el día, aunque no me mira y sólo me habla lo justo.
Me pregunto qué pasará esta noche, cuando llegue la hora de salir.
Niña, estás jugando con fuego. Así que ten cuidado, hay demasiada tensión en tu entorno. Pero es imposible apartarse del camino que nos marca el destino.
ResponderEliminarEntiendo que recuerdes los besos de tu amor, así a simple vista, en el video se le ve una boquita muy linda ...
Espero que lo encuentres. Ánimos.
ResponderEliminarQue historia tan interesante pero al pensar que es realidad solo te pido que tengas cuidado. Saludos.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias, Brau. Así sea. Cuídate, y cuida de Adelita. Si se ha enfadado, seguro que es por una buena razón porque te quiere mucho.
ResponderEliminarMuchas gracias, Guille. Prometo tener cuidado. Estás en tu casa, pásate por aquí cuando quieras. Saludos.
ResponderEliminarGracias, Blanca. Qué puedo decir, hay cosas que nos arrastran, sí.
ResponderEliminarJaja, una boquita muy linda. Me has hecho sonreír y mira que no tenía ninguna gana. Si puedo, se lo diré.