miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ese Lunes Pacté con el Diablo

Retrato de  Rembrandt Peale
Thomas Sully
Voy a ser breve, porque me están esperando para una... excursión nocturna.

Este hombre del retrato se parece mucho a Loa. Sirva, pues, para hacernos todos una idea de la imagen que vi anoche, cuando nos movíamos ya por la Selva Negra alemana. Yo conducía el Hummer, los demás estaban adormilados. Radar tenía localizado el Lugar de los Sabios, como hemos dado en llamarlo, y tratábamos de esquivarlo. No era momento. Pensábamos acampar en las cercanías, descansar, y luego establecer un plan. En lo único en lo que estábamos de acuerdo era en que no podíamos ir por las bravas, porque no tendríamos ninguna oportunidad.

De hecho, es tan intenso el poder que emiten los Sabios,  hay tanta distorsión mágica en el lugar, que Radar no "vio" a Loa. Y yo tampoco. Di un curva, en un camino muy oscuro entre árboles  oscuros y, de pronto, allí estaba, de pie, quieto. Como si hubiese surgido repentinamente de la nada.

Casi lo atropello. Luego lamenté no haberlo hecho. Hubiera podido pasarle varias veces por encima con el Hummer y hubiese disfrutado con la sensación de sus huesos aplastándose...

Pero, no. Pisé a fondo el freno y me quedé allí, pasmada, con las manos en el volante, mirándole sin saber qué hacer. Con el brusco frenazo, todos se habían despertado, incluso Jon, que había conducido durante buena parte del día y había caído rendido cosa de una hora antes.

Iluminado furiosamente por los faros del coche, Loa sonrió, con esa sonrisa que no inspira simpatía alguna. No parecía tener prisa. De hecho, esperó a que actuásemos nosotros, supongo que porque también sentía que, el primero en actuar, estaría en alguna clase de desventaja. Enrique fue el que perdió esa confrontación, al abrir la puerta y salir. Javier agitó la cabeza y fue detrás.

—Hijo de puta... —empezó Enrique. Rodeó el coche y se fue a por Loa, para darle un puñetazo. Pero Loa se apartó en el último momento, con un movimiento fluido y elegante, le agarró por la muñeca y le estrelló el puño sobre el capó, aprovechando su propio impulso. Un Hummer es un coche recio, y aquello resonó perturbadoramente. Enrique gritó.

Je n'ai pas de questions en suspens avec toi, Ugalde (No tengo asuntos pendientes contigo, Ugalde) —le dijo Loa, sujetándole sin mayor esfuerzo. Me pregunté de dónde vendría su fuerza. A saber. Miró a Javier - L'chasseur de démons, nous devons parler (Cazademonios, tenemos que hablar).

—¿En serio? —contestó Javier, con calma. Nunca se había parecido tanto a Rolando. Y nunca me había... motivado tanto como me motivó en ese momento. Sé que soy horrible, tras todo lo ocurrido y lo que está ocurriendo, pero verle manejar la situación de ese modo hizo que me sintiera orgullosa de él y... bueno, me puso a cien. Supongo que  a él ni se le pasó por la cabeza algo así. Se cruzó tranquilamente de brazos, haciendo un ligero gesto hacia Enrique—. Suéltalo, anda.

Loa lo hizo, apartándolo de un empujón. Luego supimos que le había roto un dedo pero, entonces, hay que reconocérselo, Enrique no se quejó más. Se limitó a sacar la pistola, con la mano sana, y apuntarle de tal modo que pensé que iba a meterle un tiro allí mismo. Loa puso expresión de hastío.

Je ne suis pas venu pour combattre, la malédiction (No he venido a pelear, maldición) —hizo una pausa, obligándose a seguir en nuestro idioma. Tenemos que pactar, tenemos que colaborar juntos., oui? —Miró hacia el coche, pensé que a mí, pero no. Era más allá—. Radar puede confirmaros que no tenéis ninguna oportunidad, seguro que percibe la carga mágica del sitio. Es muy intensa y empeorará a medida que os acerquéis a su base. —Nadie dijo nada.  Ça va, Radar? (¿Qué tal, Radar?)

Ça va bien, et toi? (Bien, ¿y tú?)

Tres bien, merci. (Muy bien, gracias) Solos contra los Sabios, estáis muertos —prosiguió, tras lo que había parecido un cordial reencuentro entre viejos enemigos—. Son demasiado poderosos.Y yo tampoco tengo nada que hacer, por mi cuenta, por mucho que me pese admitirlo. Pero tenemos que impedir que actúen. El Rey llega. El Rey está llegando... —remarcó. Me estremecí—. Y esos hombres, van a ayudarle.

—No nos fiamos de ti —masculló Enrique.

—Obviamente. Ni lo pediría. Pero tenemos un objetivo común, ahora mismo. Ugalde, tú eres abogado, y uno de éxito, que te he investigado. Sé muchas de las cosas que has hecho. Eres alguien que sabe que a veces hay que pactar con el diablo, para conseguir lo que se desea. Y, ahora, quieres ganar esta confrontación, seguir vivo para contarlo. —Enrique hizo una mueca. Loa nos miró a todos—. ¿Es que no lo veis? Son poderosos, tienen una fortaleza. Entremos, matemos. Luego, ya se verá...

Javier chasqueó los dientes. Sacó un paquete de tabaco del bolsillo de la túnica y lo encendió.

—¿Estás solo? —preguntó, después.

—No. —Le miramos preocupados. Luego, con horror, cuando añadió—: Yo nunca estoy solo, l'chasseur de démons. Hay más muertos que vivos en el mundo. —Hizo un gesto indefinido, en una dirección—. Hay un cementerio cerca. Ahora, me infunden fuerza; cuando ataquemos, lucharán con nosotros.

—Ya veo. —Dio una calada, contemplándole pensativo desde el otro lado del humo—. ¿Qué buscas tú, qué sacas de todo esto, Loa? No puedo creer que sea sólo impedir que llegue el Rey.

—Bueno, sería suficiente causa. Tú no lo entiendes, porque aparentemente no sirves a nadie, pero yo debo mi lealtad a otros señores. Pensaba que... —dudó, y bufó con impaciencia— Pero creo que me confundí. Y si los que llegan no son ellos, sólo pueden ser sus enemigos. —Javier siguió contemplándole  suspicaz. Loa se rindió, con una risa seca—. Pero, cierto, también es verdad que deseo algo. Popov está con ellos —declaró entonces—. Quiero su cuerpo.

—¿Una venganza?

Loa le miró fijamente.

—Es poderoso. Será un buen esclavo.

—Ya. —Javier se frotó la barbilla. Se volvió hacia el resto del grupo. La pregunta fue hecha en general, aunque percibí su mirada directa—. ¿Qué opinais?

—Loa puede mentir, y mucho —intervino entonces Radar—. Pero hay algo innegable: la carga mágica es enorme. —Movió los dedos, ante sus ojos, como un aleteo—. Apenas veo ya, a estas alturas. Es como un destello tan intenso, que me ciega. Los Sabios son muy poderosos, siempre lo he oído asegurar y ahora lo estoy comprobando. No podemos subestimarlos, toda ayuda es poca.

Yo no sabía qué decir. Terminé encogiéndome de hombros. Enrique bajó la pistola.

—No seré yo quien se preocupe por el destino de Popov —dijo, guardándola—. Pero si nos traicionas, te aseguro que lo vas a lamentar. Y si no lo haces, también, porque yo no olvido lo que ha pasado, todo lo que nos has hecho. Dame una sola razón, una sola, y este abogado acostumbrado a pactar con el diablo te va a reventar a hostias, imbécil.

Javier arqueó las cejas y se echó a reír.

—Lo que se aprende, estudiando Derecho. Y yo, preocupándome por la escritura cuneiforme.

Organizamos el campamento cerca de allí. A estas alturas, estamos bien pertrechados en temas de equipo de acampada. Hemos pasado por montón de grandes comercios franceses, donde pudimos coger de todo. Tenemos lámparas, cuerdas, hornillo y sobre todo tiendas, de un tipo que me gusta mucho, prácticamente las tiras al suelo y zas se montan solas, es alucinante. No son muy grandes, se supone que sirven para dos personas, aunque solemos dormir uno en cada una. Derrochando, que para lo que nos han costado...

No me preocupé de dónde iba a dormir Loa. Por mí, como si lo atropella un camión cisterna. Pero cenamos todos juntos y tuvimos que compartir con él el guiso que preparó Javier, que siempre se las arregla para cazar algo y realzar el sabor de la comida enlatada Hablamos de cómo entrar en la mansión de los Sabios, un templo que, según dice Loa, es circular, con reminiscencias célticas, pero completamente moderno, y se encuentra en el centro de un claro protegido por la magia. 

También nos ha contado que disponen de un nutrido grupo de guardias fieles para protegerlos.

—¿Cómo de fieles son? —preguntó Javier, preocupado. Loa apenas parpadeó.

—Les han vaciado la mente. No esperéis otra cosa que fuerza bruta y resistencia. Morirán matando. Y lo peor es que darán la vida para que sus amos consigan el tiempo suficiente para dominar la situación.

—Los Sabios son magos poderosos —asintió Marea—. Según tengo entendido, algunos de ellos se mantienen vivos con métodos sobrenaturales desde mediados del siglo XIX. 

—Así es. Con los métodos de los que disponemos, todos juntos... —nos miró uno por uno y agitó la cabeza, pensando cómo continuar—. No sé, eliminarlos va a ser una hazaña, aunque vaya más gente con Nuiz. —Me miró—. Tú eres especialmente interesante a ese respecto. Tú y yo. Y tú —añadió, dirigiéndose a Javier—. Rebeca se ocupará de robar el Nuiz al que yo le diga. Y tú matarás a los que te indique. —Señaló a Javier—. No tienes Nuiz, pero has aprendido a vivir con ello. A sobrevivir, debería decir. He oído cosas. Eres rápido, l'chasseur de démons. Eres un asesino de magos.

Javier no lo contradijo.

—¿Y tú? —se limitó a decir.

—Me ocuparé de convencer a los muertos de que se unan a nosotros —murmuró, y creo que ningún vivo dejó de estremecerse. 

Lo dejamos, de momento, y nos fuimos a dormir. Pero no podía conciliar el sueño. Era ya muy tarde, de madrugada, cuando me arrastré sigilosamente hasta la tienda de Javier. Él también estaba despierto.

—Empezaba a pensar que no vendrías —me dijo, haciéndome sitio. No me gustó ser tan predecible.

—¿Sabías que iba a venir?

—Te conozco, Reb. Te conozco mejor que tú misma. —Me besó y se detuvo un momento—. Dime, ¿seguimos casados?

—Supongo que sí. —Preguntarle a Enrique estaba fuera de toda cuestión, en esos momentos—. Nunca llegué a firmar ningún papel.

Javier sonrió.

—Me alegro.

No suelo extenderme en intimidades, como otras (sí, va por ti, Pilar), pero tengo que admitir que, en veinte años de matrimonio, nunca había sido así, no como anoche. No sé si Javier se sorprendió. Yo, desde luego, sí. Porque, no, no pensé en Rolando, no fue un sucedáneo para pasar el rato. Sigo amando a Rolando pero... supongo que son veinte años de matrimonio.

Y se parece tanto a su hermano...

Por la mañana, Enrique me sorprendió escabulléndome de tienda en tienda. Intenté disimular. Él también.

Hemos pasado el día perfilando bien el plan, que consiste básicamente en acercarnos Javier, Radar, Loa y yo, y tratar de infiltrarnos, ver qué pasa y, posiblemente, cagarla al completo. Pero bueno,  supongo que sí, que habrá que intentarlo. Aunque solo sea porque ha sido un infierno convencer a Marea, Cristina la Soldado Petarda, Enrique y Jon de que mejor se quedan en el campamento, esperando noticias sobre si necesitamos refuerzos o no. Ya que lo hemos conseguido, habrá que amortizarlo.

Lo haremos esta noche.

Ah, ya de puestos, aprovecho para enseñarte también el mapa del recorrido que hemos hecho. Me he entretenido elaborándolo esta tarde, mientras divagábamos sobre si sellos mágicos o no sé, no he hecho mucho caso.


Desde luego, Francia era un país precioso. Me pregunto si podremos recuperar el mundo que tuvimos. No sé, nada será igual.

¿Y cuántos quedaremos? Estoy cansada de perder amigos. El mensaje dejado por Hidalgocinis me da tanto miedo... Lo he leído después de cenar, como escribe poco a veces se me olvida y pasa lo que pasa. He llamado a Javier y a Enrique, lo hemos consultado con los demás. Hemos dudado sobre si plantearnos una búsqueda o no, ir a rescatarle, pero es que no tenemos ni idea de dónde anda. Sería muy difícil. Loa dice que está muerto o muy cerca de estarlo, y nadie como él para saber esas cosas.

Pobre Hidalgocinis. Qué vida de infierno ha tenido.

Por eso luchamos, supongo, por los amigos, por lo que queda, por los que dieron la vida para intentar que los supervivientes tengan una oportunidad.

Por eso debo irme, ahora. Deseadme suerte.

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