The priestess of the oracle at ancient Delphi, Greece. John Collier, 1891 |
Seguimos viaje. Aunque vamos lento, dicen que mañana o pasado llegaremos por fin a la Selva Negra. Una vez allí, Radar nos conducirá hasta el punto arcano más activo. Sé que lo ve; yo lo vi, en la distancia.
No ha ocurrido nada memorable, atravesando Francia. Mejor, porque todavía tengo que contaros lo que sucedió la noche del jueves. O, mejor dicho, la madrugada del viernes. O en algún momento de ese tiempo que no sé si transcurrió.
Fui tras el bucardo, tal como me había pedido Radar, internándome cada vez más en las montañas. Lo seguí hasta que los zapatos se me destrozaron en los pies, como si hubiese caminado años con ellos. Y al final del largo recorrido que quedaba más allá del laberinto, vi el resplandor en la montaña y percibí la presencia.
Era algo poderoso, mucho más que un simple Nuiz, incluso más que el más temible de los demonios que había podido ver, el Amo de los Edterran.
Supe que me encontraba en otro sitio, al otro lado. No me preguntes "al otro lado de qué". No sabría decirlo. En aquel momento, cuando el bucardo me guió hasta la mujer, cuando vi la Grieta abierta sobre una tierra tan negra que se confundía con el cielo sin estrellas, me pareció una idea de lo más lógica.
Le fauteuil du Diable (El trono del Diablo) cerca de Rennes-les-Bains |
La mujer sostenía una rama florida. Era joven y vieja al mismo tiempo. A veces una cosa, a veces otra. En cada movimiento los años se deslizaban por su piel como si fuesen agua. No la afectaban realmente. Sólo eran algo que servía para reafirmar la idea de que estaba más allá de todo eso.
A sus pies, pude ver la Grieta. Parecía... parecía un desgarro en el mundo, una herida, pero una herida vieja, que ya ni siquiera duele. Dentro, llegaba a distinguirse una profunda oscuridad, de la que emanaba una neblina plateada, tan similar a la que puede verse en el cuadro que he elegido, que me pregunté si John Collier no habría visto lo mismo que yo...
El bucardo fue hacia la mujer y la acarició con la nariz antes de quedar de pie, inmóvil, a su lado. Yo me detuve a pocos pasos, intimidada. No sé cómo se vería, con ojos mortales. Para mí, con aquella visión de Radar, era hermosa, impresionante. No me atreví a hablar.
—Brillas, Rebeca —dijo entonces ella, por todo saludo. Sus labios no se movieron, pero lo oí perfectamente, y no tuve duda de que era ella quien se estaba dirigiendo a mí. Tampoco me sorprendió que me conociera. Lo sorprendente hubiese sido que se le pasase algo, de todo lo creado—. La marca que llevas es como un destello en la noche. Cegador.
Sentí un estremecimiento de miedo. Y casi percibí otra vez la presencia de la criatura, rondando a mi alrededor, como tantas otras veces. Susurraba, en mis sueños. Me tocaba, notaba cómo olfateaba mi piel, mi cabello. Una vez, llegó a besarme, y dejó en mis labios un extraño sabor a alquimia y miedo. No sé si me deseaba; más bien, pienso que era simple curiosidad. No sabía nada de los humanos.
—Líbrame de él, Ama Lur. Líbrame del resplandor de la marca y de la oscuridad de aquel que me persigue, por favor.
Ella asintió ligeramente.
—No es luz, ni sombra pero quedará aquí, atrapado en el laberinto. No me des las gracias, porque todo tiene un precio, Rebeca —añadió, al instante, interrumpiéndome antes de que pudiese agradecérselo. Y, lo admito, me llenó de espanto—. Tu sangre. Deja caer unas gotas en la Grieta.
Miré la niebla de plata, y la oscuridad de la que nacía, con auténtica aprensión.
—¿Es una brecha? ¿Como las usadas por los demonios para entrar?
—Algo así, pero no exactamente. Esta lleva mucho tiempo abierta y conduce a otro lugar muy distinto. Yo la custodio desde los orígenes del mundo. —Movió un dedo en el aire. Una voluta de niebla se enredó juguetonamente en él, como una guedeja de pelo con vida propia—. A veces entra más, a veces menos pero, pese a lo que piensan muchos, es una fuente inagotable. Mientras exista la Grieta, existiré yo, y todo lo que está más allá de la realidad.
Nos miramos. Quise preguntarle si aquello era alguna clase de fuente de la magia del mundo, pero lo encontré innecesario. Además, tenía algo que hacer. El bucardo se acercó, inclinando la cabeza, ofreciéndome sus hermosos cuernos. Su perdición.
No me lo pensé. Alcé una mano y la clavé con fuerza en aquel extremo puntiagudo.
Creo que grité, no estoy segura. El dolor lo llenó todo.
Recuerdo mi sangre deslizándose lentamente por el cuerno del bucardo que ya no existía. Recuerdo que caía, en gruesas gotas, sobre la Grieta. Arrancaba pequeños destellos de la niebla, hambrientos filamentos eléctricos, y siseaba al desaparecer en su oscuridad. El mundo se estremeció, como un monstruo alimentándose, y todo a mi alrededor empezó a deslizarse, a duplicarse en capas superpuestas que se separaban y confundían. Los colores se extendieron más allá de las formas y se volvieron tan intensos que me cegaban.
—Encontrarás a los Sabios, Rebeca —me dijo la mujer. Su voz sonaba cada vez más lejana, mientras parecía desdibujarse en la niebla—. Unos te dirán la verdad, otros te mentirán pero, llegado el momento recuerda que sólo aquel que guarde silencio tendrá auténticos deseos de ayudarte. Tenlo en cuenta, porque no le importará qué normas haya que romper, para conseguirlo.
No sé si me desmayé, supongo que sí. Desperté tumbada en la hierba, bajo unos árboles, no demasiado lejos de la carretera. Radar volvía a tener su Nuiz y me había localizado, así que aparecieron casi al momento.
Era de madrugada, cerca de las cinco. Los relojes habían vuelto a avanzar.
En un primer momento, me pregunté si no habría sido un sueño, un delirio absurdo provocado por mis propios problemas para asimilar los cambios que se están produciendo siempre en mi cuerpo y mi mente. Pero... tengo un círculo en la palma de la mano derecha. No se trata de un agujero, como hubiese debido ser tras traspasarla con la punta de ese cuerno, es sólo la silueta de un círculo, pero se trata de una marca muy profunda y definida. Radar dice que es una forma mágica, y una forma perfecta.
Además, estaba descalza. No consiguieron encontrar mis zapatos, aquellos que se destrozaron en los largos años caminando tras el bucardo...
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