Gráfico , combinado a partir de: CG Jewelry Design, http://www.alldzine.com Athènes, Parthénon, Joëlle Morin ambas, CC 3.0 |
La voz retumbó en la gran sala de Pabrich, sobresaltándome de tal modo que
casi presioné el gatillo por su culpa Era Rodrigo, y justo a tiempo. Me
volví. Por la galería llegaban Blanca y
Rodrigo, cubiertos de tierra, pólvora y sangre, armado él con Espiga de
Arroz, que emitía un murmullo sordo, vibrando con hostilidad en la roca
que nos
rodeaba.
Rodrigo
dio un salto asombroso, descolgándose
desde la galería hasta la plataforma central, donde peleaban Rolando y
Pabrich, observados por los dragones muertos y los sectarios vestidos
con túnicas. Allí rugió el León, amenazando a todos los presentes, y
lanzó la espada contra el suelo. Como en
un remedo de Excalibur, el arma se clavó firmemente en la roca, y emitió
un
potente brillo que se extendió y se extendió por el lugar, y lo colapsó
todo durante unos segundos.
La
caverna entera se estremeció a nuestro alrededor. Aquella arquitectura
insana y aterradora se quebró en algunos puntos; varias columnas se derrumbaron y
arrastraron consigo decenas de formas convulsas. Tanto los vivos como
los muertos fueron tragados por la negrura de ese abismo. Ninguno
gritaba.
Pabrich soltó a Rolando, miró a Rodrigo y creo
que intentó algo con sus dragones muertos, pero lo que fuera no funcionó. Entonces,
buscó rápidamente con la mirada y localizó a Blanca. Ella le observaba de frente, pálida, elegante, casi regia. Tan distinta de la Blanca superficial que conocí,
pensé. Aquella solo sabía hablar de los colores de la nueva temporada, o
de las sandalias que venían para el verano. Pero los ojos de esta
Blanca orgullosa y terrible que había regresado de las Tierras de los
Muertos habían visto mucho, y se enfrentaba al abismo y a nuestro
adversario sin miedo.
Pero
no en vano Pabrich era el Rey. No un demonio cualquiera, no una
aterradora criatura de otro mundo, no. Era el Rey, y tenía nombre propio
y más recursos que nadie. Sin dudar, alzó la mano hacia
ella. Un segundo antes estaba vacía, excepto por la sangre de Rolando,
sangre oscura que se deslizaba en gruesas gotas, pero casi sin
transición vi un objeto... una pistola, o quizá un cetro extraño. Algo
que lanzó un rayo de un blanco intenso, golpeó a Blanca y la dejó
paralizada.
Pienso, ahora, que no quería matarla.Quizá seguía con sus planes de someterla y apropiarse de su poder...
Entonces,
no me planteé nada, solo observé aterrada cómo Blanca quedaba
convertida en una estatua en el tiempo, y cómo los dragones muertos y
los hombres de túnica de las plataformas paralelas al escenario central
se lanzaban sobre Rodrigo, con lo que comenzó una lucha en la que no
pude centrarme. Porque, Pabrich y
Rolando habían vuelto a enfrentarse. Creo que Rolando, al oír también
la advertencia, había recuperado algo de esperanza. Ya no se iba a dejar
vencer, no se iba a dejar matar por conseguir el objetivo. Ahora quería
vivir, y
ganar... Y matar
Se enzarzaron en un combate muy cerrado, a mordiscos y golpes, algo brutal y sangriento. Si usaba a Steampunk, podía ocurrir una desgracia. Estaba pensando qué hacer cuando, deslizándose
desde lo alto de la columna en la que me apoyaba, gateando hacia abajo de forma aterradora,
vi aparecer uno de los dragones muertos. Antes de que me diera tiempo a
reaccionar, me golpeó con una garra, lanzándome al suelo y Steampunk se me escapó de entre las manos.
Sentí
que iba a desmayarme. ¡Qué dolor! Y entonces algo se estampó contra mi
boca, algo con sabor a hierbas podridas, con la textura áspera de
cenizas sin tamizar y huesos pulverizados. Aquello se convirtió en una
pasta repugnante en mi lengua, entró como polvo por mi nariz, sofocando
mis pulmones: su sabor me invadió, un sabor amargo, muy intenso, que me
provocó arcadas y me descompuso el cuerpo. Intenté forcejear, pero me
abofetearon otra vez. Al menos, eso sirvió para alejar aquella cosa de
mí.
Cuando
pude mirar, comprobé que el dragón se había quedado
acuclillado en lo alto de la barandilla, oscilando lentamente sobre sus
patas, clavados en mí sus ojos muertos. Yo retrocedí arrastrándome
sobre pies y manos como pude, escupiendo, intentando liberarme de aquel
espantoso sabor. Y si eso fuera todo... Noté que aquello que me habían
obligado a tragar me robaba las fuerzas, aturdiendo mi mente, ardiendo
en mis venas mientras consumía toda energía.
Loa se acercó lentamente. Todavía llevaba un puñado de aquel compuesto de hierbas y otras cosas en la mano. Miró a lo lejos, a Blanca, asegurándose de que seguía inmóvil, se inclinó y recogió a Steampunk.
Loa se acercó lentamente. Todavía llevaba un puñado de aquel compuesto de hierbas y otras cosas en la mano. Miró a lo lejos, a Blanca, asegurándose de que seguía inmóvil, se inclinó y recogió a Steampunk.
—Está
claro que, si quieres que las cosas salgan bien, tienes que hacerlas tú
mismo —me dijo, y sonrió—. Vamos, Rebeca, suplica. Quiero oírte
suplicar.
—Tú... Tú lo sabías...
No tuve que explicar más. Loa asintió.
—Claro
que sí. Ese pobre tonto de Andy puso un mensaje en su blog. Intentó
avisarte de que la profecía era falsa. Ahora está muerto. No podía
permitirlo. Rolando tiene que morir. —Se recolocó las gafas—. Lo sabes
tan bien como yo, mientras él viva, me tiene dominado y puede condenarme
a una eternidad de dolor. —Ajustó Steampunk para un disparo—.
Pero, tú... —Sus pupilas parecieron reforzar su presión—. Si suplicas,
si eres lo bastante lista como para arrastrarte hasta mí, quizá me lo
piense. Te contaré un secreto: no me divertiría tanto la victoria si
estuvieras muerta. No ahora, al menos. No hay prisa, no es necesario
adelantar acontecimientos. —Me pateó, lanzándome hacia un lado—. Tienes
un par de segundos para pensártelo. Antes tengo que matar a una criatura
estúpida que realmente se ha creído lo bastante poderosa como para
convertirme en su esclavo. —Hizo un gesto hacia el dragón muerto, para
que me vigilase, y se dirigió a la balconada.
Iba a usar Steampunk con Rolando.
Iba a usar Steampunk con Rolando.
Y,
yo, realmente, ni lo pensé. Actué, sin más. Levanté una mano y lancé una
descarga de energía contra el dragón, para quitármelo de encima, y luego
otra más fuerte hacia la espalda de Loa. Le golpeó de lleno,
brutalmente, y lo impulsó hacia delante, hasta darse de bruces con la
barandilla. Sus protecciones mágicas le salvaron la vida, pero no
impidieron que Steampunk se le escapase de entre los dedos, y cayó al abismo.
Yo
me quedé totalmente agotada. Aquellas hierbas me habían anulado y había
gastado unas reservas con las que no sabía que contaba. Recuerdo ver el
rostro de Loa, girando hacia mí con expresión asesina. Recuerdo que
toda su cabeza estaba enmarcada en las explosiones de luz que provocaba
el combate de Rolando y Pabrich, allá en su escenario de muerte.
Recuerdo que pensé que era el final...
Y, entonces...
No
sé cómo explicarlo. Todo a nuestro alrededor vibró, como el anuncio de
un terremoto, uno violento y salvaje. El temblor aumentó y aumentó,
convirtiendo en ridículo el que provocó antes Espiga de Arroz. Más
columnas cayeron, y toda una sección de la galería en la que nos
encontrábamos se vino abajo. La zona en la que estábamos nosotros se
inclinó peligrosamente.
Loa
puso cara de sorpresa, pero solo duró un segundo. Luego, se derrumbó
sobre sí mismo, disolviéndose en una miriada de puntitos oscuros, como
si no hubiese sido más que una estatua de arena negra o alguna clase de
polvo de huesos podridos como el que me había hecho tragar. Para cuando
algunas de esas partículas cayeron al suelo, la mayor parte habían sido
arrastradas por la fría brisa de la galería, hacia el abismo. El destino
que correspondía a su negra alma.
Me
levanté como pude y me asomé. Al otro lado de la oscuridad, la lucha
proseguía. Tanto Rolando como Pabrich estaban agotados, pero no querían
rendirse. Rodrigo había masacrado decenas de dragones muertos, y de
hombres de túnicas blancas y rojas. Los giros de los cuerpos y las armas
eran tan rápidos, había tanta sangre en el aire, que daba la impresión
de formar todo parte de un bordado escarlata, frágil y exquisito. Me
recordó el Patrón. Supe que aquel lugar se estaba cargando de magia.
Entonces,
como en una nebulosa que cambiaba continuamente entre la oscuridad y la
piedra pulverizada, vi el bucardo de los Pirineos, y la grieta, que
rezumaba sangre a impulsos de un violento latido. Vi la mujer de los
enigmas, que me dijo: "Es el dolor de la Madre Tierra". Y no sé
qué me impulsó, pero me alcé sobre las puntas de los pies, cerré los
ojos, abriéndome a la fuerza inmensa que me rodeaba, vaciándome hasta
convertirme en un instrumento, un canal: y, entre mis dedos, surgió una
esfera mágica, un punto luminoso, intenso.
No lo dudé, porque no era yo quien decidía: lo lancé hacia el abismo.
No lo dudé, porque no era yo quien decidía: lo lancé hacia el abismo.
Allí estaba, Steampunk,
apoyado de forma inestable en un trozo de columna que había caído con
el primer temblor, el provocado por Espiga de Arroz. Y si algo podía
acabar con Pabrich en esos momentos, era esa arma tan destructiva. Al
menos, a mí no se me ocurría nada más, y lo que fuera que me había
guiado hasta él me había abandonado de nuevo a mi suerte. Rápidamente,
me descolgué por la barandilla, descendí agarrándome a las
protuberancias de la pared de roca. Nunca he sido buena escalando, pero
no era mucha la distancia.
La
negrura me tragó. No puedo explicar eso, no quiero hablar de ello, al
menos no ahora... De no ser por el destello que me había regalado esa
fuerza inmensa, me hubiese perdido en un espacio sin confines, sin un
arriba o un abajo. Pero la luz me guió, titilando suavemente. Conseguí
alcanzar el arma, me la colgué en bandolera y volví a subir.
Creo
que fue justo a tiempo. Pabrich y Rolando podían ser seres eternos y,
por tanto, capaces de combates eternos; pero Rodrigo no, ni Blanca, que
se había unido también a la lucha y le estaba ayudando. Ambos estaban en
medio de un caos de carnes rotas y miembros amputados, y sangraban y
parecían cerca del agotamiento total.
Alcé a Steampunk. Apunté a Pabric, cuidadosamente.
Y, esta vez, disparé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario