jueves, 19 de mayo de 2011

Miércoles de Encuentros Esperados

Autorretrato de Friedrich von Amerling, de 1834. En su página ya digo que se parece mucho a Julián, pero nunca está de más repetirlo.

He intentado escribir esta entrada varias veces, qué difícil está siendo. El miércoles, tras tantos años de esperar, tras tanta angustia, Julián apareció. Bueno, vosotros lo conocéis como Rolando. Os cuenta cosas de demonios y conspiraciones. Para mí... resulta difícil asumir ese aspecto.

Pero admito que cada vez que le oigo hablar, me llena de dudas...

Llegó pasada la medianoche del miércoles. Un día que había sido especialmente agobiante por culpa de Beatriz. Supongo que no es culpa suya, siendo una niña, y tan movida, estar encerrada le supone un auténtico suplicio. Ya se ha aburrido de la muñeca, de ver películas, de jugar con Rosa María y de escuchar a su hermano haciendo títeres con calcetines. Está hasta las narices, y el miércoles vive Dios que nos lo había hecho saber, claramente.

Yo acababa de meterme en la cama, sobre las once, después de dejar bien arropados a los tres menores (si me lee Jon, me mata, ja). Pensaba ver un episodio de Tiempos Revueltos en internet (me hace gracia cuando leo que Pilar menciona también esa serie, si es que está muy bien y lleva años) antes de dormir, pero entonces, llamaron suavemente a la puerta.

De nuevo la tensión, aunque imaginé que, teniendo la suerte que tengo, volvería a ser Jon o, peor aún, Beatriz con un berrinche.

Pero no. Era Julián.

No sé cómo explicar lo que se siente en una situación así. Me sentía incapaz de reaccionar, como atada por dentro, helada. Julián me sonrió ligeramente.

- ¿Puedo pasar? A menos que sigas enfadada conmigo, claro.

Le cedí el paso sin decir nada, aunque aquí admitiré que todavía queda un poso de mosqueo, cuando me paro a pensarlo. Que sí, que yo lo entiendo. Y la verdad, él nunca fue nunca muy romántico.

Julián entró, sin hacer ningún ruido. Vestía completamente de negro: vaqueros, camiseta, una chaqueta larga, botas militares... Contempló la habitación, girando sobre sí mismo con expresión ausente. Estaba recordando, supongo, porque cuando me miró sus pupilas parecían veladas por alguna emoción, aunque no sacó el tema, ni se le notó en la voz.

- ¿Recibiste todo? ¿Estáis bien? - asentí - Perfecto. Ya me imagino que tienes muchas preguntas, Reb, pero voy a tener que pedirte paciencia. Ahora mismo no puedo meterme en explicaciones. He leído todo lo que pones en ese blog tuyo. Sé que me crees... a bandazos, según el momento, pero siempre vuelves a la lógica. En realidad, así te recuerdo, de siempre. Te gusta lo tangible, te gusta andar sobre seguro, odias el terreno desconocido. Y aún no has aprendido que da totalmente igual: los monstruos existen aunque no los mires.

- No digo eso. Simplemente, comentaba que todo puede tener una explicación. Seguro que la tiene. Tú eras científico, Julián, estudiabas Medicina, no puedes...

- Ah, sí, Medicina. Me ha servido algo, estos años - se encogió de hombros - No he venido a convencerte. Las cosas son como son, lamentablemente ya lo verás. Lo que digo en los vídeos puede darte una idea de que, lo que está pasando, lo que va a pasar, es lo suficientemente grave como para que cualquier cosa, todo, quede en un segundo plano.

- Por supuesto- repliqué, y supongo que soné algo caustica - Eso me ha quedado muy claro.

Hizo una mueca.

- Vuelvo a disculparme, supongo que me mostré poco sensible. No he tenido mucho tiempo, ni demasiadas opciones, para serlo, últimamente. Pero te debía una consideración, por lo que nos unió en otros tiempos y por lo que nos une ahora. Y por lo mucho que me has esperado - agitó la cabeza, con expresión desconcertada - Te lo juro, a estas alturas imaginaba que me habrías olvidado por completo, que habrías... rehecho tu vida, felizmente casada, con un montón de niños, como querías. Que mi nombre no sería más que un vago recuerdo, algo prácticamente olvidado - extendió una mano y me acarició un rizo del pelo - Supongo que fui yo el que olvidó que eres terca como una mula, pequeña cereza.

- ¿Qué otra cosa podía hacer? No sabía qué te había pasado, si estabas vivo o muerto, o en coma en alguna parte. No sabía nada. No podía avanzar...

- Ahora me doy cuenta. Y quizá debí mandarte algún mensaje, en estos años. Pero, al principio, era mejor para mi familia que esperase. Tu padre se puso... - apretó los labios - digamos que muy persuasivo con sus planteamientos. No podía arriesgarme, eso hubiese supuesto la ruina de mis padres y el desastre en la vida de mi hermano, que todavía estaba por empezar la Universidad. Luego, cuando ya me vi envuelto en... cosas, pensé que en todo caso sería mejor que me considerases muerto - estuvimos un rato mirándonos. Qué sensación extraña. Es el mismo, pero tan distinto... - No quiero hacerte daño, Reb, pero tienes que entender que el mundo ha seguido girando y todo aquello quedó atrás. Que, de ser el caso, tendríamos que volver a conocernos, volver a enamorarnos, porque ni tú ni yo somos los mismos. Y, en este momento, no tengo tiempo para algo así - se le escapó una risa seca - Tú tampoco, pero aún no lo sabes.

- ¿Qué quieres decir?

- No. Te he dicho que sin preguntas, hoy no. Tengo poco tiempo y quiero conocer a Jon. Gracias por ese regalo, por cierto. Es lo más... - no encontró la palabra, así que claudicó. Consultó su reloj - Se me hace tarde, Reb. Por favor, dile que venga y déjanos solos.

- ¿No vamos a irnos contigo, entonces?

- Hoy no. Necesito tiempo para preparar otra ubicación, esta es segura de momento. Esperad aquí. Vendré a buscaros.

- Bien. Iré a llamar a Jon - quería darle un beso, pero después de lo dicho, no me atreví. Me acordé, absurdamente, de la ex mujer de Faustino, recibiéndole en camisón transparente, pobre individua arrastrada. Yo me moriré antes de pedirle a Julián algo que no esté dispuesto a darme. Que no quiera con todas sus fuerzas darme, para ser exactos. Fui hasta la puerta, pensando en el beso que nos dimos en el caos del incendio y me acordé de Javier. Le miré - Por cierto, sí, deberías hablar con tu hermano. Y sin enfados.

Él sonrió, con algo parecido a la nostalgia, y asintió. Salí, avisé a Jon, y me quedé con Rosa María y con Beatriz. Jon volvió un par de horas después. Había estado llorando. Cuando le pregunté qué tal, me dijo que todo había ido bien y que, sobre todo, había hablado él. Julián quería saber todo sobre su pasado. Puedo entenderlo.

Cuando volví al dormitorio, Julián ya no estaba.

2 comentarios:

  1. Buen relato, escrito en forma amena, de agradable lectura.

    Saludos
    Mark de Zabaleta

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Mark, que se me había pasado tu comentario, disculpa ;D

    ResponderEliminar