miércoles, 3 de agosto de 2011

Miércoles de Manos Verdes

Alimony, pintado por John Stapleton, de StapletonArt.com, en el 2006. Lo pongo respetando las condiciones Creative Commons. A pesar de todo, me siguen importando estos detalles...

Yo buscaba unas manos verdes, algo semejante a las que he visto en mis visiones. Surgieron esta mañana, como una explosión repentina sobre los molinos blancos, cuando una mujer me preguntó si su hijo sobrevivirá a lo que nos espera. Es un luchador más, según me dijo, un hombre que fue abogado y que ahora sólo es superviviente, como todos. Forma parte de los grupos de trabajo que están a las órdenes de intendencia, del militar Armando Casas: son los que vemos distribuyendo materiales o trasladando cosas de un lado a otro, siempre ocupados en que el campamento funcione como un reloj.

La mujer quería saber qué futuro le espera a su hijo. Pobre. Muchos me han preguntado esa clase de cosas acerca de amigos o familiares o, muchas veces, sobre sí mismos. Supongo que se ha extendido la noticia de que tengo el Nuiz de Hidalgocinis y tratan de sonsacarme pedacitos de futuro.

Me pregunto si le hacen lo mismo a él, a Hidalgocinis, si le abordan con las pequeñas angustias de sus vidas. O quizá es que yo no tengo pinta de Caballero Místico. Supongo que me ven más asequible, más en el estilo de la bruja leyendo la bola de cristal.

No suelo responder, ni siquiera escuchar, porque las preguntas generan imágenes y se convierten en visiones que me perturban, pero la mujer me dio pena. Parecía tan... triste. Y yo, que soy madre también y llevo mi propia pena en mi interior, puedo comprenderla. Así que dejé que mi mente volase sobre los molinos blancos, sobre las colinas de sangre y más allá, buscando las huellas en el futuro de ese chico que jamás he conocido...

Y, de pronto, allí surgieron. Zas.

Unas manos verdes.

No sé, es posible que esa visión sólo se deba a mi falta de control de este Nuiz, pero creo que me avisan de una amenaza urgente.

Peligro, peligro, peligro y muerte...

Las manos se agitaron en el aire como pájaros, casi pájaros durante un instante, levantando un suave rumor de seda y plumas alborotadas. Ese sonido me perturbó el resto de la mañana y me ha despertado del pegajoso sopor en el que me atrapó el calor del mediodía. Había estado viendo esas manos en mis delirios, trabajando, moviéndose, abriendo, cerrando, haciendo cosas con toda diligencia, pero no se quedaron en simples sueños, me persiguieron más allá y no pude volver a dormir. Tampoco he querido comer.

Esas manos verdes, muy verdes, tan verdes, se movían envenenándolo todo con ese tono extraño, que implica vida en la naturaleza pero significaba muerte en mis visiones. No veía los brazos, pero sí un rostro, del que sólo captaba detalles. Unos ojos saltones, enormes, desquiciados. Una sonrisa llena de dientes. Sombras.

Tras varios intentos, cuando la cabeza me estallaba de puro dolor por el esfuerzo, pude distinguir detalles de dónde se encontraban: dos grandes camiones en los que se transporta el agua.

- ¿Llevamos agua en camiones? - pregunté a Rolando, sorprendida. No lo había pensado. Comida sí, pero no agua, quizá porque imagino más difícil su transporte. Rolando asintió, a mi lado; acabábamos de levantarnos de la mesa y estábamos sentados en el borde de la azotea de la casa que nos han asignado, con los pies colgados sobre el mundo. Él cortaba un melón, le apetecía de postre.

No le miré, sigo sin mirarle.

- Claro - respondió - Casas es un hombre precavido - hizo un gesto con la mano que empuñaba el cuchillo, como intentando abarcar la multitud que se movía por todas partes; el ejército humano, la esperanza de nuestro mundo - Fíjate cuántos somos y piensa en lo necesario que es ese recurso. Podríamos pasar un tiempo sin comida pero, sin agua, moriríamos en pocos días. Necesitamos asegurar reservas. Si llegáramos a un lugar en el que el suministro hubiese sido envenenado, por ejemplo, o comprometido de cualquier modo, nos veríamos en un grave problema. ¿Por qué?

- Pero aquí hay agua - dije por toda respuesta. Él se lo pensó un momento, me dio por imposible y me tendió una rodaja de melón. Dudé, pero lo cogí. Rolando y yo sabemos entendernos. No había dicho nada cuando no quise comer, pero yo supe que no me libraría de esa rodaja de fruta. Además, encajaba en mis visiones: estaba dulce y rezumaba agua. Recuerdo haber pensado que mis guantes blancos ya están muy sucios. No importa.

- Y la usamos. Y la de los camiones. Mira - volvió a señalar, esta vez hacia el polideportivo que hacía de hospital; la mano me dirigió algo más allá, en dirección a una zona cubierta con grandes toldos, entre los que podían verse algunos vehículos grandes, como camiones - Los han puesto entre el hospital y el comedor. Los hombres que mandamos por delante comprobaron la situación del suministro de agua del pueblo, entre otras condiciones básicas para el campamento. Estaba todo bien, así que, cuando nos vayamos a ir, se rellenarán todos los contenedores con agua fresca.

- Ya veo - susurré, intentando resolver el enigma que se ocultaba tras las piezas sueltas. Cuando se fue Rolando, hice llamar a la mujer y fui con ella, caminando entre los toldos, hacia el puesto de intendencia. Al pasar junto a los camiones, me señaló quién era su hijo. Un hombre fuerte, que cargaba con un bidón. Nos miró desde la distancia, serio; tardó unos segundos en saludar a su madre.

Dimos algunas vueltas más por allí, pero no sucedió nada. A ratos, las visiones se van. No me sorprendió, ya he aprendido que no soy su dueña, son ellas las que me poseen.

Nos despedimos. Vine. Me acosté.

Me he despertado con un nuevo revolotear de manos verdes, manos como pájaros, manos que ahora son pájaros y ahora no lo son.

Ahora sé que el hijo de esa mujer ya está muerto. Que quien vestía su piel, no era el mismo de siempre. No sé qué o quién era, pero debo impedir que haga lo que tiene pensado hacer. Aunque... me ha visto esta mañana. Quizá me esté esperando.

Rolando no está en casa, habrá tenido alguna de sus reuniones o cualquier otra urgencia, y se ha dejado el móvil aquí. No quiero llamar a otros, si están cerca puedo mirarles, o simplemente sentirles, y las visiones se desatan. No quiero.

Pero me ahoga la urgencia, debo ir a los camiones, cuanto antes. No puedo esperar.

Las manos verdes se mueven en ondas pesadas y densas. Ondas que parecen de agua, pero que no lo son, en las que se extiende algo amarillento. Y en mi visión de esta noche, algunas gotas amarillas caían desde esas manos verdes sobre un rostro de perfil.

Y se volvía azul.

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